HEBREOS

Es una carta sin firma, y hay varias suposiciones sobre quién es el autor (Bernabé, Apolo, Priscila). Hebreos fue escrita para los creyentes judíos a fin de recordarles que Cristo era más que los ángeles, Moisés, los sacerdotes del AT y la ley. Jesús es la más alta revelación de Dios. El autor instó a sus lectores a ser fieles a su compromiso con Cristo al enfrentar persecución.
Esta epístola muestra a Cristo como fin, fundamento, cuerpo y verdad de las figuras de la ley, las que por sí mismas no eran de virtud para el alma. La gran verdad expresada en esta epístola es que Jesús de Nazaret es el Dios verdadero.
Los judíos inconversos usaron muchos argumentos para sacar de la fe cristiana a sus hermanos convertidos. Presentaban la ley de Moisés como superior a la dispensación cristiana. Hablaban en contra de todo lo relacionado con el Salvador. Por tanto, el apóstol señala la superioridad de Jesús de Nazaret como el Hijo de Dios, y los beneficios de sus sufrimientos y muerte como sacrificio por el pecado, de modo que la religión cristiana es mucho más excelente y perfecta que la de Moisés.
El objetivo principal parece ser que los hebreos convertidos progresen en el conocimiento del evangelio, y así establecerlos en la fe cristiana e impedir que se alejen de ella, contra lo cual se les advierte con fervor. Aunque contiene muchas cosas adecuadas para los hebreos de los primeros tiempos, también contiene muchas que nunca cesan de interesar a la iglesia de Dios, porque el conocimiento de Jesucristo es la médula y hueso mismo de todas las Escrituras.
La ley ceremonial está llena de Cristo, y todo el evangelio está lleno de Cristo; las benditas líneas de ambos Testamentos se juntan en Él, y el principal objetivo de la epístola a los Hebreos es descubrir cómo concuerdan y se unen dulcemente ambos en Jesucristo.
BOSQUEJO SUGERIDO DE HEBREOS
I. Una persona superior: Cristo (1–6)
A. Cristo comparado a los profetas (1.1–3)
B. Cristo comparado a los ángeles (1.4–2.18)
C. Exhortación: No nos alejemos de la Palabra (2.1–4)
D. Cristo comparado a Moisés (3.1–4.13)
E. Exhortación: No dudemos de la Palabra (3.7–4.13)
F. Cristo comparado a Aarón (4.14–6.20)
G. Exhortación: No nos endurezcamos contra la Palabra (5.11–6.20)
II. Un sacerdocio superior: Cristo y Melquisedec (7–10)
A. Un mejor orden: Melquisedec, no Aarón (7)
B. Un mejor pacto: nuevo, no viejo (8)
C. Un mejor santuario: celestial, no terrenal (9)
D. Un mejor sacrificio: el Hijo de Dios, no animales (10)
E. Exhortación: No menospreciemos la Palabra (10.26–39)
III. Un principio superior: Fe (11–13)
A. Los ejemplos de la fe (11)
B. La persistencia de la fe (12.1–13)
C. Exhortación: Una advertencia para no desobedecer la Palabra (12.14–19)
D. Las evidencias de la fe (13)
NOTAS PRELIMINARES A HEBREOS
La epístola a los Hebreos presenta varios problemas interesantes al que la estudia. Aquí tenemos un libro que empieza como un sermón, sin embargo concluye como una carta (13.22–25). En ninguna parte se menciona el nombre de su autor, ni tampoco se indica claramente sus destinatarios. Ciertos pasajes se han usado erróneamente para molestar a los cristianos; debemos recordar que la epístola fue originalmente dada para exhortar y animar al pueblo de Dios. Es importante estudiar Hebreos a la luz de toda la Palabra de Dios y no sólo de manera aislada.
I. EL MENSAJE
El principal mensaje de Hebreos se resume en 6.1: «Vamos adelante a la perfección [madurez espiritual]». Las personas a quienes se dirigió Hebreos no estaban creciendo espiritualmente (5.11–14) y andaban en un estado de segunda infancia. Dios había hablado en la Palabra, pero no eran fieles para obedecerle. Descuidaban la instrucción de Dios y se alejaban de su bendición. El escritor procura animarles a avanzar en sus vidas espirituales, mostrándoles que en Cristo tienen bendiciones «mejores». Cristo es «el autor y consumador [que lleva a término] de la fe» (12.2). El libro presenta a la fe y vida cristianas como superiores al judaísmo o cualquier otro sistema religioso. Cristo es la Persona superior (1–6); su sacerdocio es superior al de Aarón (7–10); y el principio de la fe es superior al de la ley (11–13).
I. EL ESCRITOR
Puesto que no se menciona ningún nombre en el mismo libro, los eruditos han debatido por siglos sobre quién es su autor. Las tradiciones primitivas señalan a Pablo. Otros han sugerido que fue Apolos, Lucas, Felipe el evangelista, Marcos y hasta Priscila y Aquila. El escritor, obviamente, fue judío, puesto que se identifica con los lectores judíos (1.2; 2.1, 3; 3.1; 4.1; etc.). También se identifica con Timoteo (13.23), lo cual sin duda podía haber hecho Pablo. La bendición de gracia en la clausura es típica de Pablo (Véanse 2 Ts 3.17, 18). El escritor había estado en prisión (10.34; 13.19). La cuestión parece quedar resuelta por 2 Pedro 3.15–18, donde Pedro claramente afirma que Pablo había escrito al mismo pueblo al cual Pedro lo hizo, los judíos de la dispersión (1 P 1.1; 2 P 3.1).
Todavía más, Pedro llama Escrituras a la carta de Pablo. Ahora bien, si Pablo escribió una carta inspirada a los judíos esparcidos por el mundo y esta carta se ha perdido, una parte de la Palabra eterna e inspirada de Dios hubiera sido destruida; y eso es imposible. La única Escritura que está dirigida a los judíos y que no se acredita a ningún otro autor es Hebreos. Conclusión: Pablo debe haber escrito Hebreos. Los que argumentan que el estilo o el vocabulario no son típicos de Pablo deben tener presente que los escritores son libres de adaptar su estilo y vocabulario a sus lectores y temas.
III. LAS «ADVERTENCIAS»
Incluso Pedro nos informa que algunos habían tomado la carta a los Hebreos y mal interpretado las «cosas difíciles» para su propia destrucción (2 P 3.16). Esto se debe a que destrozan las Escrituras, o tuercen pasajes fuera de su contexto, pervirtiendo la letra para hacer que diga lo que en realidad no quiere decir. Debemos cuidarnos de interpretar Hebreos a la luz de toda la Palabra de Dios. Se han colocado las cinco exhortaciones (Véanse 13.22) en nuestro bosquejo para que pueda ver con claridad el desarrollo de la carta. Creemos que estas exhortaciones son para todos los creyentes, puesto que el escritor se identifica con el pueblo al cual se dirige: «es necesario que con más diligencia atendamos»; «¿cómo escaparemos»; «temamos, pues»; etc. Decir que 6.4, 5 describe a personas que eran «casi» salvas es atropellar el significado de estos versículos.
Algunos cristianos han malentendido la gracia de Dios y la preciosa doctrina de la seguridad eterna al punto de olvidarse de que Dios también castiga a su pueblo cuando este peca. Debemos abordar Hebreos como una carta escrita a creyente que estaban en peligro de recaer en un estado carnal de inmadurez espiritual debido a su actitud errada hacia la Palabra de Dios. Tal desobediencia, advirtió Pablo, podía llevarlos al castigo de Dios y a la pérdida de recompensas ante el tribunal de Cristo (véanse 10.35, 36; 11.26). Hebreos no advierte a los creyentes que sus pecados los condenarán, puesto que ningún verdadero cristiano puede jamás perderse eternamente.
IV. PALABRAS CLAVE
Las palabras clave son «mejor» (1.4; 6.9; 7.7, 19, 22; 8.6; 9.23; 10.34; 11.16, 35, 40; 12.24) y «perfecto» (2.10; 5.9, 14; 6.1; 7.11, 19, 28; 9.9, 11; 10.1, 14; 11.40; 12.2, 23).
AUTOR Y FECHA
Hay varias conjeturas respecto a la paternidad literaria de esta epístola: Pablo (porque algunos manuscritos posteriores incluyen su nombre), Bernabé, Apolos, Priscila y Aquila, etc., pero todas son eminentemente inciertas. Es improbable que PABLO sea el autor de Hebreos. Tanto su lenguaje como su teología difieren considerablemente del estilo literario y el pensamiento del Apóstol. Lingüística y conceptualmente, Hebreos es similar a Lucas-Hechos en el Nuevo Testamento.
De todos modos, el autor era un judeocristiano helenista conocedor del idioma griego que estaba empapado extraordinariamente en la Septuaginta, de donde proceden sus citas del Antiguo Testamento. Así que podemos concluir que Hebreos es un documento anónimo.
Se han propuesto también varios lugares de origen: Roma, Éfeso, Antioquía, pero ninguno se ha adoptado como definitivo. En cuanto a fecha, la relación lingüística con Lucas-Hechos señala al período pospaulino, pero antes de 1ª de Clemente. Esta carta, escrita en el 96, parece conocer a Hebreos pero no menciona título ni autor (17.1; 36.2–5).
Timoteo, el joven compañero de Pablo, vivía todavía cuando Hebreos se escribió (Heb 13.23). Tanto el autor como sus lectores pertenecen a la segunda generación de cristianos (2.3).
La referencia a sufrimientos (10.32–34) podría señalar a la época de Domiciano (81–96), solo que no ha habido martirios en la comunidad (12.4). Probablemente Hebreos se escribió entre 80 y 90, aunque no faltan partidarios de una fecha (67–69) antes de la destrucción de Jerusalén.
NOMBRE COMO PRESENTA A JESÚS: Hebr. 1: 2; 1: 4, 3: 3; 2: 10; 2: 17; 3: 1; 4: 14; 5: 9; 7: 25-27; 9: 24; 12: 2; 12: 24; 13: 20. Constituido Heredero De Todo, Superior A Los Profetas Y De Los Ángeles, Capitán De Nuestra Salvación, Sumo Sacerdote Misericordioso Y Fiel, Gran Intercesor, Mediador Del Nuevo Pacto, Gran Pastor De Las Ovejas.

