ÉXODO

BOSQUEJO SUGERIDO DE ÉXODO

I. Redención: el poder de Dios (1–17)
A. La esclavitud del pecado (1–4)
B. La obstinación de Faraón (5–11)
C. La salvación de Dios (12–17)
1. La Pascua: Cristo el Cordero inmolado (12–13)
2. El cruce del mar: resurrección (14–15)
3. Maná: Cristo el pan de vida (16)
4. La roca herida: el Espíritu (17.1–7)
5. Amalec: carne versus Espíritu (17.8–16)
II. Justicia: la santidad de Dios (18–24)
A. La nación preparada (18–19)
B. La ley revelada (20–23)
1. Los mandamientos (hacia Dios) (20)
2. Los juicios (hacia el hombre) 21–23)
C. El pacto renovado (24)
III. Restauración: la gracia de Dios (25–40)
A. Descripción del tabernáculo (25–31)
B. Necesidad del tabernáculo: los pecados de Israel (32–34)
C. Construcción del tabernáculo (35–40)
NOTAS PRELIMINARES A ÉXODO
I. NOMBRE
Éxodo (gr., ex hodos, una salida). El acontecimiento que finalizó la estadía de Israel en Egipto. La familia de Jacob (Israel) entró a Egipto voluntariamente durante una época de escasez severa en Canaán. José, que había sido vendido como esclavo por sus hermanos celosos, para ese entonces era visir de Egipto, y se les asignaron tierras apropiadas a sus hermanos israelitas en una sección nordeste de Egipto conocida como Gosén (Génesis 42—46).
Cuando subió una nueva dinastía que no conocía a José (Éxodo 1:8), es decir, que se había olvidado de lo que había hecho por Egipto, los israelitas fueron reducidos al estado de esclavos. Temiendo que pudieran simpatizar con invasores extranjeros, el faraón ordenó la destrucción de los niños varones. Sin embargo, el niño Moisés fue puesto en una arquilla de juncos de la cual fue rescatado por la hija del faraón (Éxodo 2:1-10). Criado en la corte real, Moisés optó por rechazar las posibilidades de avanzar en Egipto para guiar a su pueblo oprimido a la libertad.
Israel no tomó el camino directo por tierras filisteas hasta Canaán (Éxodo 13:17). De haberlo hecho tendría que haber pasado por el muro egipcio (Sur en la Biblia) que protegía las rutas nordestes de Egipto. Este muro estaba vigilado y sólo podía pasarse con gran dificultad. Si cruzaban la frontera con éxito, podían anticipar oposición adicional de parte de los filisteos. La disciplina del desierto era parte de la preparación del pueblo que Dios mandó antes que entrasen en conflicto abierto con enemigos formidables. Dejando a Ramesés (Éxodo 12:37) en el delta oriental, los israelitas viajaron al sudeste a Sucot (Tel el-Mashkutah).
Luego pasaron a Etam a la entrada del desierto donde estuvieron conscientes del liderazgo de Dios en la columna de nube y fuego (Éxodo 13:21, 22). Después de pasar por Pi-hahirot, Israel llegó al mar Rojo, el Yam Suf del texto heb. La intervención directa de Dios (Éxodo 14:21) permitió que Israel cruzara de Egipto a la península del Sinaí. Cuando los ejércitos del faraón intentaron perseguir a los israelitas, fueron destruidos por las aguas que volvieron a su caudal normal.
Relata la historia del pueblo judío desde su estadía en *Egipto hasta el momento cuando recibieron la *ley en el monte Sinaí. Dios escogió a *Moisés para guiar al pueblo y sacarlo de la esclavitud y le dio las leyes que serían el fundamento de la nación. Estas leyes se resumen en los *Diez Mandamientos.
El Libro del Éxodo narra la formación de los hijos de Israel en iglesia y nación. Hasta aquí hemos visto la religión verdadera en la vida doméstica; ahora, empezamos a ver sus efectos en los asuntos de reinos y naciones. Éxodo significa “la salida” siendo el hecho principal aquí registrado la salida de Israel de Egipto y de la esclavitud egipcia.
Señala claramente el cumplimiento de diversas promesas y profecías hechas a Abraham respecto de su simiente y establece proféticamente la situación de la iglesia en el desierto de este mundo hasta su llegada a la Canaán celestial, el reposo eterno.
En griego éxodo significa «salida». (Véanse Heb 11.22, «partir».) Este libro describe la esclavitud de Israel en Egipto y la maravillosa liberación (o «salida») que Dios les dio. Una de las palabras clave en Éxodo es redención, puesto que «redimir» significa «poner en libertad». El libro presenta muchos cuadros de nuestra salvación por medio de Cristo. La palabra éxodo se usa en dos lugares del NT: Lucas 9.31 («partida»), donde el tema es la obra redentora de Cristo en la cruz; y 2 Pedro 1.15, donde «partida» quiere decir «muerte» del creyente. En otras palabras, hay tres experiencias de éxodo en la Biblia: la liberación de Israel de Egipto; la liberación del pecador lograda por Cristo mediante la cruz; y la liberación del creyente de este mundo en la muerte.
II. AUTOR
Éxodo es uno de los primeros cinco libros del Antiguo Testamento: libros que tradicionalmente se dice que escribió Moisés. Sin embargo, algunos eruditos afirman que Éxodo fue compilado por un escritor o editor desconocido que extrajo los datos de muchos y diversos documentos históricos. Hay dos buenas razones por las que Moisés puede aceptarse, sin cuestionar, como el autor divinamente inspirado del libro.
En primer lugar, Éxodo mismo nos habla del trabajo de Moisés como escritor. En Éx 34.27, Dios le manda: «Escribe tú estas palabras». Otro pasaje nos dice que «Moisés escribió todas las palabras de Jehová» en obediencia a su mandato (24.4). Así que es razonable suponer que esos pasajes se refieran a los escritos de Moisés que aparecen en el libro de Éxodo. Moisés estaba bien capacitado para escribir, pues lo educaron en la casa del faraón durante los primeros años de su vida.
Puesto que Moisés escribió Éxodo, este podría fecharse algún tiempo antes de su muerte, alrededor de 1400 a.C. Israel pasó los cuarenta años anteriores a esta fecha vagando por el desierto debido a su infidelidad. Este podría ser el mejor tiempo para escribir el libro.
Algunos han fijado la fecha del éxodo alrededor del 1450 a. de J.C. y otros alrededor del 1290 a. de J.C., según las diversas interpretaciones de los datos bíblicos y extra-bíblicos. Los 600.000 hombres (mayores de 20 años) que participaron del éxodo (Éxodo 12:37) un año más tarde eran 603.550 (Números 1:46).
El período del éxodo fue una de las grandes épocas de milagros bíblicos. Es posible que las nueve primeras plagas hayan estado relacionadas con fenómenos naturales de Egipto pero el momento en que ocurrieron y su intensificación fueron claramente sobrenaturales. La última plaga la muerte de los primogénitos señaló el comienzo del éxodo. Dios abrió el mar Rojo con el recio viento oriental y mantuvo a Israel milagrosamente por un período de 40 años.
No hay razón para dudar que Moisés escribió este libro. Su unidad (Véanse el bosquejo) sugiere que hubo un solo autor y el relato de testigo ocular indica que este estuvo presente en esos sucesos. Cristo afirmó la autoría Mosaica del libro (Jn 7.19; 5.46–47).
III. PROPÓSITO
Génesis es el libro de los comienzos; Éxodo es el de la redención. Narra la liberación de Israel de Egipto y presenta los hechos históricos básicos acerca de los orígenes de la nación hebrea y sus ceremonias religiosas. Estos relatos también son cuadros de Cristo y la redención que Él compró en la cruz. En Éxodo hay muchos tipos y símbolos de Cristo y del creyente, especialmente en los enseres del tabernáculo y en las ceremonias. Éxodo también reporta la promulgación de la ley. Sería imposible entender mucho de la doctrina del NT sin una comprensión de los sucesos y símbolos de Éxodo.
IV. TIPOS
Hay varios tipos básicos en Éxodo:
(1) Egipto es un tipo del sistema del mundo, opuesto al pueblo de Dios y tratando de mantenerlo en esclavitud.
(2) Faraón es un tipo de Satanás, «el dios de este mundo», que exige adoración, desafía a Dios y piensa esclavizar al pueblo de Dios.
(3) Israel es un tipo de la Iglesia: librada de la esclavitud del mundo, guiada en un peregrinaje y protegida por Dios.
(4) Moisés es un tipo de Cristo, el profeta de Dios.
(5) El cruce del Mar Rojo es un cuadro de la resurrección, que libra al creyente del presente mundo malo.
(6) El maná es un cuadro de Cristo el Pan de vida (Jn 6).
(7) La roca golpeada es un tipo del Cristo herido, mediante cuya muerte se da el Espíritu Santo.
(8) Amalec es un cuadro de la carne oponiéndose al creyente en su peregrinaje.
El tipo clave en Éxodo es la Pascua, ilustrando la muerte de Cristo, la aplicación de su sangre para nuestra seguridad y la apropiación de su vida (comiendo el cordero) para nuestra fortaleza diaria.
V. MOISÉS Y CRISTO
Aquí pudiéramos mencionar muchas comparaciones y un contraste principal entre los dos, puesto que Moisés es un maravilloso cuadro de Jesucristo. En sus oficios Moisés fue un profeta (Hch 3.22); sacerdote (Sal 99.6; Heb 7.24); siervo (Sal 105.26; Mt 12.18); pastor (Éx 3.1; Jn 10.11–14); mediador (Éx 33.8–9; 1 Ti 2.5); y libertador (Hch 7.35; 1 Ts 1.10).
En su carácter fue manso (Nm 12.3; Mt 11.29); fiel (Heb 3.12), obediente y poderoso en palabra y hechos (Hch 7.22; Mc 6.2). En su historia Moisés fue hijo en Egipto y estuvo en peligro de muerte (Mt 2.14), pero Dios lo cuidó providencialmente. Decidió sufrir con los judíos antes que reinar en Egipto (Heb 11.24–26; Flp 2.1–11). Moisés fue rechazado por sus hermanos la primera vez, pero recibido la segunda; y, durante su rechazamiento, obtuvo una esposa gentil (ilustrando a Cristo y a la Iglesia).
Moisés condenó a Egipto y Cristo condenó al mundo. Moisés libró al pueblo de Dios mediante la sangre, como Cristo lo hizo en la cruz (Lc 9.31). Moisés guió al pueblo, alimentó al pueblo y llevó sus cargas. El contraste, por supuesto, es que Moisés no llevó a Israel a la tierra prometida; Josué tuvo que hacerlo. «La ley por medio de Moisés fue dada, mas la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Jn 1.17).

1–2

I. LA PERSECUCIÓN DEL PUEBLO DE DIOS (1)

A. UNA NUEVA GENERACIÓN (VV. 1–7).
La esclavitud de Israel en Egipto se predijo en Génesis 15.13–16. La cuarta generación equivaldría a 400 años, ya que Abraham tenía 100 años cuando Isaac nació. Por supuesto, una generación sería muchos menos años hoy. Dios también cumplió la promesa de multiplicar al pueblo (Gn 46.3), ¡y los setenta que salieron con Jacob en un inicio, se convirtieron en más de un millón! Aumentaron a pesar de la persecución y el sufrimiento. Véanse Hechos 7.15–19.
B. UN NUEVO REY (VV. 8–14).
Hechos 7.18 dice que fue «otro rey de una clase diferente» (griego literal). O sea, el nuevo rey venía de un pueblo distinto. La historia nos dice que en esos tiempos los invasores «hicsos» se apoderaron de Egipto. Eran semitas, tal vez de Asiria (Is 52.4). El nuevo rey advirtió a su gente (no los egipcios) que la presencia de tantos judíos era una amenaza para su gobierno; de modo que decidieron tratar enérgicamente a los hijos de Israel.
Puesto que José fue el salvador de Egipto, es improbable que un rey egipcio no lo hubiera conocido, pero este nuevo rey era un extraño. Por supuesto, la esclavitud en Egipto es sólo un cuadro de la esclavitud del pecador a este mundo. Los judíos fueron a Egipto y vivían en lo mejor de la tierra (Gn 47.6), pero este lujo más tarde se convirtió en pruebas y sufrimiento.
Cuán similar a la senda del pecador perdido hoy; el pecado promete placer y libertad, pero produce tristeza y esclavitud.
C. UNA NUEVA ESTRATEGIA (VV. 15–22).
El plan del rey de matar a todos los niños varones hubiera tenido gran éxito de no ser por la intervención de Dios. Él usó a las parteras para confundir al rey, así como más tarde usó el llanto de un bebé para llegar al corazón de la hija de Faraón. Dios usa las cosas débiles de este mundo para derrotar a los poderosos. Por supuesto, la estrategia del rey nació de Satanás, el homicida. Esto no fue sino otro intento de Satanás para destruir a los judíos y evitar que el Mesías naciera. Más tarde Satanás usaría al rey Herodes para tratar de asesinar al niño Jesús. ¿Fue correcto que las mujeres desobedecieran las órdenes del rey? Sí, porque debemos «obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5.29). Cuando las leyes de la tierra son definitivamente contrarias a los mandamientos de Dios, el creyente tiene el derecho y deber de poner primero a Dios. Aunque Dios no aprobó las excusas que las parteras le dieron a Faraón (aun cuando sus palabras pudieran haber sido verdad), las bendijo por su fe. Téngase presente que este mismo gobernante que quería ahogar al pueblo de Dios vio a su ejército ahogarse en el Mar Rojo (Éx 15.4–5). Cosechamos lo que sembramos, aunque la cosecha demore en venir (Ec 8.11).
También vemos en este capítulo el intento de Satanás de esclavizar al pueblo de Dios. El versículo 1 llama a los judíos «los hijos de Israel» e Israel significa «príncipe con Dios» (Gn 32.28): ¡el príncipe del mundo (Satanás) desafiando al príncipe con Dios! ¡Pero el pueblo de Dios no es de este mundo y será libertado de la esclavitud de Satanás!

