FILIPENSES

Es una epístola llena de gozo que Pablo escribió a la iglesia de Filipos para agradecerles sus obsequios, y para animarles a permanecer firmes bajo la persecución. En esta epístola, Pablo recordó a los filipenses la humildad de Cristo y lo que sufrió por ellos, y les instó a regocijarse con él en el Señor.
Los filipenses estaban muy profundamente interesados en el apóstol. El alcance de la epístola es confirmarlos en la fe, animarlos a andar como corresponde al evangelio de Cristo, precaverlos contra los maestros judaizantes, y expresar gratitud por su generosidad cristiana.
Esta epístola es la única, de las escritas por San Pablo, en que no hay censuras implícitas ni explícitas. En todas partes se halla la confianza y la felicitación plena y los filipenses son tratados con un afecto peculiar que percibirá todo lector serio.
BOSQUEJO SUGERIDO DE FILIPENSES
I. Un solo sentir (1)
A. La comunión del evangelio (1.1–11)
B. El progreso del evangelio (1.12–26)
C. La fe del evangelio (1.27–30)
II. Un sentir sumiso (2)
A. El ejemplo de Cristo (2.1–11)
B. El ejemplo de Pablo (2.12–18)
C. El ejemplo de Timoteo (2.19–24)
D. El ejemplo de Epafrodito (2.25–30)
III. Un sentir espiritual (3)
A. El pasado del cristiano: salvación (3.1–11)
B. El presente del cristiano: santificación (3.12–16)
C. El futuro del cristiano: glorificación (3.17–21)
IV. Un sentir confiado (4)
A. La presencia de Dios: «está cerca» (4.1–5)
B. La paz de Dios (4.6–9)
C. El poder de Dios (4.10–13)
D. La provisión de Dios (4.14–23)
NOTAS PRELIMINARES A FILIPENSES
I. LA CIUDAD
Filipos era una colonia romana, gobernada por leyes romanas y sujeta al gobierno de Roma. Era una pequeña Roma en medio de una cultura griega, así como la Iglesia es una «colonia del cielo» aquí en la tierra (Flp 3.20, nótese «ciudadanía»). La ciudad original, nombrada en honor al rey Felipe de Macedonia, quien la conquistó arrebatándosela a los tracianos, era notoria tanto por su oro como por su agricultura. Su suelo era muy fértil. Busque en un mapa su ubicación en Macedonia.
II. LA IGLESIA
La primera iglesia que se fundó en Europa la organizó Pablo en Filipos (Véanse Hch 16) en su segundo viaje misionero. Después que Pablo siguió hasta Tesalónica, los creyentes filipenses le enviaron ayuda económica (Flp 4.15; Véanse 2 Co 11.9). Cinco años más tarde, durante su tercer viaje misionero, Pablo visitó Filipos camino a Corinto, y luego en su viaje de regreso (Hch 20.1–6). Había un profundo cariño entre Pablo y la gente de Filipos. ¡Sin duda que esta iglesia le dio al apóstol muy pocos problemas! ¡No es de sorprenderse que disfrutaba con su compañerismo y comunión!
III. LA CARTA
La iglesia había oído del arresto domiciliario de Pablo en Roma y quería enviarle ayuda. Mandaron a uno de sus hombres (tal vez un anciano) llamado Epafrodito para que le llevara una ofrenda al necesitado apóstol en Roma. El viaje de Filipos a Roma usualmente llevaba un mes. Epafrodito se quedó con Pablo en Roma y le ministró a él y junto a él, a tal punto, que se enfermó (Flp 2.25–30).
Evidentemente cuando Pablo escribió su reconocimiento a la iglesia mencionó la enfermedad de su amigo. La iglesia entonces se preocupó tanto por él como por Pablo. Es también posible que Epafrodito se haya quedado con Pablo demasiados meses y la iglesia le criticó por su tardanza. En cualquier caso, cuando Epafrodito recuperó su fuerza, Pablo le envió de regreso con la carta que nosotros conocemos como la epístola a los Filipenses. Pablo tenía varios propósitos en mente cuando escribió la carta:
(1) explicar sus circunstancias a sus amigos preocupados por él;
(2) explicar la situación de Epafrodito y defenderlo de los que lo criticaban;
(3) agradecerles de nuevo a los filipenses por su generosa ayuda;
(4) animarles en la vida cristiana;
(5) estimular la unidad de la iglesia.
IV. EL ÉNFASIS
Uno de los temas clave de Filipenses es el gozo. El «gozo» se menciona, de una manera u otra, diecinueve veces en estos cuatro breves capítulos. Otro énfasis es el sentir. Al leer Filipenses, nótese cómo Pablo habla acerca del pensar. Podemos resumir el tema del libro como «el sentir semejante al de Cristo que trae el gozo cristiano». En cada capítulo Pablo describe la clase de sentir que los cristianos deben tener para disfrutar la paz y el gozo de Cristo. Es cierto que nuestros pensamientos tienen una gran influencia en nuestras vidas y el pensamiento equivocado conduce a vivir equivocadamente.
Debemos notar cuatro aspectos del sentir, como lo señala el bosquejo que hemos sugerido: un solo sentir, el sentir sumiso, el sentir espiritual y el sentir confiado.
Por supuesto, no debemos concluir que esta es la única lección que se puede obtener de esta maravillosa carta. Pablo nos enseña mucho respecto a Cristo en esta epístola: Él es nuestra vida (cap. 1), nuestro ejemplo (cap. 2), nuestra meta (cap. 3) y nuestra fuerza (cap. 4). La palabra «pecado» no se menciona en ninguna parte en Filipenses y la única sugerencia de tristeza se halla en 3.18, donde Pablo llora por los que profesaban ser cristianos, pero tenían una mente mundana y por eso deshonraban a Cristo.
AUTOR Y FECHA
Existe un poco de duda sobre si Pablo escribió la Epístola a los Filipenses. Sin embargo, toda la epístola lleva el sello de su lenguaje y estilo; el escenario es la prisión de Pablo; y los destinatarios están en correspondencia con lo que sabemos de la iglesia en Filipos.
Durante su segundo viaje misionero, en 49 d.C., Pablo sintió el llamado de Dios a visitar Macedonia (Hch 16.6–10). En Filipos fundó la primera congregación cristiana en tierra europea (Hch 16.11–40). A partir de ese momento se desarrollaría una relación de ayuda mutua entre los filipenses y Pablo que duraría para siempre (Flp 1.5; 4.15).
Durante su tercer viaje misionero, Pablo volvió a visitar la iglesia (Hch 20.1, 6).
Cuando escribió Filipenses, Pablo estaba en una prisión (1.7, 13s, 30) mientras esperaba la decisión de su juicio (Flp 1.5). La fecha de la carta depende de identificar la prisión en que se encontraba Pablo en ese momento. Los lugares más probables son: Roma (61–63) y Éfeso (55–56), pero cada hipótesis tropieza con dificultades.
Los filipenses habían demostrado un interés permanente en la obra y persona de Pablo. Lo sostenían en sus viajes con donaciones y le habían provisto de un ayudante, EPAFRODITO. Pablo, por su parte, deseaba informarles de sus experiencias. Para ello, aprovechó un viaje de Timoteo y Epafrodito. Este último había enfermado y la iglesia sentía gran pesar por él (2.25–30). Para calmar esta inquietud, Pablo lo envió con esta epístola, en la cual también prometió una próxima visita personal (2.24).
NOMBRE COMO PRESENTA A JESÚS: Fil. 1: 19; 2: 5, 8; 4: 19. Proveedor De Toda Necesidad Y Siervo Obediente.

