2ª DE SAMUEL

1–5

Describe el reinado del rey *David, empezando con la guerra civil que siguió a la muerte de Saúl. David estableció a *Jerusalén como su capital.
Este libro es la historia del reinado de David. Relata sus victorias, el aumento de la prosperidad de Israel y la reforma que hizo del estado de la religión. Junto con estos hechos se registran los pecados aborrecibles que cometió y los problemas familiares y públicos con que fue castigado. Aquí hallamos muchas cosas dignas de imitar, pero muchas quedan escritas como advertencia.
La historia del rey David se da en la Escritura con mucha fidelidad, de la cual se revela que era un hombre bueno y grande, para quienes ponen en la balanza sus muchas virtudes y cualidades excelentes, y sus faltas.
NOMBRE QUE LE DA A JESÚS: 2ª Sam: 7: 13: Simiente De David.
Estos capítulos describen los acontecimientos que conducen a la coronación de David como rey de Israel. Usted querrá leer los relatos paralelos en 1 Crónicas 10.1–14; 11.1–19 y 14.1–8.

I. DAVID LAMENTA LA MUERTE DE SAÚL (1)

Alguien menos santo se hubiera regocijado de la muerte del enemigo, pero David era un hombre conforme al corazón de Dios y sintió profundamente la tragedia del pecado de Saúl. Por supuesto, Jonatán, el querido amigo de David también había muerto; el pecado de un padre desobediente trajo juicio sobre gente inocente. En nuestro estudio de 1 Samuel ya hemos notado las lecciones de la muerte de Saúl, pero sería provechoso considerar algunos otros detalles.
Nótese que un amalecita trajo las noticias y se adjudicó de que al final quitó la vida a Saúl. Si Saúl hubiera obedecido a Dios en 1 Samuel 15 y matado a todos los amalecitas, esto no hubiera ocurrido. El pecado que no eliminamos es el que nos eliminará. Véanse Deuteronomio 25.17–19.
La lamentación de David es conmovedora; Véanse Proverbios 24.17. Este «Canto del arco» [como algunos le llaman] se conecta con el uso que Jonatán hizo del arco (1 S 20.20). No hay palabras desagradables acerca de Saúl en este canto. La principal preocupación de David era que al ungido del Señor dieron muerte y la gloria del Señor se había reducido. Estaba ansioso de que el enemigo no salvo no se regocijara por la victoria. «¡Cómo han caído los valientes!» es su tema (vv. 19.25, 27). En 1 Samuel 10.23 Saúl «era más alto» que todos los demás hombres, ¡pero ahora había caído más bajo que el enemigo!

II. LOS CONFLICTOS DE DAVID CON LA FAMILIA DE SAÚL (2–4)

Ahora empezamos las «intrigas políticas» que plagaron a David durante toda su vida. Aun cuando David buscaba la mente de Dios, no podía escaparse de los complots y planes de otros; y debido a que estaba endeudado con estos hombres, era difícil oponérseles. La marcha de David hacia el trono fue difícil.
A. EL ASESINATO DE ASAEL (CAP. 2).
Joab, Abisai y Asael eran hijos de Sarvia, la media hermana de David (1 Cr 2.16; 2 S 17.25). Así, eran sobrinos de David y valiosos en su ejército. David primero reinó sobe Judá, su propia tribu, con su capital en Hebrón. Sin embargo, Abner, comandante del ejército de Saúl, había hecho a Is-boset, hijo de Saúl, rey sobre las demás tribus. Reubicó la capital al otro lado del Jordán, en Mahanaim, para protegerse a sí mismo y al nuevo rey de los hombres de David.
Por supuesto, Abner tenía un interés personal en la casa de Saúl, puesto que era su primo (1 S 14.50). Le convenía que Is-boset reinara, pero al coronarlo se rebelaba deliberadamente contra la Palabra de Dios. Dios dejó bien en claro que David solo debía reinar en Israel. Tal vez los cristianos de hoy son como los judíos de aquel día: le permitimos a nuestro Rey que reine sólo sobre una parte de nuestras vidas y el resultado es conflicto y tristeza. El asesinato de Asael a manos de Abner fue el preludio de una «larga guerra» entre los dos reyes (3.1). Como veremos, los dos hermanos restantes vengaron su muerte, para tristeza de David.
B. EL ASESINATO DE ABNER (CAP. 3).
Las muchas esposas de David fueron escogidas en directa violación de Deuteronomio 17.15–17.
Algunos estudiosos creen que esta expresión de la lujuria de David a la larga le llevó al sinnúmero de problemas familiares de sus últimos días. Amnón violó a su media hermana Tamar (cap. 13); Absalón se rebeló contra David y trató de apoderarse de la corona (caps. 13–18); y Adonías trató de arrebatarle el reino a Salomón (1 R 1.5). Abner tenía problemas con la lujuria también; porque tomó una de las concubinas de Saúl y cayó en desgracia ante el rey pretendiente. Esto condujo a una ruptura entre Abner e Is-boset. Abner trató de llegar a un acuerdo pacífico con David, pero los «hijos de Sarvia» tramaron en su contra y le mataron (vv. 26–30). Aun cuando Joab fue el que en realidad lo mató, es probable que su hermano estaba involucrado en los planes.
Las manos de Joab se mancharon de sangre antes de que le llegara su muerte; porque no sólo mató a Abner, sino también a Absalón (2 S 18.14) y a Amasa (2 S 20.10). David le pidió a su hijo Salomón que castigara a Joab y así lo hizo (1 R 2.5–6, 28–34). Es difícil saber cuán diferente hubiera sido si Abner hubiera vivido. Sin duda Joab tenía poder poco común sobre David, en particular después de que ayudó al rey en su complot homicida contra el inocente Urías (11.14). Nótese, sin embargo, la piadosa conducta de David en el asunto de la muerte de Abner.
C. EL ASESINATO DE IS-BOSET (CAP. 4).
Este fue el punto decisivo: cuando Is-boset murió el camino quedó abierto completamente para que David reinara sobre toda la nación. No obstante, debe notarse que David no aprobó el método que los hijos de Rimón usaron e hizo matar a los asesinos debido al crimen cometido. David sabía que Dios podía elevarlo al trono; no haría ningún mal para que le vengan bienes (Ro 3.8). Estos tres homicidios muestran que el camino de David al trono fue sangriento. ¡Qué contraste con nuestro Salvador, quien derramó su sangre y no la de otros para obtener su trono! Véanse en 1 Crónicas 22.8 la evaluación de Dios en cuanto a la carrera de David.