II. LA PREPARACIÓN DEL PROFETA DE DIOS (2)

Parecería como si Dios no hiciera nada. Los judíos oraban y clamaban auxilio (2.23–25) y se preguntaban dónde estaba la liberación de Dios. Si al menos hubieran recordado la Palabra en Génesis 15, hubieran sabido que tendrían que pasar 400 años. Durante estos años Dios preparaba a su pueblo, pero también esperaba en misericordia y les daba a las naciones malas de Canaán tiempo para arrepentirse (Gn 15.16). Dios nunca anda de prisa; escogió su líder para los hebreos y le preparaba para su monumental tarea. Nótese los medios que Dios usó para preparar a Moisés:
A. UN HOGAR PIADOSO (VV. 1–10).
Léanse Hechos 7.20–28 y Hebreos 11.23. En Éxodo 6.20 vemos que los padres piadosos de Moisés fueron Amram y Jocabed. Que se casaran durante tiempos tan difíciles fue un acto de gran fe y amor, y Dios les recompensó por esto. Puesto que actuaron por fe (Heb 11.23), debieron haber tenido comunicación de Dios acerca del nacimiento de su hijo Moisés.
Él fue un «hijo hermoso» (a los ojos de Dios) y así lo entregaron a Dios por fe. Los padres nunca saben lo que Dios ve en cada niño que nace y es importante que críen a sus hijos en el temor de Dios. Exigió fe verdadera poner al niño en el río, ¡el mismo lugar donde destruían a los niños! Nótese cómo Dios usó el llanto de un niño para conmover a la princesa y cómo logró que la misma madre del niño lo criara. Léase Job 5.13.
B. UNA EDUCACIÓN ESPECIAL (HCH 7.22).
Criado en el palacio como el hijo adoptivo de la princesa, Moisés fue educado en las grandes escuelas egipcias. Incluso hoy los eruditos se maravillan del conocimiento de los egipcios y sin duda Moisés se destacó a la cabeza de su clase. No hay nada de malo con la educación. Sin duda Moisés usó esta preparación. Pero no sustituía la sabiduría de Dios que vino mediante el sufrimiento, las pruebas y su andar personal con Dios.
C. UN GRAN FRACASO (VV. 11.15; HEB 11.24–26).
Moisés tenía cuarenta años cuando tomó su gran decisión de dejar el palacio y convertirse en el libertador de Israel. Le admiramos por su amor por el pueblo y por su valor, pero debemos confesar que se adelantó al Señor en la manera en que actuó. El versículo 12 indica que andaba por vista, no por fe, porque «miró a todas partes» antes de matar al egipcio que golpeaba al hebreo. Como Pedro en el huerto del Getsemaní, Moisés dependió de la espada en su mano y de la energía de su brazo. Más tarde cambiaría esa espada por una vara y el poder sería el de la mano de Dios, no el suyo (Véanse 6.1).
Enterró el cuerpo, pero esto no demostraba que no se había visto la obra. Al siguiente día encontró a dos judíos peleando y trató de ayudarlos, tan solo para descubrir que amigos y enemigos por igual sabían que había matado a un hombre. (Nótese: Quizás el texto en Hechos 7.24 indique que Moisés mató al hombre en defensa propia, pero incluso si lo hizo así, era un criminal a los ojos de los egipcios.) Su único recurso fue huir de la tierra.
Aunque podemos criticar a Moisés por sus obras erradas, debemos admirar su valor y convicciones.
Como dijo el Dr. Vance Havner (comentando sobre Hebreos 11.24–26): «¡Moisés vio lo invisible, escogió lo imperecedero e hizo lo imposible!» La fe tiene sus negativas, pero estas llevan a recompensas. Desafortunadamente Moisés era demasiado precipitado en sus acciones y Dios tuvo que echarlo a un lado para que recibiera más preparación. Las armas de nuestra batalla no son carnales, sino espirituales (2 Co 10.3–6).
D. UNA LARGA DILACIÓN (VV. 16–25).
La vida de Moisés se divide en tres períodos iguales: cuarenta años como príncipe en Egipto; cuarenta años como pastor en Madián; y cuarenta años como líder de Israel. Al inicio de este segundo período Moisés ayudó a las mujeres que trataban de abrevar a sus ganados, y su bondad lo condujo a su encuentro con Jetro y a su matrimonio con la hija de este, Séfora. Nótese que las mujeres identificaron a Moisés como «un egipcio». Esto sugiere que parecía más un egipcio que un judío. Moisés pasó cuarenta años como fiel siervo en Madián y aquí Dios lo preparó para las difíciles tareas que le avecinaban. Rechazado por su nación, tomó una esposa gentil y de este modo es un cuadro de Cristo que hoy está adquiriendo una Esposa para sí de las naciones. «Gersón» significa «extranjero» y sugiere que Moisés sabía que su lugar verdadero estaba con el pueblo de Israel allá en Egipto.
Parecería que Dios no hacía nada, sin embargo, Él oyó los gemidos de su pueblo y esperaba el tiempo preciso para actuar. Siempre que Dios obra, escoge al trabajador preciso, usa el plan apropiado y actúa en el tiempo correcto. Moisés cuidaba unas pocas ovejas; pronto pastorearía una nación entera.
El cayado del pastor se cambiaría por la vara del poder y Dios lo usaría para crear una nación poderosa.
Debido a que fue fiel para hacer el trabajo humilde de pastor, Dios lo usó para lograr tareas grandes como libertador, legislador y líder.

3–4

Un nuevo día amaneció y todo cambiaría para Moisés. Cuando esa mañana salió con sus ovejas, no tenía idea de que se encontraría con Dios. Vale la pena estar listo, porque nunca sabemos lo que Dios tiene planeado para nosotros.

I. DIOS SE APARECE A MOISÉS (3.1–6)

La zarza ardiendo tiene una significación triple. Fue un cuadro de Dios (Dt 33.16), porque reveló su gloria y poder, sin embargo, no se consumió. Moisés necesitaba que se le recordara la gloria y el poder de Dios, porque estaba a punto de acometer una tarea imposible. Segundo, la zarza simbolizaba a Israel atravesando el fuego de la aflicción, pero no se consumía. ¡Cuántas veces naciones han tratado de exterminar a los judíos y han fallado! Por último, la zarza ilustraba a Moisés, un pastor humilde, ¡que con la ayuda de Dios sería un fuego que no se podría apagar! Nótese que Moisés fue llevado al lugar donde se inclinó ante Dios y le adoró con asombro, porque este es el verdadero comienzo del servicio cristiano. Los siervos que saben cómo quitarse los zapatos en humildad, Dios los puede usar para andar en poder. Más tarde vemos que antes de que Dios llamara a Isaías, reveló su gloria (Is 6). El recuerdo de la zarza ardiendo debe haber animado a Moisés durante más de una milla trabajosa en el desierto.

II. DIOS DESIGNA A MOISÉS (3.7–10)

«He visto, he oído su clamor, sé, he descendido». ¡Qué mensaje de gracia! Moisés a menudo se preguntaba acerca de la condición de su querido pueblo y ahora se le muestra que Dios siempre los había vigilado. Podemos fácilmente aplicar estos versículos a la situación cuando Cristo nació: fue un tiempo de esclavitud, prueba y aflicción, sin embargo, Dios descendió en la Persona de su Hijo para librar a los hombres del pecado. Dios tiene un plan definido para sacarlos y llevarlos a la tierra prometida. Lo que Él empieza, lo termina.
Moisés se regocijó al oír que Dios estaba a punto de libertar a Israel, ¡pero entonces oyó las nuevas de que él era el libertador! «Te enviaré». Dios usa instrumentos humanos para realizar su obra en la tierra. Pasaron ochenta años de preparación para Moisés; ahora era tiempo de actuar. Desafortunadamente Moisés no contestó: «Heme aquí, envíame a mí» (Is 6.8).

III. DIOS RESPONDE A MOISÉS (3.11–4.17)

Moisés no estuvo de acuerdo de inmediato con el plan de Dios de enviarlo. ¿No era un fracaso? ¿No tenía familia? ¿No era demasiado viejo? Tal vez estos y otros argumentos pasaron por su mente, pero expresó por lo menos cuatro objeciones ese día mientras discutía con Dios respecto a la voluntad de Dios para su vida.
A. «QUIÉN SOY YO?» (3.11–12).
Admiramos a Moisés por su humildad, ¡porque cuarenta años antes le hubiera dicho a Dios quién era! Era «poderoso en palabras y obras» (Hch 7.22). Pero años de comunión y disciplina en el desierto lo habían hecho humilde. Una persona actuando en la carne es impulsiva y no ve obstáculos, pero una humilde caminando en el Espíritu sabe de las batallas que se le avecinan. La respuesta de Dios fue para darle seguridad: «¡Yo estaré contigo!» Esta promesa lo sostuvo cuarenta años, como a Josué años más tarde (Jos 1.5). No es importante quiénes somos; lo que importa es que Dios está con nosotros, porque sin Él no podemos hacer nada (Jn 15.5).
B. «¿QUIÉN ME ENVÍA?» (3.13–22).
Esta no fue una pregunta evasiva, porque los judíos querían seguridad de que el Señor le había enviado en su misión. Dios reveló su nombre, Jehová: «YO SOY EL QUE SOY», o «¡Yo fui, Yo soy y siempre seré!» Nuestro Señor Jesús realzó este nombre en el Evangelio de Juan donde hallamos las siete grandiosas declaraciones: «Yo soy» (Jn 6.35; 8.12; 10.9, 11; 11.25; 14.6; y 15.1–5). Si Dios es «YO SOY», siempre es el mismo y sus propósitos se cumplirán. Dios le prometió a Moisés que Él velaría para que la obra se hiciera, a pesar de la oposición de Faraón.
C. «NO ME CREERÁN» (4.1–9).
Pero Dios acababa de decir que le creerían (3.18), de modo que esta afirmación no fue nada más que pura incredulidad. Dios le dio a Moisés dos milagros: la vara convertida en serpiente y la mano cubierta de lepra. Estas serían sus credenciales ante el pueblo. Dios toma lo que tenemos en nuestras manos y lo usa, si sólo confiamos en Él. La vara en sí no era nada, pero en las manos de Dios se convirtió en poder.
La mano de Moisés mató un hombre, pero en el segundo milagro Dios le mostró que podía curar la debilidad de la carne y usar a Moisés para su gloria. La mano de Moisés no era nada, ¡pero en la de Dios haría maravillas! Entonces Dios añadió una tercera señal: convertir el agua en sangre. Estas señales convencieron al pueblo (4.29–31), pero los egipcios impíos sólo pudieron imitarla (7.10–25).
D. «SOY INEPTO» (4.10–17).
Dios dijo: «YO SOY», y todo lo que Moisés pudo decir fue: «No soy». Se miraba a sí mismo y a sus fracasos en lugar de mirar a Dios y a su poder. En este caso Moisés argumentó que no era un orador dotado. Pero el mismo Dios que hizo la boca podía usarla. Dios no necesita elocuencia u oratoria; sólo necesita un vaso limpio que pueda llenar con su mensaje. «Envía a cualquiera, menos a mí», es el clamor de Moisés en el versículo 13. Esta actitud de incredulidad enfureció a Dios, pero le dio a Aarón para que fuera su ayudante.
Desafortunadamente, más de una vez, Aarón resultó ser más un obstáculo que una ayuda. Llevó a la nación a la idolatría (32.15–28) y murmuró contra Moisés (Nm 12). ¡Qué trágico que Moisés estaba dispuesto a confiar en un débil hombre de carne en lugar de en el Dios viviente de los cielos. El versículo 14 nos enseña que Dios obra «en ambos extremos de la línea» cuando mueve a su pueblo. Unió a los dos hermanos para que le sirvieran.

IV. DIOS LE DA SEGURIDAD A MOISÉS (4.18–31)

Moisés tenía la Palabra de Dios, las señales milagrosas y la ayuda de su hermano Aarón; sin embargo, estos versículos dejan en claro que todavía no estaba listo para andar por fe. No le dijo a su suegro la verdad respecto a su viaje a Egipto, porque Dios le había dicho que sus hermanos vivían todavía. Valoramos que Moisés se preocupó de sus tareas terrenales de una manera fiel antes de salir, pero no mucho de su testimonio para Jetro. Nótese cómo Dios le da seguridad al partir hacia su nueva vida de servicio:
A. SU PALABRA (VV. 19–23).
Los que querían matar a Moisés ya habían muerto y Dios quería que Moisés confiara en Él y no tuviera miedo. Qué paciente es Dios con los suyos. Cuán estimulantes son sus promesas.
B. SU DISCIPLINA (VV. 24–26).
La circuncisión fue una parte importante de la fe judía, sin embargo, Moisés se descuidó en traer a su hijo al pacto (Gn 17). Dios tuvo que disciplinar a Moisés (tal vez mediante enfermedad) para recordarle su obligación. ¿Cómo podía guiar a Israel si fallaba en cuanto a guiar a su familia en las cosas espirituales? Más tarde Moisés envía a su familia de regreso a Madián (Véanse 18.2).
C. SU DIRECCIÓN (VV. 27–28).
Dios le prometió que Aarón le saldría al encuentro (v. 14) y ahora cumple su promesa. En tanto que Moisés y Aarón tenían sus debilidades y cada uno le falló a Dios y se fallaron mutuamente más de una vez, fue una gran ayuda para Moisés tener a su hermano a su lado. Se encontraron en «el monte de Dios» donde Moisés vio la zarza ardiente (3.1).
D. LA ACEPTACIÓN DEL PUEBLO (VV. 29–31).
Esto también fue cumplimiento de la Palabra de Dios (3.18). Triste como parece, estos mismos judíos que recibieron a Moisés e inclinaron sus cabezas ante Dios, más tarde le aborrecieron y criticaron debido al aumento de sus trabajos (5.19–23). Es sabio no fijar nuestras esperanzas en las reacciones de las personas, porque estas con frecuencia no cumplen sus compromisos.

5–10

I. EL MANDAMIENTO

Siete veces en estos capítulos Dios le dice a Faraón: «Deja ir a mi pueblo». (Véanse 5.1; 7.16; 8.1, 20; 9.1, 13; 10.3.) Este mandamiento revela que Israel estaba en esclavitud, pero que Dios quería su libertad para que pudieran servirle. Esta es la condición de todo pecador perdido: esclavo del mundo, de la carne y del diablo (Ef 2.1–3). «¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz?», fue la respuesta de Faraón a la orden de Dios (5.2).
El mundo no respeta la Palabra de Dios; para la gente son «palabras mentirosas» (5.9). Moisés y Aarón presentaron a Faraón el mandamiento de Dios, ¡y el resultado fue más esclavitud para Israel! El pecador o bien se somete a la Palabra de Dios, o la resiste y se endurece (véanse 3.18–22 y 4.21–23).
En cierto sentido Dios endureció el corazón de Faraón al presentarle sus demandas, pero él mismo endureció su corazón al resistirse a las exigencias de Dios. El mismo sol que derrite el hielo también endurece el barro.
Desafortunadamente, el pueblo de Israel miró a Faraón por ayuda antes que al Señor que prometió librarlos (5.15–19). No asombra que los judíos no pudieron estar de acuerdo con Moisés (5.20–23) y le acusaron en lugar de estimularlo. Los creyentes que están fuera de la comunión con Dios traerán dolor a sus líderes en vez de ayuda. Sin duda Moisés se desanimó, pero hizo lo que siempre es lo mejor: llevó su problema al Señor.
Dios lo estimuló en el capítulo 6, al recordarle su nombre (6.1–3), su pacto (6.4), su interés personal (6.5) y sus promesas fieles (6.6–8). Los «YO SOY» y «HARÉ» de Dios son suficientes para vencer al enemigo». Los propósitos de Dios al permitir que Faraón oprimiera a Israel eran que el mundo conociera su poder y su gloria (6.7; 7.5, 17; 8.10, 22; Véanse Ro 9.17).
El escenario está listo: Faraón rehusó la orden de Dios y ahora Dios enviaría sus juicios sobre Egipto. Cumpliría su promesa de Génesis 12.3 de juzgar a las naciones que persiguieran a los judíos.
Revelaría su poder (9.16), su ira (Sal 78.43–51) y su grandeza, mostrando que los dioses de Egipto eran falsos y que sólo Jehová es el verdadero Dios (12.12; Nm 33.4).

II. EL CONFLICTO

Las diez plagas de Egipto lograron varias cosas:
(1) fueron señales para Israel, asegurándoles del poder y cuidado de Dios, 7.3;
(2) fueron plagas de juicio sobre Egipto, castigando al pueblo por perseguir a Israel y revelando la vanidad de sus dioses, 9.14; y:
(3) fueron profecías de los juicios venideros, según se revela en el libro de Apocalipsis.
Nótese la secuencia de las plagas. Caen en tres grupos de tres cada una, con la décima plaga (la muerte del primogénito) al final:
1. Agua en sangre, 7.14–25 (se advierte, 7.16)
2. Ranas, 8.1–15 (se advierte, 8.1)
3. Piojos, 8.16–19 (no se advierte y los magos no pueden hacerla, 8.18–19)
4. Moscas, 8.20–24 (se advierte, 8.20)
5. Plaga en el ganado, 9.1–7 (se advierte, 9.1)
6. Úlceras en la gente, 9.8–12 (no se advierte, afecta también a los magos, 9.11)
7. Granizo, fuego, 9.13–35 (se advierte, 9.13)
8. Langostas, 10.1–20 (se advierte, 10.3)
9. Densas tinieblas, 10.21–23 (no se advierte, Faraón rehúsa volver a ver a Moisés, 10.27–29)
10. La muerte de los primogénitos, 11–12 (el juicio final).
Las plagas fueron en realidad una «declaración de guerra» contra los dioses de Egipto (Véanse 12.12). Al río Nilo se le adoraba como dios puesto que era su fuente de vida (Dt 11.10–12), y cuando Moisés convirtió el agua en sangre Dios mostró su poder sobre el río. A la diosa Hect se la pintaba como una rana, el símbolo egipcio de la resurrección. ¡La plaga de las ranas sin duda volvió a la gente en contra de Hect! Los piojos y las moscas contaminaron a la gente, un terrible golpe, porque los egipcios no podían adorar a sus dioses a menos que estuvieran inmaculadamente limpios. La plaga atacó al ganado que era sagrado para los egipcios; Jator era la «diosa-vaca» y Apis era el buey sagrado.
Los dioses que controlaban la salud y la seguridad fueron atacados en las plagas de las úlceras, el granizo y la langosta. La plaga de la oscuridad fue la más seria, puesto que Egipto adoraba a Ra el dios del sol, el principal de los dioses. Cuando el sol no desapareció tres días, quería decir que Jehová había conquistado a Ra. La plaga final (la muerte de los primogénitos) conquistó a Mesquemit, la diosa del nacimiento y a Jator, su compañera, se suponía que ambas debían vigilar al primogénito. ¡Todas estas plagas dejaron en claro que Jehová era el verdadero Dios!
Podemos trazar estas mismas plagas en el libro de Apocalipsis, cuando Dios describe su conflicto final con el dios de este mundo, Satanás: agua en sangre (Ap 8.8; 16.4–6); ranas (16.13); enfermedad y aflicciones (16.2); granizo y fuego (8.7); langostas (9.1); y tinieblas (16.10).
Los magos egipcios pudieron imitar algunos de los milagros de Moisés: convertir la vara en serpiente (7.8–13), el agua en sangre (7.19–25) y producir ranas (8.5–7). Pero no pudieron convertir el polvo en piojos (8.16–19). En 2 Timoteo 3.8–9 se nos advierte que en los postreros días maestros se opondrán a Dios al imitar sus milagros. Véanse 2 Tesalonicenses 2.9–10. Satanás es un falsificador que engaña al mundo perdido al imitar lo que Dios hace (2 Co 11.1–4, 13–15).