1

Las circunstancias de Pablo eran desde luego cualquier cosa ¡menos gozosas! Lo arrestaron ilegalmente, lo llevaron a Roma y estaba esperando el juicio. Había división entre los cristianos allí
(1.14–17) y algunos trataban de empeorarle las cosas. ¿Cómo podía tener gozo en medio de circunstancias tan desagradables? Tenía «un sólo sentir», su preocupación no era por él, sino por Cristo y el evangelio. En este capítulo menciona cinco veces al evangelio (vv. 5, 7, 12, 17, 27) y a Cristo ¡diecisiete veces! Pablo miraba a las circunstancias como algo enviado por Dios (v. 13) con el propósito de exaltar a Cristo (v. 20). Si Pablo hubiera sido de doble ánimo se hubiera quejado debido a que la vida era tan molesta. Tener un solo sentir es preocuparse por las siguientes tres prioridades.

I. LA COMUNIÓN DEL EVANGELIO (1.1–11)

Estar «en Cristo» y ser parte de la comunión cristiana es una fuente de gozo cuando las cosas se ponen difíciles. Aquí está Pablo, prisionero en Roma, y sin embargo regocijándose de la comunión en el evangelio. Tres frases resumen su actitud gozosa.
A. «LOS TENGO EN MI MENTE» (VV. 1–6).
Pablo no pensaba en sí mismo; en lugar de eso pensaba en sus amados santos (los apartados) en la distante Filipos. Todo recuerdo era una bendición para él, incluso el sufrimiento que experimentó en la cárcel de Filipos (Hch 16). Al orar por ellos se regocijaba de su salvación y crecimiento. Sabía que lo que Cristo comenzó en sus vidas, lo perfeccionaría, porque Él es el Alfa y la Omega, el Autor y Consumador de nuestra fe (Ap 1.8; Heb 12.1, 2).
B. «LOS TENGO EN MI CORAZÓN» (VV. 7–8).
La iglesia filipense se componía de un grupo mixto de personas, pero unidos en amor. Entre ellos estaba la acomodada Lidia, el carcelero, la muchacha esclava (todos mencionados en Hch 16), más otros creyentes, la mayoría gentiles. Participaban en el ministerio del evangelio junto a Pablo; sus corazones estaban unidos en su amor por Cristo y del uno para el otro. ¡Qué diferencia con la iglesia de Corinto! (2 Co 12.20, 21).
C. «LOS TENGO EN MIS ORACIONES» (VV. 9–11).
Pablo siempre buscaba tiempo para orar por las personas; su oración aquí es para que pudieran tener vidas plenas. ¡Un cristiano vacío es una tragedia! Pablo oraba para que pudieran llenarse de amor y discernimiento; que pudieran ser fieles en su andar diario; y que llevaran fruto en el servicio cristiano. Esta fue una oración por madurez cristiana.
II. EL PROGRESO DEL EVANGELIO (1.12–26)
Nótese cómo Pablo describe todo el sufrimiento que había atravesado; llama a estas aflicciones «las cosas que me han sucedido» (v. 12). La mayoría de nosotros hubiéramos entrado en lujo de detalles respecto al naufragio y a las cadenas, pero Pablo no. Su deseo era honrar a Cristo y promover el evangelio.
A. PONÍA A CRISTO PRIMERO (VV. 12–21).
¿Estaban las cadenas en sus muñecas? Estaban en sus «prisiones, en Cristo». ¿Estaban sus enemigos causando problemas por su predicación egoísta? «¿Qué, pues? ¡Están predicando a Cristo!»
¿Estaban sus amigos preocupados por él y orando por él? «¡Excelente! ¡Esto exalta a Cristo!» ¿Existía la posibilidad de que muriera? «¡Entonces Cristo será magnificado por vida o por muerte!» Esto es un solo sentir: poner a Cristo y al evangelio por encima de cualquier otra cosa.