III. DAVID LLEGA AL TRONO DE SAÚL (5)

David reinó siete años en Hebrón sobre la tribu de Judá; ahora iba a reinar treinta y tres años sobre toda la nación, para un total de cuarenta años. Este es el tercer ungimiento de David: Samuel le ungió en su casa en Belén y los hombres de Judá le ungieron en Hebrón (2.4). Véanse en el Salmo 18 el canto de victoria de David después que Dios derrotó a todos sus enemigos y le dio paz. Este es un buen salmo para leer cuando se está en problemas, porque muestra cómo el Señor nos saca y nos conduce a un lugar de mayor bendición. No cabe duda de que David no disfrutó de sus muchas pruebas, pero podía mirar hacia atrás y dar gracias a Dios por ellas.
El rey necesitaba ahora una nueva capital y escogió Jerusalén. Esta fortaleza no se había capturado antes (Jos 15.63; Jue 1.21) y los jebuseos eran arrogantes y desafiaron a David a que los atacara. «¡Los cojos y los ciegos te pueden derrotar!», se mofaron, pero David y sus hombres convirtieron sus mofas en gritos de derrota. En 1 Crónicas 11.5–8 se nos narra que Joab fue el hombre que Dios usó para abrir la ciudad. Hay quienes opinan que los hombres de David se deslizaron en la ciudad sin ser notados a través del acueducto, pero algunos arqueólogos sostienen que el sistema de acueducto no estaba ubicado en ese punto. Parece claro por el texto que David usó el túnel del agua como su medio para entrar y que Joab llevó a cabo el plan maestro del rey.
No mucho después de que David se estableciera en su ciudad volvieron sus viejos enemigos, los filisteos. Cuán cierto es esto en nuestras vidas: Satanás espera por la «paz después de la tormenta» para atacarnos de nuevo. David sabía que la voluntad del Señor era el único camino a la victoria, de modo que de inmediato le consultó. Nótese que el segundo ataque (vv. 22–25) fue diferente al primero y que David fue lo suficientemente sabio como para buscar de nuevo la dirección de Dios. Dios le guió en una nueva forma. Debemos tener cuidado de no guardar «copias carbón» de la voluntad de Dios, sino buscarle de nuevo para cada nueva decisión.
Es cierto que la voluntad de Dios era que David reinara sobre la nación entera, así como es su voluntad que Cristo sea el Señor en todo en nuestras vidas. Cualquier parte que se deje fuera de su voluntad va a rebelarse y causar problemas. Somos «huesos de sus huesos y carne de su carne» (5.1; Ef 5.30) y debemos invitarle a reinar sobre nosotros. Sólo así tendremos paz y victoria completas.
El camino de David al trono abarcó muchos años y pruebas, pero a través de toda la jornada él puso a Dios primero y nunca buscó venganza ni tomó represalias contra Saúl. Dios tuvo a bien que David fuera protegido y promovido de acuerdo a su tiempo y su plan. Él hará lo mismo por nosotros si sólo confiamos en Él.

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Usted querrá leer 1 Crónicas 13, 15 y 16 mientras estudia este capítulo, puesto que dan información adicional acerca de este hecho importante en la vida de David. El Salmo 132.1–6 nos indica el intenso deseo de David de honrar al Señor trayendo el arca del pacto de regreso a su lugar. Por casi veinte años el arca estuvo en Kiriat-jearim (Baala de Judá, Véanse 1 S 6.21–7.2); de modo que David preparó una tienda especial para ella en Jerusalén (1 Cr 15.1) e hizo los preparativos para el regreso del arca sagrada a su lugar. Le llevó más de tres meses terminar la tarea (6.11).

I. DAVID DESAGRADA AL SEÑOR (6.1–11)

Sin duda que era un deseo noble de parte de David traer el arca a Jerusalén, pero es posible tener «celo sin conocimiento» y hacer una buena obra en una forma equivocada. Para empezar, David no consultó al Señor; consultó con sus líderes políticos (1 Cr 13.1–4; nótese 2 S 5.19, 23). Parece que su principal motivo fue unificar a la nación bajo su gobierno antes que glorificar al Señor. Nótese en 1 Crónicas 13.3 que David critica a Saúl por descuidar el arca. Tal vez esta declaración tenía algo que ver con la conducta de la hija de Saúl, Mical, según se anota en 6.20. Todos los líderes y la congregación estuvieron de acuerdo con el plan de David, pero esto no garantiza que las acciones subsiguientes sean correctas.
La próxima equivocación de David fue ignorar la Palabra de Dios. En lugar de pedir que los levitas llevaran el arca en hombros (Nm 3.27–31; 4.15; 7.9; 10.21), siguió el ejemplo mundano de los filisteos y puso el arca en un carro nuevo (1 S 6). Dios les permitió a los filisteos usar este método puesto que no eran su pueblo del pacto, instruidos en su Palabra. Pero que los judíos ignoraran el mandamiento divino e imitaran a las naciones paganas era incitar el desastre. ¿Cuántos cristianos e iglesias locales hoy «se conforman al mundo» (Ro 12.2) en lugar de «seguir el modelo» dado por Dios desde el cielo? (Éx 25.40). Todo el pueblo estaba entusiasmado y gozoso, pero esto no dice que el método sea correcto a los ojos de Dios. Israel quería ser «como las otras naciones» (1 S 8.5) y esto los condujo a la tragedia.
Naturalmente, a la larga el método humano de hacer la obra de Dios falla: ¡los bueyes tropezaron y el arca corría peligro de caer! Esto llevó a un tercer error: un hombre que no era levita tocó el arca (Véanse Nm 4.15). Dios tuvo que juzgarlo de inmediato o de otro modo sacrificar su gloria y permitir que se violara su Palabra. La reacción de David a este repentino juicio revela que su corazón no andaba del todo bien con Dios en el asunto; porque primero se encolerizó, luego temió. En lugar de detenerse y buscar la voluntad de Dios para descubrir la razón del juicio, David detuvo la procesión y rápidamente se deshizo del arca. En 1 Crónicas 26.1–4 se indica que la familia de Obed-edom pertenecía a la familia levítica y podía cuidar el arca sin peligro.
¡Un error condujo a otro! Cuán importante es determinar la voluntad de Dios y luego seguirla para realizar esa voluntad.

II. DAVID MUESTRA SU CELO (6.11–19)

Durante el ínterin de tres meses, David sin duda examinó su corazón y confesó sus pecados. Se volvió a la ley para descubrir las instrucciones de Dios para transportar el arca (1 Cr 15.1–2, 12–13).
Dios estaba bendiciendo la casa de Obed-edom y David quería la bendición para toda la nación. Esta vez preparó la tienda y también cuidó de que los levitas estuvieran debidamente aptos para la tarea.
Se piensa que el Salmo 24 quizás se compuso para celebrar este acontecimiento. Por 1 Crónicas 16.7 descubrimos que el Salmo 105 también brotó de este feliz acontecimiento. Dios usó a David para dar expresión al gozo de su corazón y este canto glorificó al Señor. El rey dejó a un lado sus vestidos reales y dirigió la procesión en los humildes atuendos de los levitas. Los levitas dieron seis pasos y se detuvieron, esperando para ver si el Señor los aceptaba; al no venir juicio, ofrecieron sacrificios y luego emprendieron el resto del camino hasta Jerusalén.
Es obvio que la «danza» de David delante del Señor fue una expresión espontánea de su alegría porque se le devolvía al pueblo el arca de Dios. ¿Era indigno que David actuara así? ¡Sin duda que no!
Aun cuando sus acciones no se nos dan como ejemplo a seguir, no nos atrevemos a ir al otro extremo y excluir todas las expresiones de gozo y alabanza en nuestra adoración al Señor. Aun cuando algunos creyentes pueden llevar tales actividades a extremos, otros pueden ser culpables de entristecer al Espíritu debido a una falsa sobriedad. Por último, la «danza» de David no es en ninguna manera excusa para el «baile» moderno; porque sus acciones las hizo delante del Señor para glorificarle.
David bendijo al pueblo y les dio regalos para celebrar el regreso del arca. Años antes «la gloria se había retirado»; ahora Jehová de los Ejércitos (Dios de los ejércitos) estaba de nuevo en medio de su pueblo. ¡No es de extrañarse que David se alegró!

