EZEQUIEL

BOSQUEJO SUGERIDO DE EZEQUIEL

I. Ordenación del profeta (1–3)
II. Condenación de Judá (4–24)
A. Una nación desobediente (4–7)
B. Una gloria que se va (8–11)
C. Una nación bajo disciplina (12–24)
III. Condenación de las naciones gentiles (25–32)
IV. Restauración del pueblo de Dios (33–48)
A. Regresan a su tierra (33–36)
B. Experimentan una nueva vida y unidad (37)
C. Los protegen de sus enemigos (38–39)
D. Adoran aceptablemente al Señor (40–48)
EZEQUIEL (heb., yehezqe’l, Dios fortalece) El lugar del ministerio de Ezequiel era Babilonia, a la cual había sido deportado en el 597 a. de J.C.
Ezequiel 8—11 contiene una visión singular de los acontecimientos que se estaban llevando a cabo en Jerusalén (Ezequiel 24:1, 2). Parecería imposible que Ezequiel en Babilonia pudiera haber conocido en tal detalle los acontecimientos en Jerusalén salvo por revelación divina.
El libro se divide en tres partes:
(1) la denuncia de Judá e Israel (caps. 1—24, 593-588 a. de J.C.),
(2) oráculos en contra de las naciones extranjeras (caps. 25—32, con fecha del 587-571) y:
(3) la futura restauración de Israel (caps. 33—48, con fecha del 585-573).
Se pronunciaron las profecías de la primera sección antes de la caída de Jerusalén. El llamado de Ezequiel a la obra profética (caps. 1—3) incluye su visión de la gloria divina: el trono de Dios cargado por un carro extraterreno de querubines y ruedas (Ezequiel 1:4-21). El profeta come el rollo en el cual está escrito su triste mensaje (Ezequiel 2:8—3:3) y se le ordena que sea el atalaya del Señor, con el precio de su propia vida si no da la alarma (Ezequiel 3:16-21; ver 33:1-9). Ezequiel entonces predice la destrucción de Jerusalén con actos simbólicos (Ezequiel 4:7) como el sitio de una copia de la ciudad (Ezequiel 4:1-8) y el racionamiento del alimento y la bebida (Ezequiel 4:9-17). Después sigue la famosa visión de la iniquidad de Jerusalén para la cual Ezequiel es arrebatado en espíritu a Jerusalén (caps. 8—11) y ve todo tipo de idolatría repugnante practicada en las cortes del templo.
Mientras mira la profanación de la casa del Señor, ve como la gloria divina que se ha manifestado en el lugar santísimo (Ezequiel 8:4) deja el templo y la ciudad (Ezequiel 9:3; 10:4, 19; 11:22-23), simbolizando el abandono de Dios de su pueblo apóstata. En ese momento Ezequiel vuelve en espíritu a Babilonia. El resto de la primera sección (caps. 12—24) registra las acciones simbólicas y los sermones que predicen la caída de Jerusalén. Realiza actos simbólicos de la salida al exilio (Ezequiel 12:1-7), predica en contra de los falsos profetas (cap. 13) y en dos oráculos conmovedores (caps. 16, 23) describe la apostasía del pueblo ingrato. Su declaración de la responsabilidad del individuo ante Dios (cap. 18) es famosa. Finalmente anuncia el comienzo del sitio de Jerusalén, en la tarde del mismo día en que muere su esposa y se vuelve mudo hasta la caída de la ciudad (cap. 24).
Después de las profecías del juicio en contra de las naciones extranjeras (Ezequiel 25—32) viene el punto culminante de la visión del profeta, escrito después de la caída de Jerusalén: la restauración de Israel (caps. 33—48). Dios traerá al pueblo de nuevo a su tierra, enviará el hijo de David a reinar sobre ellos y les dará un nuevo corazón (caps. 34, 36). La visión del valle de los huesos secos (cap. 37) es una declaración figurada de esta recomposición de la nación. Después sigue el triunfo de Israel sobre los poderes gentiles, Gog y Magog (caps. 38 y 39). Finalmente se describe un gran templo restaurado (caps. 40—43), con sus santos servicios (caps. 44—46), el río de vida que fluye de él (cap. 47) y el pueblo de Israel viviendo en sus lugares alrededor de la ciudad llamada Jehovah está allí (cap. 48), a la cual ha vuelto la gloria de Dios (Ezequiel 43:2, 4, 5; 44:4).
Fue llevado cautivo a Babilonia en 597 a. de J.C. Allí profetizó a los exiliados sobre la próxima destrucción de Jerusalén (que ocurrió en el año 586 a. de J.C.) y sobre el juicio de Dios sobre otras naciones. Ezequiel enfatizó el señorío de Dios sobre todos los pueblos y naciones. Escribió sobre el nuevo pacto por medio del cual Dios daría a su pueblo un corazón nuevo y lo investiría con el Espíritu Santo.
Ezequiel fue uno de los sacerdotes; fue llevado al cautiverio a Caldea con Joaquín. Todas sus profecías fueron entregadas en ese país, en alguna parte en el norte de Babilonia. Su principal objetivo era consolar a sus hermanos cautivos. Se le manda que advierta de las calamidades espantosas que vienen a Judea, particularmente a los profetas falsos y a las naciones vecinas.
También, para anunciar la restauración futura de Israel y Judá de sus varias dispersiones y su estado de dicha en sus días postreros, bajo el Mesías. Hay mucho de Cristo en este libro, especialmente en la conclusión.
AUTOR Y FECHA
Aunque algunos eruditos han puesto en duda su autoría, el autor de este libro lo fue el profeta Ezequiel. El libro mismo dice bien claro que Ezequiel escribió estas profecías.
El hecho de que el profeta habla en primera persona y la uniformidad de estilo y lenguaje son pruebas convincentes de que Ezequiel mismo lo escribió.
Ezequiel dice que comenzó su ministerio «en el quinto año de la deportación del rey Joaquín» (1.2), último rey de Judá, que ocurrió en el 597 a.C. Esto dice que Ezequiel comenzó a profetizar allá por el 593 a.C. Basándonos en la afirmación del mismo libro (29.17), podemos calcular que predicó unos veintidós años, hasta el 571 a.C.
Probablemente escribió el libro poco después del 570 a.C.
NOMBRE QUE LE DA JESÚS: Ezq: 1: 3, 48: 35: El Señor Está Allí.