Cuando pongamos a Cristo en cualquier circunstancia, tendremos gozo. Pablo no era el prisionero de Roma; era «prisionero de Cristo Jesús» (Ef 3.1; 4.1). Los soldados encadenados a sus muñecas no eran guardias; eran almas por las cuales Cristo murió. Pablo tenía una «audiencia cautiva», y por 1.13 y 4.22 concluimos que ganó a algunos de ellos para Cristo. El cristiano de un solo sentir no permite que las circunstancias le venzan; convierte las mismas en oportunidades para magnificar a Cristo y ganar almas.
B. PONÍA A OTROS EN SEGUNDO LUGAR (VV. 22–26).
El egoísmo siempre alimenta la infelicidad. Pablo tenía gozo porque amaba a otros. Oraba por ellos, los animaba y procuraba darles gozo. A Pablo le encantaba ayudar a los demás. A pesar de que anhelaba estar con Cristo, deseaba fervientemente permanecer y ayudar a estos creyentes a crecer en Cristo.
C. SE PONÍA A SÍ MISMO EN ÚLTIMO LUGAR.
Su cuerpo no era suyo; su futuro no le pertenecía; su reputación era la de Cristo. En contraste, cuando nosotros nos ponemos primero, eso siempre acarrea miseria.
Siempre que las dificultades afecten nuestras vidas, debemos asegurarnos de que tenemos un solo sentir que dice: «Señor, cualquier cosa que venga quiero que Cristo sea glorificado». Este es el secreto del gozo cristiano.

III. LA FE DEL EVANGELIO (1.27–30)

Hay batallas que emprender en la vida cristiana, y Pablo nos advierte aquí que los enemigos nos atacarán. Los nuevos cristianos atraviesan estas tres etapas:
(1) llegan a ser hijos de la familia (la comunión del evangelio);
(2) llegan a ser siervos (el progreso del evangelio); y entonces:
(3) llegan a ser soldados (la fe del evangelio).
Satanás está tratando de derrotar a la Iglesia, y los cristianos deben tener un solo sentir para hacerle frente y «pelear la buena batalla de la fe». Pablo da varias exhortaciones para animar al cristiano a defender la fe del evangelio.
A. «USTEDES NO ESTÁN SOLOS» (V. 27).
Qué maravilloso es saber que otros están a nuestro lado mientras libramos las batallas de la vida.
No hay sustituto para la unidad y la armonía en la iglesia cristiana. Satanás es el gran divisor y destructor; Cristo es el unificador y el edificador.
B. «USTEDES ESTÁN DEL LADO GANADOR» (V. 28).
«¡No permitan que el enemigo les atemorice!», aconseja Pablo. «¡Él sabe que está perdiendo y ustedes están ganando!» La unidad y la fe de los creyentes es un «indicio» (clara señal) para el enemigo de que lleva las de perder.
C. «ES UN PRIVILEGIO SUFRIR POR CRISTO» (VV. 29–30).
Es maravilloso creer en Cristo y recibir el regalo de la salvación, pero hay otro obsequio: Sufrir por Jesús. Filipenses 3.10 destaca que nuestro sufrimiento es en comunión con Él; Véanse también Hechos 5.41. ¡Qué privilegio seguir en el entrenamiento de tales santos como Pablo cuando sufrimos por Jesús!
Pero, ocurra lo que ocurra, un cristiano siempre debe actuar como tal. «Que su comportamiento sea tal que pueda ser identificado con el evangelio», advierte Pablo en 1.27. Alguien le preguntó una vez a Gandhi: «¿Cuál es el más grande obstáculo para las misiones cristianas en la India?» Gandhi replicó:
«Los cristianos». Tal crítica pudiera aplicarse a cristianos de otras tierras. Incluso en medio de la batalla debemos comportarnos como cristianos.
En medio de los problemas Pablo mostraba tranquila confianza. Estaba seguro de que los filipenses continuarían en su andar cristiano (v. 6); se regocijaba de que sus tribulaciones daban nuevo ánimo a los creyentes de Roma (v. 14); y confiaba en que saldría adelante de esas tribulaciones y volvería otra vez a sus amigos (v. 25). Esta es la bendición de un solo sentir: esa confianza gozosa en Dios, sabiendo que Él está en control de la situación.