1

«¡Dios ha hablado!» Este es el gran mensaje de Hebreos. «Dios ha hablado», por tanto, presten atención a cómo responden a su Palabra. Después de todo, la manera en que respondemos a la Palabra de Dios es la manera en que respondemos al Hijo de Dios, porque Él es la Palabra viva. En este primer capítulo vemos la superioridad de Cristo sobre los profetas y los ángeles.

I. CRISTO ES MEJOR QUE LOS PROFETAS (1.1–3)

A. EN SU PERSONA.
Cristo es el Hijo de Dios; los profetas fueron simples hombres llamados a ser siervos. Cristo hizo el universo y es quien lo sostiene. Su Palabra tiene poder. Le dio existencia al universo mediante su Palabra y ahora su Palabra controla y sostiene nuestro mundo. Cristo es también el heredero de todas las cosas. «Todo fue creado por medio de Él y para Él» (Col 1.16). Es el sacrificio de Dios por los pecados del mundo. «Purgó nuestros pecados» mediante su muerte en la cruz. Ahora está sentado en gloria, como el Rey Sacerdote de Dios. Su obra en la tierra está completa; Él se ha sentado.
B. EN SU MENSAJE.
Las revelaciones de Dios en tiempos antiguos fueron dadas «muchas veces y de muchas maneras».
Ningún profeta recibió la revelación completa. Dios hablaba tanto a través de visiones, sueños, símbolos y acontecimientos, como mediante la boca del hombre. Estas revelaciones apuntaban a Cristo y Él es la revelación final de Dios. Cristo es «la última Palabra» de Dios al mundo. Toda la revelación del AT conducía a Cristo, la revelación final y completa de Dios. Cualquiera que hoy se jacte de tener una «nueva revelación» de Dios, se engaña. Dios no da revelaciones hoy; Él esclarece su revelación final y total en Cristo.

II. CRISTO SUPERIOR A LOS ÁNGELES (1.4–14)

En la religión judía los ángeles jugaban un papel vital. La ley fue dada a través del ministerio de los ángeles, según Gálatas 3.19, Hechos 7.53 y Deuteronomio 33.2. Si los judíos ponían atención a la ley, dada por medio de ángeles, debían prestar mayor atención al mensaje dado por Cristo, quien es mayor que los ángeles. El autor menciona siete citas del AT para mostrar la superioridad de Cristo sobre los ángeles.
A. LOS VERSÍCULOS 4–5 CITAN AL SALMO 2.7 Y 2 SAMUEL 7.14.
Como Heredero de todas las cosas Cristo tiene una herencia mayor y por tanto un nombre mayor.
En el Salmo 2.7 Dios el Padre llama a Cristo «mi Hijo», título que no lo daría a los ángeles. (En el AT a los ángeles en forma colectiva se les denomina «hijos de Dios», pero este título no se aplica a ninguno en forma individual.) El Salmo 2.7 se refiere a la resurrección de Cristo, no a su nacimiento en Belén (Véanse Hch 13.33). Cristo fue «engendrado» de la tumba virgen cuando fue resucitado de entre los muertos. Colosenses 1.18 le llama «el primogénito de entre los muertos». La segunda cita se refiere a Salomón; léase todo el capítulo 7 de 2 Samuel con cuidado, porque la «casa» de David aparece de nuevo en Hebreos. David quería construir una casa para Dios, pero Él decretó que Salomón realizaría la obra. Dios le prometió a David que Él sería un padre para Salomón; y Hebreos 1.5 aplica esta promesa a Cristo, quien es «mayor que Salomón» (Mt 12.42).
B. EL VERSÍCULO 6 CITA AL SALMO 97.7 (O QUIZÁS A DT 32.43 EN LA VERSIÓN GRIEGA LLAMADA LA SEPTUAGINTA).
Esta cita se refiere al regreso de Cristo a la tierra («Y otra vez, cuando introduce al Primogénito»).
Así como los ángeles le adoraron en la primera venida (Lc 2.8–14), le adorarán cuando vuelva para reinar. Cristo es mayor que los ángeles.
C. EL VERSÍCULO 7 CITA AL SALMO 104.4.
Los ángeles son espíritus creados por Dios para ser siervos. La próxima cita muestra que Cristo no es siervo sino Soberano.
D. LOS VERSÍCULOS 8–9 CITAN AL SALMO 45.6–7.
El Salmo 45 es uno matrimonial, describiendo a Cristo e Israel. Dios afirma con claridad que Cristo tiene un trono y el Padre llama al Hijo «Dios». Los que niegan la deidad de Cristo tergiversan estos versículos tratando de probar su punto. Una versión incluso dice: «Tu trono es Dios». No, estos versículos firmemente anuncian la deidad de Cristo; Él es Dios.
E. LOS VERSÍCULOS 10–12 CITAN AL SALMOS 102.25–27.
Aquí de nuevo se le llama «Señor» a Jesús. Él es desde el principio el Creador del universo. Como un vestido gastado la creación se deteriorará y caerá hecha pedazos, pero Cristo jamás cambiará. Él es «el mismo ayer, y hoy, y por los siglos». Los ángeles son seres creados; Cristo es el Hijo eterno.
F. EL VERSÍCULO 13 CITA AL SALMO 110.1.
Este es el salmo clave en Hebreos, por cuanto el versículo 4 declara el sacerdocio de Cristo según el orden de Melquisedec. Cristo está ahora sentado a la diestra de Dios, como Sacerdote Rey. Pedro cita el mismo pasaje en Hechos 2.34. Los enemigos de Cristo todavía no se han postrado ante Él, pero lo harán uno de estos días.
El versículo 14 resume el lugar de los ángeles: son espíritus ministradores, no hijos en el trono; y su trabajo es ministrarnos a nosotros que somos herederos con Cristo en su maravillosa salvación.
Al repasar estas citas se puede ver la majestad y gloria del Hijo de Dios. Como afirma el versículo 4, Cristo tiene un nombre más excelente que los ángeles, porque por medio de su sufrimiento y muerte adquirió una herencia mayor. En su carácter, obra y ministerio, Cristo es supremo. Aun cuando hoy no se ve en la tierra su glorioso reino, todavía sigue en el trono como Rey y volverá un día para establecer justicia sobre esta tierra.

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Este capítulo continúa el argumento de que Cristo es superior a los ángeles. El escritor interrumpe su argumento para dar una exhortación, la primera de cinco que hay en el libro (Véanse el bosquejo de Hebreos).

I. UNA EXHORTACIÓN (2.1–4)

Puesto que la Palabra hablada por los ángeles fue firme, ¡ciertamente la Palabra hablada por el Hijo de Dios también será firme! Si en los días del AT Dios se enfrentó a quienes desobedecieron su Palabra, ¡con toda certeza que también lo hará en los postreros días con los que ignoran o rechazan su Palabra dada por su Hijo!
El peligro aquí es a deslizarse por descuido: «No sea que en algún momento dado nos deslicemos de ella» es la mejor traducción del versículo 1. Nótese que el versículo 3 no dice: «¿Cómo escaparan los pecadores si rechazan», sino: «¿Cómo escaparemos nosotros [los creyentes], si descuidamos». La deterioración espiritual empieza cuando los cristianos empiezan a descuidar esta gran salvación. A partir de las amonestaciones dadas en 10.19–25 parece que estos judíos eran culpables de descuidar la oración y el compañerismo con el pueblo de Dios. Nótese 1 Timoteo 4.14.
La palabra desobediencia literalmente significa «falta de disposición para oír». Los santos que no quieren oír y prestar atención a la Palabra de Dios son desobedientes y no escaparán de la mano de castigo de Dios. Es más, Dios confirmó su Palabra mediante «señales y prodigios y diversos milagros» (v. 4, Véanse Hch 2.22, 43); esta Palabra no debe tratarse con ligereza. En realidad, la palabra descuidar se traduce «sin hacer caso» en Mateo 22.5.