III. LOS COMPROMISOS

Faraón es un tipo de Satanás: era el dios de Egipto; tenía poder supremo (excepto en donde Dios lo limitó); era un mentiroso; homicida; tenía a la gente esclavizada; aborrecía la Palabra y al pueblo de Dios. Faraón no quiso dejar en libertad a los judíos, de modo que ofreció sutiles componendas:
A. ADOREN A DIOS EN LA TIERRA (8.25–27).
Dios exige completa separación del mundo; la amistad con el mundo es enemistad con Dios (Stg 4.4). Puesto que los egipcios adoraban vacas, podían ofenderse si veían a los judíos sacrificando su ganado a Jehová. El creyente debe «salir y separarse» (2 Co 6.17).
B. NO VAYAN MUY LEJOS (8.28).
«¡No sean fanáticos!», dice el mundo. «Está bien tener religión, pero no lo tome tan en serio». Aquí tenemos la tentación de ser «creyentes fronterizos», tratando de estar cerca del mundo y de Dios al mismo tiempo.
C. SÓLO LOS HOMBRES DEBEN IR (10.7–11).
Esto quería decir dejar a las esposas y a los hijos en el mundo. La fe involucra a toda la familia, no sólo a los hombres. Es el privilegio del esposo y padre guiar a la familia a las bendiciones del Señor.
D. DEJEN SUS POSESIONES EN EGIPTO (10.24–26).
A Satanás le encanta apoderarse de nuestra riqueza material para que no podamos usarla para el Señor. Todo lo que tenemos le pertenece a Cristo. Y Jesús nos dice: «Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Mt 6.21). Qué tragedia es robarle a Dios al dejar los «rebaños y ganado» para que Satanás los use (Mal 3.8–10).
Moisés rehusó cada una de estas componendas porque no podía hacer compromisos con Satanás en el mundo y a la vez agradar a Dios. Podemos pensar que hemos ganado una victoria al apaciguar al mundo, pero nos equivocamos. Dios exige obediencia total, completa separación. Esto se efectuaría mediante la sangre del cordero y al cruzar el Mar Rojo, cuadros de la muerte de Cristo en la cruz y nuestra resurrección con Él, librándonos de «este presente mundo malo» (Gl 1.4).

11–13

La clave de esta sección es el cordero. La Pascua marca el nacimiento de la nación de Israel y su liberación de la esclavitud. Este gran suceso también ilustra a Cristo y su obra en la cruz (Jn 1.29; 1 Co 5.7–8; 1 P 1.18–20).

I. SE NECESITABA UN CORDERO (11)

«¡Una plaga más!» La paciencia de Dios se agotó y su juicio final, la muerte de los primogénitos, era inminente. Nótese que la muerte vendría a todos (11.5–6; 12.12–13), a menos que estuvieran protegidos por la sangre del cordero. «Todos hemos pecado» (Ro 3.23) y «la paga del pecado es muerte» (Ro 6.23). Dios especifica que el «primogénito» morirá y esto habla del rechazo de Dios a nuestro primer nacimiento. Todas las personas son «primogénitos» que no han «nacido otra vez». «Lo que es nacido de la carne, carne es, os es necesario nacer de nuevo» (Jn 3.6–7). La gente no puede auto-salvarse de la pena de muerte; necesitan a Cristo, el Cordero de Dios.
Durante años los judíos fueron esclavos de los egipcios, sin paga, de modo que ahora Dios les permite pedirles (no «prestar») su justa paga. Véanse la promesa de Dios en Génesis 15.14 y Éxodo 3.21 y 12.35.
Desde el punto de vista humano no había diferencia entre el primogénito de Egipto y el de Israel.
La diferencia fue la aplicación de la sangre (v. 7). Todos son pecadores, pero los que han confiado en Cristo están «bajo la sangre» y son salvos. ¡Esta es la más importante diferencia con el mundo!

II. EL CORDERO ESCOGIDO (12.1–5)

Los judíos tenían un calendario civil y religioso, y la Pascua marca el principio de su año religioso.
La muerte del cordero provoca un nuevo comienzo, así como la muerte de Cristo lo hace para el pecador que cree.
A. ESCOGIDO ANTES DE SER SACRIFICADO.
Seleccionado en el décimo día e inmolado «entre las dos tardes» del día catorce y quince, el cordero se separaba para la muerte. Así Cristo fue el Cordero ordenado antes de la fundación del mundo (1 P 1.20).
B. SIN MANCHA.
El cordero debía ser macho y sin mancha, un cuadro del perfecto Cordero de Dios en quien no hay mancha ni arruga (1 P 1.19).
C. PROBADO.
Desde el décimo hasta el día catorce la gente vigilaba a los corderos para asegurarse de que eran satisfactorios; similarmente, Cristo fue probado y observado durante su ministerio terrenal, en especial durante la última semana antes de ser crucificado. Nótese el progreso: «un cordero» (v. 3), «el cordero» (v. 4), «vuestro cordero» (v. 5). Esto es paralelo a «un Salvador» (Lc 2.11); «el Salvador» (Jn 4.42) y «mi Salvador» (Lc 1.47). No es suficiente llamar a Cristo «un Salvador» (uno entre muchos), o «el Salvador» (para alguien más). Cada uno de nosotros debe poder decir: «¡Él es mí Salvador!»

III. EL CORDERO INMOLADO (12.6–7)

Un cordero vivo era una cosa hermosa, ¡pero no podía salvar! No somos salvos por el ejemplo de Cristo o su vida; somos salvos por su muerte. Léanse Hebreos 9.22 y Levítico 17.11 para ver la importancia del derramamiento de la sangre de Cristo. Por supuesto, matar a un cordero parecería necedad a los sabios egipcios, pero era la manera de Dios para salvación (1 Co 1.18–23).
La sangre del cordero debía untarse a la puerta de la casa (12.21–28). La palabra «lebrillo» en 12.22 puede significar «umbral», de modo que la sangre del cordero quedaba en el lugar hueco del umbral.
La sangre entonces se aplicó al dintel sobre la puerta y en los postes laterales. Cualquiera que entraba o salía de la casa pasaba por la sangre (Véanse Heb 10.29). Cristo fue sacrificado en el día catorce del mes, justo a tiempo cuando los corderos pascuales se estaban ofreciendo. Nótese que Dios le dice a Israel: matándolo (al cordero), no matándolos (a los corderos); porque para Dios no hay sino un Cordero: Jesucristo. Isaac preguntó: «¿Dónde está el cordero?» (Gn 22.7) y Juan el Bautista contestó en Juan 1.29: «He aquí el Cordero de Dios». Los cielos dicen: «El Cordero, es digno» (Ap 5.12).

IV. SE COME EL CORDERO (12.8–20,43–51)

A menudo descuidamos esta importante parte de la Pascua, la Fiesta de los Panes sin Levadura. La levadura en la Biblia es un cuadro del pecado: trabaja en silencio; corrompe e hincha; y sólo se quita con fuego. Los judíos tenían que quitar toda levadura de sus casas en la temporada de la Pascua y durante siete días no se les permitía comer pan leudado. Pablo aplica esto a los cristianos en 1 Corintios 5; lea el capítulo con cuidado.
La sangre del cordero fue suficiente para salvar de la muerte, pero la gente tenía que comer del cordero para recibir fuerza para su viaje y peregrinaje. La salvación es apenas el comienzo. Debemos alimentarnos en Cristo si hemos de tener fuerza para seguirle. Los cristianos son peregrinos (v. 11), siempre listos para las órdenes del Señor de avanzar. El cordero debía cocerse al fuego, lo cual habla de los sufrimientos de Cristo en la cruz. Nada debía dejarse para más tarde; ninguna «sobra» puede satisfacer al creyente, porque necesitamos un Cristo entero. Necesitamos una obra completa en la cruz.
Incluso más, las sobras pueden dañarse y esto arruinaría el tipo; porque Cristo no vio corrupción (Sal 16.10). Es triste, pero demasiadas personas reciben el Cordero como salvación de la muerte, pero no se alimentan todos los días del Cordero.
Los versículos 43–51 nos dan instrucciones adicionales respecto a la fiesta. Ningún extranjero debía participar, ni tampoco el asalariado ni el incircunciso. Estas regulaciones nos recuerdan que la salvación es un nacimiento en la familia de Dios; no hay extranjeros allí. Es por gracia; nadie puede ganársela. Y es mediante la cruz; porque la circuncisión apunta a nuestra verdadera circuncisión en Cristo (Col 2.11–12). La fiesta no debía comerse fuera de la casa (v. 46), porque no podía separarse de la sangre derramada. Los modernistas que quieren «alimentarse en Cristo» fuera de su sangre derramada se engañan a sí mismos.

V. LA CONFIANZA EN EL CORDERO (12.21–42)

¡Exigió fe ser librado aquella noche! Los egipcios pensaron que todas esas cosas eran necedad, pero la Palabra de Dios había hablado y eso fue suficiente para Moisés y su pueblo. Por favor, tenga presente que la gente se salvó por la sangre y recibió seguridad de la Palabra (v. 12). Sin duda muchos judíos que estaban seguros bajo la sangre, no «se sentían seguros», así como tenemos hoy santos que dudan de la Palabra de Dios y se preocupan por perder su salvación. Dios hizo exactamente lo que dijo.
Y los egipcios urgían a los judíos a que salieran de la tierra, así como Dios dijo que sucedería (11.1–3). Dios no se atrasó ni un solo día. Cumplió su palabra.

VI. EL CORDERO HONRADO (13)

El cordero murió por el primogénito; ahora el primogénito le pertenecía a Dios. Los judíos eran «pueblo adquirido» así como nosotros somos el pueblo adquirido por Dios (1 Co 6.18–20). La nación honraría siempre al Cordero al darle al Señor su primogénito, lo mejor. Se le darían manos, ojos y boca para su servicio (v. 9).
Dios condujo a su pueblo, no por el camino más corto, sino por el que era mejor para ellos (vv. 17–18), así como lo hace hoy. La columna era de nube durante el día y de fuego por la noche. Dios siempre aclara su voluntad a los que están dispuestos a seguirla (Jn 7.17). Nos salva, nos alimenta, nos guía, nos protege y, sin embargo, ¡hacemos tan poco por Él! José sabía lo que creía y dónde pertenecía. Su tumba en Egipto era un recordatorio para los judíos de que un día Dios los libraría. Respecto a los huesos de José véanse Génesis 50.24–26, Josué 24.32 y Hebreos 11.22.

14–15

La Pascua ilustra la salvación del cristiano mediante la sangre del Cordero, pero hay más en la vida cristiana que ser salvo del juicio. Las experiencias de Israel en su viaje desde Egipto a Canaán son cuadros de las batallas y bendiciones de la vida cristiana. Dios quería a Israel en Canaán y esta es un cuadro de la vida cristiana victoriosa, la vida de pedir nuestra herencia en Cristo (Ef 1.3). Es triste, pero demasiados cristianos (como los judíos de antaño) son librados de Egipto, ¡pero se pierden en el desierto de la incredulidad! Sí, son salvos por la sangre, pero no demandan su rica herencia espiritual por fe (Heb 3–5). Vemos en estos dos capítulos cuatro experiencias diferentes del pueblo de Dios en su peregrinaje.

I. ISRAEL CLAMA EN TEMOR (14.1–12)

Dios específicamente dirigió a Israel al lugar donde acamparon cerca del Mar Rojo y le dijo a Moisés que los egipcios los perseguirían. Asimismo, Dios nos explicó la vida cristiana en su Palabra, de modo que sepamos qué esperar. A Satanás no le agrada que los pecadores sean libres de sus garras y persigue al cristiano tratando de traerlo de nuevo a su esclavitud. ¡Los nuevos cristianos deben ser advertidos en particular que su adversario vendrá! Triste como suena, los judíos andaban por vista, no por fe; porque cuando vieron al ejército egipcio que se acercaba, desmayaron en desesperación y clamaron en temor.
El temor y la fe no pueden morar en el mismo corazón; si confiamos en Dios no tenemos por qué temer. Como ocurre a menudo, los hijos de Israel criticaron a su líder espiritual en vez de orar y procurar animarse mutuamente. En realidad se quejaban de Dios, porque Moisés los había guiado al lugar que Dios había designado. En lugar de mirar a Dios por fe, miraron de vuelta a Egipto y dijeron: «¡Nos iba mejor siendo esclavos de Faraón!» ¡Que memoria tan pobre tenían! Dios azotó a Egipto con juicios y libró a Israel con gran poder, sin embargo, no creyeron que podía librarlos ahora. Sin duda la «grande multitud» que subió con ellos (12.38) dirigió este coro de quejas, así como lo harían años más tarde (Nm 11.4). Esta «grande multitud» representa a las personas sin convertirse y mundanas entre los hijos de Dios.

II. ISRAEL ANDA EN FE (14.13–31)

Moisés sabía que el camino a la victoria era la confianza en el Señor (Heb 11.29). Nótese sus tres órdenes: «No temáis», porque Dios está de vuestro lado; «estad firmes», porque no podéis ganar esta batalla por vuestra fuerza; «ved la salvación de Jehová», porque Él luchará por vosotros. Es importante que estemos firmes antes de «marchar» (v. 15), porque a menos que estemos firmes por fe, nunca podremos andar por fe. Moisés levantó su vara y Dios empezó a obrar.
Dios protegió a su pueblo al colocarse entre Israel y el ejército egipcio (vv. 19–20). Las obras del Señor son tinieblas para el mundo, pero luz para su pueblo. Dios mantuvo a los ejércitos separados toda esa noche. Entonces Dios abrió el camino hacia adelante al enviar un fuerte viento. Sin duda que los judíos temieron al oír el viento soplar, pero el mismo viento que los atemorizó era el medio de su salvación. ¡La nación entera atravesó el Mar Rojo por tierra seca! Sin embargo, el mismo mar que fue la salvación para Israel fue condenación para Egipto, porque Dios usó las aguas para ahogar a los egipcios y para separar a Israel de Egipto de manera permanente. Faraón cosechó lo que sembró, porque ahogó a los niños judíos y ahora su propio ejército se ahogó.
Debemos captar el significado espiritual de este suceso (1 Co 10.1–2). El cruce del Mar Rojo es un tipo de la unión del creyente con Cristo en la muerte a la vieja vida y la resurrección a una vida nueva por completo. Israel fue «bautizado con Moisés» (identificado con Moisés) al marchar por entre las aguas, y nosotros nos identificamos con Cristo y por consiguiente somos apartados del mundo (Egipto).
Los egipcios no pudieron pasar el mar porque nunca tuvieron la protección de la sangre.
La Pascua ilustra la muerte de Cristo por nosotros, en tanto que el cruce del Mar Rojo es un cuadro de su resurrección. La sangre nos ha librado de la pena del pecado y la resurrección del poder del pecado. La primera experiencia es sustitución, porque el cordero murió en lugar del primogénito. Esto es Romanos 4–5. La segunda experiencia es identificación, porque nos identificamos con Cristo en su muerte, sepultura y resurrección; y esto se explica en Romanos 6–8. En Josué 3–4, el cruce de Israel por el Jordán a Canaán es un tipo de la entrada del creyente en su herencia espiritual por fe y pedirla como suya. En cada caso, es por fe que el cristiano pide la victoria.