1–36

En el año 606 a.C. los babilonios empezaron la primera de varias deportaciones de judíos; Daniel estaba en este grupo. En el segundo grupo (597 a.C.) estaba el joven Ezequiel, que para ese entonces tenía alrededor de veinticinco años. Lo llevaron a Tel-abib, cerca del río Quebar (3.15). Allí vivió en su casa con su querida esposa (8.1; 24.16). Cinco años después de que Ezequiel llegó a Tel-abib, Dios lo llamó a ser profeta, cuando tenía treinta años (592 a.C.). Este fue el sexto año antes de la destrucción de Jerusalén en el 586, de modo que mientras Jeremías ministraba al pueblo allá en su tierra natal, Ezequiel predicaba a los judíos cautivos en Babilonia. Como Jeremías, Ezequiel fue un sacerdote llamado a ser profeta.
Su libro también puede dividirse en tres secciones, a continuación del llamamiento del profeta en 1–3:
(1) el juicio de Dios sobre Jerusalén, 4–24;
(2) el juicio de Dios sobre las naciones vecinas, 25–32; y:
(3) Dios restaura a los judíos a su reino, 33–48.
Los capítulos 1–24 fueron dados antes del asedio de Jerusalén; los capítulos 25–32 durante el sitio; y los capítulos 33–48 después del sitio. Aun cuando el profeta estaba en la distante Babilonia, pudo ver los acontecimientos en Jerusalén mediante el poder del Espíritu de Dios. Ezequiel no sólo proclamó el mensaje de Dios al pueblo, sino que tuvo que vivirlo delante de ellos. Dios le ordenó que hiciera una serie de actos simbólicos para llamar la atención del pueblo; jugar a la guerra (4.1–3); acostarse de un lado durante cierto número de días (4.4–17); rasurarse al rape el cabello y la barba (5.1–4); actuar como alguien que huye de la guerra (12.1–16); sentarse y suspirar (21.1–7); y, lo más difícil de todo, que su esposa muriera (24.15–27). No era fácil ser profeta.
En esta sección nos concentraremos en las visiones de Ezequiel sobre la gloria de Dios.