2

Las circunstancias pueden hacernos perder nuestro gozo, pero las personas también pueden traernos problemas que nos roban el gozo. Cuántas veces perdemos nuestra paz debido a lo que la gente dice o hace. El mejor remedio para estas dificultades es el sentir sumiso, humilde, que procura honrar sólo a Cristo. El orgullo es la causa de mucha intranquilidad y contención (lea Stg 4), pero la humildad trae paz y gozo. Pablo nos da cuatro ejemplos para que los sigamos de manera que logremos un sentir sumiso.

I. EL EJEMPLO DE CRISTO (2.1–11)

En este pasaje hay una sugerencia de desunión en la iglesia filipense (Véanse también 4.1–3). Pablo hace un llamamiento basándose en la experiencia cristiana de ellos, a que tengan un solo sentir y unanimidad de corazón, y que pongan a los demás antes que a ellos mismos. ¿Qué motivos hay para la unidad en la iglesia? Cristo es el gran incentivo; si estamos en Cristo, ¡debemos poder vivir los unos con los otros! Otros incentivos incluyen el amor, la comunión del Espíritu, los deseos profundamente arraigados que tenemos en Cristo y el gozo que podemos dar a otros. Pablo vio rencilla y ambición egoísta entre los creyentes romanos (1.14–17) y advierte que esto no debe estar presente en Filipos.
«Sentir humilde» es el que no piensa en sí mismo, sino en Cristo y en los demás. «La humildad no es pensar mal de uno mismo, es no pensar en uno mismo». Pablo señala la actitud de Cristo antes de su encarnación. ¿Estaba tratando de aferrarse egoístamente a sus privilegios como Dios? ¡No! Voluntariamente dejó a un lado su gloria y «se vistió» en forma de siervo. No dejó de ser Dios, sino que dejó a un lado su gloria y el uso independiente de sus atributos como Dios.
Su vida como el Dios-Hombre en la tierra estaba sujeta por completo al Padre. «Yo hago siempre lo que le agrada» (Jn 8.29). Jesús se humilló a sí mismo para venir a ser carne y luego para ser hecho pecado al ir voluntariamente a la cruz.
Pero la experiencia de Cristo prueba que la exaltación siempre sigue a la humillación. «Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él os exalte cuando fuere tiempo», promete 1 Pedro 5.6.
La persona que se autoexalta será humillada (Lc 14.11). ¿Recuerda lo que le pasó a Faraón, al rey Saúl,
Nabucodonosor, Amán y Herodes? Nosotros no adoramos a un «bebé en un pesebre» ni a un «sacrificio en una cruz»; adoramos a un Señor exaltado sentado en el trono del universo. La vida, muerte y resurrección de Cristo probaron eternamente que la manera de ser exaltado es humillarse ante Dios. No hay gozo o paz en el orgullo y la vanagloria. Cuando tenemos el sentir sumiso que Cristo tenía, tendremos el gozo y la paz que sólo Él puede dar.

II. EL EJEMPLO DE PABLO (2.12–18)

Siempre que hay un sentir sumiso habrá sacrificio y servicio. Esto fue cierto en Cristo (vv. 7–8), Pablo (v. 17), Timoteo (vv. 21–22) y Epafrodito (v. 30). Un solo sentir lleva a un sentir sumiso: conforme procuramos vivir por Cristo vivimos por otros. ¡Cuán cierto fue esto en la vida de Pablo! ¿El secreto? Los cristianos le permiten a Dios obrar en ellos. La carne no puede «producir» humildad o consagración; esto debe venir desde adentro por el poder del Espíritu. Dios obra en nosotros antes de obrar por medio nuestro, y usa la Palabra (1 Ts 2.13), el Espíritu (Ef 3.16, 20–21) y la oración.
Pablo nos da varios cuadros de cristianos que tienen un sentir sumiso. Los describe como hijos obedientes de Dios, procurando honrar al Padre; como estrellas brillando en un mundo oscuro; como atletas que le extienden el testigo al siguiente corredor. En los versículos 17–18 Pablo se autodescribe como la ofrenda de libación que se derrama sobre el altar. Donde hay un sentir sumiso y humilde debe haber sacrificio y servicio.
III. EL EJEMPLO DE TIMOTEO (2.19–24)
Pablo llama a Timoteo su «hijo en la fe» debido a que había ganado a este joven para Cristo (véanse Hch 16.1–5; 2 Ti 1.1–6; 1 Co 4.15–17). Como Pablo, Timoteo vivía para otros, no para sí mismo. Demasiados cristianos viven de la manera en que se habla en Filipenses 2.21 ¡en lugar de vivir como dice Filipenses 1.21! Timoteo era un ayudante y representante de Pablo, y había demostrado ser fiel al Señor. Aunque era un joven, sabía cómo servir a Cristo y estaba dispuesto a sacrificarse por Él.
Pablo no llamó a Timoteo al servicio de inmediato; le dejó que se quedara en casa y creciera durante cinco o seis años. Timoteo tenía un buen testimonio de servicio en su propio lugar cuando Pablo lo añadió a su personal misionero (Hch 16.2; 1 Ti 3.6, 7). Es peligroso darles a los nuevos cristianos tareas importantes de inmediato.