II. UNA EXPLICACIÓN (2.5–18)

El argumento del escritor en el capítulo 1 de que Jesús es mejor que los ángeles ha hecho surgir una nueva cuestión: «¿Cómo puede Jesús ser mejor si tuvo un cuerpo humano? ¿No son los ángeles mejores que Él puesto que no tienen cuerpos humanos que los limiten?» Esta cuestión se responde con una explicación del porqué Jesús se hizo carne.
A. PARA SER EL POSTRER ADÁN (VV. 5–13).
En ninguna parte de la Biblia Dios promete a los ángeles que regirán el mundo venidero. Dios le dio a Adán el gobierno sobre la tierra (Gn 1.26, 27). El escritor cita el Salmo 8.4–6 en el cual se repite la bendición de Dios en Génesis. Dios hizo al hombre un poco menor que los ángeles o, literalmente, «por un poco de tiempo un poco menor que Dios». La sugerencia parece ser que Adán y Eva estaban en un período de prueba.
No fueron creados para quedarse menos que Dios y si hubieran rechazado el pecado, al final hubieran participado de la gloria de Dios de una manera maravillosa. Satanás sabía que ellos serían menos que Dios sólo «por un poco de tiempo», de modo que se apresuró y les prometió la gloria antes de tiempo. El pecado entró en la raza humana y le privó a Adán de su dominio terrenal.
Cesó de ser el rey y se convirtió en esclavo. Por eso es que el versículo 8 dice: «Pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas [al hombre]».
¿Qué vemos? «¡Vemos a Jesús!» Él es el postrer Adán que por medio de su muerte y resurrección deshizo toda la ruina que Adán causó cuando desobedeció a Dios. Por un poco de tiempo Cristo fue menor que los ángeles, incluso en la humillación del Calvario (Flp 2.1–12). Cristo tenía que tener un cuerpo de carne para poder morir por los pecados del mundo. Los hombres le coronaron con espinas en la tierra, pero ahora ha sido coronado con gloria y honor; Véanse 2 Pedro 1.17. Hay ahora una nueva familia en el mundo: Cristo está trayendo muchos hijos a la gloria.
Adán, por su pecado, hundió a sus descendientes en el pecado y la muerte; Cristo ahora cambia a los hijos de Adán en hijos de Dios. Él es el «pionero» (autor) de nuestra salvación, el que abre el sendero para que podamos seguir. Somos sus hermanos, porque somos de la misma familia, habiendo sido hechos partícipes de su divina naturaleza y apartado para Dios a través de su muerte (10.10). Aquí se cita el versículo 22 del Salmo 22, aquel salmo del Calvario, hablando de la resurrección de Cristo. También se cita a Isaías 8.17, 18.
Los dos hijos de Isaías eran señales para la nación: Sear-jasub (Is 7.3) significa «un remanente volverá»; y Maher-salal-hasbaz (Is 8.1) significa «el despojo se apresura». En otras palabras, en días del profeta Isaías había un remanente fiel que se salvó cuando la nación fue juzgada. Estas personas eran «hijos de Isaías», por así decirlo. De la misma manera Cristo tiene una familia de creyentes, un remanente entre judíos y gentiles; ellos también serán librados de la ira venidera.
B. PARA DERROTAR AL DIABLO (VV. 14–16).
La muerte y el temor fueron las consecuencias del pecado de Adán (Gn 2.17; 3.10). El temor a la muerte ha sido una de las armas más poderosas de Satanás, quien no tiene «el poder de la muerte» en forma absoluta, puesto que, como vemos en el caso de Job, no pudo hacer nada sin el permiso de Dios (Job 1–2). La palabra que se traduce «imperio» en el versículo 14 quiere decir «poder» o «fuerza» antes que «autoridad». Satanás aplica su fuerza o poder sobre los pecadores y las tinieblas (Lc 22.53), pero Cristo ha librado a sus santos del poder de las tinieblas (Col 1.12, 13). Satanás se ha apropiado de este «imperio de la muerte» para lograr controlar a las criaturas de Dios; pero Cristo, a través de su muerte en la cruz, «destruyó» ese poder y libró así a los que estaban en esclavitud debido al temor de la muerte. Cristo necesitaba un cuerpo humano para morir y así derrotar a Satanás. Véanse también 1 Juan 3.8. En el versículo 16 el escritor deja en claro que Cristo no tomó la naturaleza de los ángeles, sino más bien la simiente de Abraham. En otras palabras, Cristo no se hizo un ángel; se hizo hombre, un judío. No murió por los ángeles; murió por los seres humanos. Los ángeles caídos nunca pueden ser salvos; ¡pero los seres humanos caídos sí pueden ser salvados!
C. PARA LLEGAR A SER UN COMPASIVO SACERDOTE (VV. 17–18).
Esta es la tercera razón por la cual Cristo tomó cuerpo humano. Dios sabía que sus hijos necesitarían un sacerdote compasivo que les ayudara en sus debilidades. Permitió que su Hijo sufriera; y a través de este sufrimiento Él le equipó para su ministerio sacerdotal (v. 10). La persona de Cristo no necesita perfeccionamiento, puesto que Él es Dios; pero como el Dios-Hombre soportó el sufrimiento a fin de estar preparado para suplir nuestras necesidades. Fue hecho carne en Belén (Jn 1.14); fue «en todo semejante a sus hermanos» durante su vida terrenal; y fue «hecho pecado» en la cruz (2 Co 5.21).
Ahora es un sumo Sacerdote misericordioso y fiel; ¡podemos depender de Él! Es poderoso para socorrernos cuando acudimos a Él buscando ayuda. La palabra socorrer quiere decir «correr cuando se es llamado» y la usaban los médicos. ¡Cristo corre en nuestra ayuda cuando se la pedimos!
Esta sección completa el argumento respecto a la superioridad de Cristo sobre los ángeles. El escritor ha mostrado que Cristo es superior en su persona y obra y en el nombre que el Padre le ha dado «sobre todo nombre». La conclusión es clara: puesto que Cristo es superior, debemos prestar atención a su Palabra y obedecerla. Debemos tener cuidado de no deslizarnos debido al descuido.

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Pasamos ahora al tercer argumento sobre la superioridad de Cristo: Él es mejor que Moisés. Por supuesto que Moisés era el gran héroe de la nación judía y para Pablo probar la superioridad de Cristo sobre Moisés equivalía a probar la superioridad de la fe cristiana sobre el judaísmo. ¿Cómo podían estas personas regresar al judaísmo cuando lo que Cristo ofrecía era mucho mejor que lo que Moisés podía ofrecer?

I. CRISTO ES MAYOR EN SU OFICIO (3.1, 2)

Moisés fue principalmente un profeta (Dt 18.15–19; Hch 3.22), aun cuando ejerció las funciones de sacerdote (Sal 99.6) y hasta las de rey (Dt 33.4–7). Sin embargo, Moisés fue llamado por Dios, en tanto que Cristo fue enviado por Dios. Cristo es el «Apóstol» o «el Enviado» (véanse Jn 3.17; 5.36–38; 6.57; 17.3, 8, 21, 23, 25). Cristo es también el sumo Sacerdote, oficio que Moisés jamás ocupó. Todavía más, el ministerio de Cristo tiene que ver con el «llamamiento celestial» y no sólo con el terrenal de Israel.
Moisés ministró a un pueblo terrenal cuyo llamamiento y promesas eran fundamentalmente terrenales; Cristo es el Apóstol y sumo Sacerdote de un pueblo celestial que son extranjeros y peregrinos en esta tierra. Podemos también añadir que Moisés fue un profeta de la ley, mientras que Cristo es el Apóstol de la gracia (Jn 1.17). Moisés pecó, en tanto que Cristo vivió una vida sin pecado. No sorprende que en el versículo 1 se nos pida «considerar» u «observar atentamente» a Jesucristo.

II. CRISTO ES MAYOR EN SU MINISTERIO (3.3–6)

Dios afirma que Moisés fue fiel (Nm 12.7) igual que Cristo (Heb 3.2), pero sus ministerios son divergentes a partir de ese punto. Moisés fue un siervo; Cristo es el Hijo. Moisés sirvió en la casa, en tanto que Cristo es el Señor sobre la casa. «La casa» quiere decir, por supuesto, la familia de Dios y no el templo ni el tabernáculo. Moisés fue un siervo en Israel, la familia de Dios en el AT; Cristo es el Hijo sobre la familia de Dios que hoy es la Iglesia (Heb 3.6; 10.21; también 1 P 2.5; 4.17; Ef 2.19).
Véanse un ejemplo del uso de la palabra «casa» para indicar al «pueblo» en 2 Samuel 7.11, donde Dios promete «hacerle casa a David», o sea, establecer su familia y su trono para siempre.
Aun cuando Israel era la familia terrenal de Dios y la Iglesia es su familia celestial, tenemos que tener presente que la familia de Dios siempre se caracteriza por la fe. Las personas de los tiempos del AT eran salvas por fe como lo es la gente de hoy. Es esta continuidad de fe la que vincula al pueblo de Dios bajo ambos pactos. Por esto es que Gálatas 3.7 llama «hijos de Abraham» a los creyentes, porque es el «padre de los que creen». Hay todavía otros dos asuntos más en este contraste entre Moisés y Cristo:
A. MOISÉS FUE UN SIERVO EN TANTO QUE CRISTO FUE EL HIJO.
Esta declaración sugiere que el ministerio del AT fue de esclavitud y servidumbre, en tanto que el ministerio de Cristo bajo el nuevo pacto es de libertad y gozo. La ley del AT se le llama «yugo de esclavitud» (Gl 2.4; 5.1; Véanse Hch 15.10). Los benditos privilegios de la calidad de hijos que disfrutamos en la familia de Dios por la fe no se conocieron bajo el antiguo pacto.
B. MOISÉS MINISTRÓ USANDO SÍMBOLOS, EN TANTO QUE CRISTO ES EL CUMPLIMIENTO DE ESTAS COSAS.
Véanse 3.5: «Para testimonio de lo que se iba a decir». En Cristo tenemos brillando la verdadera luz; en Moisés estamos en las sombras. ¡Que los lectores regresaran al judaísmo significaba dejar el cumplimiento a cambio de los tipos y las sombras!