I. LA GLORIA REVELADA (1–3)

Ezequiel («Dios fortalece») era un sacerdote en cautiverio (1.1) y por tanto no podía ejercer su ministerio, ya que estaba lejos del templo y del altar sagrados. Pero Dios le abrió los cielos y le llamó a que fuera profeta. Cinco años estuvo cautivo antes de que le llamaran; los sacerdotes empezaban su ministerio a los treinta años (Nm 4.3). Véanse en el Salmo 137 un cuadro de la condición espiritual de los cautivos. Jeremías les dijo que se establecieran setenta años en Babilonia, pero los falsos profetas le dijeron al pueblo que Dios destruiría a Babilonia y libertaría a los cautivos (léase Jer 28–29). Fue tarea de Ezequiel decirle al pueblo que Dios destruiría a Jerusalén, no a Babilonia, pero que habría un día de gloriosa restauración del pueblo y de reconstrucción del templo.
La frase «Vino a mí palabra de Jehová» se usa cincuenta veces en este libro. Qué maravilloso saber que la Palabra de Dios nunca está demasiado lejos del pueblo de Dios, si tan solo quieren oírla. Juan oyó la Palabra estando exilado en Patmos (Ap 1.9) y Pablo la recibió en prisión. ¿Qué vio Ezequiel aquel día?
A. UN TORBELLINO DE FUEGO (1.4).
Esto simbolizaba el juicio de Dios sobre Jerusalén, la venida de Babilonia desde el norte. El viento tempestuoso con sus fulgurantes rayos significaba la destrucción de Jerusalén.
B. LOS QUERUBINES (1.5–14).
Estas criaturas simbolizan la gloria y el poder de Dios. Podían ver y moverse en todas direcciones sin volverse. Las cuatro caras hablan de sus características: la inteligencia del hombre, la fuerza y el arrojo del león, la fidelidad y el servicio del buey, y el encumbramiento del águila. Algunos ven en estas caras los cuatro Evangelios: Mateo (el león, rey), Marcos (buey, siervo), Lucas (hombre, Hijo del Hombre), Juan (águila, Hijo del Dios del cielo). Las criaturas podían moverse rápidamente para cumplir la voluntad de Dios.
C. LAS RUEDAS (1.15–21).
Cada criatura estaba asociada con un juego de ruedas, dos ruedas en cada juego. Las ruedas en cada juego no estaban colocadas paralelas la una respecto a la otra, como el aro y el eje de una rueda de bicicleta; más bien estaban en ángulo recto la una respecto a la otra, como la parte superior de un giroscopio. Las ruedas estaban en constante movimiento y, puesto que miraban a las cuatro direcciones, podían moverse en cualquier dirección sin cambiar su movimiento, así como los querubines. Sus aros estaban «llenos de ojos» (v. 18), lo que ilustra la omnisciencia de Dios al regir su creación (Pr 15.3), y el movimiento de las ruedas coincidía con el de los querubines. Todo esto habla de la obra constante de Dios en el mundo, su poder y gloria, su presencia en todo lugar, su propósito para el hombre, su providencia. El mundo estaba lleno de terror y cambio, pero Dios estaba obrando.
D. EL FIRMAMENTO (1.22–27).
Esta era una hermosa «plataforma» que contenía el trono de Dios y que estaba encima de las ruedas y de los querubines. Dios sigue en el trono y su voluntad se cumple en este mundo, aun cuando no siempre lo veamos. Los complejos movimientos de los querubines y las ruedas revelan cuán intrincada es la providencia de Dios en el universo; sólo Él puede comprenderla, sólo Él puede controlarla. Pero hay perfecta armonía y orden.
E. EL ARCO IRIS (1.28).
Hubo un arco iris en la tormenta. Sin duda esto le decía a Ezequiel que la misericordia y el pacto de Dios no le fallaría a su pueblo. Véanse Génesis 9.11–17, donde se designa al arco iris como una señal de misericordia. También véanse Apocalipsis 4.3 y 10.1.
Noé vio el arco iris después de la tormenta; el apóstol Juan lo vio antes de la tempestad; pero Ezequiel lo vio en la tempestad. Toda esta visión de la gloria de Dios muestra a Dios obrando en el mundo, juzgando los pecados de su pueblo, pero aún guardando su pacto de misericordia. El resultado de esta visión fue el colapso total de Ezequiel (1.28). Pero Dios le levantó, le llamó a ser un atalaya, le alimentó con la Palabra (véanse Jer 15.16; Job 23.12; Mt 4.4; Ap 10.9) y le llenó con su Espíritu.
«Sabrán que yo soy Jehová», esta frase y sus variantes se hallan sesenta y una veces en este libro; resume el ministerio y mensaje de Ezequiel.