III. DAVID DISCIPLINA A SU ESPOSA (6.20–23)

Hemos notado antes que Mical, la hija de Saúl, nunca fue una esposa apropiada para David.
Pertenecía a la familia de Saúl y nunca dio muestras de fe en el Dios de Israel. En 1 Samuel 19.13 se indica que adoraba ídolos. David no la tomó por esposa por dirección del Señor; la «ganó» al matar a Goliat (1 S 17.25) y al cumplir los homicidas requisitos impuestos por Saúl (1 S 18.17–27). Esta alianza vitalicia con la familia de Saúl trajo problemas desde el mismo inicio, como ocurre con todas las alianzas impías (2 Co 6.14–18). El conflicto entre David y Saúl es una ilustración de la batalla entre la carne y el Espíritu, y el que David se uniera a Mical significaba someterse a la carne.
Requiere poca imaginación ver por qué Mical menospreció a su esposo. Sin duda su actitud de pecado había estado creciendo en su interior por años. Estaba resentida por haberse casado con el escudero de su padre como «premio» por la victoria y porque David tenía otras esposas (véanse 3.2–5; 5.13–16), las cuales fueron escogidas después que ella se casó con David. Su padre murió de forma vergonzosa y su enemigo ahora reinaba victoriosamente sobre todo Israel. Por supuesto, debajo de todas estas razones yace la razón básica: era un incrédula que no comprendía ni apreciaba las cosas del Señor (1 Co 2.14–16). Quería que David mostrara su poder real con gran pompa y ceremonia; él prefirió tomar su lugar con el pueblo común y glorificar a Dios.
Sus ásperas palabras a David después de un gran tiempo de alabanza deben haberle herido profundamente. Por lo general, Satanás tiene una «Mical» que nos sale al encuentro cada vez que hemos estado regocijándonos en el Señor y procurando glorificarle. Las perversas palabras de ella revelan su corazón perverso y David sabía que tenía que resolver el asunto. «¡Si tu mano es tropiezo, córtala!» David debe haberse dado cuenta de que Mical nunca le ayudará en la obra del Señor; por consiguiente, la echó a un lado y rehusó darle los privilegios del matrimonio. Que una mujer judía muriera sin hijos era, por supuesto, una gran vergüenza para ella. David respondió a la necia de acuerdo a la necedad de ella (Pr 26.5).
Cuando otros nos critican y sabemos que nuestro corazón y motivos son correctos, no debemos desalentarnos. Si David hubiera sido como algunos santos, hubiera dicho: «¡Está bien, ya no serviré más al Señor! ¡Ni siquiera mi esposa lo aprecia!» No; en lugar de eso hallamos en el siguiente capítulo que David planeaba hacer aun más y construir un templo para el Señor. Este es el espíritu apropiado para el cristiano, honrar al Señor sin tener en cuenta los obstáculos que Satanás nos ponga en el camino.

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Dos frases en este capítulo resumen la lección principal: «tu linaje» (v. 12) y «tu trono» (v. 16). Este pacto davídico (dado también en 1 Cr 17) es importante en el programa de Dios, porque en él Dios promete ciertas bendiciones especiales a la nación judía mediante David. En su pacto con Abraham (Gn 15) Dios prometió una simiente, una tierra y una bendición para todas las naciones a través de Israel.
En este pacto Dios revela que el Mesías prometido vendría por medio de la línea de David (Ro 1.3) y gobernaría desde el trono de David sobre el reino mesiánico prometido.

I. UN PROPÓSITO NOBLE (7.1–3)

Los días del exilio y peligro habían terminado, y David disfrutaba del descanso y la bendición en su casa. El rey estaba conversando con el profeta Natán y hablaban sobre las cosas del Señor.
David siempre amó la casa de Dios (Sal 132) y su deseo era edificar una hermosa casa para Él. Dios no se lo iba a permitir (1 Cr 22.8), pero reconoció el amor de David tocante al deseo de su corazón (1 R 8.18). Natán no sabía la voluntad expresa de Dios al respecto, de modo que sólo elogió a David y le animó a que hiciera lo que tenía en su corazón. David y Natán tenían su corazón abierto a la dirección de Dios; y, cuando el Señor hablaba, escuchaban y obedecían. Debemos siempre alentarnos unos a otros en los asuntos espirituales y estimularnos a las buenas obras (Heb 10.24–25).
David era en realidad «hombre conforme al corazón de Dios», porque tenía la Palabra de Dios y la casa de Dios profundamente en su corazón. ¡Ojalá que más personas del pueblo de Dios sean como él!

II. UNA PROMESA MARAVILLOSA (7.4–17)

Natán debe haber estado meditando en la Palabra «en la noche» (Sal 119.55) cuando Dios le habló.
¡Con cuánta frecuencia Dios nos habla cuando es oscuro! Véanse Génesis 15. «Me has visitado de noche» (Sal 17.3). Dios le dio a Natán un mensaje para el rey y este involucraba varios factores importantes.
A. LA GRACIA DE DIOS (VV. 5–10).
¡Cuánta gracia la de Dios al «habitar en una tienda» desde que la nación salió de Egipto! No pidió ningún templo elaborado, como los que albergaban a los dioses de Egipto. No; se «humilló a sí mismo» y moró en el tabernáculo, viajando con su pueblo y yendo delante de ellos para abrirles el camino. Juan 1.14 dice: «Y aquel Verbo [Cristo] fue hecho carne, y habitó [hizo su tabernáculo] entre nosotros».
Otra evidencia de la gracia de Dios fue la manera en que trataba a David. Dios le llamó de los potreros y le puso en el trono. Dios le dio la victoria sobre todos sus enemigos. Dios trajo a Israel al lugar de bendición y no se mudaría de nuevo (v. 10, donde los verbos deben leerse en tiempo pasado: «Yo he fijado lugar»).
B. EL PROPÓSITO DE DIOS (VV. 11–16).
Por favor note que la palabra «casa» tiene un doble significado en este pasaje: (1) una casa material, el templo, v. 13; y (2) una casa humana, la familia de David, vv. 11, 16, 19, 25, 27, 29. Se acostumbra a referirse a la familia real como una «casa», tal como la «Casa de Windsor» en Gran Bretaña. David quería edificar para Dios una casa de piedra, pero Dios iba a edificarle a David una casa real, una familia que reinaría en su trono.
Los términos de este pacto son importantes porque incluyen los propósitos de Dios al enviar a Jesucristo al mundo. Debemos notar primero que una parte de este pacto se cumplió en Salomón, el sucesor de David en el trono; Véanse 1 Crónicas 22.6–16. Dios en efecto puso a Salomón en el trono, a pesar de los perversos complots de otros en la familia, y capacitó a Salomón para que construyera el hermoso templo. Cuando Salomón y sus descendientes pecaron, Dios cumplió su promesa (v. 14) y los castigó; Véanse Salmo 89.20–37. Debe notarse también que hay algunos asuntos en este pacto aplicables sólo a Jesucristo. Dios afirma que el trono sería para siempre (v. 13) y que la casa y el reino de David serían para siempre (v. 16). Pero David no tiene un descendiente sobre su trono hoy. Es más, no hay trono en Jerusalén. ¿Acaso Dios no cumplió sus promesas? Dios afirma en el Salmo 89.33–37 que nunca quebrantaría su pacto con David, aun cuando podría castigar a los hijos de David.
El cumplimiento final de estas promesas se halla en Jesucristo. Lea con cuidado el mensaje del ángel a María en Lucas 1.28–33 y note que Dios le promete a Cristo el trono y el reino de David.
Algunos «espiritualizan» estos versículos y los aplican a la iglesia de hoy; pero si el resto del mensaje del ángel se ha de tomar literalmente, ¿qué derechos tenemos para espiritualizar el trono y el reino? Guiado por el Espíritu Zacarías afirma con claridad que Cristo cumplirá los pactos hechos a los padres (Lc 1.68–75). Estamos convencidos de que Cristo cumplirá este pacto davídico cuando se siente en el trono de David y reine durante el reino milenial (Ap 20.1–6). Es entonces que se cumplirán todas las grandes promesas del reino en los profetas del AT. Los apóstoles, en Hechos 15.13–18, comprendieron que Dios edificaría casa (tabernáculo) a David otra vez después que Dios haya acabado de visitar a los gentiles y llamar pueblo para su nombre (la Iglesia).