IV. EL EJEMPLO DE EPAFRODITO (2.25–30)

A. ERA UN CRISTIANO EQUILIBRADO (V. 25).
Era un hermano, lo que quiere decir que conocía la comunión del evangelio; un compañero de labores, lo que lo unía al progreso del evangelio; y un compañero de milicia, lo que quiere decir que sabía cómo batallar por la fe del evangelio. ¡Qué fácil les resulta a los cristianos perder el equilibrio!
Algunos piensan sólo en el compañerismo, la hermandad, y no tienen tiempo para ganar almas ni luchar contra el enemigo. Otros están tan involucrados en el servicio que se olvidan de la comunión.
Esta fue la equivocación de Marta (Lc 10.38–42). También hay quienes están siempre luchando, tanto, que descuidan el compañerismo y el servicio. Necesitamos ser cristianos equilibrados.
B. ERA UN CRISTIANO PREOCUPADO (VV. 26–27).
Tenía un sentir sumiso y pensaba en los demás, no en sí mismo. Aunque se enfermó y casi muere, su preocupación era Pablo y la iglesia que había dejado en Filipos. Necesitamos más cristianos que se preocupen no solamente por las misiones foráneas, sino también por sus iglesias locales.
C. ERA UN CRISTIANO BENDECIDO (VV. 28–30).
¡Qué bendición fue Epafrodito para Pablo! Cómo debe haber animado a Pablo en esos días difíciles al orar y laborar juntos. También fue una bendición para su iglesia. Fue quien hizo posible que los filipenses participaran en el importante ministerio de Pablo. Es más, ¡Epafrodito es bendición para nosotros hoy en día! Aquí estamos, siglos más tarde, estudiando su carácter y beneficiándonos de su vida y ministerio.
Los siervos fieles de Cristo deben honrarse de la manera correcta. «Recibidle, pues, en el Señor» es la admonición de Pablo. Véanse 1 Tesalonicenses 5.12, 13. «Tened en estima a los que son como él» (v. 29) de ninguna manera contradice 2.7: «se despojó a sí mismo». La frase en 2.7 literalmente significa que Cristo se vació a sí mismo. Pablo le dijo a la iglesia que mostrara el debido honor a su líder porque se había arriesgado «exponiendo su vida» (v. 30) por servir a Pablo.
¡Qué diferente es que ejerzamos el sentir sumiso, el mismo que hay en Cristo! Al andar por vista, como lo hacemos, pensamos que humillarnos es perder; sin embargo, la Palabra enseña que la única manera de subir es bajar. Cristo fue sumiso y Dios le exaltó a lo sumo. Pablo, Timoteo y Epafrodito también lo fueron y recibieron honra por su sacrificio y servicio. La mejor manera de lograr la victoria sobre las personas y el orgullo es el sentir sumiso, el de Cristo. Y lo recibimos sólo en la medida en que le permitimos al Espíritu y a la Palabra obrar en nuestras vidas (vv. 12–13).

3

Demasiados cristianos se involucran en las «cosas» y pierden el gozo y la paz que deben tener en Cristo. «Sólo piensan en lo terrenal» (3.19) y les falta el sentir espiritual del creyente consagrado.
Nótese cuántas veces se usa en este capítulo la palabra «cosas». Aquí Pablo describe la mente espiritual, la que piensa los pensamientos de Dios y se dirige hacia las metas de Dios. Léase en Romanos 8.1–17 más acerca de la mente espiritual. En este capítulo Pablo describe su pasado, presente y futuro, una biografía completa de la vida cristiana.