II. LA GLORIA QUITADA (8–11)

Un año más tarde Dios le dio a Ezequiel otra visión, esta vez de los pecados del pueblo allá en Jerusalén. La gloria apareció de nuevo (8.2) y Dios llevó al profeta en visión a la ciudad santa. Allí vio una visión cuádruple de los pecados del pueblo:
(1) una imagen levantada en la puerta norte del templo, quizás de Astarté, la perversa diosa babilónica, 8.5;
(2) adoración pagana secreta en los recintos ocultos del templo, 8.6–12;
(3) mujeres judías llorando por el dios Adonis, el cual se pensaba que había muerto para ser resucitado de los muertos cada primavera, 8.13–14; y:
(4) el sumo sacerdote y los veinticuatro grupos de sacerdotes adorando al sol, 8.15–16.
¿Es de asombrarse que Dios planeara destruir la ciudad? Por supuesto, la gloria de Dios no podía permanecer en un lugar tan pervertido. La gloria vino al templo, 8.4; pero en 9.3 la gloria pasa al umbral del templo. El trono de la gloria ahora estaba vacío. Se convertiría en un trono de juicio. En el capítulo 9 vemos al siervo de Dios poniendo una marca de protección en el remanente fiel de creyentes, para que no mueran en el juicio venidero. Entonces, en 10.4, la gloria de Dios se eleva por encima del umbral de la casa y sobrevuela allí antes de que caiga el juicio. En 10.18 la gloria se eleva aún más y pasa a la puerta oriental del templo (v. 19); y por último, en 11.22–23, la gloria sale del templo y se va a la cumbre del Monte de los Olivos. «Icabod Traspasada es la gloria» (1 S 4.21).
¿Por qué se quitó la gloria? Porque Dios no puede compartir su gloria con otro. Los ídolos y los pecados del pueblo le echaron fuera. Sus pecados podrían haber estado ocultos al pueblo, pero Dios los veía y los juzgaba. Así hoy Dios quitará de nuestras vidas su gloria y sus bendiciones si no le servimos fielmente con corazones sinceros y puros.

III. LA GLORIA RESTAURADA (43.1–12)

En los capítulos 40–48 el profeta ve la restauración futura de Israel y su gloria en el Reino.
Describe a la ciudad y el templo restaurados, más grandiosos de lo que Israel había conocido. En 43.1–6 ve la gloria de Dios volver al templo. Nótese que la gloria vendrá por la misma ruta que utilizó al salir. Por supuesto, Jesucristo es la gloria del Señor, y volverá la gloria de Dios a la nación de Israel.
Sin duda la Palabra dada en los capítulos 40–48 no se cumplió cuando los judíos regresaron a su tierra después del cautiverio, de modo que tiene que haber un cumplimiento futuro cuando Jesús vuelva a la tierra a reinar.
Dios está preocupado por su gloria. Debemos glorificar a Dios en nuestros cuerpos (1 Co 6.19–20) y magnificarle en todo lo que hacemos (Flp 1.20–21). Nuestras buenas obras deben glorificarlo (Mt 5.16). Pero podemos pecar y alejar la gloria de Dios de nuestras vidas. No cabe duda de que el Espíritu de Dios nunca nos dejará (Ef 1.12–14), pero podemos entristecerlo y perder la gloria de Dios en nuestro andar diario (Ef 4.30). Los pecados secretos no se quedan así mucho tiempo. Dios los ve y, antes que pase mucho tiempo, otros también los verán.