III. UNA ORACIÓN HUMILDE (7.18–29)

David recibió el mensaje de Natán y se fue a orar, pidiéndole a Dios que cumpla su Palabra (vv. 28–29). Cuánto más recibiríamos de lecciones y sermones si sólo pasáramos tiempo con Dios después y «oráramos respecto al mensaje».
Dios disfruta dándole a sus hijos «más abundantemente de lo que pedimos o entendemos». David pidió permiso para construir un templo terrenal; ¡Dios respondió prometiéndole un reino eterno! Este tremendo acto de la gracia postró en humildad a David ante el Señor, y en su oración el rey alaba la grandeza del Señor. Se percató de la privilegiada posición de Israel (vv. 22–24). ¡Ojalá que el pueblo de Dios hoy comprendiera cuán grande es Dios y qué grandes cosas ha hecho por los suyos! Sin embargo, la preocupación de David no era que su nombre sea alabado, sino que sea magnificado el nombre del Señor (v. 26; Véanse Flp 1.20–21). «Tú has hablado; ¡ahora cumple tus promesas!», oró David. Como Abraham, David estaba «plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido» (Ro 4.21).
¿Se decepcionó David porque Dios no le permitió construir la casa? Tal vez, sin embargo no era importante que él fuera su constructor, sino que hiciera la voluntad de Dios y que el nombre del Señor fuera glorificado.

9

Este capítulo presenta una conmovedora ilustración de la salvación que tenemos en Cristo. La manera en que trató David a Mefi-boset es sin duda la de «un varón conforme al corazón de Dios».

I. MEFI-BOSET: EL PECADOR PERDIDO

A. NACIÓ EN UNA FAMILIA RECHAZADA.
Como hijo de Jonatán, Mefi-boset era miembro de una familia rechazada. Era hijo de un príncipe, sin embargo vivía dependiendo de otros lejos de Jerusalén. Cada pecador perdido hoy nace en pecado, nace en la familia de Adán y por tanto está bajo condenación (Ro 5.12; Ef 2.1–3).
B. SUFRIÓ UNA CAÍDA Y NO PODÍA CAMINAR.
Mefi-boset era cojo de ambos pies (v. 3, 13) y por tanto no podía caminar. Todas las personas hoy son pecadores debido a la caída de Adán (Ro 5.12) y no pueden caminar como para agradar a Dios. En lugar de andar en obediencia, los pecadores andan «siguiendo la corriente de este mundo» (Ef 2.2). Tal vez traten de andar para agradar a Dios, pero ningún esfuerzo propio ni buenas obras pueden salvarlos.
C. SE PERDÍA LO MEJOR.
Mefi-boset vivía en Lodebar, que significa «no pastos». Esa es una descripción apropiada de este mundo presente: no hay pastos, no hay lugar en donde las almas encuentren satisfacción. Los pecadores están hambrientos y sedientos, pero este mundo y sus placeres no los pueden satisfacer.
D. HUBIERA PERECIDO SIN LA AYUDA DE DAVID.
Nunca hubiéramos oído de Mefi-boset si no fuera por los pasos de gracia que David dio para salvarlo. Su nombre se escribió en la Palabra de Dios porque David extendió su mano y le ayudó.
El pecador perdido está en una situación trágica. Ha caído; no puede andar como para agradar a Dios; está separado de su hogar; está bajo condenación; no puede auxiliarse a sí mismo.