I. SALVACIÓN: EL PASADO DEL CRISTIANO (3.1–11)

Pablo era religioso antes de ser salvo, pero su religión no pudo salvarle. ¡Tuvo que perder su religión para hallar la vida eterna! Este capítulo lo inicia advirtiendo a los creyentes en contra de la religión separada de Cristo. Los judíos llamaban «perros» a los gentiles, pero aquí Pablo usa el término «perros» para describir a los maestros judíos que enfatizaban la circuncisión y guardar la ley.
(Hallamos a estos sujetos en Hechos 15 y Gálatas.) A decir verdad, ni siquiera llama «circuncisión» al rito; lo llama «mutilación», que significa «un corte en la carne». La verdadera adoración es en el Espíritu (Jn 4.20–24) y no en la carne; honra a Jesucristo, no a los líderes religiosos; depende de la gracia de Dios, no de la fuerza carnal. Mucho de lo que pasa por fe cristiana en este mundo es realmente sólo religión carnal.
Pablo tenía la mejor reputación posible como rabí judío. Por nacimiento y educación sobrepasaba con mucho a todos sus amigos (Véanse Gl 1.11–24). También era sincero; su religión judía significaba para él vida o muerte. Era tan sincero que incluso perseguía a quienes diferían con él. Si alguien pudiera llegar al cielo en base a su carácter y religión, ese sería Pablo, y sin embargo, ¡sin Jesucristo era un pecador perdido! ¡Cuando halló a Cristo, consideró todos sus logros carnales como mera basura!
«Las he estimado» (v. 7) es la manera en que Pablo lo dice. Lo midió cuidadosamente, se vio por lo que era y decidió que toda su religión y honores mundanos no valían la pena. ¡Él quería a Cristo!
¿Qué obtuvo mediante su fe en Cristo? Justicia, por un lado (v. 9). Pablo tenía abundancia de justicia legal (v. 6), pero le faltaba la verdadera que Dios exige y que sólo Él puede dar. Una cosa es ser lo suficientemente religioso como para entrar en la sinagoga y otra muy diferente ser lo suficientemente justo como para entrar al cielo. Pablo también obtuvo conocimiento personal de Cristo. La salvación no es saber acerca de Cristo; es conocerle a Él (Jn 17.3).
Pablo también experimentó el poder de la resurrección (Véanse Ef 3.14) en su vida. Añadido a estas bendiciones estaba el privilegio de sufrir por Cristo (Flp 1.29). Finalmente, mediante Cristo recibió una nueva promesa: la «resurrección de entre los muertos» (v. 11). Los judíos creían en la resurrección, o sea, una resurrección general al final de la edad; pero Cristo introdujo una resurrección del justo de entre los muertos. A esta se le llama la primera resurrección (1 Ts 4.13–18; Ap 20.5). Cuando Pablo dice: «Si en alguna manera» no sugiere incertidumbre, sino humildad. ¡Pensar que él, un homicida, participaría en esa gloriosa resurrección!

II. SANTIFICACIÓN: EL PRESENTE DEL CRISTIANO (3.12–16)

En la sección anterior Pablo es un «tenedor de libros espiritual» calculando sus ganancias y pérdidas. En esta sección es un corredor, esforzándose por alcanzar la recompensa. La ilustración del corredor es una de sus favoritas (véanse 1 Co 9.25–27; 1 Ts 2.19, 20; Heb 12.1–3; 2 Ti 2.5). Por supuesto, Pablo no sugiere que corramos para entrar en el cielo. Los corredores olímpicos de la antigua Grecia tenían que ser ciudadanos de la nación que representaban. También tenían que ser hombres libres, no esclavos. El pecador inconverso es un esclavo, pero el cristiano es ciudadano del cielo (3.20) y ha sido hecho libre por Cristo. A cada cristiano se le da un lugar especial en la «pista» para su propio servicio y cada uno tiene una meta establecida por Cristo. Nuestra tarea en la vida es «asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús» (v. 13). Pablo no habla respecto a la salvación sino a la santificación: el crecimiento y progreso en la vida y el servicio cristianos.
¿Cómo alcanzamos la meta que Dios ha fijado para nosotros? Por un lado, debemos ser sinceros con nosotros mismos y admitir dónde estamos, como Pablo declaró: «No que lo haya ya alcanzado» (v. 12). Luego, debemos poner nuestros ojos de fe en Cristo y olvidarnos del pasado: los pecados y fracasos pasados, y también los éxitos pasados. Debemos proseguir en su poder. La vida cristiana no es un juego; es una carrera que exige lo mejor que haya en nosotros: «esto hago» (v. 13). Demasiados cristianos llevan vidas divididas. Una parte disfruta de las cosas del mundo y la otra trata de vivir para el Señor. Se vuelven ambiciosos por las «cosas» y empiezan a preocuparse por ambiciones terrenales.
Nuestro llamamiento es un «supremo llamamiento» y un «llamamiento celestial»; y si vivimos para este mundo, perdemos la recompensa que va con nuestro supremo llamamiento.