III. CRISTO ES MAYOR QUE EL REPOSO QUE DA (3.7–19)

La palabra «reposo» se usa doce veces en el capítulo 4, pero no siempre tiene el mismo significado.
Estudiaremos esta palabra en detalle en el próximo capítulo, pero en este punto debemos introducir las ideas básicas. El escritor usa a la nación de Israel como una ilustración de la verdad espiritual (Véanse también 1 Co 10.1–13). Los judíos estaban en esclavitud en Egipto, así como los pecadores están bajo esclavitud en el mundo. Dios redimió a Israel por la sangre de los corderos, así como Él nos redime mediante la sangre de Cristo. Dios prometió a los judíos una tierra de bendición y Él ha prometido a los suyos una vida de bendición, una herencia espiritual en Cristo. Pero esta bendición podría venir sólo a quienes se separan del mundo y siguen a Dios por fe.
De modo que Dios sacó a Israel a través del Mar Rojo (separación de Egipto, del mundo) y los condujo a los límites de Canaán. Deuteronomio 1.2 nos informa que era una jornada de once días. Pero en este momento Israel se rebeló en incredulidad y rehusó creer a Dios (Nm 14). Debido a esto Dios juzgó a la congregación entera, exceptuando a Josué y Caleb, quienes confiaron en Dios y se opusieron al voto del pueblo. Los judíos tuvieron que vagar por cuarenta años en el desierto, un año por cada día que los espías estuvieron en la tierra. La nación no entró en el reposo prometido (Dt 12.9; Véanse Jos 1.13–15).
Es aquí donde el escritor advierte a sus lectores. Habían sido redimidos por la sangre de Cristo y libertados del mundo. Ahora, como Israel, se veían tentados a regresar. Hacerlo quería decir no entrar en la vida de plenitud y bendición que Dios les había prometido. Hay en los capítulos 3 y 4 diferentes reposos los cuales se relacionan al plan de Dios:
(1) el de la salvación (4.3, 10);
(2) el de victoria en medio de las pruebas, simbolizado por la tierra prometida de Canaán (4.11);
(3) el futuro y eterno, el reposo celestial (4.9). Estudiaremos estas distinciones en detalle en el próximo capítulo.
La exhortación aquí es a que el pueblo de Dios confíe en Él a pesar de las dificultades, así como lo hicieron Josué y Caleb y avancen al reposo prometido. Por favor, tenga presente que Canaán no es un cuadro del cielo; es un símbolo de la vida de bendiciones y batallas, progreso y victoria, que tenemos en Cristo conforme nos rendimos a Él y confiamos en Él. Es ese reposo presente que tenemos incluso en medio de las tribulaciones y pruebas. Ese reposo no podían darlo ni Moisés ni Josué.
El escritor cita el Salmo 95 y recuerda a los lectores respecto a la dureza de corazón de Israel. Tal vez quiera leer Éxodo 17 para ver cómo provocó Israel a Dios y lo probó cuando las cosas se pusieron difíciles. ¡Los creyentes de hoy hacen lo mismo cuando vienen las tribulaciones y las pruebas! Y aquí tenemos el tema básico de Hebreos: Avancemos a la madurez, venciendo al enemigo y reclamando nuestra herencia en Cristo. Crucemos el Jordán (muramos a la vida vieja, Ro 6) y pidamos la presente herencia que Dios nos ha preparado (Ef 2.10).
¿Puede aplicarse a los creyentes la advertencia del versículo 12? ¡Ciertamente! La incredulidad es un pecado que acosa a los cristianos y esta incredulidad procede de un corazón malo que descuida la Palabra. Una cosa es confiar en Dios para la salvación y otra muy diferente someterle nuestras voluntades y vidas para dirección y servicio diarios. Muchos cristianos están aún «deambulando en el desierto» de la derrota y de la incredulidad; han sido sacados de Egipto, pero nunca han llegado a Canaán para reclamar su herencia en Cristo. Los judíos fueron comprados por la sangre y cubiertos por la nube, sin embargo, ¡la mayoría murió en el desierto! ¿Es esto cuestión de «perder la salvación»? ¡Por supuesto que no! Es asunto de perder la vida de victoria y de bendición debido a una falta de confianza en Dios. ¿Y qué causa este corazón malo de incredulidad?:
(1) No oír la voz de Dios, (vv. 7, 15); y:
(2) dejarnos engañar por el pecado (v. 13).
¡Cuán importante es oír la Palabra de Dios! Si erramos aquí, empezaremos a alejarnos de la Palabra (2.1–4) y entonces dudaremos de ella (3.18, 19). Rehusamos las exhortaciones de los que quieren ayudarnos (3.13) y avanzamos a la obstinada desobediencia hasta que llegamos a cauterizarnos en contra de la Palabra (5.11–6.20).
El pecado en la vida del creyente es engañoso. Empieza como algo pequeño, pero crece gradualmente. Dudar de Dios en algo puede conducir a un corazón malo de incredulidad. Los que persisten en avanzar y retienen su confianza demuestran que son verdaderamente salvos (3.6, 14) y al hacerlo así evitan el castigo de Dios, y posiblemente (como con Israel) el juicio en esta vida. ¡La incredulidad es algo serio!

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Este capítulo continúa el tema que empezó en 3.11: el reposo. La palabra «reposo» se usa en esta sección en cinco sentidos diferentes:
(1) el reposo de Dios en el día de descanso, según Génesis 2.2 y Hebreos 4.4, 10;
(2) Canaán, el reposo para Israel después de vagar por cuarenta años (3.11, etc.);
(3) el reposo en Cristo del presente de salvación del creyente (4.3, 10);
(4) el reposo del presente de victoria del vencedor (4.11); y:
(5) el reposo en el cielo del futuro eterno (4.9).
El reposo del día de descanso de Dios es un tipo de nuestro presente reposo de salvación, siguiendo la obra que Cristo concluyó en la cruz. Es también un cuadro del «reposo eterno» de gloria. El reposo de Israel en Canaán es similar a la vida de victoria y bendición que obtenemos al andar por fe y reclamar nuestra herencia en Cristo. Hay en este capítulo cuatro exhortaciones relacionadas a la vida de reposo.

I. TEMAMOS, PUES (4.1–8)

Dios prometió descanso al pueblo de Israel, pero no entraron a ese reposo debido a la desobediencia que surgió de la incredulidad. Dios ha prometido un reposo para los suyos hoy: paz en medio de la prueba, victoria a pesar de los problemas al parecer imposibles. A esta «vida de reposo» en nuestra Canaán espiritual se la llama «vamos adelante a la perfección» en 6.1; «plena certeza de la esperanza» en 6.11; y «heredan las promesas» en 6.12. Téngase presente que los lectores de Hebreos atravesaban un tiempo de prueba (10.32–39; 12.3–14; 13.13) y estaban tentados, como el antiguo Israel, a «regresar» a la vida vieja. Dios les había prometido el descanso de la victoria, sin embargo, estaban en peligro de no alcanzarlo. Dios les había dado la Palabra, pero «no les aprovechó» (4.2) ni la aplicaron a sus vidas. De nuevo vemos la importancia de la Palabra de Dios en la vida del creyente.
El argumento del escritor es como sigue: Dios ha prometido un reposo a su pueblo (v. 1), pero Israel no entró en ese reposo (4.6). Su promesa todavía sigue firme, porque Josué (v. 8) no les dio este reposo espiritual, aunque les condujo al reposo nacional (Véanse Jos 23.1). De otra manera David nunca hubiera hablado respecto a ese reposo siglos más tarde en el Salmo 95. Conclusión: «Queda un reposo para el pueblo de Dios» (v. 9). El escritor relaciona ese reposo al de Dios (vv. 4, 10); o sea, es uno de satisfacción, no el que se tiene después de quedar exhausto.
Dios no estaba cansado después de crear el universo; el «reposo» de Génesis 2.2 habla de concluir la tarea y de satisfacción. Es un «reposo del alma». Este es el «reposo de fe» que Jesús promete en Mateo 11.28–30. Este es la salvación y es un don que recibimos por fe. El reposo de 11.30 es lo que hallamos día tras día conforme tomamos su yugo y nos sometemos a Él. «Temamos, pues», (v. 1) es la advertencia de Dios, porque muchos de sus hijos no entraron en esta vida de reposo y victoria.

II. PROCUREMOS OBRAR (4.9–12)

«Procurar» aquí significa «poner diligencia»: esforcémonos con diligencia en entrar a este reposo. «Poner diligencia» es exactamente lo opuesto a «deslizarse» (2.1–3). Nadie jamás maduró en la vida cristiana siendo descuidado u holgazán. Lea cuidadosamente 2 Pedro 1.4–12 y 3.11–18, donde Pedro exhorta tres veces a los creyentes a ser diligentes. Si no somos diligentes, repetiremos el fracaso de Israel y no entraremos en el reposo prometido y en la herencia. (Nótese de nuevo, esto no es salvación, sino victoria en la vida cristiana.)
¿Cuál es el secreto de entrar en ese reposo? La Palabra de Dios. Hebreos 4.12 es la respuesta a cada condición espiritual; si permitimos que la Palabra de Dios nos juzgue y revele nuestros corazones, no fracasaremos en cuanto a entrar en la bendición. Israel se rebeló contra la Palabra y no quería «oír su voz» (Sal 95); por consiguiente, vagaron en derrota cuarenta años. La Palabra de Dios es una espada (véanse Ap 1.16; 2.12–16; 19.13; Ef 6.17). Penetra en el corazón (véanse Hch 5.33; 7.54, donde Israel rehúsa de nuevo someterse a la Palabra). Demasiados creyentes no escuchan ni prestan atención a la Palabra de Dios y así se privan de la bendición. Madurar espiritualmente requiere diligencia y por eso el creyente necesita aplicar con fidelidad la Palabra de Dios.