II. DAVID: EL SALVADOR DE GRACIA

A. DAVID DA EL PRIMER PASO.
¡La salvación es del Señor! Él debe dar los primeros pasos, porque el pecador perdido por naturaleza nunca buscará a Dios (Ro 3.10–12). David envió por el pobre Mefi-boset, así como Dios envía a Cristo a esta tierra para «buscar y salvar lo que se había perdido» (Lc 19.10).
B. DAVID ACTUÓ POR AMOR A JONATÁN.
Esto brotó del pacto de amor que David hizo con Jonatán años antes (1 S 20.11–23). David nunca había visto a Mefi-boset, sin embargo le quiso por amor a Jonatán. No somos salvos por nuestro mérito; somos salvos por amor de Cristo. Por Él se nos perdona (Ef 4.32). Somos «aceptos en el Amado» (Ef 1.6). Fue una parte del «pacto eterno» (Heb 13.20–21) que el Padre salvaría por causa de Jesús a todos los que confiaran en el Salvador.
C. FUE UN ACTO DE BONDAD.
En el versículo 3 David lo llama «misericordia de Dios». Cristo muestra su misericordia al salvarnos (Ef 2.7; Tit 3.4–7). El trono de David era un trono de gracia, no de justicia. Mefi-boset no tenía nada que demandarle a David; no tenía ningún caso que presentar. Si hubiera comparecido ante el trono pidiendo justicia, hubiera recibido condenación.
D. DAVID LE LLAMÓ PERSONALMENTE Y ÉL VINO.
David envió a un criado para que le trajera (v. 5), pero el criado hizo más de lo pedido para complacer al rey. Nadie es salvo por un predicador ni un evangelista; todo lo que el siervo puede hacer es guiar al pecador a la presencia de Cristo. Nótese cómo Mefi-boset cayó postrado humildemente ante David, porque sabía su lugar como condenado. Con cuánta ternura David dijo: «Mefi-boset».
E. DAVID LE HIZO UNO DE SU FAMILIA.
Como muchos pecadores hoy, Mefi-boset quería ganarse el perdón (vv. 6, 8), pero David le hizo hijo (v. 11). El hijo pródigo quería también ser un criado, pero nadie puede ganarse la salvación (Lc 15.18–19). «Amados, ahora somos hijos de Dios». Véanse 1 Juan 3.1–2 y Juan 1.11–13.
F. DAVID LE HABLÓ EN PAZ.
«No temas» fueron las palabras de gracia de David al tembloroso tullido; y «no temas» es lo que Cristo le dice a cada pecador que cree. «Ahora, pues, ninguna condenación hay» (Ro 8.1). Mediante la Palabra de Dios ante nosotros y el Espíritu de Dios dentro de nosotros, experimentamos paz.
G. DAVID PROVEYÓ PARA TODAS SUS NECESIDADES.
Mefi-boset no viviría más en el «no pastos»; porque ahora comería diariamente a la mesa del rey.
Todavía más, el siervo Siba y sus hijos serían criados de Mefi-boset. Y David le dio a Mefi-boset toda la herencia que le pertenecía. Así Cristo satisface las necesidades espirituales y materiales de su familia. Él nos ha dado una herencia eterna (Ef 1.11, 18, 1 P 1.4; Col 1.12). Si Él nos diera la herencia que nos corresponde, ¡iríamos al infierno! Pero en su gracia ha escogido que participemos con Él de su herencia, porque somos «coherederos con Cristo» (Ro 8.17).
H. DAVID LE PROTEGIÓ DE JUICIO.
En 2 Samuel 21.1–11 vemos que Dios envió una hambruna a la tierra para castigar a su pueblo.
Cuando David buscó la voluntad de Dios, llegó a ser evidente que la hambruna vino debido a la perversa manera en que Saúl trató a los gabaonitas. En la Biblia no hay constancia de la manera exacta en que Saúl los trató, pero como Israel había hecho un tratado con este pueblo (Jos 9), las acciones de Saúl estuvieron en directa violación a la verdad y fueron un pecado contra Dios. Él esperó muchos años para revelar este pecado y enviar juicio: «Sabe que vuestro pecado os alcanzará». Véanse Éxodo 21.23–25. No nos toca a nosotros en esta edad de gracia juzgar a estas personas por pedir el sacrificio de siete descendientes de Saúl; es suficiente que Dios permitiera que esto ocurriera. Nótese que con toda intención David libró a Mefi-boset (v. 7). Había otro Mefi-boset entre los descendientes de Saúl (v. 8), ¡pero David sabía la diferencia! Hay muchos hoy que profesan ser hijos de Dios y tal vez no siempre podamos encontrar la diferencia; pero cuando venga el día del juicio, Dios revelará quiénes son realmente suyos.
Por supuesto, mientras estudiamos esta ilustración, debemos tener presente que la salvación que tenemos en Cristo suple «mucho más». David rescató a Mefi-boset del peligro físico y suplió sus necesidades físicas, pero Cristo nos ha salvado del infierno eterno y todos los días suple nuestras necesidades físicas y espirituales. No somos hijos de algún rey terrenal; somos los mismos hijos de Dios.
En 2 Samuel 16.1–4 se ilustra esta diferencia. Cuando David huyó de Jerusalén durante la rebelión de su hijo Absalón, Siba el sirviente le salió al encuentro e hizo una acusación contra Mefi-boset.
David la creyó y precipitadamente le dio al siervo toda la tierra de Mefi-boset. Sin embargo, cuando David regresó más tarde a Jerusalén, encontró a Mefi-boset y se enteró de la verdad (2 S 19.24–30).
Siba mintió. Prometió suplir un animal para que Mefi-boset lo usara para escapar con David, pero no cumplió su promesa. Siba calumnió a un hombre inocente y David le creyó al calumniador. Por supuesto, esto nunca puede ocurrir entre el creyente y Jesucristo. «¿Quién acusará a los escogidos de Dios. ¿Quién condenará?» (Ro 8.33–39). Satanás puede acusarnos y calumniarnos, pero Cristo jamás cambiará su amor por nosotros ni sus promesas.
Podemos ver en Mefi-boset la actitud que el creyente debe tener respecto a la «venida del Rey».
¡Este cojo exiliado vivía para el día en que el rey regresara! No pensaba en su comodidad; más bien esperaba y oraba por el regreso de uno que le quería y le había rescatado de la muerte. Tan contento estuvo Mefi-boset al regreso de David que hasta renunció a su tierra.

11–12

La Biblia narra con franqueza los pecados del pueblo de Dios, pero nunca para hacer aceptable el pecado. A diferencia de los tantos llamados «libros fieles a la vida» de hoy, la Biblia indica los hechos y muestra las lecciones, pero no deja nada para que la imaginación se eche a volar. Hay algunas cosas «de las cuales es vergonzoso hablar» (Ef 5.12) y los sucesos en este capítulo deben estudiarse con una mente y corazón dirigidos por el Espíritu, «considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado» (Gl 6.1).
I. DAVID Y BETSABÉ (11. 1–4)
No fue un apasionado adolescente el que se metió a propósito en este pecado, sino un hombre de Dios que había llegado a la edad mediana. Es fácil ver cómo David cayó en este pecado:
(1) se sentía confiado en sí mismo, después de disfrutar victorias y prosperidad;
(2) fue desobediente, quedándose en casa cuando debería haber estado en el campo de batalla;
(3) estaba ocioso, acostado al atardecer;
(4) se dio a la indulgencia, dando libertad a sus deseos cuando debería haber estado Auto-disciplinándose; y:
(5) fue descuidado, permitiendo que sus ojos vagaran y se rindieran a «los deseos de la carne y los deseos de los ojos» (1 Jn 2.16). El soldado cristiano nunca debe descuidar su armadura (Ef 6.10).
Santiago 1.13–15 describe perfectamente el caso de David:
(1) sus deseos fueron activados por la vista y fracasó al no contenerlos;
(2) el deseo concibió el pecado en su imaginación;
(3) su voluntad se rindió y esto le llevó al pecado;
(4) el resultado de sus acciones fue la muerte.
No «vigiló y oró» como ordena Mateo 26.41; ni tampoco trató con decisión a sus «ojos errantes» (Mt 5.29 y 18.9). David podía haber vencido esta tentación (porque no es pecado ser tentado) acudiendo a la Palabra de Dios (Éx 20.14), o al considerar que Betsabé era hija de un hombre y esposa de otro (v. 3). Es más, estaba casada con uno de los soldados más valientes del ejército de David (23.39) y también era nieta de Ahitofel, quien más tarde se reveló contra David y tomó partido del lado de Absalón (23.34 y caps. 16–17).
David tenía ya muchas esposas y Dios le hubiera dado más (12.8). Es en extremo malo que la historia de este hombre piadoso quedó manchada para siempre «por la cuestión de Urías heteo» (1 R 15.5). Por supuesto, debemos admitir que la mujer participó de la culpa, pero David, siendo el rey, de seguro tiene más culpa.

II. DAVID Y URÍAS (11.5–27)

«Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado» advierte Santiago 1.15.
Cuán ciertas son estas palabras en la experiencia de David. En lugar de clamar al Señor y confesar su pecado, el rey envió a llamar al marido y trató de engañarlo para que fuera a su casa. Esto, por supuesto, hubiera cubierto el pecado. ¡Pero Urías era mejor hombre que su rey y rehusó irse a su casa!
Compárese la indulgencia que se dio David en los versículos 1–2 con la disciplina de Urías en el versículo 11. Entonces, cuando este primer plan falló, David trató una nueva artimaña y emborrachó al hombre. Pero incluso bajo la influencia del vino, ¡Urías era más disciplinado que David cuando estaba sobrio!
El pecado seguía creciendo: David decidió que mataran al hombre y luego tomar su mujer. Joab estaba más que dispuesto a cooperar, puesto que esto le daría la oportunidad más tarde de aprovecharse del rey. Urías llevó ese día al campo de batalla su sentencia de muerte. El plan resultó y el bravo soldado murió en la batalla. David «fingió» y esperó hasta que pasara la semana de duelo; luego se casó con la viuda. Algunos en el palacio tal vez elogiaron en su mente a David por consolar a Betsabé, pero el Señor pensaba de otra manera.