III. GLORIFICACIÓN: EL FUTURO DEL CRISTIANO (3.17–21)

Nada mantendrá espiritual a nuestra mente más que esperar la venida de Cristo. «¡Cuidado con la multitud del mundo!», advierte Pablo a sus lectores. Aquí expresa gran tristeza en una carta que de otra manera sería llena de gozo. Pablo llora por los que se dicen ser cristianos, pero cuyas vidas llevaban el fruto de una mente mundanal. Los describe:
(1) «sólo piensan en lo terrenal», lo que quiere decir que piensan únicamente en este mundo y lo que este les ofrece;
(2) viven para la carne, porque su dios es su estómago; y:
(3) ¡su fin es la destrucción! Estas personas eran enemigos de la cruz de Cristo.
La cruz derrotó al mundo y a la carne; la cruz habla de sacrificio y sufrimiento; sin embargo, estas personas vivían para el mundo y sólo buscaban auto-complacerse. ¡Qué cosa tan terrible ser enemigo de la cruz y sin embargo decir ser cristiano!
Nuestra ciudadanía está en el cielo (v. 20). Cuando las personas llegan a ser miembros de la familia de Dios sus nombres son escritos en el cielo (Lc 10.20). Llegan a ser ciudadanos del cielo. Esto quiere decir que viven para la gloria del cielo y no para la alabanza de esta tierra. Cada ciudadano debe honrar a su patria y ¡de seguro que el cristiano honrará al cielo! La gente en Filipos estaba gobernada no por las leyes de Macedonia, sino por las romanas; de la misma manera la Iglesia vive por las leyes del cielo. Filipos era una colonia de Roma en Macedonia y los cristianos formamos la colonia del cielo en la tierra. Muchas veces las leyes del cielo estarán en conflicto con las de la tierra, pero nuestra responsabilidad es obedecer a Dios, no a los hombres.
¡Qué futuro bendito tiene el ciudadano del cielo! Pablo proclama que «seremos como Él es». Este cuerpo «de humillación» será cambiado para ser su cuerpo glorioso. Lea en 1 Tesalonicenses 4.13–18, qué feliz acontecimiento será para el santo el regreso de Cristo. Por supuesto, será un día de resurrección y reunión, pero también será de reconocimiento y recompensa. Ojalá seamos hallados fieles a Él y no avergonzados en su venida (1 Jn 2.28–3.3).

4

¡Ansiedad, afán, preocupación! ¡Cuántos cristianos pierden su gozo y paz debido a la ansiedad! En este capítulo Pablo nos dice que la mente segura, la mente que la paz de Dios guarda, nos libra de la preocupación. Por supuesto, el creyente que no tiene un solo sentir (cap. 1), ni el sentir sumiso (cap. 2), ni el sentir espiritual (cap. 3), nunca puede tener el sentir confiado. Debemos primero vivir la vida que Pablo describe en los tres capítulos anteriores antes de recibir las promesas y provisiones de este capítulo final.
¿Qué es la ansiedad? La palabra castellana significa un estado de agitación, inquietud o zozobra. La ansiedad ciertamente ataca a la persona física, emocional y espiritualmente. El término bíblico «estar afanosos» significa literalmente «destrozarse». La ansiedad viene cuando los pensamientos de nuestra mente y los sentimientos del corazón tiran hacia diferentes direcciones y «nos destrozan». La mente piensa respecto a los problemas y estos sentimientos pesan en el corazón creando un círculo vicioso que destruye nuestro estado emocional. Nuestra mente nos dice que no deberíamos afanarnos, pero a menudo no podemos controlar la ansiedad de nuestros corazones. Antes de poder disfrutar de la paz tenemos que romper este círculo de ansiedad.
¿Qué provoca la ansiedad? Actitudes y pensamientos equivocados hacia las personas, las circunstancias o las cosas. Nótese aquí, en el capítulo 4, que Pablo no se afana con respecto a las personas (vv. 1–5), ni por las circunstancias (vv. 10–13), ni por las cosas materiales de la vida (vv. 14–19). Por supuesto, tenía un solo sentir como en el capítulo 1 y ganaba la victoria sobre las circunstancias; tenía la sumisión del capítulo 2 y triunfaba sobre las personas problemáticas; y tenía el sentir espiritual del capítulo 3 y triunfaba sobre las circunstancias físicas. De modo que era natural que tuviera el sentir confiado del capítulo 4. Su mente y corazón estaban en paz y ni las personas, ni las circunstancias, ni las cosas podían perturbarlo. En este capítulo Pablo nos da el remedio cuádruple de Dios para la ansiedad.

I. LA PRESENCIA DE DIOS (4.1–5)

«El Señor está cerca» no quiere decir que «su venida está cerca», sino que Él está cerca para ayudarnos ahora mismo. Evodia y síntique (v. 2) eran dos mujeres de la iglesia filipense que peleaban entre sí y Pablo las anima a que arreglaran las cosas. Recuerde esto: la ansiedad con frecuencia viene cuando no arreglamos las cosas con las personas. Debemos enfrentar con sinceridad las diferencias y hacer lo que Dios quiere que hagamos (Véanse Mt 18.15–17).
«Gentileza» en el versículo 5 significa «dulzura razonable». Es maravilloso cuando los cristianos pueden tener convicciones y no obstante es fácil llevarse con ellos. Si tenemos presente que el Señor está con nosotros en toda circunstancia, es fácil obedecerle y llevarse bien con otras personas. Si nos regocijamos en Él y fijamos nuestros ojos en Él en lugar de fijarlos en las personas, tendremos su gozo y paz. Nótese las admoniciones que Pablo da: estar firmes en el Señor; tener un mismo sentir en el Señor; regocijarse en el Señor; el Señor está cerca. Esto es «practicar la presencia de Cristo», verle en toda situación de la vida y dejarle que obre su perfecta voluntad.