III. ISRAEL ALABA EN TRIUNFO (15.1–21)

Este es el primer canto que aparece en la Biblia, es significativo que venga después de la redención de la esclavitud. Sólo el cristiano tiene el derecho de cantar cantos de redención (Sal 40.1–3). Éxodo empieza con suspiros (2.23), pero debido a la redención vemos ahora a la nación cantando. Nótese que este canto exalta a Dios, porque al menos se hace referencia al Señor cuarenta y cinco veces en estos dieciocho versículos. Demasiados cantos exaltan a los hombres en lugar de la persona y el carácter santo de Dios, y sus maravillosas obras poderosas.
Nótese el estribillo clave en el versículo 2. Se repite en el Salmo 118.14, cuando los judíos regresaron de la cautividad y reconstruyeron el templo bajo Esdras, tanto como en Isaías 12.2, refiriéndose al día futuro cuando Dios restaurará a la nación a su tierra. Véanse Isaías 11.15–16. Israel cantó esta canción cuando fue librado de Egipto, guiado por Moisés el profeta y cuando fue librado de Babilonia, guiado por Esdras, un sacerdote. Lo cantarán cuando sean librados de las naciones gentiles, cuando se vuelvan a Cristo, su Rey.
No nos detendremos en los detalles de este canto. Nótese que alaban a Dios por su redención (vv. 1–10), dirección (vv. 11–13) y victoria (vv. 14–17). Y el canto termina con una nota de gloria, mirando Hacia su reinado eterno (v. 18). María dirigió a las mujeres (véanse 1 Co 14.34; 1 Ti 2.11–12) en un coro aislado, porque sin duda las mujeres tienen razón para alabar al Señor por la redención que les ha dado en Cristo.

IV. ISRAEL SE QUEJA EN INCREDULIDAD (15.22–27)

Sería maravilloso detenerse a la orilla del mar y alabar al Señor, pero el creyente es un peregrino y debe seguir la dirección de Dios. Qué extraño que Dios les llevara a un lugar sin agua. Sin embargo, Él debe disciplinar a sus hijos para que puedan descubrir sus corazones. Cuando los judíos vieron el agua, notaron que era amarga y de inmediato se quejaron a Moisés y a Dios. ¡Qué perverso es el corazón humano! Alabamos a Dios un día por su gloriosa salvación y nos quejamos de Él tan pronto como hallamos aguas amargas. Esta experiencia le enseñó al pueblo de Israel algunas lecciones valiosas:
A. ACERCA DE LA VIDA.
La vida es una combinación de amargura y dulzor, triunfos y pruebas. Si seguimos a Dios, sin embargo, nunca debemos temer lo que nos salga al paso. A veces, después de la prueba, hay un «Elim» espiritual (v. 27) donde Dios nos refresca. Debemos aceptar las aguas amargas con las dulces, sabiendo que Dios sabe lo que es mejor para nosotros.
B. ACERCA DE SÍ MISMOS.
La vida es un gran laboratorio y cada experiencia es una radiografía de nuestro corazón para revelar lo que en realidad somos. Las aguas de Mara revelaron que los judíos eran mundanos, pensando sólo en la satisfacción corporal; andaban por vista, en espera de recibir satisfacción del mundo; eran malagradecidos, se quejaban a Dios cuando las pruebas les salían al paso.
C. ACERCA DEL SEÑOR.
Dios sabe la necesidad debido a que Él planea el camino. Usó el árbol (sugiriendo la cruz, 1 P 2.24) para endulzar las aguas amargas. Él es Jehová-rafa: «El Señor que sana».

16

Este capítulo debería leerse en conexión con Juan 6, porque el maná del cielo es un tipo de Jesucristo, el pan de vida. También ilustra la Palabra escrita de Dios en la cual el pueblo peregrino de Dios se alimenta día tras días (Mt 4.4).

I. EL MANÁ EXPLICA QUIÉN ES JESÚS

La palabra hebrea maná significa «¿qué es esto?» (v. 15), la pregunta que hicieron los judíos al no poder explicar este nuevo alimento que Dios les había enviado. «Grande es el misterio de la piedad», escribe Pablo en 1 Timoteo 3.16. «Dios fue manifestado en carne». Considérese cómo el maná es un cuadro de Jesucristo:
A. SU HUMILDAD.
Era pequeño (v. 14), lo cual habla de su humildad; porque se hizo un bebé e incluso un siervo.
B. SU NATURALEZA ETERNA.
Era redondo (v. 14), lo cual nos recuerda del círculo, símbolo de su eternidad; porque Jesucristo es El Dios Eterno (Jn 8.53–59).
C. SU SANTIDAD.
Era blanco (v. 31), recordatorio de su pureza y condición sin pecado; Él es el santo Hijo de Dios.
D. SU DULZURA.
Era dulce (v. 31). «Gustad, y ved que es bueno Jehová» (Sal 34.8). Nótese en Números 11.4–8 que la «gente extranjera» que iba con los judíos no apreciaron el sabor del maná y pidieron las «cebollas, puerros y ajos» de Egipto. No quedaron satisfechos con el simple maná. Lo «molieron, batieron, y hornearon», pero entonces tenía sabor a «aceite» y no a miel. Hay una lección espiritual aquí para nosotros; no podemos mejorar la sencilla Palabra de Dios (Sal 119.103).
E. ÉL NOS ALIMENTA.
Era satisfactorio y fortalecedor, porque la nación vivió casi cuarenta años de maná. Todo lo que necesitamos para la nutrición espiritual es Jesucristo, el Pan enviado por Dios. Debemos darnos un festín con el Pan que nunca nos dejará con hambre.

II. EL MANÁ ILUSTRA CÓMO VINO JESÚS

A. VINO DEL CIELO.
No fue importado de Egipto, ni fabricado en el desierto; fue dado del cielo, como don de la gracia de Dios. Jesucristo vino del cielo (Jn 6.33) como el don del Padre para los pecadores hambrientos.
Decir que Cristo es «apenas otro hombre» es negar la enseñanza de toda la Biblia de que Él es el Hijo de Dios enviado del cielo.
B. VINO DE NOCHE.
El pueblo lo recogía temprano cada mañana, porque el maná caía por la noche. Esto sugiere la oscuridad del pecado en este mundo cuando Jesús vino. Fue de noche cuando Jesús nació, porque vino para ser la Luz del mundo (Jn 8.12). Y es aún de noche en los corazones de todos los que le han rechazado (2 Co 4.1–4).
C. VINO CON EL ROCÍO (VV. 13–14)
El rocío preservaba al maná para que no se contaminara con la tierra (Véanse Nm 11.9). Esto es un tipo del Espíritu Santo porque cuando Jesús vino a la tierra, fue mediante el ministerio milagroso del Espíritu (Lc 1.34–35). Si Jesús no hubiera nacido de una virgen, nunca se le hubiera podido llamar «el Santo».
D. CAYÓ EN EL DESIERTO.
El mundo no es un paraíso. Para el inconverso es un lugar maravilloso, pero para el cristiano en su peregrinaje a la gloria el mundo no es sino un desierto. Sin embargo, Cristo vino a este mundo en amor para darle vida a los hombres. ¡Qué gracia!
E. VINO A UN PUEBLO REBELDE (VV. 1–3).
¡Qué memoria tan mala tenía Israel! Hacía apenas seis semanas que no eran esclavos de Egipto y ya se habían olvidado las muchas misericordias de Dios. Murmuraron contra Moisés y contra Dios (Véanse 15.22–27), y añoraban la dieta carnal de la vida vieja; sin embargo, Dios en su gracia y misericordia les suplió de pan. El versículo 4 podría haber dicho: «¡Haré llover fuego y azufre sobre los pecadores ingratos!» Pero no; Dios demostró su amor al hacer llover pan sobre ellos. Véanse Romanos 5.6–8.
Alguien ha calculado que la provisión de cuatro litros (un gomer) de maná para cada persona de los dos millones, diariamente hubiera necesitado cuatro trenes de carga cada uno con sesenta vagones. ¡Cuán generoso es Dios con nosotros!
F. CAYÓ JUSTO EN DONDE ESTABAN.
¡Cuán fácilmente accesible fue el maná para los judíos! No tenían que subir a alguna montaña ni cruzar algún río profundo; el maná venía a donde estaban (Véanse Ro 10.6–8). Jesucristo no está lejos de los pecadores. Pueden venir a Él en cualquier tiempo.

III. EL MANÁ MUESTRA LO QUE DEBEMOS HACER CON JESUCRISTO

A. DEBEMOS SENTIR LA NECESIDAD.
Hay una hambre espiritual interna que sólo Jesucristo puede saciar (Jn 6.35). Fue cuando el hijo pródigo dijo: «Perezco de hambre», que decidió regresar al padre y buscar perdón (Lc 15.17–18).
Mucha de la intranquilidad y pecado en el mundo de hoy es el resultado de hambre espiritual insatisfecha. La gente vive con sustitutos y rechaza el alimento que Dios provee con liberalidad (Is 55.1–3).
B. DEBEMOS AGACHARNOS.
El maná no cayó en las mesas ni en los árboles, sino en el suelo, y la gente tenía que agacharse para recogerlo. Muchos pecadores no quieren humillarse. ¡No se agacharán! ¡No se arrepentirán ni volverán al Salvador!
C. CADA UNO DEBE RECOGER.
Los judíos no se llenaban sólo con ver el maná, ni admirarlo ni ver a otros comerlo; tenían ellos mismos que recogerlo y comerlo. Cristo debe recibirse internamente por fe si el pecador ha de ser salvo. Esto es lo que Cristo quiso expresar en Juan 6.51–58 al decir «comer su carne y beber su sangre». Juan 6.63 aclara que Cristo no hablaba de su carne ni de sangre literal y Juan 6.68 nos dice que se refería a su Palabra. Cuando recibimos en nuestro ser su Palabra, nos alimentamos de Cristo, la Palabra viva.
D. DEBEMOS HACERLO TEMPRANO (V. 21).
«Buscad a Jehová mientras puede ser hallado» es la advertencia de Isaías 55.6. El maná desaparecía cuando el sol calentaba y esto sugiere que el día del juicio llegará cuando será demasiado tarde para volverse a Cristo (Mal 4). También sugiere que, como creyentes, debemos conseguir nuestro alimento espiritual de la Palabra temprano en el día al meditar en ella y orar.
E. DEBEMOS CONTINUAR ALIMENTÁNDONOS EN ÉL.
Una vez que recibimos a Cristo como Salvador, somos salvos para siempre (Jn 10.27–29). Es importante, sin embargo, que nos alimentemos de Cristo para tener fuerza en nuestro peregrinaje, así como los judíos se alimentaron del cordero pascual (Éx 12.11). ¿Cómo se alimentan los creyentes de Cristo? Al leer, estudiar y meditar en su Palabra. Dios nos invita a cada uno a levantarnos temprano en el día y recoger de la Palabra el precioso maná para nutrir nuestras almas. No podemos acumular la verdad de Dios para otro día (vv. 16–21); debemos recoger alimento fresco para cada nuevo día.
Demasiados cristianos marcan sus Biblias y llenan sus cuadernos con bosquejos, sin embargo, nunca se alimentan de Cristo.
Nótese que el maná espiritual (Cristo) logra más que el maná físico que Dios les envío a los judíos.
El maná del AT sustentaba la vida física, pero Cristo da vida espiritual a todo el que le recibe. El maná del AT era sólo para los judíos, pero Cristo se ofrece a sí mismo a todo el mundo (Jn 6.51). No le costó nada a Moisés conseguir el maná para Israel, pero para ponerse a la disposición del mundo Cristo tuvo que morir en la cruz. Qué triste que la mayoría de la gente del mundo pisotea a Cristo como si fuera maná dejado en el suelo, antes que agacharse a recibirle para poder vivir.
La recogida diaria del maná fue la prueba de Dios en cuanto a la obediencia de Israel (v. 4), y todavía es la prueba de Dios para su pueblo. Los cristianos que empiezan su día con la Biblia, recogiendo alimento espiritual, son los que Dios puede usar y en los cuales confiar. Es triste, ¡pero muchos cristianos aún suspiran por la dieta carnal del mundo! (v. 3) Y muchos esperan que el pastor o el maestro de la Escuela Dominical recoja el maná para ellos y luego les «alimente con cuchara». La prueba de nuestro andar espiritual es esta: ¿Pienso en Cristo y en su Palabra lo suficiente como para empezar mi día recogiendo maná?
Josué 5.10–12 nos dice que el maná cesó cuando los judíos entraron en Canaán por Gilgal y comieron «del fruto de la tierra». El maná descendía del cielo, hablando de Cristo en su encarnación y crucifixión. El fruto de la tierra crecía en un lugar de sepultura y muerte, y habla de Cristo en su resurrección y ministerio celestial. Entrar en Canaán significa entrar en nuestra herencia celestial en Cristo (Ef 1.3) y esto significa aferrarnos a la bendición que tenemos en su resurrección, ascensión y sacerdocio celestial. Demasiados santos conocen «a Cristo según la carne» (2 Co 5.16) en su vida y ministerio terrenal, y nunca se han graduado en su ministerio sacerdotal celestial. Cuando dan ese paso, están «comiendo del fruto de la tierra», alimentándose en el poder de su resurrección.

17–18

Cuando Israel siguió la dirección del Señor, experimentó pruebas que le ayudaron a comprenderse mejor y a ver más plenamente el poder y la gracia de Dios. Hay tres de tales experiencias en estos capítulos.

I. AGUA DE LA ROCA (17.1–7)

La congregación había tenido sed antes (15.22) y Dios había suplido sus necesidades, pero como la gente de hoy, se olvidaron de la misericordia de Dios. Después de todo, si estaban en el lugar a donde Dios los dirigía, era su responsabilidad cuidar de ellos. El pueblo criticó a Moisés y murmuró contra Dios, pecado contra el cual se nos advierte en 1 Corintios 10.1–12. En realidad estaban «tentando al Señor» con su actitud, porque estaban diciendo que Dios no los cuidaba y que no los ayudaría. Con sus repetidas quejas sometían a prueba su paciencia.
Moisés ilustra lo que los cristianos que confían hacen en la hora de la prueba: acuden al Señor y le piden dirección (Stg 1.5). El Señor le instruyó que tomara su vara y golpeara la roca y saldría agua.
Esta roca es Cristo (1 Co 10.4) y el golpe a la roca habla de la muerte de Cristo en la cruz, donde Él sintió la vara de la maldición de la ley. (Fue la misma vara, como recordará, que se convirtió en serpiente, Éx 4.2–3 y que ayudó a traer las plagas sobre Egipto.) El orden aquí es maravilloso: en el capítulo 16 tenemos el maná que ilustra la venida de Cristo a la tierra; en el capítulo 17 tenemos la roca golpeada, que muestra su muerte en la cruz. El agua es un símbolo del Espíritu Santo, quien fue dado después de que Cristo fue glorificado (Jn 7.37–39).
Léase Números 20.1–13 para ver una segunda experiencia con la roca. Dios le ordenó a Moisés que le hablara a la roca, pero por decisión propia, la golpeó. Entonces, debido a este pecado, no se le permitió entrar en Canaán. Al golpear de nuevo la roca, Moisés arruinó el tipo: Cristo puede morir una sola vez. Véanse Romanos 6.9–10 y Hebreos 9.26–28. El Espíritu fue dado una sola vez, pero el creyente puede recibir plenitud adicional al pedírsela a Dios.
Primera de Corintios 10.4 dice que los de Israel «bebían de la roca espiritual que los seguía». La interpretación de algunos es que la roca viajaba con los judíos por el desierto, pero esta explicación es improbable. La palabra «ellos» no se halla en el texto griego original; la frase dice que bebieron del agua de la roca y que esto ocurrió después que se les dio el maná (cf. 1 Co 10.3 con Éx 16).

II. GUERRA CON EL ENEMIGO (17.8–16)

El nuevo cristiano algunas veces se sorprende de que la vida cristiana sea de batallas tanto como de bendiciones. Hasta este momento Israel no había tenido que pelear; el Señor había peleado por él (13.17). Pero ahora el Señor decidió luchar a través de ellos para vencer al enemigo. Los amalecitas eran descendientes de Esaú (Gn 36.12, 16) y pueden ilustrar la oposición de la carne (Gn 25.29–34).
Israel fue librado del mundo (Egipto) de una vez por todas al cruzar el Mar Rojo, pero el pueblo de Dios siempre batallará contra la carne hasta que Cristo vuelva.
Nótese que los amalecitas no aparecieron sino hasta que se dio el agua; porque cuando el Espíritu Santo viene a morar, la carne empieza a oponérsele (Gl 5.17). Deuteronomio 25.17–19 nos dice que los amalecitas asestaron un «ataque artero» por la retaguardia. Como cristianos, siempre debemos «vigilar y orar».
¿Cómo venció Israel al enemigo? ¡Tenían un intercesor en la montaña y un comandante en el valle! El papel de Moisés en la montaña ilustra la obra intercesora de Cristo y Josué con su espada ilustra al Espíritu de Dios usando la Palabra de Dios contra el enemigo (Heb 4.12; Ef 6.17–18). Por supuesto, Moisés es un cuadro imperfecto de Cristo y su obra intercesora, puesto que nuestro Señor jamás se cansa ni necesita ayuda (Heb 4.16; 9.24). Pablo dice que los creyentes pueden «cooperar con la oración» (2 Co 1.11), que fue lo que Aarón y Hur hicieron. Moisés tenía en su mano la vara de Dios, la cual habla del maravilloso poder de Dios. Moisés había derrotado a todo enemigo en Egipto, así como Cristo ha vencido al mundo en poderosa victoria.
Es importante que el pueblo de Dios coopere con Dios para ganar la victoria sobre la carne.
Romanos 6 nos dice que nos consideremos muertos al pecado, nos sometamos y por fe hagamos morir las obras del cuerpo. Moisés solo en la montaña no podía ganar la batalla, ni tampoco Josué solo en el campo de batalla: la victoria requería de ambos. ¡Qué maravilloso es que tenemos al Hijo de Dios intercediendo por nosotros (Ro 8.34), el Espíritu de Dios que mora en nosotros es por nosotros (Ro 8.26), más la Palabra inspirada de Dios en nuestros corazones!
Nótese que Josué no destruyó por completo a los amalecitas; los «deshizo» (v. 13). La carne nunca será destruida o «erradicada» de nuestra vida; Cristo nos dará nuevos cuerpos cuando regrese (Flp 3.21). En 1 Samuel 15 vemos que el pecado de Saúl fue negarse a destruir en su totalidad a los amalecitas; ¡y 2 Samuel 1.6–10 nos informa que fue uno de los amalecitas que Saúl dejó con vida quien le mató! «No proveáis para los deseos de la carne» (Ro 13.14).
Jehová-nisi quiere decir «Jehová es mi estandarte». No tenemos nuestra victoria mediante nuestros esfuerzos, sino sólo a través de Jesús (Jn 16.33; 1 Jn 2.13–14; 5.4–5).