III. DAVID Y EL SEÑOR (12)

A. LA CONFESIÓN DE DAVID (VV. 1–14).
Pasó por lo menos un año durante el cual David escondió su pecado. Léase en los Salmos 32 y 51 las descripciones de los sentimientos de David durante ese difícil período. Se debilitó y se enfermó físicamente; perdió su alegría; perdió su testimonio; perdió su poder. Dios le dio a David mucho tiempo para que arreglara las cosas, pero él persistió en esconder su pecado. Si se hubiera acercado al Señor en sincero arrepentimiento, las cosas tal vez hubieran sido diferentes más adelante. Por último, Dios envió a Natán, no con un mensaje de bendición como en el capítulo 7, sino con uno de convicción. ¡Qué fácil es convencerse de los pecados de otros! Pero Natán sin temor le dijo a David: «¡Tú eres aquel hombre!»
Debemos elogiar a David por inclinarse ante la autoridad de la Palabra de Dios y confesar su pecado. Podía haber matado a Natán. (Nótese que David incluso llamó a un hijo Natán, 1 Cr 3.5; Lc 3.31.) Dios estaba listo para perdonar los pecados de David, pero no podía impedir que aquellos pecados den «a luz la muerte» (Stg 1.15). La gracia de Dios perdona, pero el gobierno de Dios debe permitir que los pecadores cosechen lo que siembren. Véanse Salmo 99.8. «¡Debe pagar con cuatro tantos!» David declaró el castigo respecto al hombre en la historia de Natán, así que Dios aceptó su sentencia. La espada nunca se apartó de la casa de David: el niño murió; Absalón mató a Amnón, quien violó a Tamar (cap. 13); luego Joab mató a Absalón (18.9–17); y Benaía mató a Adonías (1 R 2.24– 25). ¡Cuatro tantos! Añada a estas pruebas la horrible ruina de Tamar, el vergonzoso tratamiento que Absalón dio a las esposas de David (12.11; 16.20–23), más la rebelión de Absalón y verá que David pagó caro por unos pocos momentos de placer lujurioso. Sembró lujuria y cosechó lo mismo; sembró homicidios y cosechó homicidios, porque «todo lo que el hombre sembrare, eso también segará» (Gl 6.7).

B. LA CONTRICIÓN DE DAVID (VV. 15–25).

Pronto se movió la mano castigadora de Dios y el niño se enfermó. Natán dijo que moriría (v. 14), pero no obstante David ayunó y oró por la vida del niño. Ni siquiera quería oír a sus siervos, pero al final de la semana, el niño murió. El ayuno y las oraciones de David no alteraron el consejo de Dios.
David cometió un pecado de muerte y no era correcto orar al respecto (1 Jn 5.14–16). Sin embargo, apreciamos la preocupación de David por el niño y su madre, y su fe en la misericordia de Dios.
Apreciamos también su confianza en la Palabra de Dios, porque sabía que el niño había ido al cielo (v. 23). Mientras que detestamos el pecado de David y todo el problema que produjo, le agradecemos a Dios este maravilloso versículo de seguridad a los padres afligidos que han perdido un hijo que ha muerto. (Como Vance Havner dijo: «Cuando uno sabe dónde está algo, no lo ha perdido».) «Donde el pecado abunda, la gracia sobreabunda». Nótese también que es incorrecto orar por los muertos. David dejó de orar por el niño.
C. LAS CONQUISTAS DE DAVID (VV. 26–31).
Este trágico episodio empezó con David mimándose en su casa, pero acaba al ocupar su lugar correcto en el campo de batalla y dirigiendo a la nación a una victoria importante. Es estimulante ver que Dios estaba dispuesto a usar a David de nuevo a pesar de sus pecados. David confesó sus pecados; Dios le perdonó; ahora podía luchar de nuevo por el Señor. Es malo que los creyentes pequen; es también malo que vivan en el pasado y piensen que son inútiles incluso después de confesar sus pecados. A Satanás le encanta encadenar al pueblo de Dios con los recuerdos de los pecados que Dios ya ha perdonado y olvidado. Satanás es el acusador (Ap 12.10; Zac 3), pero Jesús es el Abogado (1 Jn 2.1–2).
Cómo brilla la gracia de Dios en los versículos 24–25, ¡porque Dios escogió a Betsabé para que fuera la madre del próximo rey! «Salomón» significa «Pacífico»; «Jedidías» significa «amado del Señor». Dios convirtió la maldición en una bendición, porque Salomón fue el cumplimiento de la promesa dada a David en 1 Crónicas 22.9.
Este suceso en la vida de David debería ser una advertencia para todos los cristianos a mirar «que no caigan» (1 Co 10.12). En 1 Corintios 10.13 se promete una vía de escape al enfrentar la tentación.
Sin embargo, como en el caso de David, no podemos vencer la tentación si permitimos que nuestros deseos tomen el control. Necesitamos darnos cuenta de los principios del pecado y cuidar de tener limpia nuestra imaginación. El apóstol Pablo nos ordena que «hagamos morir» los miembros del cuerpo que puedan llevarnos a pecar (Col 3; Ro 6). Es necesario que todos los creyentes vigilen y oren y no hagan provisión para la carne (Ro 13.14).

15–19

David continúa cosechando la triste siembra de sus pecados; Véanse 2 Samuel 12.10–12. En tanto que Dios en su gracia perdona cuando confesamos nuestros pecados, no violará su santidad interfiriendo los trágicos resultados de nuestros pecados.

I. LA REBELIÓN DEL PRÍNCIPE (15.1–12)

Lea los capítulos 13–14 para conocer la historia completa. Tamar, la hermosa hermana de Absalón, fue violada por su medio hermano Amnón, quien era el hijo mayor de David (3.2). David cometió adulterio con Betsabé; ¡ahora la violación invadió su casa! Absalón tuvo un propósito doble en mente cuando descubrió lo que Amnón había hecho; quería vengar a Tamar matando a Amnón, pero al mismo tiempo eliminaría al obvio heredero del trono. Parece que David no tenía influencia disciplinaria sobre su familia. En 13.21 leemos de la cólera de David, pero no leemos nada de sus acciones para corregir las cuestiones. Tal vez el recuerdo de sus pecados le contuvieron. Absalón tomó el asunto en sus manos y mató a Amnón; luego huyó a territorio gentil para esconderse de los parientes de su madre (13.37 y Véanse 3.3). En el capítulo 14 Joab intercede por Absalón y engañó a David para que hiciera que su hijo descarriado volviera a casa.
Absalón no desperdició ni un momento para reunir un grupo leal de seguidores. En público criticaba la administración de su padre y en secreto se robaba el corazón del pueblo. (Nótese que los «cuatro años» en 15.7 se traduce «cuarenta años» en otras versiones. Si el número «cuarenta» es el correcto, no sabemos a partir de cuál hecho del pasado narra el escritor.) Después de un tiempo Absalón halló que su movimiento era lo suficiente fuerte como para arriesgarse a una revuelta abierta.
No es extraño que Ahitofel, el consejero de David, se puso al lado de los rebeldes, porque era su nieta Betsabé a quien David había tomado (11.3 con 23.34). Parecía como que Absalón tendría éxito y le arrebataría la corona a su padre.