II. LA PAZ DE DIOS (4.6–9)

«Paz con Dios» es el resultado de la fe en Cristo (Ro 5.1); «la paz de Dios» y la presencia del «Dios de paz» vendrán cuando el creyente practique las cosas correctas, ora en forma correcta y vive correctamente. La ansiedad es tensión entre la mente y el corazón. La paz de Dios guarda (como centinela) nuestros corazones y mentes si llenamos las condiciones que Él impone.
A. ORAR CORRECTAMENTE (VV. 6–7).
No un simple orar, sino orar correctamente. En ninguna parte de la Biblia se dice que cualquier clase de oración traerá paz a nuestros corazones. ¿Qué es orar correctamente? Empieza con adoración, porque esto es lo que la palabra «oración» significa en el versículo 6. Esto es amar, disfrutar de la presencia de Dios, honrarle en adoración. No es suficiente que estemos prestos a ir a su presencia y suplicarle paz mental. Debemos postrarnos ante Él en adoración y permitirle que escudriñe nuestros corazones. Luego viene la súplica que significa el deseo fervoroso y ardiente del corazón.
La verdadera oración viene del corazón, no de los labios. ¡Qué gozo es presentarle nuestras peticiones! Finalmente, hay agradecimiento o acción de gracia (véanse Ef 5.20 y Col 3.15–17). Agradecerle por circunstancias incómodas y por peticiones que todavía no han sido concedidas exige fe. ¡Cómo le encanta a Dios escuchar a sus hijos darle gracias! Lea Daniel 6.10 y verá que así oraba Daniel. ¡No sorprende que haya tenido tanta paz en la cueva de los leones!
B. PENSAR CORRECTAMENTE (V. 8).
La paz involucra a la mente (véanse Is 26.3; Ro 8.6). Los pensamientos son poderosos: «Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él» (Pr 23.7). Los pensamientos erróneos conducen a la intranquilidad y al desaliento, pero el pensamiento espiritual llevará a la paz. Pablo nos dice en este versículo acerca de qué pensar; si compara estas virtudes con el Salmo 19.7–9 verá que la Palabra de Dios llena todos estos requisitos. La meditación en la Palabra de Dios siempre trae paz (Sal 119.165).
C. VIVIR CORRECTAMENTE (V. 9).
Si hay algo en mi vida por lo cual no me atrevo a orar, nunca tendré paz. Vivir correctamente siempre trae paz; Véanse Isaías 32.17 y 48.18, 22. No es suficiente usar la Biblia como la base para orar y reclamar sus promesas; debemos también usarla para nuestro vivir, obedeciendo sus preceptos. Lea con cuidado Santiago 4.1–11 y note que la oración incorrecta (4.3), la vida incorrecta (4.4) y el pensamiento incorrecto (4.8) ¡origina guerra en lugar de paz!

III. EL PODER DE DIOS (4.10–13)

Pablo nunca fue víctima de las circunstancias; aprendió por experiencia el secreto de la paz; «¡Todo lo puedo en Cristo que me energiza!» La traducción de J.B. Phillips [en inglés] dice: «Estoy listo para cualquier cosa mediante la fuerza de Aquel que vive en mí» (v. 13). Vuelva a Filipenses 2.12, 13 y verá que Dios no obra mediante nosotros si primero no lo hace en nosotros; Él obra en nosotros por medio de su Palabra (1 Ts 2.13), la oración por el Espíritu (Ef 2.14) y algunas veces mediante el sufrimiento (1 P 5.10). Si dependemos de nuestro poder, fracasaremos; pero si lo hacemos en su fuerza, haremos todo mediante Él. Esto explica por qué Pablo podía regocijarse incluso en la prisión: había aprendido el secreto de la seguridad mediante el poder de Dios.

IV. LA PROVISIÓN DE DIOS (4.14–23)


¡Qué fácil es afanarse por las «cosas»! Jesús nos advierte en el Sermón del Monte (Mt 6.19–34) que no debemos afanarnos, pero nosotros lo hacemos de todas maneras. Pablo tenía paz en su corazón respecto a sus necesidades personales, ¡porque Dios había prometido suplirlas todas! Pablo agradece a los filipenses sus regalos y les asegura que el significado espiritual de sus ofrendas es mucho más importante para él que los regalos en sí. ¡Qué bendición es saber que nuestras ofrendas son vistas como sacrificios espirituales al Señor, que alegran su corazón! Pablo creía en la providencia de Dios, que Dios estaba en control de los acontecimientos y que era capaz de suplir cada una de sus necesidades (Ro 8.28). Cuando el hijo de Dios está en su voluntad, todo el universo obra a su favor; pero cuando el hijo de Dios está fuera de la voluntad de Dios, todo obra en su contra. Esta es la providencia de Dios.