37–48

Estos capítulos finales miran hacia el futuro de Israel y Judá, al tiempo cuando Dios hará una nueva obra y su gloria volverá a la tierra.

I. LA NUEVA NACIÓN (37)

A. REVIVIDA (VV. 1–14).
En este tiempo tanto Israel como Judá estaban arruinados políticamente. Asiria había esparcido a Israel y Babilonia acababa de conquistar a Judá. Tanto Isaías como Jeremías predijeron el regreso del cautiverio, pero las visiones de Ezequiel van incluso más allá en los años. Vio el tiempo cuando la nación muerta volvería a vivir. En la visión vio muchísimos huesos en el valle (literalmente «campo de batalla») y los huesos estaban muy secos. Era un cuadro de total derrota, con los huesos de los ejércitos secos y sin sepultura. ¡Qué descripción más vívida del pueblo judío! Mediante el poder de la Palabra de Dios los huesos se juntaron y formaron hombres, y mediante el poder del Espíritu («viento»), se les dio vida.
Esto nos enseña la resurrección corporal, ni siquiera la salvación de los judíos. Más bien es un cuadro del resurgimiento futuro de la nación, cuando los judíos se saquen de las «tumbas» de las naciones gentiles a donde fueron esparcidos. Políticamente esto ocurrió el 14 de mayo de 1948, cuando la nación moderna de Israel entró de nuevo en la familia de naciones. Por supuesto, la nación está muerta espiritualmente; pero un día, cuando Cristo vuelva, la nación nacerá en un día y será salva.
B. REUNIFICADA (VV. 15–28).
La división de la nación en los reinos del norte y del sur fue el principio de su caída. Un día Dios volverá a reunir a las tribus bajo el verdadero David, Jesucristo. Él hará un pacto de paz con ellos (v. 26) y traerá de nuevo gloria a su pueblo. ¿Hay algún futuro para Israel? Algunos eruditos dicen: «No, porque todas estas profecías del AT deben aplicarse espiritualmente a la Iglesia». No estamos de acuerdo con esto. Estas profecías son demasiado detalladas como para «espiritualizarlas» y aplicarlas a la iglesia de hoy. Jesús enseñó acerca de un futuro para los judíos (Lc 22.29), lo mismo que Pablo (Ro 11) y Juan (Ap 22.1–6).

II. LA NUEVA VICTORIA (38–39)

Estos capítulos se refieren a la famosa «batalla de Gog y Magog». No confunda esta guerra con la Batalla del Armagedón descrita en Apocalipsis 19.11–21, porque el Armagedón ocurrirá al final del período de siete años de tribulación que sigue al Arrebatamiento de la Iglesia. Tampoco es la misma batalla que involucra a Gog y Magog en la mencionada en Apocalipsis 20.7–9, porque aquella será después de finalizado el reinado milenial de Cristo, cuando se suelte de nuevo a Satanás. La batalla dada en Ezequiel 38–39 ocurrirá en un tiempo cuando los judíos vivan con seguridad en su tierra (38.8, 11–12, 14) al «cabo de años» (38.8). ¿Cuándo será esto? Parece probable que esto será durante la primera parte del período de la tribulación, cuando Israel estará protegida de sus enemigos por el pacto con la cabeza del Imperio Romano (Dn 9.26–27).
Después del Arrebatamiento de la Iglesia, ocurrirán grandes hechos en el mundo rápidamente. El antiguo Imperio Romano se restaurará en Europa, encabezado por un fuerte gobernante que al final se revelará como el anticristo. Acordará proteger a los judíos durante siete años (Dn 9.27), que es la duración exacta del período de la tribulación, la septuagésima semana de Daniel (Dn 9.25–27). Los primeros tres años y medio de la tribulación serán relativamente pacíficos e Israel disfrutará de reposo en su tierra, guardados por el gobernante romano. Pero Gog querrá la gran riqueza de la tierra (38.12–13) y más o menos a mitad del período de la tribulación invadirá a Israel sin advertencia.
Entonces Dios intervendrá y destruirá al ejército invasor. Tan grande será la derrota que se requerirán siete meses para sepultar a los muertos (39.12) y el pueblo quemará durante siete años el material de guerra abandonado (39.9–10). El gobernante romano se apresurará a Israel para cumplir su pacto, descubrirá que Gog ha dejado de ser un poder mundial y entonces se establecerá como dictador mundial en el templo judío, rompiendo así su pacto con Israel (Dn 9.27). Esta será la «abominación desoladora» y la señal del principio de la gran tribulación sobre la tierra.