III. SABIDURÍA DEL MUNDO (18)

Los eruditos bíblicos no concuerdan en la interpretación de este capítulo: si el consejo de Jetro a Moisés fue del Señor o de la carne. Algunos señalan a Números 11, donde Dios tomó de su Espíritu y distribuyó el poder entre los setenta oficiales, sugiriendo que Moisés tenía todo el poder que necesitaba para realizar el trabajo. Dios le dijo a Moisés, allá en los capítulos 3–4, que sólo Él supliría la gracia para hacer el trabajo. En el versículo 11 Jetro llamó a Jehová «más grande que todos los dioses», pero esto es una declaración muy distante de una confesión definitiva de fe en el verdadero Dios. Todavía más, en el versículo 27 vemos a Jetro rehusando quedarse con Israel y regresando a su pueblo.
Sin duda nuestro Dios es un Dios de orden y no hay nada de malo con la organización. En el NT los apóstoles añadieron a los diáconos para ayudarles cuando las cargas del ministerio llegaron a ser demasiadas (Hch 6). El pueblo de Dios puede aprender de los de afuera (Lc 16.8), pero debemos examinarlo todo por la Palabra de Dios (Is 8.20). Nos preguntamos si esta «sabiduría mundana» de Jetro agradó a Dios, porque el mismo Jetro no estaba seguro (Véanse v. 23). Estaba dispuesto a regocijarse en todo lo que el Señor hizo (vv. 9–10), pero no estaba dispuesto a creer que Dios podía ayudar a Moisés con las cargas cotidianas de la vida. Moisés adoptó el esquema de Jetro y el pueblo estuvo de acuerdo (Dt 1.9–18), pero no se nos asegura de que Dios aprobó el nuevo arreglo. Es más, la actitud de Dios en Números 11 muestra lo contrario.
Los creyentes enfrentan ataques abiertos y obvios de la carne, como con Amalec (17.8–16); pero también de ideas sutiles de la carne, como con Jetro. Es cierto que Moisés podía haber hecho cualquier trabajo que Dios le llamó a hacer, porque «los mandamientos de Dios son su capacitación». ¡Qué fácil es que nos compadezcamos de nosotros mismos, que sintamos que nadie más se preocupa y que Dios nos ha dado una carga demasiado grande! Léase Isaías 40.31 para ver la solución de Dios a este problema.

19–20

I. NOTAS PRELIMINARES: LA IMPORTANCIA DE LA LEY

Ningún tema ha sido más mal entendido entre los cristianos que la Ley de Moisés y su aplicación al creyente del NT hoy. Confundir los pactos de Dios es interpretar mal la mente de Dios y perderse sus bendiciones, de modo que el creyente es sabio al examinar la Palabra para determinar el lugar y el propósito de todo el sistema mosaico.

II. NOMBRE

Comenzando con Éxodo 19 y continuando a la cruz de Cristo (Col 2.14), el pueblo estuvo bajo el sistema mosaico. A esto se le llama «la ley de Moisés», «la ley» y algunas veces «la ley de Dios». Por conveniencia, a menudo hablamos de «la ley moral» (refiriéndonos a los Diez Mandamientos), «la ley ceremonial» (relacionando a los tipos y símbolos que se hallan en el sistema sacrificial) y «la ley civil» (queriendo indicar las leyes cotidianas que gobernaban la vida de las personas). En realidad, la Biblia no parece hacer distinción entre las leyes «morales» y «ceremoniales», puesto que la una era en definitiva parte de la otra. Por ejemplo, el cuarto mandamiento respecto al día del Shabat se halla en la ley moral y sin embargo es ciertamente y por igual parte del sistema ceremonial de días santos.

III. PROPÓSITOS

Para comprender la ley debemos recordar que Dios ya había hecho un pacto eterno con los judíos mediante su padre Abraham (Gn 15). Les prometió su bendición y les dio la propiedad de la tierra de Canaán. La Ley Mosaica se «añadió» más tarde al pacto abrahámico, pero no lo anuló (Gl 3.13–18). La ley «entró conjuntamente» con el pacto previo de Dios (Ro 5.20) y fue tan solo una medida temporal (Gl 3.19) de Dios. Se dio sólo a Israel para marcarlo como el pueblo escogido de Dios y su nación santa (Éx 19.4–6; Sal 147.19–20). Dios no dio la ley para salvar a nadie, porque es imposible salvarse guardando la ley (Gl 3.11; Ro 3.20). Dio la ley a Israel por las siguientes razones:
A. Para Revelar Su Gloria Y Santidad (Dt 5.22–28).
B. Para Revelar La Pecaminosidad Del Hombre (Ro 7.7,13; 1 Ti 1.9; Stg 1.22–25).
C. Para Marcar A Israel Como Su Pueblo Escogido Y Separarlo De Las Otras Naciones (Sal 147.19–20; Ef 2.11–17; Hch 15).
D. Para Dar A Israel Una Norma Para La Vida Santa De Modo Que Pudieran Heredar La Tierra Y Disfrutar De Su Bendición (Dt 4.1; 5.29; Jue 2.19–21).
E. Para Preparar A Israel Para La Venida De Cristo (Gl 3.24).
El «ayo» era un esclavo capacitado cuya tarea era preparar al niño para la vida adulta. Cuando el hijo maduraba y entraba en la edad adulta, recibía su herencia y ya no necesitaba más de un ayo. Israel estaba en su «niñez espiritual» bajo la ley, pero esto lo preparó para la venida de Cristo (Gl 3.23–4.7).
F. Para Ilustrar En Tipo Y Ceremonia La Persona Y La Obra De Cristo (Heb 8–10).
A la ley se la compara con un espejo, porque revela nuestros pecados (Stg 1.22–25); un yugo, porque esclaviza (Hch 15.10; Gl 5.1; Ro 8.3); un ayo o tutor, porque preparó a Israel para la venida de Cristo (Gl 3.23–4.7); cartas escritas en piedras (2 Co 3) en contraste con la ley del amor escrita en nuestros corazones por el Espíritu; y una sombra en contraste con la realidad y cumplimiento que tenemos en Cristo (Heb 10.1; Col 2.14–17).

IV. DEBILIDAD

Es importante notar lo que la ley no puede hacer. No puede lograr estas cosas: (1) hacer perfecto a alguien, Hebreos 7.11–19; 10.1–2; (2) justificar de pecado, Hechos 13.38–39 y Romanos 3.20–28; (3) dar justicia, Gálatas 2.21; (4) dar paz al corazón, Hebreos 9.9; y (5) dar vida, Gálatas 3.21.

V. CRISTO Y LA LEY

«La ley por medio de Moisés fue dada, mas la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Jn 1.17). Es obvio que hay un contraste entre el sistema legalista de Moisés para Israel y la posición de gracia que el cristiano tiene en el Cuerpo de Cristo. Cristo fue puesto bajo la ley (Gl 4.4–6) y la cumplió en todo (Mt 5.17). Su persona y obra se ven en la ley (Lc 24.44–47). Él es el fin de la ley por justicia al creyente (Ro 10.1–13). Pagó la pena de la ley y llevó la maldición de la ley en la cruz (Gl 3.10–14; Col 2.13–14). La ley no separa más al judío y al gentil, porque en Cristo somos uno en la Iglesia (Ef 2.11–14).

VI. EL CRISTIANO Y LA LEY

El NT deja muy en claro que el cristiano no está bajo la ley (Ro 6.14; Gl 5.18), sino que vive en la esfera de la gracia. En Cristo morimos a la ley (Ro 7.1–4) y hemos sido libertados de ella (Ro 7.5–6).
No debemos enredarnos de nuevo en la esclavitud de la ley (Gl 5.1–4), lo cual quiere decir caernos de la esfera de la gracia y vivir como siervo, no como hijo.
¿Significa esto que el cristiano puede andar sin ley e ignorar las exigencias santas de Dios? ¡Por supuesto que no! Esta es la acusación que los enemigos de Pablo le endilgaron debido a que él enfatizaba la gloriosa posición del creyente en Cristo (Ro 6.1). Segunda de Corintios 3 aclara que la gloria del evangelio de la gracia de Dios sobrepasa la gloria temporal de la ley del AT, y que los cristianos debemos ir «de gloria en gloria» (3.18) al crecer en la gracia.
En realidad, el cristiano del NT está bajo una forma de vida más exigente que el creyente del AT; porque la ley del AT se refería a actos externos, mientras que la ley del amor del NT se refiere a actitudes internas. Ser libre de la ley no significa serlo para pecar; libertad no es libertinaje. Somos llamados a libertad y debemos usarla para el bien de otros y la gloria de Dios (léase Gl 5.13–26). Estamos bajo la ley más elevada del amor, la ley de Cristo (Gl 6.2). No tratamos de obedecer a Dios en la energía de la carne debido a que esto es imposible (Ro 7.14); la carne es pecadora, débil y no puede someterse a la ley. Pero al considerarnos muertos al pecado (Ro 6) y al someternos al Espíritu Santo (Ro 8), el Espíritu cumple la ley en nosotros y por medio de nosotros (Ro 8.1–4).
Regresar a la ley es cambiar la realidad por las sombras y la libertad por la esclavitud. Es abandonar el supremo llamamiento que tenemos en la gracia. La ley significa que debemos hacer algo para agradar a Dios; la gracia significa que Dios obra en nosotros para cumplir su perfecta voluntad.

VII. LOS DIEZ MANDAMIENTOS HOY

Toda la ley del AT no es más que una explicación y aplicación de los Diez Mandamientos. Nueve de los Diez Mandamientos se repiten en el NT para los creyentes de hoy:
A. No Tendrás Dioses Ajenos Delante De Mí (Hch 14.15; Jn 4.21–23; 1 Ti 2.5; Stg 2.19; 1 Co 8.6).
B. No Te Harás Imágenes Ni Ídolos (Hch 17.29; Ro 1.22–23; 1 Jn 5.21; 1 Co 10.7, 14).
C. No Tomarás Su Nombre En Vano (Stg 5.12; Mt 5.33–37 Y 6.5–9).
D. Acuérdate Del Día De Reposo.
Este no se repite en ninguna parte del NT para que la Iglesia lo obedezca hoy. Guardar el día de reposo se menciona en Mateo 12, Marcos 2, Lucas 6 y Juan 5; pero todos estos pasajes se refieren al pueblo de Israel y no a la Iglesia. Colosenses 2 y Romanos 14–15 enseñan que los creyentes no deben juzgarse los unos a otros con respecto a días santos o de reposo. Decir que una persona se pierde o no es espiritual debido a que no guarda el día de reposo es ir más allá de los límites de las Escrituras.
E. Honra A Tu Padre Y A Tu Madre (Ef 6.1–4).
F. No Matarás (1 Jn 3.15; Mt 5.21–22).
G. No Cometerás Adulterio (Mt 5.27–28; 1 Co 5.1–13; 6.9–20; Heb 13.4).
H. No Hurtarás (Ef 4.28; 2 Ts 3.10–12; Stg 5.1–4).
I. No Hablarás Falso Testimonio (Col 3.9; Ef 4.25).
J. No Codiciarás (Ef 5.3; Lc 12.15–21).
Nótese estos «resúmenes de la ley» en el NT; ninguno menciona el Shabat: Mateo 19.16–20; Marcos 10.17–20; Lucas 18.18–21; Romanos 13.8–10. Por supuesto, los «Nueve Mandamientos» del amor es el motivo básico para el cristiano hoy (Jn 13.34–35; Ro 13.9–10). Este amor se derrama en nuestros corazones por el Espíritu (Ro 5.5), para que podamos amar a Dios y a los demás, y por lo tanto no hay necesidad de ley externa que controle nuestra vida. La vieja naturaleza no conoce ley alguna y la nueva no necesita ley.
El Shabat fue un día especial de Dios para los judíos bajo el antiguo pacto; el día del Señor es el día especial del Señor para la Iglesia bajo el nuevo. El día de reposo simboliza salvación por obras; seis días de labor, luego descanso; el día del Señor simboliza salvación por gracia: primero descanso y luego siguen las obras. El Shabat, los sacrificios, las leyes dietéticas, el sacerdocio y los servicios del tabernáculo fueron todos descartados en Cristo.

21–23

Después de darle a Israel la ley de Dios en los Diez Mandamientos, Moisés explicó y aplicó esa ley a los varios aspectos de la vida. Dondequiera que hay ley, debe haber interpretación y aplicación; de otra manera no es práctica y de nada aprovecha. En un principio fueron los sacerdotes los que enseñaban y aplicaban la ley en Israel; pero en años posteriores fueron los escribas y los rabíes los que llegaron a ser los maestros profesionales de la ley. Desafortunadamente sus interpretaciones llegaron a ser de tanta autoridad como la ley original y fue este error que Jesús expuso mediante sus enseñanzas, en especial el Sermón del Monte (Mt 5–7). Véanse también otras percepciones en Marcos 7.1–23.

I. EL CUIDADO DE LOS SIERVOS (21.1–11)

A los judíos les estaba permitido comprar y vender siervos, pero se les prohibió que los trataran como a esclavos. Algunas personas tenían que venderse a sí mismas debido a su pobreza (Lv 25.39; Dt 15.12), pero su servicio estaba limitado a sólo seis años. Luego se les debía dar la libertad. Si un siervo quería seguir con su amo, debía marcársele en la oreja y permanecería en la casa para toda la vida.
Véanse Deuteronomio 15.17 y Salmo 40.6. La ley daba protección especial a las mujeres siervas para asegurarse que sus amos no abusaran de ellas y les privaran de sus derechos.

II. COMPENSACIÓN POR DAÑOS PERSONALES (21.12–36)

Estas regulaciones se dieron para asegurar equidad al compensar a las personas. La ley del «ojo por ojo, diente por diente» (v. 24) no es una «ley de la selva», sino una expresión de pago equitativo por las lesiones recibidas, de modo que los jueces no exigieran más o menos de lo justo. Es la base para la ley de hoy, aun cuando no siempre se aplica con justicia. Las palabras de nuestro Señor en Mateo 5.38–42 tienen que ver con la venganza privada antes que con la desobediencia pública de la ley. Había varios crímenes capitales en Israel, entre ellos: homicidio (vv. 12–15), secuestro (v. 16), maldecir a los padres de uno (v. 17), causar la muerte de una mujer encinta y/o de su feto (vv. 22–23), hacer tratos con los demonios (22.18) y practicar el bestialismo (22.19). La base para la pena capital es el pacto de Dios con Noé (Gn 9.1–6) y el hecho de que el hombre fue creado a imagen de Dios. Es Dios quien da vida y solo Él tiene el derecho de quitarla o autorizar que sea quitada (Ro 13).
Dios hace una distinción entre el asesinato deliberado y el homicidio accidental (vv. 12–13). Las ciudades de refugio se proveyeron para la protección de la persona que por accidente mataba a alguien (Nm 35.6). No había policía en esos días y la familia de una persona muerta se sentiría obligada a vengar la muerte de su ser querido. Por consiguiente, era necesario proteger al inocente hasta que los ancianos pudieran investigar el caso.
Nótese que Dios consideró responsable al dueño de un animal por lo que este les hacía a otros (vv. 28–36), si el propietario sabía que el animal era peligroso. La ley aseguraba que nadie se aprovechara de tales situaciones y se beneficiara de ellas.
Los versículos 22–23 son básicos para la posición en favor de la vida respecto al aborto, porque indican que abortar equivalía a asesinar al niño. La parte culpable era castigada como asesino («vida por vida») si la madre de la criatura nonata, o ambos, morían. Véanse también el Salmo 139.13–16.