III. RETENGAMOS NUESTRA PROFESIÓN (4.14)

El versículo 14 no dice: «Retengamos nuestra salvación». La palabra «profesión» aquí es realmente «confesión, decir lo mismo» (3.1; 10.23; 11.13). La «confesión» se relaciona con el testimonio del creyente de su fe en Cristo y su fidelidad para vivir por Cristo y obtener la bendición prometida. Léase 10.34, 35. Los judíos que vagaron en el desierto perdieron su confesión incluso cuando todavía estaban bajo la nube y redimidos de Egipto. ¡Qué pobre testimonio fueron del poder de Dios! Él los sacó, pero no confiaron en que Él les haría entrar. Su incredulidad les privó de la bendición de Dios.
Esto explica por qué a estos lectores judíos se les recuerda los «gigantes de la fe» que se mencionan en el capítulo 11. Todos enfrentaron dificultades y pruebas, sin embargo, vencieron y mantuvieron una buena confesión. Hebreos 11.13 afirma que estas personas «confesaron» (la misma palabra que se usa en 4.14) que eran «extranjeros y peregrinos sobre la tierra». Antes de que Enoc fuera llevado al cielo tuvo un buen testimonio (11.5). Al final del capítulo, el escritor resume todo diciendo: «y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimionio [testigo]» (11.39). Donde hay fe, hay un buen testimonio (11.2); donde hay incredulidad, no hay testimonio.
¿De dónde viene la fe? «Así que la fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Dios» (Ro 10.17). El Israel del AT no quiso oír la Palabra y por consiguiente no tenía fe. «Si oyeres hoy su voz» es la advertencia que se repite en 3.7, 15 y 4.7. Los cristianos que oyen y prestan atención a la Palabra de Dios mantendrán una buena confesión y no perderán su testimonio ante el mundo.

IV. ACERQUÉMONOS AL TRONO DE LA GRACIA (4.15, 16)

Estos versículos prueban que el creyente no pierde su salvación. Tenemos un sumo Sacerdote que conoce nuestras tentaciones y debilidades, que soportó las pruebas que nosotros debemos soportar.
Cuando vienen los tiempos de prueba necesitamos acudir al trono de la gracia por el auxilio que solamente Cristo puede dar. El escritor explicará más el tema en capítulos posteriores, pero pone esta exhortación aquí no sea que sus lectores se desanimen y digan: «¡Es imposible que sigamos adelante!
Simplemente no contamos con lo que se necesita!» ¡Por supuesto que no lo tenemos! ¡Ningún creyente tiene fuerza suficiente para cruzar el Jordán y conquistar al enemigo! Pero tenemos un gran sumo Sacerdote que tiene misericordia y «gracia para ayudar en el momento preciso». (Este es el significado literal del versículo 16.)
¿Por qué el escritor se refiere al «trono» en este punto? La referencia es a Éxodo 25.17–22, el propiciatorio de oro. El arca del pacto era un cofre de madera recubierto de oro. Encima del arca Moisés puso un «propiciatorio» con un querubín en cada extremo. Este propiciatorio era el trono de Dios, donde se sentaba en gloria y gobernaba a la nación de Israel. Pero el propiciatorio del AT no era un trono de gracia, puesto que la nación estaba bajo un yugo de esclavitud legal. «La ley por medio de Moisés fue dada, mas la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Jn 1.17). Cristo es nuestro Propiciatorio («propiciación» en 1 Jn 2.2). Cuando venimos a Él, lo hacemos a un trono de gracia, no a uno de juicio; y Él nos recibe, habla y fortalece.
Lea de nuevo este capítulo y verá que no es una advertencia a que no perdamos nuestra salvación.
Antes bien nos anima a vivir en la Palabra y en la oración, y a permitir que Cristo nos lleve a la Canaán espiritual donde hallaremos reposo y bendición. El progreso espiritual es el resultado de la disciplina espiritual.

5

En los primeros dos capítulos el escritor ha mostrado que Cristo es mayor que los profetas y los ángeles; en los capítulos 3–4 ha mostrado que Cristo es inclusive más grande que Moisés. Ahora apunta hacia Aarón, el primer sumo sacerdote de Israel, y demuestra que Cristo es un sacerdote mayor que Aarón. Si los lectores iban a abandonar a Cristo para irse al judaísmo, estarían cambiando un sumo Sacerdote mayor por uno menor. El escritor muestra que Cristo es superior a Aarón por lo menos de tres maneras:

I. LA ORDENACIÓN DE CRISTO FUE MAYOR (5.1,4–6)

Aarón fue tomado de entre los hombres y elevado a la posición de sumo sacerdote. Pasó este honor a su hijo mayor y así sucesivamente. Aarón pertenecía a la tribu de Leví; esta fue separada para ser la tribu sacerdotal para la nación de Israel.
Pero la ordenación de Cristo fue mayor. Por un lado, Él no es sólo un hombre; Él es Dios en carne, el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. No se apropió egoístamente de este honor del sacerdocio. Los hijos de Coré trataron de hacerlo (Nm 16) y murieron por su pecado. No, Dios mismo ordenó a su Hijo.
Aquí el escritor cita el Salmo 110.4, en el cual el Padre ordena al Hijo al ministerio sacerdotal eterno.
En el versículo 5 vincula este versículo con la cita del Salmo 2.7, porque el ministerio sacerdotal de Cristo se relaciona a su resurrección y es esta lo que encontramos en el Salmo 2.7 (Hch 13.33).
El sacerdocio de Melquisedec es el principal tema de Hebreos 7–10, de modo que no necesitamos entrar en detalles ahora. Quizás desee leer el trasfondo en Génesis 14.17–20. El argumento entero de Hebreos 7–10 es que Cristo es un sumo Sacerdote mayor porque su sacerdocio es de un orden mayor: pertenece a Melquisedec, no a Aarón. El nombre «Melquisedec» significa «rey de justicia»; fue también sacerdote en Salem, que quiere decir «paz». Aarón nunca fue un sacerdote rey; pero Jesús es tanto Sacerdote como Rey. ¡Es un Sacerdote sentado en un trono! Y su ministerio es de paz, el «reposo» del cual se habló en los capítulos 3–4.
Cristo vino de Judá, la tribu de la realeza, y no de Leví, la tribu sacerdotal. Melquisedec aparece de súbito en Génesis 14 y luego desaparece de la historia; no se menciona ni su principio ni su fin. De este modo se lo compara con la condición eterna de Cristo al ser Hijo, porque Él también es «sin principio ni fin». Aarón murió y tuvo que ser reemplazado; Cristo nunca morirá: Su sacerdocio es para siempre.
Aarón fue sacerdote de una familia terrenal, en tanto que Cristo es Sacerdote de un pueblo celestial.

II. CRISTO TIENE MAYOR SIMPATÍA (5. 2, 3, 7, 8)

El sumo sacerdote no solamente debe ser escogido por Dios; también debe tener simpatía en el pueblo y ser capaz de ayudarlos. Por supuesto, Aarón mismo era un simple hombre y conocía personalmente las debilidades de su pueblo. Es más, tenía que ofrecer sacrificios por sí mismo y su familia.
Pero Cristo es más capaz de entrar en las necesidades y problemas del pueblo de Dios. En los versículos 7–8 se nos menciona de la «preparación» que Cristo recibió al soportar el sufrimiento mientras estaba aquí en la tierra. Téngase presente que al igual que Dios, Cristo no necesita nada; pero como el Hombre que un día sería sumo Sacerdote, le fue necesario experimentar las pruebas y el sufrimiento, tema que se trató en 2.10–11. Los judíos menospreciaban a Cristo y cuestionaban su divinidad por el sufrimiento que soportó. Estos sufrimientos, sin embargo, eran la misma característica de su deidad. Dios estaba preparando a su Hijo para que fuera el sumo Sacerdote lleno de compasión por su pueblo. El versículo 7 se refiere a sus oraciones en el Getsemaní (Mt 26.36–46). Nótese que Cristo no oró que se le librara «de la muerte», sino de que la muerte no lo «retuviera». No oró que el Padre le rescatara evitándole la cruz, sino que lo levantara de la tumba. Y esta oración fue contestada.
Sin duda Cristo estuvo dispuesto y listo para enfrentar la cruz y para beber la copa que Dios había dispuesto para Él (Jn 12.23–34).
Alguien tal vez pregunte: «Pero, ¿puede el Hijo de Dios realmente conocer nuestras pruebas mejor que cualquier hombre, como por ejemplo Aarón?» ¡Sí! Para empezar, Cristo fue perfecto y experimentó totalmente cada prueba. Fue probado hasta lo sumo, probando cada tentación que el hombre y Satanás podrían ofrecer. Esto significa que Él fue más allá de lo que cualquier hombre mortal podría soportar, puesto que la mayoría de nosotros nos damos por vencidos antes de que la prueba se ponga realmente difícil. Un puente que ha resistido cincuenta toneladas de peso ha experimentado más prueba que uno que ha soportado sólo dos toneladas.