II. LAS REACCIONES DEL PUEBLO (15.13–16.23)

Mientras que David reinaba en poder, sus enemigos reales no se atrevían a oponérsele, pero la revuelta de Absalón les dio lo que parecía ser una maravillosa oportunidad para resistir al rey y salirse con la suya. Fue un tiempo de cribar lo verdadero de lo falso.
A. LOS AMIGOS DE DAVID (15.13–37).
Salir de Jerusalén fue un movimiento sabio de David, porque no se hubiera necesitado mucha fuerza para apresarlo en su palacio. Note que los gentiles de su ejército, dirigidos por Itai geteo, fueron leales a su rey. Es indudable que estos hombres estuvieron con David durante sus años de exilio. Los dos sacerdotes, Sadoc y Abiatar, también empezaron a seguir a su rey, pero David los envió de nuevo a la ciudad. Esto en sí fue un paso de fe, porque David confiaba en que Dios le daría la victoria y le devolvería el trono. David no cometió la misma falta de los hijos de Elí cuando precipitadamente llevaron el arca a la batalla (1 S 4–5); David envió a los sacerdotes y el arca de regreso a Jerusalén. Por supuesto, los sacerdotes podían espiar a su favor y enviar a sus hijos con la información. Husai también fue enviado de regreso a la ciudad para fingir que era aliado de Absalón; su consejo alteraría el de Ahitofel. Es un cuadro triste ver a David y su pequeño ejército huir de la ciudad y cruzar el arroyo del Cedrón. Nos recuerda a nuestro Señor Jesús cuando fue rechazado en Jerusalén, salió de la ciudad y cruzó el Cedrón para orar en el huerto (Jn 18.1). El «Judas» en la situación de David fue su antiguo amigo Ahitofel; tal vez el Salmo 55.12–15 se escribió en este tiempo. La composición de los Salmos 3 y 4 fue durante esta rebelión y en ellos vemos dónde David tenía puesta su fe.
B. LOS ENEMIGOS DE DAVID (CAP. 16).
Los tiempos de rebelión son tiempos de revelación; usted ve lo que la gente realmente cree y dónde están. Siba le mintió a David respecto a Mefi-boset (Véanse 19.24–30) y David se precipitó a dictar juicio. Simei era pariente de la familia de Saúl y sin ocultarse mostró su odio hacia David. La paciencia de David bajo este juicio fue maravillosa; sabía que el Señor le vengaría en su tiempo apropiado.
Abisai quería cortarle la cabeza al hombre (véanse Lc 9.54 y 1 P 2.23), pero David lo detuvo. David cayó en desgracia no sólo en el desierto, sino también en su palacio. Porque Ahitofel aconsejó a Absalón que tomara para sí las concubinas de su padre y así rompiera abiertamente con su padre. Esto fue un cumplimiento de la profecía de 12.11–12.
Hoy los hombres menosprecian y rechazan a nuestro Señor, así como David lo fue durante la rebelión. Requiere valor de hombres y mujeres permanecer leales al Rey en la actualidad, pero podemos estar seguros de que Dios recompensará tal lealtad cuando Jesús vuelva.

III. EL RECONOCIMIENTO DEL SEÑOR (17–19)

Dios permitió esta rebelión como parte del precio que David tenía que pagar por los pecados que cometió en relación a Urías y Betsabé. Dios también invalidó los sucesos como para purgar el reino de David y separar al leal del desleal. Un día de reconocimiento finalmente llegó. Algunas veces el juicio de Dios cae de súbito, mientras que en otras Él espera y actúa con lentitud.
A. AHITOFEL MUERE (CAP. 17).
No hay duda de que el plan de Ahitofel era el mejor de los dos, pero Dios hizo que Absalón lo rechazara. Note el método sicológico que usó Husai, sugiriendo que Absalón mismo dirigiera la batalla.
Esto apeló a la vanidad del hombre, pero tristemente esta vanidad a la larga sólo le llevó a la muerte.
Cuando Ahitofel vio que se rechazó su consejo, se quitó la vida. Este es otro paralelo con la experiencia de Cristo en el NT, porque Judas fue y se ahorcó.
B. ABSALÓN MUERE (18.1–19.15).
El vanidoso príncipe siguió el consejo de Husai y dirigió a su ejército a los bosques de Efraín. Sin duda no estaba preparado para presentar guerra, pero: «Antes del quebrantamiento es la soberbia; y antes de la caída la altivez de espíritu» (Pr 16.18). La cabeza de Absalón, debido a su larga cabellera (14.25–26), quedó enredada en una rama y no pudo zafarse. (Véanse Job 20.1–7.) Joab desobedeció la orden de David (18.5) y mató al rebelde; luego envió las noticias al rey que, al oírlas, lloró amargamente. David era un «varón conforme al corazón de Dios» y «no halló placer en la muerte del culpable» (Ez 33.11). La aflicción poco común de David, sin embargo, por poco le cuesta el reino.
C. SIMEI ES PERDONADO (19.16–23).
Muchos rebeldes tratan de «cambiar de tonada» cuando el rey regresa. David estaba tratando de reunir su fragmentado reino, de modo que no podía darse el lujo de perder ninguna de las tribus, pero más tarde Salomón le dio a Simei su merecido (1 R 2.36–46).
D. SIBA Y MEFI-BOSET SE RECONCILIAN (19.24–30).
No dice nada de bueno en cuanto a Siba que arribe en compañía de Simei (vv. 16–17). No cabe duda que Siba mintió con respecto a su amo y David trató de emitir un juicio equitativo. Triste como suena, su precipitada decisión anterior hizo difícil arreglar las cosas del todo; pero apreciamos la actitud de David. Vemos en Mefi-boset un buen ejemplo de preocupación por el rey ausente.
E. BARZILAI ES RECOMPENSADO (19.31–43).
Barzilai había salido al encuentro de la compañía de David en la hora de necesidad (17.27–29); y sin duda alguna este acto de bondad le costó algunos amigos, ¡pero fue maravillosamente recompensado cuando el rey regresó! Barzilai no quería dejar su casa y morir lejos de sus seres queridos, de modo que sugirió que le diera la bendición a Quimam (tal vez un hijo o nieto). Jeremías 41.17 nos informa que David le dio a Quimam la tierra cerca de Belén y que su familia vivió allí muchos años.
Todo este episodio del rechazo y regreso de David ilustra las actitudes de la gente de hoy respecto a Cristo. Hay unos pocos leales que están a favor del Rey ausente y existe la mayoría egoísta que prefiere rebelarse. Pero, ¿qué ocurrirá cuando el Rey vuelva? ¿Y qué estamos haciendo nosotros, sus seguidores, para acelerar su venida? (2 P 3.12).

24

Usted querrá leer en 1 Crónicas 21 el relato paralelo de este gran pecado de la vida de David. Aquí hay otro ejemplo de cómo Dios le permite a Satanás obrar para que se cumplan los propósitos del Señor. Véanse Lucas 22.31–34.