III. PROTECCIÓN DE LA PROPIEDAD PERSONAL (22.1–15)

Aquí Moisés se refiere a varias clases de robos y afirma de nuevo que el ladrón debe compensar a los que ha robado. ¡Pero nótese que Dios considera sagrada incluso la vida del ladrón que se ha metido en una casa! Si se mete de noche y lo matan, no se acusa al que lo mata. Pero si su crimen es durante el día, cuando el dueño podía pedir ayuda o incluso reconocer al intruso y acusarlo más tarde, el que lo mataba era culpable de homicidio.
Moisés también se refiere al daño de la propiedad causado por animales que comen en un campo que no es de su dueño (v. 5), o al fuego fuera de control (v. 6) y a la pérdida de propiedad confiada a otros (vv. 7–15). De estos ejemplos específicos los jueces podían derivar principios que les ayudarían a decidir casos que Moisés no explicó en detalle.

IV. RESPETO A LA HUMANIDAD (22.16–31)

Esta serie de leyes misceláneas revela la preocupación de Dios por la humanidad y su deseo de que la gente no fuera explotada. Esto incluye las vírgenes (vv. 16–17; Véanse Dt 22.23–24), extranjeros en la tierra (v. 21); viudas (vv. 22–24); y los pobres (vv. 25–27). Dios promete oír los clamores de los maltratados y defender al pobre y al oprimido.
A los hechiceros no se les permitía vivir porque estaban aliados a los poderes demoníacos que operaban las religiones sin dios de las naciones alrededor de Israel. Véanse Levítico 19.31, 20.27 y Deuteronomio 18.9–12. La práctica del ocultismo moderno es una invitación para que Satanás se ponga a trabajar y destruya vidas.
Dios también condena el ayuntamiento sexual con animales (véanse Lv 20.15–16; Dt 27.21). No sólo que estas prácticas eran parte de la adoración pagana de ídolos, sino que degradaban la sexualidad humana que es un don precioso de Dios.
El pueblo debía respetar a sus gobernantes y abstenerse de maldecirlos, asimismo se abstendrían de maldecir a Dios. De acuerdo a Romanos 13 las autoridades que hay son ordenadas por Dios. Si maldecimos a un líder, estamos en peligro de maldecir al Dios que estableció la autoridad del gobierno humano.
Los versículos 29–31 llegan al corazón de la obediencia a la ley: poner a Dios primero en su vida y alegremente obedecer la ley que Él dice. Esta es la versión del AT de Mateo 6.33.

V. DISPENSAR JUSTICIA (23.1–9)

El sistema judicial en Israel, como nuestro sistema de cortes hoy, dependía de leyes justas, jueces honrados y testigos fieles. Las leyes de Dios eran justas, pero un juez injusto podía deliberadamente interpretarlas mal o un testigo podía dar falso testimonio. El juicio no debía estar influenciado por muchos (v. 2), el dinero (vv. 3, 6, 8), los sentimientos personales (vv. 4–5), ni la posición social (v. 9).
Cuando se trata de aplicar la ley, Dios no quiere que se justifique al malo (v. 7; 2 Cr 6.23). Pero cuando se trata de salvar a los pecadores perdidos, Dios en su gracia justifica al impío (Ro 4.5). Él puede hacerlo debido a que su Hijo llevó a la cruz la paga de nuestros pecados.

VI. CELEBRAR LOS DÍAS SANTOS (23.10–19)

La adoración a Dios y el trabajo de la tierra (que pertenecía a Dios) estaban ligados. Las festividades religiosas de Israel estaban ligadas al año agrícola en una serie de «sietes». Véanse Levítico 23. El séptimo día era el Shabat y el séptimo año era el año sabático. La Fiesta de los Panes sin Levadura se celebraba durante siete días después de la Pascua. El séptimo mes empezaba con la Fiesta de las Trompetas e incluía el Día de la Expiación y la Fiesta de los Tabernáculos (Cabañas).
El día de reposo semanal no sólo recordaba a los judíos que pertenecían a Dios, sino que también mostraba el cuidado de Dios por la salud del hombre, de la bestia y la «salud» de la tierra. El año sabático era una oportunidad más para el descanso y la restauración. A Dios le interesa la manera en que usamos los recursos naturales que en su gracia nos ha dado. Si la gente tuviera esto presente hoy, habría menos explotación tanto de los recursos humanos como naturales.
La Pascua habla de la muerte de Jesucristo, el Cordero de Dios (Éx 12; Jn 1.29); la Fiesta de las Primicias es un tipo de su resurrección (1 Co 15.23); y la Fiesta de los Tabernáculos nos recuerda que viene otra vez y su reino futuro de gozo y plenitud (Zac 14.16–21).
La afirmación enigmática en cuanto al cabrito y la leche de la madre se relaciona a la práctica pagana que era parte de un rito idólatra de la fertilidad (véanse 34.26 y Dt 14.21). Moisés relacionó esta ley con las festividades de la cosecha, porque allí era cuando se practicaban los ritos paganos de la fertilidad.

VII. LA CONQUISTA DE LA TIERRA PROMETIDA (23.20–33)

Dios le prometió a su pueblo victoria porque su ángel iría delante de ellos y les ayudaría a derrotar a sus enemigos si la nación obedecía fielmente los mandamientos de Dios. Su posesión de la tierra se debía sólo a la gracia de Dios, pero el disfrute de ella dependía de su fe y fidelidad.
Una vez en la tierra, el pueblo debía cuidarse de no imitar las prácticas idólatras de otras naciones.
Dios le prometió salud, prosperidad y seguridad si le obedecían, porque estas bendiciones eran parte de su pacto. No ha garantizado las mismas bendiciones al pueblo de su nuevo pacto hoy, pero ha prometido suplir todas nuestras necesidades y capacitarnos para vivir en victoria sobre nuestros enemigos espirituales. En la actualidad, mucho de la «predicación de la prosperidad» es una interpretación equivocada del antiguo pacto que Dios hizo con los judíos.
Israel en efecto conquistó la tierra prometida y destruyó las ciudades e ídolos de los habitantes impíos. Pero poco a poco empezó a hacer la paz con sus vecinos y aprendió a adorar a sus falsos dioses. Esto llevó a la disciplina en la tierra (el libro de Jueces) y con el tiempo al cautiverio lejos de la tierra.
Antes de juzgar con mucha severidad a Israel por esto, no obstante, necesitamos preguntarnos cuántos del pueblo de Dios hoy están en componendas con los dioses de este mundo, tales como el dinero, el placer o el éxito.

24

Moisés estaba a punto de recibir de Dios el modelo divino para el tabernáculo y el sacerdocio. Siempre que Dios nos llama a realizar un trabajo, nos da los planes y espera que sigamos su voluntad. El ministerio no se logra al tratar nosotros de inventar maneras de servir a Dios, sino al buscar su voluntad y obedecerlo (Is 8.20).

I. CONFIRMACIÓN DEL PACTO (24.1–8)

Antes de que Moisés y los líderes de la nación pudieran ascender al monte para encontrarse con Dios, el pueblo tenía que entrar en una relación de pacto con Dios. Moisés le dijo al pueblo la Palabra de Dios y ellos acordaron obedecerla. ¡Qué poco comprendían sus corazones! Debían haber dicho: «Con la ayuda del Señor, obedeceremos su ley». A las pocas semanas la nación estaría adorando un ídolo y violando cada ley que habían acordado obedecer.
El pacto se confirmó con sacrificios y el rociamiento de sangre sobre el Libro de la Ley y sobre el pueblo que acordó obedecerlo. Las doce piedras del altar representaban las doce tribus de Israel, indicando que cada tribu se comprometía a obedecer la voz de Dios. La sangre sobre el altar hablaba del perdón de pecado otorgado por la gracia de Dios, en tanto que la sangre rociada sobre el pueblo los comprometía a una vida de obediencia. Los creyentes de hoy han sido rociados con la sangre de Cristo en un sentido espiritual y están comprometidos a obedecer su voluntad (1 P 1.2).

II. VEN AL SEÑOR (24.9–18)

Setenta y cinco hombres subieron al monte: Moisés, Josué, Aarón y sus dos hijos Nadab y Abiú, y setenta ancianos del pueblo. Contemplaron la gloria de Dios en el monte, y comieron y bebieron en su presencia. Usted pensaría que el versículo 11 debería decir: «Vieron a Dios y cayeron sobre sus rostros en temor». Pero lo que dice es que vieron a Dios y «comieron y bebieron». Debido a la sangre sobre el altar, pudieron tener comunión con Dios y los unos con los otros. Debemos comer y beber para la gloria de Dios (1 Co 10.31), y vivir cada día en su presencia aunque no podamos estar en el monte.
Dios ordenó a Moisés que subiera más para darle las instrucciones para construir el tabernáculo y establecer el ministerio sacerdotal. Dejó a Aarón y a Hur con los ancianos y llevó a Josué consigo al entrar en la nube. Mencionando primero en Éxodo 17.9, Josué a la larga llegó a ser el sucesor de Moisés. No sabemos quién era Hur, pero él, con Aarón, ayudaron a Moisés a orar por el éxito de Josué en la batalla contra los amalecitas (Éx 17.8–16). Aarón debe haber descendido del monte, porque le hallamos en el capítulo 32 ayudando al pueblo a hacer el becerro de oro. Cuando abandonamos nuestro lugar de ministerio, no sólo pecamos, sino que podemos conducir a otros a pecar. Véanse Juan 21.
En los días del AT Dios a menudo revelaba su gloria en una nube (19.9, 16). Condujo a la nación con una columna de nube y fuego (Éx 13.21–22). «Dios es fuego consumidor» (Dt 4.24; Heb 12.29).
Moisés no se atrevió a acercarse a Dios sino hasta que Él lo llamó, pero cuando lo hizo, Moisés obedeció.
Es posible creer en Dios y ser parte de su pacto y sin embargo no estar cerca de Él. La nación estaba ante el monte; los setenta ancianos con Aarón, Hur, Nadab y Abiú estaban más arriba; Moisés subió aún más con su ayudante Josué; y entonces Moisés dejó a Josué detrás al entrar en la nube a la presencia del Señor. Bajo la ley, Dios determinaba cuánto podía acercársele el pueblo. Pero bajo la gracia somos nosotros los que determinamos cuán cerca queremos estar de Dios. Dios nos invita a tener comunión con Él. Los ancianos adoraban a Dios «de lejos» (v. 1), pero hoy se nos invita a «acercarnos» (Heb 10.22; Stg 4.8). Qué privilegio es tener comunión con Dios y qué tragedia es que demasiado a menudo fallamos al no pasar tiempo en su presencia.
A Nadab y Abiú se les dio el privilegio de ver la gloria de Dios, y sin embargo años más tarde con presunción desobedecieron a Dios y murieron (Lv 10.1–5). Es posible acercarse a Dios y con todo alejarse y pecar. Cuán importante es que nuestra adoración personal al Señor resulte en un corazón limpio y en un espíritu recto (Sal 51.10), porque grandes privilegios traen consigo responsabilidades aún mayores.

25

En el libro de Génesis se narra que Dios andaba con su pueblo (Gn 3.8; 5.22, 24; 6.9; 17.1). Pero en Éxodo Dios dijo que quería morar con su pueblo (Éx 25.8; 29.46). El tabernáculo que Moisés construyó es la primera de varias moradas que Dios bendijo con su gloriosa presencia (Éx 40.34–38).
Sin embargo, cuando Israel pecó, la gloria se alejó (1 S 4.21–22). El segundo lugar de morada es el templo de Salomón (1 R 8.10–11). El profeta Ezequiel vio la gloria partir (Ez 8.4; 9.3; 10.4, 18; 11.23).
La gloria de Dios volvió a la tierra en la persona de su Hijo, Jesucristo (Jn 1.14, en donde «habitó» quiere decir «moró») y los hombres lo clavaron en una cruz. El pueblo de Dios hoy es su templo, universal (Ef 2.20–22), local (1 Co 3.16) e individualmente (1 Co 6.19–20). Ezequiel 40–46 promete un templo del reino donde morará la gloria de Dios (Ez 43.1–5). También vemos que el hogar celestial será un lugar donde la presencia de Dios estará eternamente con su pueblo (Ap 21.22).

I. OFRENDAS PARA EL SANTUARIO (25.1–9)

Dios le dio a Moisés el modelo del tabernáculo (v. 9), pero le pidió al pueblo que contribuyera con los materiales necesarios para su construcción (vv. 1–9). Esta fue una ofrenda que se hizo una sola vez y debía darse con corazones dispuestos (Véanse 35.4–29). Catorce clases diferentes de materiales se mencionan aquí, desde piedras preciosas y oro, hasta lanas de varios colores. Pablo usó luego la imagen de «oro, plata, y piedras preciosas» cuando escribió acerca de edificar la iglesia local (1 Co 3.10). Es importante notar que los muebles se construyeron para que pudiera transportarse; porque el tabernáculo enfatiza que somos peregrinos. El diseño para el templo de Salomón se cambió, porque el templo ilustra al pueblo de Dios morando permanentemente en el reino glorioso de Dios. Sin entrar en tediosos detalles, consideraremos los muebles y enseres del tabernáculo, y las lecciones espirituales que de ellos se desprenden.

II. EL ARCA DEL PACTO (25.10–22)

Dios empezó con el arca debido a que era el mueble más importante en la tienda propiamente dicha.
Era el trono de Dios donde reposaba su gloria (v. 22; Sal 80.1 y 99.1). Habla de nuestro Señor Jesucristo en su humanidad (madera) y deidad (oro).
Dentro del arca había tres artículos especiales: las tablas de la ley (v. 16), la vara de Aarón que reverdeció (Nm 16–17) y una vasija con maná (Éx 16.32–34). Es interesante que cada uno de estos artículos se relaciona con la rebelión del pueblo de Dios: las tablas de la ley con la confección del becerro de oro; la vara de Aarón con la rebelión que dirigió Coré; y el maná con las quejas de Israel en el desierto.
Estos tres artículos dentro del arca podían haber traído juicio sobre Israel de no haber sido por el propiciatorio que estaba sobre el arca, el lugar donde cada año se rociaba la sangre en el Día de la Expiación (Lv 16.14). La sangre cubría los pecados del pueblo de modo que Dios veía la sangre y no su rebelión. La frase «propiciatorio» significa «propiciación», y Jesucristo es la propiciación (propiciatorio) por nosotros hoy (Ro 3.25; 1 Jn 2.2). Venimos a Dios a través de Él y ofrecemos nuestros sacrificios espirituales (1 P 2.5, 9).
La frase «bajo sus alas» algunas veces se refiere a las alas del querubín antes que a las de la gallina madre. Estar «bajo las alas» significa morar en el Lugar Santísimo en comunión íntima con Dios. Véanse Salmos 36.7–8 y 61.4.

III. LA MESA DE LOS PANES DE LA PROPOSICIÓN (25.23–30)

Las doce tribus de Israel estaban representadas en el tabernáculo de tres maneras: por sus nombres escritos en dos piedras grabadas en los hombros del sumo sacerdote (Éx 28.6–14); por sus nombres en las doce piedras del pectoral del sumo sacerdote (28.15–25) y por los doce panes en la mesa en el
Lugar Santo. Estos panes eran un recordatorio de que las tribus estaban siempre en la presencia de Dios y que Él veía todo lo que hacían (Véanse Lv 24.5–9).
El pan era también un recordatorio de que Dios alimentaba a su pueblo («danos hoy nuestro pan cotidiano»), que su pueblo debía «alimentarse de la verdad de Dios» (Mt 4.4) y que Israel debía «alimentar» a los gentiles y testificarles. Dios llamó a Israel a ser bendición a los gentiles, de la misma manera que el pan es alimento para la humanidad; pero el pueblo de Israel no siempre cumplió este llamamiento.
Los panes se cambiaban semanalmente y sólo a los sacerdotes se les permitía comer de este pan santo. Véanse Levítico 22. A David se le permitió comer del pan porque era el rey ungido de Dios y el pan ya no estaba en la mesa. Dios está más interesado en satisfacer las necesidades humanas que en proteger los ritos sagrados (Mt 12.3–4).