III. CRISTO OFRECIÓ UN MAYOR SACRIFICIO (5. 3, 9–14)

El principal ministerio de Aarón fue ofrecer sacrificios por la nación, especialmente en el Día de Expiación (Lv 16). Los sacerdotes y levitas ministraban durante el año, pero todo el mundo miraba al sumo sacerdote en el Día de Expiación, porque solamente él podía entrar en el Lugar Santísimo con la sangre. Antes que todo, sin embargo, tenía que ofrecer sacrificios por sí mismo.
¡Pero no fue así con Jesús! Siendo el Cordero de Dios, sin mancha ni defecto, no necesitaba sacrificios por el pecado. Y el sacrificio que ofreció por el pueblo no fue de animal, sino de sí mismo.
Todavía más, no tenía que repetir este sacrificio; no necesitaba ofrecerse a sí mismo nada más que una sola vez para que el asunto quedara resuelto. ¡Cuánto más grande que Aarón y sus sucesores! Cristo es el «autor de eterna salvación» (v. 9); Aarón nunca podía serlo. La sangre de los toros y machos cabríos solamente cubría los pecados; la sangre de Cristo quitó para siempre el pecado.
El escritor quiere ahora entrar en un estudio más profundo del sacerdocio celestial de Cristo, pero se encontró en dificultades. El problema no fue que era un predicador ni escritor inepto, sino que tenía oyentes «tardos para oír». Quería pasar de la leche (las cosas básicas de la vida cristiana, mencionadas en 6.1–2) a la carne (el sacerdocio celestial de Cristo); pero no podía hacerlo si sus lectores no se despertaban y crecían. Cuántos cristianos hay que viven de leche: reconocen el ABC del evangelio y de la misión de Cristo en la tierra, pero no obtienen carne como alimentación, las cosas que Cristo está haciendo ahora en el cielo. Conocen a Cristo como Salvador, pero no comprenden lo que Él puede hacer por ellos como sumo Sacerdote.
Estas personas habían sido salvas ya hacía suficiente tiempo como para que enseñaran a otros, sin embargo, habían caído en una «infancia espiritual». Alguien tenía que enseñarles de nuevo las cosas que habían olvidado. Eran «inexpertos» en la Palabra (v. 13). Vemos de nuevo el papel vital de la Palabra de Dios. Nuestra relación a la Palabra de Dios determina nuestra madurez espiritual. Estas personas se había alejado de la Palabra (2.1, 3), dudado de la misma (caps. 3–4) y sus oídos se habían embotado respecto a ella. No habían mezclado la Palabra con la fe (4.2) ni la habían practicado en sus vidas diarias (5.14). No tenían los sentidos espirituales ejercitados (5.14) y por consiguiente estaban tornándose insensibles e incapaces en sus vidas espirituales. En lugar de avanzar (6.1), estaban retrocediendo.
Crecer en la gracia depende de crecer en conocimiento (2 P 3.18). Mientras más sepamos respecto a nosotros mismos y a Cristo, mejor avanzaremos espiritualmente. ¿Dónde está usted en su crecimiento espiritual? ¿Es un bebé, todavía viviendo de la leche, deambulando sin rumbo en un desierto de incredulidad? ¿O está madurando, alimentándose de la carne de la Palabra y haciendo de ella un hábito el practicarla.

6

Ningún capítulo en la Biblia ha perturbado a más personas que Hebreos 6. Es desafortunado que hasta creyentes sinceros hayan «caído» respecto a la doctrina de «caer de nuevo».
Los eruditos han ofrecido varias interpretaciones de este pasaje:
(1) describe el pecado de la apostasía; lo que quiere decir que los cristianos pueden perder su salvación;
(2) se refiere a personas que fueron «casi salvas», pero que nunca llegaron a confiar en Cristo;
(3) describe un posible pecado solamente para los judíos que vivían mientras el templo judío existía;
(4) presenta un «caso hipotético» o ilustración que nunca podría ocurrir en realidad.
A pesar de que son los puntos de vista de otros, debo rechazar todas las ideas que acabo de mencionar. Me parece que Hebreos 6 (tanto como el resto del libro) fue escrito para creyentes, pero este capítulo no describe un pecado que provoca que el creyente «pierda su salvación».
Si mantenemos presente el contexto total del libro y si ponemos atención cuidadosa a las palabras que se usan, descubriremos que las lecciones principales del capítulo son de arrepentimiento y seguridad.

I. UNA APELACIÓN (6.1–3)

El escritor ha regañado severamente a sus lectores debido a su ineptitud espiritual (5.11–14); ahora les insta a avanzar hacia la madurez («perfección»). Esto, por supuesto, es el tema principal del libro.
La palabra «perfección» (madurez) es la misma que se usa en la parábola del sembrador, en Lucas 8.14 («no llevan fruto»). Esta imagen se une más tarde, en Hebreos 6.7–8, con la ilustración del campo. La apelación «vamos adelante» significa literalmente: «Seamos llevados hacia adelante». Es la misma palabra que se traduce «sustenta» en 1.3. En otras palabras, el escritor no habla de un esfuerzo propio, sino que apela a que sus lectores se sometan, se rindan, al poder de Dios, el mismo poder que sustenta el universo entero. ¿Cómo podemos caer si Dios nos está sustentando?
En lugar de avanzar, sin embargo, estos judíos creyentes estaban tentados a colocar otra vez «un fundamento» que se describe en los versículos 2–3. Los seis elementos de este fundamento no se refieren a la fe cristiana, como tal, sino más bien a las doctrinas básicas del judaísmo. Enfrentando los fuegos de la persecución estos cristianos hebreos eran tentados a «apartarse del camino» al olvidarse de su confesión de Cristo (4.14; 10.23). Ya se habían deslizado al retroceder a la «infancia» (5.11–14); ahora eran proclives a retornar al judaísmo, colocando así de nuevo el fundamento que había preparado el camino para Cristo y la luz plena del cristianismo.
Se habían arrepentido de las obras muertas, refiriéndose a las obras bajo la ley (9.14). Habían mostrado fe hacia Dios. Creían en las doctrinas de los lavamientos (no bautismo, sino de los lavamientos levíticos; véanse Mc 7.4, 5; Heb 9.10). La imposición de manos se refiere al Día de Expiación (Lv 16.21); y todo verdadero judío se aferraba a una resurrección y juicio futuros (Véanse Hch 24.14, 15). Si no avanzaban estarían retrocediendo, lo que significaba olvidar la sustancia del cristianismo por las sombras del judaísmo.

II. UN ARGUMENTO (6.4–8)

Nótese desde el principio que la cuestión aquí es el arrepentimiento, no la salvación: «Porque es imposible, sean otra vez renovado para arrepentimiento» (vv. 4, 6). Si este pasaje se refiere a la salvación, enseña que un creyente que «pierde la salvación» no puede recuperarla. Esto quiere decir que la salvación depende parcialmente de nuestras obras y, una vez que perdemos nuestra salvación, nunca podremos recuperarla.
Pero el tema del capítulo es el arrepentimiento: la actitud del creyente hacia la Palabra de Dios. Los versículos 4–5 describen a los verdaderos cristianos (Véanse 10.32; así como 2.9, 14) y el versículo 9 indica que el escritor creía que eran verdaderamente salvos. Aquí no tenemos gente «casi salva», sino verdaderos creyentes.
Las dos palabras clave en el versículo 6 son «recayeron» y «crucificando». La palabra griega que se traduce «recayeron» no es apostasía, que es la raíz para la misma palabra en español. La palabra griega es parapipto, que significa «caer a un lado, virar, descarriarse». Es similar a la palabra que en Gálatas 6.1 se traduce «falta». De modo que el versículo 6 describe a los creyentes que han experimentado las bendiciones espirituales de Dios, pero que se han desviado o han cometido faltas debido a la incredulidad.
Habiendo hecho esto, se encuentran en peligro del castigo divino (Véanse Heb 12.5–13) y de llegar a ser «eliminados» (1 Co 9.24–27), lo que resulta en la pérdida de la recompensa y la desaprobación divina, pero no en la pérdida de la salvación. La frase «crucificando al Hijo de Dios», (v. 6) significa «mientras están crucificando». En otras palabras, Hebreos 6.4–6 no enseña que los santos que pecan no pueden ser traídos al arrepentimiento, sino que no pueden ser traídos al arrepentimiento mientras continúen en el pecado y sigan poniendo en vergüenza a Cristo. Los creyentes que siguen pecando demuestran que no se han arrepentido; Sansón y Saúl son ejemplos al respecto.
Hebreos 12.14–17 cita el caso de Esaú igualmente. La ilustración del campo en los versículos 7–8 relaciona esta verdad a la figura del fuego divino de la prueba; la verdad que aparece tanto en 1 Corintios 3.10–15 como en Hebreos 12.28–29. Es que Dios nos salvó para que llevemos fruto; nuestras vidas un día serán probadas; lo que hacemos y no recibe aprobación será quemado. Nótese que no es el campo lo que se quema, sino el fruto. El creyente es salvo «más así como por fuego» (1 Co 3.15). Así, el mensaje total de este difícil pasaje es: Los cristianos pueden retroceder en sus vidas espirituales y traer vergüenza a Cristo. Mientras vivan en el pecado, no pueden ser traídos al arrepentimiento y están en peligro de recibir el castigo divino. Si persisten, sus vidas no llevarán fruto duradero y «sufrirán pérdida» ante el tribunal de Cristo. Y, para que no usemos la «gracia» como excusa para el pecado, Hebreos 10.30 nos recuerda a los creyentes: «El Señor juzgará a su pueblo».

III. UNA SEGURIDAD (6.9–20)

El escritor concluye con un pasaje tan sólido sobre la seguridad eterna como cualquier otro que hallamos en otras partes de las Escrituras. Indica, antes que todo, la propia vida de ellos (vv. 10–12) y les recuerda que habían dado evidencias de ser verdaderos cristianos. En estos versículos hallamos descritos la fe, la esperanza y el amor, y estas tres características pertenecen a los verdaderos creyentes (1 Ts 1.3; Ro 5.1–5). Pero les advierte en el versículo 12 a no ser «perezosos» (la misma palabra que en 5.11). Dios ha dado sus promesas; para recibir la bendición solamente necesitan ejercer fe y paciencia.
Luego usa a Abraham como una ilustración de la fe paciente. Es cierto que Abraham pecó, ¡incluso repitió el mismo pecado dos veces! Sin embargo, Dios mantuvo las promesas que le hizo. Al fin y al cabo para que los pactos de Dios sean ciertos no dependen de la fe de los santos; dependen sólo de la fidelidad de Dios, quien verificó la promesa de Génesis 22.16–17 al jurar por sí mismo: ¡y eso lo afirmó! Abraham no recibió la bendición prometida debido a su bondad u obediencia, sino debido a la fidelidad de Dios. Además experimentó muchas pruebas y tribulaciones (así como lo sufrían los lectores originales de Hebreos), pero Dios le sacó adelante.
En el versículo 17 el escritor dice que Dios hizo todo esto por Abraham para que los «herederos» pudieran conocer la confiabilidad del consejo y de la promesa de Dios. ¿Quiénes son esos herederos?
De acuerdo al versículo 18 todos los verdaderos creyentes son herederos, porque somos los hijos de Abraham por fe (Véanse Gl 3). Así, hay «dos cosas inmutables» que nos dan seguridad: las promesas (porque Dios no puede mentir) y el juramento (porque Dios no puede cambiar). La inmutable Palabra y la inmutable Persona de Dios es todo lo que necesitamos para estar seguros de que somos salvos y guardados por la eternidad. Tenemos una «esperanza» que es el ancla del alma y es Cristo mismo (7.19, 20; 1 Ti 1.1). ¿Cómo podemos «deslizarnos» espiritualmente (2.1–3) cuando en Cristo estamos anclados al mismo cielo? Tenemos un ancla firme y segura; y tenemos un «precursor» (Cristo) que nos ha abierto el camino y vigilará que un día nos unamos a Él en gloria. En lugar de asustar a los santos llevándoles a pensar que están perdidos, este maravilloso capítulo es una advertencia en contra de la incredulidad y del corazón no arrepentido y también nos asegura que estamos anclados en la eternidad.