III. EL NUEVO TEMPLO (40–46)

Sin duda este templo nunca se ha construido, de modo que debe referirse a un tiempo futuro. La mayoría de los estudiosos opinan que este será el gran templo milenial que se llenará de la gloria de Dios durante el reino de Cristo de mil años sobre la tierra. A Ezequiel se le dijo que revelara estos planes al pueblo, para avergonzarlos de sus pecados y rebeliones (43.10–11). No es necesario que entremos en detalles en nuestro estudio. Nótese que todas las medidas han aumentado, de modo que toda el «área sagrada» mide casi ciento veinte kilómetros cuadrados. No se nos dice cómo va a caber todo esto en la tierra y la ciudad de Jerusalén. Tal vez habrá cambios en la tierra.
Puesto que Cristo ha cumplido los tipos del AT (sacrificios, sacerdocio), ¿por qué estos se restituirán y practicarán mil años? Algunos creen que esas prácticas serán para el judío en el Reino lo que la Cena del Señor es para la iglesia de hoy, un recordatorio de la obra de Cristo. Sin embargo, es probable que Ezequiel usaba el lenguaje que la gente entendía para trasmitirles las verdades acerca de la futura adoración en el templo. La Pascua hablaba de la redención por la sangre (45.21–24) y la Fiesta de los Tabernáculos del cuidado de Dios por su pueblo y el gozo de este en el Reino (45.25). No podemos creer que los judíos salvos querrán cambiar su íntima comunión con Cristo por ritos antiguos que pertenecían a la edad de la ley.
¿Qué le ocurrirá a este templo? Cuando Dios cree el nuevo cielo y la nueva tierra no habrá necesidad de ningún templo (Ap 21.1–5, 22). La nueva Jerusalén que Juan describe en Apocalipsis 21–22 sobrepasará a cualquier cosa que Ezequiel vio. Toda la ciudad santa será un templo para la gloria de Dios.

IV. LA NUEVA TIERRA (47–48)

A. SE REFRESCA (CAP. 47).
La tierra se refrescará mediante las aguas salutíferas del río que brota del altar de Dios. Todas las bendiciones de Dios deben empezar con el altar. Ezequiel describe la sanidad de la tierra, la bendición de Dios sobre la tierra que escogió para Israel. Nótese que habrá una nueva frontera para ella (13–21).
Por el oeste estará el Mar Mediterráneo, al norte una línea que va desde Tiro a Damasco, por el este el río Jordán y el Mar Muerto, y al sur desde el Mar Muerto hasta el río de Egipto. Esto significa que la herencia estará dentro de la tierra, sin ninguna tribu al otro lado del Jordán.
Podemos ver en este río salutífero un hermoso cuadro del Espíritu de Dios. La fuente es el altar, la muerte de Cristo (Jn 7.37–39). El río se torna cada vez más profundo, de modo que el profeta pudo nadar en él. Ojalá podamos adentrarnos cada vez más profundamente en las cosas de Dios y apartarnos de las aguas de poca profundidad. El río dio sanidad y vida; y así el Espíritu sana y da vida hoy.
B. NUEVA DIVISIÓN (CAP. 48).

Ya hemos notado las nuevas fronteras de la tierra. Este capítulo explica cómo se hará el reparto a las tribus durante la edad del Reino. Las tribus estarán al oeste del Jordán; la nación no tendrá más división. Las tribus poseerán «franjas» de tierra a lo largo de la nación, de este a oeste. Siete tribus estarán ubicadas en la parte superior: Dan, Aser, Neftalí, Manasés, Efraín, Rubén y Judá. Entonces vendrá la enorme «porción sagrada» para el área del templo (vv. 8–20). Hacia abajo estarán otras cinco tribus: Benjamín, Simeón, Isacar, Zabulón y Gad. ¡Las tribus estarán allí, y Dios también estará allí! (v. 35). El nombre de la ciudad será «Jehová-sama»: «¡Jehová (está) allí!»