IV. EL CANDELERO DE ORO (25.31–40)

La palabra «candelero» se presta a confusiones, porque era un candelero cuya luz se alimentaba de aceite (véanse Lv 24.2–4; Zac 4). Las iglesias locales están representadas por candeleros de oro individuales (Ap 1.12–20), dando la luz de Dios al mundo oscuro. El candelero en el lugar santo habla de Jesucristo, la luz del mundo (Jn 8.12). El aceite para las lámparas nos recuerda el Espíritu Santo, quien nos ha ungido (1 Jn 2.20). Algunos eruditos ven en el candelero de oro un cuadro de la Palabra de Dios que nos da luz al caminar por este mundo (Sal 119.105). Israel debía ser luz para los gentiles (Is 42.6; 49.6), pero fracasó en su misión. Hoy cada creyente es la luz de Dios (Mt 5.14–16) y cada iglesia local debe brillar en este mundo oscuro (Flp 2.12–16).

26–27

I. LAS CORTINAS Y LA CUBIERTA (26.1–14)

Dentro del tabernáculo, visto sólo por los sacerdotes que ministraban, había coloridas cortinas de lino colgando de la estructura de madera. Dios construyó bellamente las paredes y el cielo raso del tabernáculo, no sólo con los colores usados sino también con las imágenes de los querubines en las cortinas. El mandamiento en contra de hacerse imágenes de talla no prohibía al pueblo participar en la obra artística ni en hacer objetos hermosos, porque no intentaban adorar lo que hicieron para la gloria de Dios.
Téngase presente que el tabernáculo propiamente dicho era una tienda ubicada dentro de un atrio, con varias cubiertas colocadas sobre una estructura de madera. Había cuatro cubiertas diferentes, las dos interiores de tela tejida y las dos exteriores de pieles de animales. La cubierta más interna era de lino hermosamente coloreado, cubierto con tela de pelo de cabra tejido. Luego venían dos cubiertas protectoras para la tienda: pieles de carnero curtida de color rojo y pieles de tejones parecidas a cuero. Estos materiales eran de uso común entre los pueblos nómadas de esa época.

II. LA ESTRUCTURA (26.15–30)

La combinación de madera y su recubrimiento de oro sugiere la humanidad y la deidad de nuestro Señor Jesucristo. Había muchas partes en el tabernáculo, pero se consideraba una sola estructura. Y lo que lo separaba como verdaderamente especial era que la gloria de Dios moraba allí.
Las bases de plata eran necesarias para sostener la estructura a nivel y segura sobre el suelo del desierto. La plata de estas bases provino del «precio de la redención» dado por cada varón de veinte años para arriba (Éx 30.11–16). Las tablas del tabernáculo descansaban en bases de plata y las cortinas colgaban de ganchos de plata. La base para nuestra adoración hoy es la redención que tenemos en Cristo.

III. LOS VELOS (26.31–37)

El velo interior colgaba entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo, y el sumo sacerdote lo traspasaba sólo una vez al año en el Día de la Expiación (Lv 16). Hebreos 10.19–20 enseña que este velo representa el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo que fue entregado por nosotros en la cruz.
Cuando entregó su Espíritu, el velo del templo se rasgó de arriba abajo, lo cual le permite a cualquiera entrar en la presencia de Dios en cualquier momento (Mt 27.50–51).
El velo externo [RVR le llama cortina] colgaba de cinco columnas que formaban la entrada al tabernáculo de reunión y era visible para los que llegaban al altar de bronce con sus sacrificios. Sin embargo, este velo evitaba que cualquiera que estaba fuera mirara el Lugar Santo.

IV. EL ALTAR DE BRONCE (27.1–8)

Había dos altares asociados con el tabernáculo: uno de bronce para los sacrificios y uno de oro para quemar el incienso (Éx 30.1–10). El altar de bronce estaba en al atrio del tabernáculo, dentro de la entrada al atrio. Había una entrada y un altar, exactamente como hay un solo camino de salvación para los pecadores perdidos (Hch 4.12).
Dios encendió el fuego del altar en la dedicación del tabernáculo y era responsabilidad de los sacerdotes mantener el fuego ardiendo (Lv 6.9–13). Había disponible calderos y paletas para recoger las cenizas, tazones para recoger la sangre y garfios para que los sacerdotes tomaran su parte de las ofrendas. Este altar habla de la muerte sacrificial de nuestro Señor en la cruz. Todo sacrificio que Dios ordenó a Israel que trajera ilustra al Señor Jesús (Lv 1–5; Heb 10.1–14). Cristo pasó por el fuego del juicio por nosotros y se entregó como sacrificio por nuestros pecados.

V. EL ATRIO DEL TABERNÁCULO (27.9–19)

Rodeando al tabernáculo de reunión había una cerca de lino con una hermosa «entrada» tejida, que daba hacia el lugar donde se hallaba el altar de bronce. Mirando al cuadro total vemos que había tres partes del tabernáculo: el atrio exterior que todos podían ver; el Lugar Santo, donde estaba la mesa, el candelero y el altar del incienso; y el Lugar Santísimo, donde se hallaba el arca del pacto.
Esta división triple sugiere la naturaleza tripartita de los seres humanos: espíritu, alma y cuerpo (1 Ts 5.23). Así como el Lugar Santo y el Lugar Santísimo eran dos partes de una sola estructura, nuestra alma y espíritu abarcan la «persona interior» (2 Co 4.16). Moisés podía quitar la cerca del atrio exterior y no afectaría el tabernáculo. Así con nuestra muerte, el cuerpo puede volver al polvo, pero el alma y el espíritu van a estar con Dios y no se afectan por el cambio (2 Co 5.1–8; Stg 2.26).

VI. ACEITE PARA EL CANDELERO (27.20–21)

Zacarías 4.1–6 indica que el aceite para el candelero es un tipo del Espíritu Santo de Dios. Uno de los ministerios del Espíritu es glorificar al Señor Jesucristo, así como la luz brillaba en el hermoso candelero de oro (Jn 16.14). Al ministrar los sacerdotes en el Lugar Santo se movían en la luz que Dios proveyó (1 Jn 1.5–10). La lámpara debía «arder siempre» (27.20; Lv 24.2). Tal parecía que sólo el sumo sacerdote podía recortar las mechas y volver a llenar la provisión de aceite. Cuando el sumo sacerdote quemaba el incienso cada mañana y noche, también atendía las lámparas (Éx 30.7–8).

28

Este capítulo enfoca las vestiduras de los sacerdotes, en tanto que el capítulo 29 se refiere fundamentalmente a la consagración de ellos. Al estudiar estos dos capítulos tenga presente que todos los pueblo de Dios son sacerdotes (1 P 2.5, 9); por consiguiente, el sacerdocio aarónico puede enseñarnos mucho respecto a los privilegios y obligaciones que tenemos como sacerdotes de Dios. (El sacerdocio de nuestro Señor es del orden de Melquisedec y no del orden de Aarón. Véanse Heb 7–8.)
Nótese que los sacerdotes ministraban antes que todo al Señor, aun cuando también ministraban al pueblo del Señor. Los sacerdotes representaban al pueblo ante Dios y ministraban en el altar, pero su obligación fundamental era servir al Señor (vv. 1, 3, 4, 41). Si hemos de servir al pueblo como se debe, tenemos que servir al Señor de manera satisfactoria. La vestidura más interior de los sacerdotes era un calzoncillo de lino (v. 42), que lo cubría una túnica de lino fino (v. 39–41). Encima el sumo sacerdote vestía el manto azul del efod (vv. 31–35) y sobre este el efod propiamente dicho y el pectoral santo (v. 6–30). El sumo sacerdote también llevaba un turbante de lino (mitra) con una diadema de oro encima, en la cual se leía «Santidad a Jehová» (vv. 36–38).

II. EL PECTORAL (28.15–30)

Este era una hermosa «bolsa» de tela que tenía por fuera doce piedras preciosas y el Urim y Tumim adentro. Colgaba sobre el corazón del sumo sacerdote, sostenido por cadenas de oro y cordón de azul.
El sumo sacerdote llevaba a las doce tribus no sólo en sus hombros, sino también sobre su corazón.
Jesucristo, nuestro sumo Sacerdote en el cielo, tiene a su pueblo sobre su corazón y sus hombros al interceder por nosotros y al equiparnos para ministrar en este mundo.
La posición de los nombres de las tribus en las piedras sobre los hombros era de acuerdo al orden de nacimiento (v. 10), mientras que el orden en el pectoral era de acuerdo al orden de las tribus establecido por el Señor (Nm 10). Dios ve a su pueblo como piedras preciosas: cada una es diferente, pero cada una es hermosa. Urim y Tumim en hebreo significan «luz y perfección». Por lo general se piensa que eran piedras que se usaban para determinar la voluntad de Dios para su pueblo (Nm 27.21; 1S 30.7–8).
En el Oriente era común usar piedras blancas y negras para tomar decisiones. Si la persona sacaba de una bolsa una piedra blanca quería decir «sí», en tanto que una negra quería decir «no». No es sabio ser dogmático en cuanto a esta interpretación porque no tenemos suficiente información para guiarnos. Basta decir que Dios le proveyó al pueblo de su antiguo pacto una manera de determinar su voluntad y nos ha dado hoy a nosotros su Palabra y su Espíritu para dirigirnos.

III. EL MANTO DEL EFOD (28.31–35)

Esta era una prenda de vestir azul sin costura con un agujero para la cabeza y campanillas de oro y granadas de tela decorando el ruedo. Las granadas de tela impedían que las campanillas den la una contra la otra. Al ministrar el sumo sacerdote en el Lugar Santo las campanillas sonaban y le comunicaban a los que estaban fuera que su representante santo les servía aún a ellos y al Señor. Las campanillas sugieren regocijo mientras servimos al Señor y las granadas sugieren fruto.
Nótese que el sumo sacerdote no usaba estos vestidos gloriosos cuando ministraba cada año en el Día de la Expiación (Lv 16.4). En tal día llevaba los vestidos sencillos de lino del sacerdote o levita, un cuadro de la humillación de Cristo (Flp 2.1–11).

IV. LA DIADEMA SANTA (28.36–39)

El turbante (mitra) era un gorro sencillo de lino blanco, tal vez no muy diferente del que usa un chef de cocina moderno, sólo que no tan alto. En el turbante, sostenido por un cordón de azul, había una lámina de oro que decía «Santidad a Jehová». Se le llamaba «la diadema santa» (29.6; 39.30; Lv 8.9) y enfatizaba el hecho de que Dios quería que su pueblo sea santo (Lv 11.44; 19.2; 20.7). La nación era acepta delante de Dios debido al sumo sacerdote (v. 38), así como el pueblo de Dios es aceptado en Jesucristo (Ef 1.6). Debido a Jesucristo, el pueblo de Dios hoy es un sacerdocio santo (1 P 2.5) y real sacerdocio (1 P 2.9).

V. LAS VESTIDURAS DE LOS SACERDOTES (28.40–43)

Los hijos de Aarón servían como sacerdotes y tenían que llevar las vestiduras asignadas. El lino fino de todas las vestiduras nos recuerda de la justicia que debe caracterizar nuestro andar y nuestro servicio. Si los sacerdotes no vestían apropiadamente corrían peligro de muerte. Los sacerdotes de los cultos paganos algunas veces conducían sus ritos de manera lujuriosa, pero los sacerdotes del Señor debían cubrir su desnudez y practicar la modestia.

29

La consagración de los sacerdotes nos enseña mucho acerca de nuestra relación con el Señor.

I. LA CEREMONIA (29.1–9)

Aarón y sus hijos no escogieron el sacerdocio, sino que Dios los escogió a ellos. Fue un acto de la gracia de Dios. A ningún extranjero (de afuera) se le permitía entrar en el sacerdocio (Nm 3.10), ni siquiera a un rey (2 Cr 26.16–23).
El lavamiento habla del limpiamiento que tenemos mediante la fe en Jesucristo (1 Co 6.9–11; Ap 1.5; Hch 15.9), un lavamiento de una vez por todas que nunca necesita repetirse (Jn 13.1–10). Era necesario que los sacerdotes se lavaran diariamente en la fuente de bronce, que habla de nuestro limpiamiento diario al confesar nuestros pecados (1 Jn 1.9).
En las Escrituras los vestidos a menudo representan carácter y conducta. Nuestra justicia es como trapo de inmundicia delante de Dios (Is 64.6) y no podemos vestirnos nosotros mismos de buenas obras así como Adán y Eva trataron de hacerlo (Gn 3.7). Cuando confiamos en Cristo se nos viste con su justicia (2 Co 5.21; Is 61.10). Debemos quitarnos la «mortaja» y ponernos los «vestidos de gracia» (Col 3.1). Las vestiduras distintivas de los sacerdotes los identificaban como siervos santos de Dios, apartándolos para ministrar al Señor. Como notamos antes, el aceite santo de la unción es un tipo del Espíritu de Dios que es el único que puede darnos poder para el servicio (30.22–33).

II. LOS SACRIFICIOS (29.10–37)

De acuerdo a la ley del AT habían tres agentes para la limpieza: agua, sangre y fuego. Era necesario que los sacerdotes fueran limpiados mediante la sangre sacrificial (Lv 17.11). Un becerro se sacrificaba cada día como ofrenda por el pecado por toda la semana de la consagración (v. 36) y el primer carnero se ofrecía como ofrenda quemada, un cuadro de total dedicación a Dios. La sangre del segundo carnero era aplicada a la oreja derecha, los pulgares de la mano y del pie derecho de Aarón y sus hijos, ilustrando su consagración para oír la Palabra de Dios, hacer su obra y andar en su camino. Este segundo carnero llegaba a ser una ofrenda mecida y luego un holocausto.
Parte del segundo carnero se guardaba para una comida especial que sólo los sacerdotes podían ingerir (Lv 7.28–38). Dios ordenó que ciertas partes de algunos sacrificios les pertenecían a los sacerdotes como pago por su ministerio al pueblo.

III. EL HOLOCAUSTO CONTINUO (29.38–46)

Ahora el Señor empieza a describir los deberes ministeriales de los sacerdotes, empezando con los holocaustos que se ofrecían en la mañana y en la tarde cada día. La primera responsabilidad de los sacerdotes cada mañana era quitar las cenizas del altar, encender el fuego y luego ofrecer un cordero al Señor, símbolo de total devoción a Dios. Véanse Levítico 6.8–13. Este es un hermoso cuadro de lo que debería ser nuestro «tiempo devocional» cada mañana. «Que avives el fuego del don de Dios» (2 Ti 1.6) literalmente significa «avívalo hasta que arda fuertemente».
Cuán fácil es que el fuego se reduzca en el altar de nuestros corazones (Ap 2.4) al punto de convertirnos en tibio (Ap 3.16) y hasta fríos (Mt 24.12). El tabernáculo fue santificado (apartado) por la gloria de Dios (v. 43), cuando su gloria entró en el Lugar Santísimo (Éx 40.34). Israel era la única nación que tenía «la gloria» (Ro 9.4). El Espíritu de Dios vive en nosotros y por consiguiente debemos ser un pueblo separado para dar gloria a Dios (2 Co 6.14–7.1).

30

Dios quería que su pueblo fuera «un reino de sacerdotes» (19.6). Hoy, todo el pueblo de Dios es un sacerdocio (1 P 2.5, 9; Ap 1.6), pero en los días del AT la nación de Israel tenía un sacerdocio que les representaba delante de Dios. Lo que eran los sacerdotes, la nación entera debería haberlo sido. ¿Qué clase de personas forman «un reino de sacerdotes»?

I. PERSONAS QUE ORAN (30.1–10,34–38)

Como ya se ha notado, había dos altares que se usaban en los cultos en el tabernáculo: uno de bronce para los sacrificios de sangre y uno de oro para el incienso. El oro que recubría la madera habla de la deidad y humanidad del Salvador, y nos recuerda que podemos orar al Padre únicamente debido a la obra intercesora de su Hijo. Traemos nuestras peticiones en el nombre de Jesucristo (Jn 14.12–15).
El incienso quemado es un cuadro del ofrecimiento de nuestras oraciones (Sal 141.2; Lc 1.10; Ap 5.8). El fuego que consume el incienso nos recuerda al Espíritu Santo, porque sin su ayuda no podemos orar de verdad (Ro 8.26–27; Jud 20). El altar de oro estaba antes del velo, fuera del Lugar Santísimo, pero nosotros somos privilegiados para entrar confiadamente a la presencia de Dios y traerle nuestras peticiones (Heb 4.14–16; 10.19–22). El sumo sacerdote quemaba el incienso cada mañana y cada noche, un recordatorio de que debemos abrir y cerrar el día con oración, y durante el día «orar sin cesar» (1 Ts 5.17). El sacerdote llevaba consigo la fragancia del incienso todo el día.
La composición especial del incienso se da en los versículos 34–38 y esta fórmula no debía usarse para propósitos comunes. De la misma manera la oración es especial y Dios dicta cuáles son los requisitos para la oración eficaz. En el altar de Dios no se debía usar «incienso extraño» (v. 9) ni «fuego extraño» (Lv 10.1). Sin importar cuán ferviente pudiera ser una oración, si no está de acuerdo a la voluntad de Dios, no será contestada.