7

Este capítulo nos introduce a la segunda sección principal de Hebreos (Véanse el bosquejo). En ella el propósito del escritor es mostrar que el sacerdocio de Cristo es mejor que el de Aarón (cuyos sucesores ministraban en ese tiempo en la tierra, 8.4), porque su sacerdocio es de un orden superior (cap. 7). Es ministrado bajo un pacto superior (cap. 8), en un santuario superior (cap. 9), debido a un sacrificio superior (cap. 10).
La figura clave en el capítulo 7 es ese misterioso rey sacerdote, Melquisedec, quien aparece dos veces en todo el AT (Gn 14.17–20; Sal 110.4). El escritor presenta tres argumentos significativos para demostrar la superioridad de Melquisedec sobre Aarón.

I. EL ARGUMENTO HISTÓRICO: MELQUISEDEC Y ABRAHAM (7.1–10)

Primero, el escritor identifica a Melquisedec como un tipo de Cristo (vv. 3, 15). Era a la vez rey y sacerdote, y también lo es Jesús. Ningún sacerdote de la línea de Aarón se sentó jamás en un trono. Es más, los sacerdotes aarónicos nunca se sentaban (hablando espiritualmente), porque su trabajo nunca se acababa. No había sillas ni en el tabernáculo ni en el templo. Véanse Hebreos 10.11–14. Todavía más, Melquisedec fue rey de Salem, que significa «paz»; y Jesús es nuestro Rey de Paz, nuestro Príncipe de Paz. El nombre «Melquisedec» significa «rey de justicia», nombre que ciertamente se aplica a Cristo, el Rey Justo de Dios. Así, en su nombre y en sus oficios, Melquisedec es una hermosa semejanza de Cristo.
Pero Melquisedec también se asemeja a Cristo en su origen. La Biblia no contiene ningún registro de su nacimiento o muerte. Por supuesto, esto no significa que Melquisedec no tuvo padres o que nunca murió. Simplemente significa que el registro del AT guarda silencio respecto a estos asuntos. De este modo Melquisedec, como Cristo, «no tiene principio de días, ni fin de vida»: Su sacerdocio es eterno.
Este no dependía de sucesores terrenales, mientras que los sacerdotes aarónicos tenían que defender su oficio mediante los registros familiares (Véanse Neh 7.64). Todos los sumos sacerdotes que descendieron de Aarón murieron, pero Cristo, como Melquisedec, mantiene su sacerdocio para siempre (vv. 8, 16, 24, 25).
Después de identificar a Cristo con el orden de Melquisedec, el escritor ahora explica que Melquisedec es superior a Aarón, porque Aarón, en los lomos de Abraham, dio sus diezmos a Melquisedec aun sin haber nacido todavía. Y cuando Melquisedec bendijo a Abraham, bendijo igualmente a la casa de Leví; y sin duda «el menor es bendecido por el mayor» (v. 7). En la tierra, en el templo judío, los sacerdotes recibían los diezmos; pero en Génesis 14 los sacerdotes (en los lomos de Abraham) dieron los diezmos a Melquisedec. Este acontecimiento muestra con claridad la inferioridad del sacerdocio aarónico.

II. EL ARGUMENTO DOCTRINAL: CRISTO Y AARÓN (7.11–25)

Después de establecer claramente los fundamentos históricos de la superioridad de Melquisedec sobre Aarón, el escritor muestra que Melquisedec es también superior desde un punto de vista doctrinal. Aquí usa una cita del Salmo 110.4 como base para el argumento y presenta tres hechos:
A. MELQUISEDEC REEMPLAZÓ A AARÓN (VV. 11–19).
Cuando Dios le dijo a Cristo en el Salmo 110.4: «Tu eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec», en realidad ponían a un lado al sacerdocio levítico fundando en Aarón. Es imposible que dos sacerdocios divinos operen lado a lado. El hecho de que Dios estableciera un nuevo orden demuestra que el viejo orden de Aarón era débil e ineficaz; también significa que la ley bajo la cual estaba Aarón iba igualmente a ser echada a un lado: «Pues nada perfeccionó la ley» (v. 19). Por consiguiente, el sacerdocio no perfeccionó nada (v. 11) y los sacrificios que estos hombres ofrecieron tampoco perfeccionaron nada (10.1). Por supuesto, la palabra hebrea para perfecto significa «tener una posición perfecta delante de Dios» y no tiene nada que ver con ausencia de pecado. Aarón fue hecho sacerdote por un mandamiento carnal, pero las funciones del sacerdocio de Cristo es «según el poder de una vida indestructible» (v. 16) porque, a diferencia de Aarón, Cristo nunca morirá.
B. AARÓN NO FUE ORDENADO POR JURAMENTO (VV. 20–22).
Aun cuando Dios, en las elaboradas ceremonias que se describen en Éxodo 28–30, reconocía a Aarón y sus sucesores, no tenemos ningún registro de juramento divino alguno que sellara ese sacerdocio. A decir verdad, Dios no hubiera sellado con juramento su orden porque sabía que su obra un día concluiría. Pero cuando ordenó a Cristo para ser sacerdote lo confirmó con un juramento inmutable.
C. AARÓN Y SUS SUCESORES MURIERON, PERO CRISTO VIVE PARA SIEMPRE (VV. 23–24).
La ley era santa y buena, pero estaba limitada por las fragilidades de la carne. Aarón murió; y sus hijos y descendientes también murieron. El sacerdocio era tan bueno como el hombre, y el hombre no duraba para siempre. ¡Pero Cristo vive y no morirá jamás! Tiene un sacerdocio inmutable porque vive por el poder de una vida interminable. «Continúa para siempre» de manera que intercede por el pueblo de Dios y salva (al pueblo de Dios) «perpetuamente». Con frecuencia aplicamos el versículo 25 al perdido, pero su principal aplicación es al salvo, aquellos por quienes Cristo intercede cada día. Sí, Él salva «perpetuamente» y cualquier pecador puede ser perdonado. Pero el punto aquí es que a quienes Él ha salvado están salvos para siempre, ¡por la eternidad!

III. EL ARGUMENTO PRÁCTICO: CRISTO Y EL CREYENTE (7.26–28)

«Porque tal sumo sacerdote nos convenía» (v. 26), o sea, era apropiado para nosotros, se ajustaba a nuestras necesidades. Ningún descendiente de Aarón podría encajar en la descripción de Cristo dada en estos versículos. Estos hombres no fueron «santos, inocentes, sin mancha». Aarón hizo un becerro de oro y guió a Israel a la idolatría. Y los hijos de Elí fueron culpables de glotonería e inmoralidad (1 S 2.12). Pero tenemos un sumo Sacerdote perfecto: Él es más santo que ningún otro sacerdote en la tierra, porque ministra en el tabernáculo del cielo en la misma presencia de Dios.
Aarón y sus hijos tenían que ofrecer sacrificios diarios, por sí mismos primero y luego por el pueblo. Cristo es sin pecado; no necesita sacrificios. Y el solo sacrificio que ofreció resolvió eternamente el problema del pecado. Todavía más, se ofreció a sí mismo en sacrificio y no la sangre de toros ni de machos cabríos.
Es fácil ver, entonces, que el orden de Melquisedec es superior al de Aarón. La historia ha demostrado este punto porque Abraham honró a Melquisedec por sobre Leví; se ha demostrado doctrinalmente porque la afirmación del Salmo 110.4 así lo define: Dios creó un nuevo orden de sacerdocio en la ley; y se ha demostrado en forma práctica, porque ningún hombre jamás podría calificar para ser sumo Sacerdote, sino sólo Jesucristo. No hay necesidad de buscar más allá de Cristo: Él es todo lo que necesitamos.

8

Después de demostrar que el sacerdocio celestial de Cristo es de un mejor orden, el escritor ahora muestra que este sacerdocio se realiza mediante un mejor pacto. Los sacerdotes levíticos ministraban de acuerdo al antiguo pacto que Dios hizo con Israel en el Sinaí. El mismo hecho de que Dios lo llama «antiguo pacto» al introducir un «nuevo pacto» demuestra que el sacerdocio levítico antiguo había sido puesto a un lado en la cruz. Para evitar que sus lectores retrocedieran a Aarón y al antiguo pacto el escritor demuestra, en el capítulo 8, la superioridad del nuevo pacto. ¿De qué forma es el nuevo pacto mejor que el antiguo?