I. PECADO (24.1–9)

¿Qué había detrás del deseo de David de realizar un censo nacional? Quizás orgullo: había ganado un buen número de grandes victorias (1 Cr 18–20) y a lo mejor quería solazarse en la gloria del éxito.
Es verdad que no había nada de malo con un censo, puesto que el pueblo se ha contado a menudo durante su historia nacional; pero debemos tener presente que un censo que alaba a los hombres jamás glorificará a Dios.
Otro factor a considerar es Éxodo 30.11–16. En relación al censo estaba la cuestión del «dinero del rescate» o redención, que cada uno debía dar, porque este dinero era un recordatorio de que el pueblo era posesión comprada por Dios. Éxodo 30.12 advierte que Dios enviaría plaga a la nación si el pueblo ignoraba dar el dinero del rescate y esto fue exactamente lo que ocurrió.
Dios le dio a David casi diez meses para cambiar de parecer y evitar la disciplina (v. 8). Dios incluso usó el consejo sabio de Joab para desalentarlo, pero David no quería escuchar. Es muy malo que los hijos de Dios a veces se obstinen en su corazón e insistan en salirse con la suya.
El pecado de David no fue algo apresurado; lo realizó con precisión fría y calculada. ¡Estaba rebelándose contra Dios! Hay una serie interesante de contrastes entre este pecado y su pecado con Betsabé:
(1) este fue un pecado del espíritu (orgullo) en tanto que el otro fue de la carne;
(2) actuó con persistencia deliberada, mientras que su pecado con Betsabé vino como resultado de los repentinos deseos incontenibles de la carne;
(3) este pecado involucró a la nación y setenta mil personas murieron; su otro pecado fue un asunto familiar y cuatro personas murieron.
(4) Sin embargo, en ambos pecados Dios le dio a David tiempo para arrepentirse, pero él esperó demasiado.
Tal vez pensemos que el orgullo y la rebelión contra la Palabra de Dios no son pecados serios, pero en la vida de David produjeron más grande aflicción y tragedia que su adulterio. Debemos evitar los pecados «de la carne y del espíritu» (2 Co 7.1).

II. SUFRIMIENTO (24.10–17)

«La paga del pecado es muerte». Nótese que David quedó convicto en su corazón antes de que cayera el juicio. Fue sincero consigo mismo y con el Señor, pero su convicción y arrepentimiento vinieron demasiado tarde. En 12.13 David dijo: «He pecado», pero aquí dice: «Yo he pecado gravemente». Desde el punto de vista humano contar al pueblo no parecería un pecado mayor que el adulterio o el homicidio; sin embargo, desde el punto de vista de Dios, fue un pecado más grande en su desobediencia y consecuencia.
Cuando Jesús estaba en la tierra, era perdonador con los publicanos y pecadores pero severo con los orgullosos y rebeldes. Los pecados tanto de la carne como del espíritu son malos y una persona no debería participar de ninguno de ellos, pero no nos atrevamos a subestimar los terribles resultados del orgullo y la desobediencia obstinada.
Dios le permitió a David escoger su propia disciplina y su elección mostró la compasión de su corazón. («Siete años de hambruna» en el versículo 13 debe leerse «tres años» para que sea paralelo a los tres meses y tres días de los otros dos castigos.) David escogió caer en manos del Señor misericordioso antes que en las manos de los hombres. A las seis de la mañana el ángel del Señor vino y empezó la plaga entre la gente. A la hora del sacrificio de la tarde (las tres de la tarde) el ángel había matado a setenta mil personas con una plaga. David y los ancianos vieron al ángel juzgando y David de inmediato intercedió por el pueblo. «¿Qué hicieron estas ovejas? Te ruego que tu mano se vuelva contra mí». Sin embargo, debemos recordar que Dios tenía una causa definida contra la nación entera (24.1) y usaba el pecado de David como la oportunidad para juzgar al pueblo. Tal vez Dios castigaba a la nación por su rebelión en contra de David cuando muchos de ellos siguieron a Absalón.
Hay una advertencia práctica aquí para quienes están en lugar de autoridad: mientras más alto el oficio, más grande la influencia para bien o para mal. En Levítico 4 vemos que si el sumo sacerdote pecaba, debía traer un becerro como ofrenda (v. 3), ¡el mismo sacrificio que Dios exigía si la congregación entera pecaba (vv. 13–14)! El pecado de David involucró en esta ocasión a la toda la nación, así como su «pecado de familia» involucró a toda su casa.

III. SACRIFICIO (24.18–25)

Dos factores intervinieron para detener el juicio: la misericordia del Señor (v. 16) y la confesión y sacrificio del pecador (vv. 17). Dios envió a su siervo un mensaje para que construyera un altar en el lugar donde había visto al ángel, la era de Arauna (u Ornán). David y sus ancianos fueron de inmediato al sitio y arreglaron la compra: pagó seiscientos siclos de oro por «el lugar» (el área entera, 1 Cr 21.25) y cincuenta siclos de plata por los bueyes y la era (2 S 24.24). Ornán le hubiera dado gratis todo al rey, pero David no lo aceptó. ¡No le daría al Señor el sacrificio de otro hombre! Un sacrificio barato es el peor de los sacrificios. Este es un buen principio a seguir en nuestro andar cristiano.
David inmediatamente ofreció los bueyes como holocausto de dedicación al Señor y el derramamiento de sangre resolvió la cuestión de los pecados. En 2 Crónicas 3.1 se nos informa que esta misma área llegó a ser el sitio del templo de Salomón. ¡Dios fue capaz de convertir la maldición en bendición! Es interesante notar que Salomón nació de Betsabé, la cual participó con David en el adulterio; y sin embargo Salomón llegó a ser el próximo rey y en realidad construyó el templo en aquel pedazo de tierra asociado con el pecado más grande de David al censar al pueblo. ¡Tal es la obra asombrosa de la gracia de Dios! No debemos «hacer males para que nos vengan bienes» (Ro 3.8), pero podemos descansar en la confianza de que «a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Ro 8.28).
Notemos algunas lecciones prácticas de este capítulo:
A. NUNCA CRECEMOS MÁS ALLÁ DE LA TENTACIÓN.
¡David no era ningún adolescente inexperto cuando cometió este pecado! Si hubiera estado «velando y orando» no hubiera caído con tanta facilidad en la tentación y el pecado.
B. EN SU GRACIA DIOS DA TIEMPO PARA ARREPENTIRSE.
Le dio a David más de nueve meses para arreglar sus pecados y resolver el asunto. «Buscad a Jehová mientras puede ser hallado».
C. LOS PECADOS DEL ESPÍRITU HACEN MUCHO DAÑO.
De seguro, todo pecado es malo y debe evitarse, pero debemos darnos cuenta de que la Biblia condena constantemente el orgullo obstinado. Una vez que David empezó su sendero pecaminoso, fue demasiado orgulloso como para retroceder. Su predecesor, el rey Saúl, cometió el mismo error. Tal vez no seamos culpables de adulterio u homicidio, pero un corazón endurecido y un semblante orgulloso llevarán a males tal vez mayores.
D. NUESTROS PECADOS INVOLUCRAN A OTROS.
Setenta mil personas murieron debido a la desobediencia de David al Señor.
E. LA VERDADERA CONFESIÓN ES COSTOSA.
¿Nos damos cuenta del alto costo de pecar? Una verdadera confesión es mucho más que una oración de prisa y citar 1 Juan 1.9. La verdadera confesión incluye enfrentar sincera y honradamente el pecado y obedecer la Palabra de Dios cueste lo que cueste.
F. DIOS PERDONA Y BENDICE.

Pongámonos en las manos del Señor, ¡porque sus misericordias por nosotros son grandes!