II. PERSONAS AGRADECIDAS (30.11–16)

La celebración anual de la Pascua recordaría al pueblo que la nación había sido redimida de la esclavitud y este «impuesto de censo» anual sería otro recordatorio de su redención (Véanse 1 P 1.18–19). La plata se usó originalmente para las bases y garfios del tabernáculo (38.25–28); en años posteriores ayudó a pagar para el mantenimiento de la casa de Dios (Mt 17.24–27). Cuando David de manera impetuosa levantó un censo sin recibir el «dinero de redención», Dios envió una plaga a la nación (1 Cr 21.1–17). Es peligroso usar las «estadísticas religiosas» para la alabanza del hombre y no para la gloria de Dios. Debemos estar agradecidos a Dios por la redención que tenemos en Cristo y debemos estar dispuestos a darle ofrendas para su gloria.

III. PERSONAS LIMPIADAS (30.17–21)

Esta fuente de bronce se erigía entre el altar de bronce y el tabernáculo, y el agua en ella se usaba para el limpiamiento ceremonial de las manos y los pies de los sacerdotes. El tabernáculo sin piso ensuciaba sus pies. Además, el proceso de los sacrificios contaminaba sus manos. Es posible contaminarse incluso mientras se sirve al Señor.
El lavatorio estaba hecho de espejos de bronce (38.8). Puesto que el espejo es un cuadro de la Palabra de Dios (Stg 1.23–25), el lavatorio de bronce ilustra el poder limpiador de la Palabra de Dios (Jn 15.3; Ef 5.25–27; Sal 119.9). Cuando confiamos en Jesucristo, somos «lavados todos» de una vez y para siempre, pero es necesario confesar nuestros pecados y «lavarnos las manos y los pies» si queremos disfrutar de comunión con el Señor (Jn 13.1–11; 1 Jn 1.9).

IV. PERSONAS UNGIDAS (30.22–33)

Como el incienso para el altar de oro, el aceite de la unción para los sacerdotes debía ser un artículo especial, no para duplicarse o profanarse en el uso común. Podía derramarse sólo sobre los sacerdotes; el pueblo común no podía usar este ungüento especial. Qué maravilloso que todo el pueblo de Dios hoy ha sido ungido por el Espíritu (1 Jn 2.20, 27; 2 Co 1.21).

31

I. LA CAPACIDAD PARA TRABAJAR (31.1–11)

Cuando Dios nos llama a hacer un trabajo para Él, nos da la capacitación y los ayudantes que necesitamos. Así lo hizo con Bezaleel y Aholiab. Bezaleel significa «en la protección de Dios»; antes ya encontramos a su padre Hur (Éx 17.10–16; 24.14). Dios le dio a estos hombres la capacidad que necesitaban para seguir el modelo celestial y hacer las cosas indispensables para el tabernáculo. Su sabiduría y habilidad vinieron del Señor, y ellos usaron sus capacidades en obediencia al mandamiento de Dios.
Las habilidades artísticas pueden dedicarse a Dios y usarse para su gloria. No todo el mundo es llamado a ser predicador, maestro o misionero. También se necesitan cristianos escritores, artistas, músicos, arquitectos, médicos, jardineros; es más, en cada vocación legítima podemos servir al Señor (1 Co 10.31).

II. LA RESPONSABILIDAD DE NO TRABAJAR (31.12–18)

Hay tiempo para trabajar para el Señor y tiempo para descansar, y ambos son parte de su plan para su pueblo (Mc 6.31). Bezaleel y Aholiab construían el tabernáculo santo, pero se les instruyó a que cuidaran de no violar el Shabat. El Shabat no se le dio a las naciones gentiles sino sólo a Israel como una señal de su relación especial al Señor. Como ya hemos notado antes, el mandamiento del Shabat no se le dio a la Iglesia, porque la Iglesia honra el primer día de la semana, el día del Señor, el día de su resurrección de los muertos. El Shabat pertenecía a la vieja creación (v. 17), pero el día del Señor pertenece a la nueva creación.

32–34

Mientras que Moisés tenía su experiencia «en la cumbre del monte» con el Señor, el pueblo pecaba en el valle al pie. El liderazgo espiritual no siempre es bendición; hay cargas también.

I. MOISÉS EL INTERCESOR (32.1–35)

A. EL PUEBLO DE DIOS PECA (VV. 1–6).
Sin que importe cómo se mire a este pecado, fue una gran ofensa contra Dios. Los judíos era el pueblo de Dios, escogido por su gracia y redimido de Egipto con su poder. Él los guió, alimentó y protegió del enemigo, y los hizo parte de su pacto. Les dio leyes santas y el pueblo acordó obedecerlas (19.8; 24.3–7). Aquí en Sinaí el pueblo vio la asombrosa exhibición de la gloria de Dios y tembló ante su poder. Sin embargo, a pesar de todas estas maravillosas experiencias, insolentemente desobedecieron al Señor y cayeron en la idolatría e inmoralidad.
Moisés estuvo de acuerdo en que Dios le diera a su hermano Aarón como ayudante (4.10–17), pero ahora Aarón se convertía en un líder ayudando al pueblo a pecar. ¿Cuándo descendió Aarón del monte? ¿Por qué no reprendió al pueblo y acudió a Dios pidiendo ayuda? Decir que Aarón hizo el becerro como un símbolo de Jehová, cediendo a la debilidad del pueblo, no lo excusa; porque Aarón sabía lo que el Señor había dicho acerca de los ídolos (20.1–6).
La causa básica de este pecado fue la incredulidad: el pueblo se impacientó mientras esperaba a Moisés, y sin verdadera fe decidieron que tenían que tener algo que pudieran ver. La impaciencia y la incredulidad condujeron a la idolatría, y la idolatría llevó a la inmoralidad (Véanse Ro 1.18–32).
B. EL SIERVO DE DIOS INTERCEDE (VV. 7–14).
Por supuesto que el Señor sabía lo que ocurría en el campamento de Israel. Véanse Hebreos 4.13.
Nótese cómo al parecer Dios «culpa» a Moisés de lo ocurrido, pero Moisés rápidamente le recordó al Señor que Israel era pueblo suyo. Era la gloria de Jehová lo que estaba en juego y no la reputación de Moisés, de modo que este le recordó al Señor sus promesas a los patriarcas. Cuando la Escritura dice que el Señor «se arrepiente», está usando lenguaje humano para describir una respuesta divina (Nm 23.19; Jer 18.7–10; Am 7.1–6). Dos veces durante la vida de Moisés Dios ofreció destruir a Israel y usar a Moisés para fundar una nueva nación (v. 10; Nm 14.12), pero este rehusó. Los judíos nunca supieron el precio que Moisés pagó para ser su líder. Cuánto le debían y, sin embargo, ¡cuán poco demostraron su aprecio! Dios iba incluso a matar a Aarón, pero Moisés intercedió por él (Dt 9.20).
C. LA IRA DE DIOS JUZGA (VV. 15–35).
En su gracia Dios perdonó el pecado del pueblo, pero en su gobierno tenía que disciplinarlo.
¡Cuántas lágrimas se han causado por las dolorosas consecuencias de los pecados perdonados! Moisés tenía el derecho de estar airado y de humillar a Aarón y al pueblo. Al romper las dos tablas de la ley, escritas por Dios, Moisés dramáticamente le mostró al pueblo la grandeza de su pecado. En lugar de confesar sus pecados, Aarón se excusó. Le echó la culpa al pueblo por su depravación (v. 22), a Moisés por su demora (v. 23), ¡y al horno por haber entregado un becerro! Después de enfrentar al pueblo, Moisés regresó al Señor en la montaña y ofreció entregar su vida para que el pueblo pueda ser librado.
Véanse Romanos 9.3. Cuando una persona muere, su nombre se borra del libro de la vida (Sal 69.28; Ez 13.9). El libro de la vida (o «de los vivientes») no debe confundirse con el libro de la vida del Cordero, que tiene los nombres de los salvos (Ap 21.27; Lc 10.20).

II. MOISÉS EL MEDIADOR (33.1–17)

Como intercesor, Moisés estuvo entre la nación y sus pecados pasados. Como mediador, estuvo entre la nación y su futura bendición. Moisés no se contentó únicamente con lograr que se perdonara la nación; quería asegurar de que Dios iría con ellos al continuar el viaje a la tierra prometida. Cuando la gente oyó que Dios no iba a ir con ellos, se humillaron y lamentaron. Una cosa es lamentar debido a la disciplina de nuestros pecados y otra muy diferente debido a la disciplina de Dios que resulta de nuestro orgullo. «Un pueblo afligido es objeto de gracia», escribió C.H. Macintosh, «pero un pueblo de cerviz dura debe ser doblegado».
La tienda que se describe en los versículos 7–11 no es el tabernáculo, porque este aún no se había construido. Era la tienda donde Dios encontraba a Moisés y le decía sus planes (Nm 12.6–8; Dt 34.10).
Como gesto simbólico para mostrarle a Israel cuán perversos habían sido, Moisés mudó su tienda fuera del campamento. Algunos del pueblo salieron para encontrarse con Dios, mientras que otros simplemente observaron mientras Moisés salía. Josué fue uno que se quedó con Moisés y vigilaba la tienda de reunión. «Cada uno de nosotros está tan cerca de Dios como quiere estarlo», dijo J. Oswald Chambers; y es verdad.
Moisés pidió la gracia de Dios para bendecir al pueblo y la presencia de Dios para que fuera con el pueblo, y el Señor le concedió su petición. Después de todo, era la gloriosa presencia de Dios lo que distinguía a Israel de las demás naciones. Otras naciones tenían leyes, sacerdotes y sacrificios. Sólo Israel tenía la presencia de Dios entre ellos.

III. MOISÉS EL ADORADOR (33.18–34.35)

A. VE LA GLORIA (33.18–34.9)
Moisés sabía lo que muchos en la iglesia de hoy han olvidado: que la actividad más importante del pueblo de Dios es adorar a Dios. A Moisés se le dio la garantía de la presencia de Dios con su pueblo, pero eso no era suficiente; quería una nueva visión de la gloria de Dios. La «bondad» de Dios (33.19) significa su carácter y atributos. La palabra «espaldas» (33.23) lleva la idea de «lo que permanece», o sea, el resplandor de la gloria de Dios; lo que «queda de sobra» después de que Dios ha pasado. Puesto que Dios es espíritu, no tiene un cuerpo como los seres humanos. Estas son sólo representaciones humanas de las divinas verdades acerca de Dios.
Moisés volvió con Dios a la montaña durante otros cuarenta días (34.28; Dt 9.18, 25) y Él le dio nuevas tablas de la ley. La proclamación del Señor en 34.6–7 llegó a ser la «declaración de fe» estándar para los judíos (Nm 14.18; 2 Cr 30.9; Neh 9.17; Jon 4.2). La declaración anterior en Éxodo 20.5 afirma que Dios envía juicio «hasta la tercera y cuarta generación a los que me aborrecen». Los hijos y nietos no son condenados por los pecados de sus antepasados (Véanse Ez 18.1–4), pero pueden sufrir debido a esos pecados. Una vez más Moisés se inclinó y adoró al estar en comunión con el Señor.
B. PROTEGE LA GLORIA (34.10–28).
Dios le recordó a Moisés que el pueblo de Israel debía ser diferente a los pueblos que vivían en Canaán, y le advirtió contra el pecado de idolatría. ¿Qué es idolatría? Es cambiar la gloria del Dios incorruptible por una imagen (Ro 1.23) y adorar y servir a la criatura en lugar de al Creador (Ro 1.25). Dios le dio a Israel su ley para que pudieran vivir en santidad y manifestar su gloria.
C. REFLEJA LA GLORIA (34.29–35).
Usted querrá leer 2 Corintios 3 para captar las lecciones espirituales para hoy. La gloria de la ley del AT era temporal y al final desapareció, pero la gloria de la gracia del nuevo pacto se hace cada vez más brillante. Moisés reflejaba sólo la gloria de Dios y tuvo que usar un velo para que la gente no viera a la gloria desaparecer, pero el pueblo de Dios de hoy irradia la gloria de Dios desde adentro al ver a Jesucristo en la Palabra (el espejo) y llegar a ser más semejante a Él (2 Co 3.18). La nuestra debe ser una experiencia de constante «transfiguración» al andar con el Señor. («Transformado» en Ro 12.2 y «cambiado» en 2 Co 3.18 son ambas la palabra griega «transfigurado» que se usa en Mt 17.2.)

35–40

I. EL PUEBLO TRAE SUS OFRENDAS (35.1–29)

Moisés ya le había dicho al pueblo que Dios quería sus ofrendas voluntarias para que se construyera el tabernáculo (25.1–8). Qué gracia que Dios acepte ofrendas de un pueblo que le había desobedecido y afligido su corazón. Estas eran ofrendas voluntarias del corazón (vv. 5, 21, 26, 29), porque el Señor ama al dador alegre (2 Co 9.6–8). La mayoría de esta riqueza tal vez vino del pueblo de Egipto (12.35–36), salario retrasado por todo el trabajo que los judíos hicieron para los egipcios. Era «la ofrenda a Jehová» (vv. 22, 24, 29) y, por lo tanto, querían dar lo mejor. A decir verdad, dieron con tanta generosidad que Moisés tuvo que detenerlos para que no trajeran más (36.4–7). ¡Nos preguntamos si ese problema existe alguna vez en la iglesia de hoy!

II. LAS PERSONAS DOTADAS DAN SU SERVICIO (35.30–39.43)

El Espíritu Santo le dio a Bezaleel y Aholiab la sabiduría de saber qué hacer y la capacidad para hacerlo. De la misma manera Dios le ha dado dones a su pueblo hoy de modo que la Iglesia pueda ser edificada (1 Co 12–14; Ef 4.1–17; Ro 12). Bezaleel y Aholiab no hicieron todo el trabajo, solos, sino que enseñaron a otros que les ayudaron.
En los versículos subsiguientes Moisés nombra una por una las varias partes del tabernáculo, así como las vestiduras de los sacerdotes. Dios está interesado en cada detalle de nuestro trabajo y no minimiza ningún aspecto del mismo. El broche más pequeño de las cortinas era tan importante para Él como el altar de bronce. Si somos fieles en las cosas pequeñas, Dios puede confiarnos las cosas más grandes (Lc 16.10).
Los eruditos estiman que en la construcción del tabernáculo el pueblo usó cerca de una tonelada de oro, más de tres toneladas de plata y más de dos toneladas de bronce. ¡No fue ninguna estructura barata!

III. EL SEÑOR DA SU GLORIA (40.1–38)

Israel llegó a Sinaí tres meses después del éxodo de Egipto (19.1), y era ahora el primer día del segundo año de su peregrinaje (40.2); de modo que transcurrieron nueve meses desde la promulgación de la ley hasta la dedicación del tabernáculo terminado. Casi tres meses de ese tiempo Moisés los pasó con Dios en el monte (24.18; 34.28). Vemos entonces que la construcción del tabernáculo llevó alrededor de seis meses.
Al levantar el tabernáculo por primera vez Moisés levantó la tienda y luego, trabajando desde afuera del Lugar Santísimo, colocó los enseres en su lugar. Cuando esto se hizo, levantó el atrio exterior. Con todo en su lugar apropiado, Moisés entonces ungió la estructura y su contenido (vv. 9–11) y lo apartó para el Señor. Su acto final de dedicación fue la consagración de Aarón y los sacerdotes (vv. 13–16), a lo cual siguió la presentación de los sacrificios al Señor (Lv 8–9).
El clímax del culto de dedicación fue la revelación de la gloria del Señor en el fuego del altar (Lv 9.24) y la nube en el tabernáculo (Éx 40.34–38; Véanse también 1 R 8.10). Sin importar cuán caro era el tabernáculo, era simplemente otra tienda si no tenía la presencia de Dios. La gloria no sólo residió en el tabernáculo, sino que guió a los israelitas en su peregrinaje. Cuando hablamos de la «gloria shekinah de
Dios», nos referimos al hecho de Dios morando en el tabernáculo o en el templo. La palabra hebrea que se translitera «shekinah» significa «morada de Dios», porque la palabra hebrea shakán significa «morar» (Éx 29.45–46).