I. EL SACERDOTE SUPERIOR DEL NUEVO PACTO (8.1)

El versículo 1 es un «resumen» de los argumentos anteriores. «Tenemos tal sumo sacerdote» (según se ha descrito en 7.26–28), un sumo Sacerdote que ya ha demostrado ser superior a Aarón. Cristo, nuestro sumo Sacerdote, se ha sentado, puesto que su obra de redención está terminada. Ningún sacerdote de la línea de Aarón se sentó jamás. Tampoco ningún sacerdote levítico se sentó jamás en un trono. Cristo es nuestro Rey-Sacerdote en el cielo; y como es un mejor sumo Sacerdote, es mediador de un mejor pacto. Es cierto que no ministraría un viejo pacto desde el cielo; un nuevo sumo Sacerdote exige un nuevo y mejor pacto.

II. EL LUGAR SUPERIOR DEL NUEVO PACTO (8.2–5)

Puesto que Jesús vino de la tribu de Judá, no de Leví, no habría sido considerado para servir como sacerdote. Hallamos a Cristo en los atrios del templo mientras estaba en la tierra, pero nunca en el Lugar Santo o en el Lugar Santísimo. Pero esto sólo prueba la superioridad del nuevo pacto: se ministra desde el cielo y no desde la tierra.
El escritor añade otro argumento: el original; el tabernáculo terrenal (y el templo) no eran sino copias del celestial. Moisés copió el tabernáculo del modelo que Dios le reveló en el monte (Éx 25.9, 40). Los judíos reverenciaban su templo, su mobiliario y sus ceremonias; sin embargo, estas cosas eran simplemente sombras de la realidad en el cielo. Retroceder al antiguo pacto quería decir olvidarse de las realidades del cielo por las imitaciones terrenales. Cuánto mayor es tener un sumo Sacerdote ministrando en un santuario celestial.

III. LAS PROMESAS SUPERIORES DEL NUEVO PACTO (8.6–13)

Este pasaje contiene el argumento clave de este capítulo: las promesas del nuevo pacto son mucho mejores que las del antiguo pacto. Por consiguiente, el sacerdocio de Cristo, que se basa en mejores promesas, debe ser un mejor sacerdocio en sí mismo y lo es. Primero, lea Jeremías 31.31–34 y luego note que estas mejores promesas son:
A. LA PROMESA DE LA GRACIA (VV. 6–9).
En los versículos 8–13 Dios afirma seis veces que hará algo. ¡Esto es gracia! El antiguo pacto era un yugo de esclavitud, exigiendo obediencia perfecta. Pero el nuevo pacto hace énfasis en lo que Dios hará por su pueblo, no en lo que ellos deben hacer por Él. Nótese que Dios no halló falta en el antiguo pacto, sino en la gente. La ley es espiritual, pero el ser humano es carnal, «vendido al pecado», dice Romanos 7.14; y Romanos 8.3 deja en claro que la ley «era débil por la carne». En otras palabras, el fracaso de Israel no se podía achacar a debilidad alguna en el antiguo pacto, sino a la debilidad de la naturaleza humana. Es aquí, entonces, que la gracia interviene; lo que la ley no podía hacer debido a la debilidad del hombre, Dios lo logró mediante la cruz.
B. LA PROMESA DE UN CAMBIO INTERNO (V. 10).
Léase en Jeremías 31.31 la promesa del nuevo pacto y nótese que involucra un cambio interno, del corazón. Léase en 2 Corintios 3 para tener una luz adicional sobre este maravilloso tema. El antiguo pacto lo escribió el dedo de Dios en tablas de piedra, pero el nuevo pacto lo escribe el Espíritu en el corazón humano. Una ley externa nunca puede cambiar a una persona; debe llegar a ser parte de la vida interna para que pueda cambiar la conducta. Véanse Deuteronomio 6.6–9. Esto es lo que significa Romanos 8.4: «Para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros». Esto lo logra, por supuesto, el Espíritu Santo, quien nos capacita para obedecer la Palabra de Dios.
C. LA PROMESA DE BENDICIÓN ILIMITADA (V. 11).
El día vendrá cuando no habrá necesidad del testimonio personal, porque todos conocerán al Señor.
El cumplimiento final de esta promesa, por supuesto, espera el establecimiento del reino. «Todos me conocerán» (v. 11) es un paralelo a la promesa del Antiguo Testamento que se repite: «La tierra será llena del conocimiento de Jehová» (Is 11.9), tanto para judíos como gentiles.
D. LA PROMESA DE LOS PECADOS PERDONADOS (V. 12).
Léase Hebreos 10 y se verá que, bajo el antiguo pacto, había memoria de los pecados, pero no su remisión. La sangre de toros y machos cabríos podía cubrir los pecados, pero sólo la sangre del Cordero de Dios es la que «quita el pecado del mundo» (Jn 1.29). ¡Qué maravillosa promesa da el nuevo pacto al pecador cargado: Sus pecados serán perdonados y olvidados para siempre!
E. LA PROMESA DE BENDICIÓN ETERNA (V. 13).
El mismo hecho de que Dios lo llama un «nuevo pacto» quiere decir que el viejo pacto es obsoleto y desaparecerá. Alrededor del tiempo en que se escribió la carta a los Hebreos las legiones romanas se preparaban para invadir Palestina, lo cual ocurrió en el año 70 d.C. La frase «está próximo a desaparecer» indica que después de un breve tiempo, el templo iba a quedar destruido y las actividades sacerdotales suspendidas. Pero el nuevo pacto, como el sacerdocio de Cristo, duraría para siempre.
¿Cuándo empezó a surtir efecto este nuevo pacto? Lucas 22.20 y 1 Corintios 11.23–26 dejan en claro que el nuevo pacto se estableció por el derramamiento de la sangre de Cristo en la cruz. De acuerdo a Hebreos 12.24 Cristo es ahora el Mediador del nuevo pacto.
Pero Jeremías 31.31 afirma que Dios prometió este nuevo pacto a los judíos. ¿Qué derecho tenemos de aplicarlo a la Iglesia? La respuesta está en el carácter dispensacional del libro de Hechos.
Recordemos que Hechos 1–7 es la oferta de Dios del reino a lo judíos. Cuando el Espíritu Santo vino a los creyentes en Pentecostés, el nuevo pacto estaba vigente. Si la nación se hubiera arrepentido y recibido a Cristo como el Mesías, todas las bendiciones y promesas del nuevo pacto hubieran seguido.
Pero Israel rechazó el mensaje y resistió al Espíritu, y así la nación fue echada a un lado. Es en este punto que Dios trajo a los gentiles al nuevo pacto y formó la Iglesia a partir de los creyentes judíos y gentiles. Así ahora participamos del nuevo pacto en el cuerpo de Cristo; pero la nación de Israel algún día disfrutará de las mismas bendiciones cuando «mirarán al que traspasaron» y se establezca el reino (Zac 12.10).

9

Hemos visto que el sacerdocio de Cristo es mejor que el de Aarón porque pertenece a un mejor orden, el de Melquisedec (cap. 7) y porque es administrado bajo un mejor pacto, o sea, el nuevo pacto (cap. 8).
Aquí en el capítulo 9 veremos que el sacerdocio de Cristo es superior debido a que es administrado en un mejor santuario.

I. EL SANTUARIO INFERIOR BAJO EL ANTIGUO PACTO (9.1–10)

El escritor da cinco razones por las cuales el santuario del antiguo pacto era inferior:
A. ESTABA EN LA TIERRA (V. 1).
La palabra «terrenal» significa «de este mundo, de la tierra». Dios le dio a Moisés el modelo desde el cielo, pero él construyó el tabernáculo (y Salomón el templo) en la tierra y con materiales terrenales.
El santuario fue destinado divinamente y los cultos y actividades se realizaban bajo la dirección de Dios. Sin embargo, todo era terrenal. Como veremos en la última parte de este capítulo, el nuevo santuario es celestial.
B. ERA SÓLO UNA SOMBRA DE LAS COSAS VENIDERAS (VV. 2–5).
Aquí el escritor describe el arreglo y el mobiliario del tabernáculo del AT. Nótese que «en la primera parte», tanto en el versículo 2 como en el 6, significa «la primera sección del tabernáculo», el Lugar Santo. En el versículo 7 «la segunda parte» no se refiere al segundo tabernáculo que se construyó después del primero que Moisés hizo; lo que significa es la segunda división del tabernáculo: el Lugar Santísimo. El altar de oro y la fuente estaban en el atrio exterior. El primer velo (nótese el v. 3) colgaba entre este atrio y el Lugar Santo. En el Lugar Santo estaban el candelero, la mesa del pan de la proposición y el altar del incienso.
Detrás del segundo velo estaba el Lugar Santísimo, al cual sólo el sumo sacerdote podía entrar y esto únicamente en el Día de Expiación (Lv 16). En el Lugar Santísimo estaba el arca del pacto. Todas estas cosas apuntaban a Cristo y eran sombras de las grandes realidades espirituales que Dios daría en el nuevo pacto.
C. ERA INACCESIBLE AL PUEBLO (VV. 6–7).
Sólo los sacerdotes podían ministrar en el atrio y en el Lugar Santo, y el sumo sacerdote era el único que podía entrar en el Lugar Santísimo. Y como veremos, el santuario celestial está abierto para todo el pueblo de Dios.
D. ERA TEMPORAL (V. 8).
El velo entre los hombres y Dios le recordaba al pueblo que el camino a su presencia aún no se había abierto. El versículo 9 dice que mientras el velo permaneciera habría dos partes en el tabernáculo: Símbolo (figura, paralelo) de la relación entre Dios e Israel. Cuando Cristo murió, el velo se rasgó y así quedó abolida la necesidad de un santuario terrenal.
E. ERA INEFICAZ PARA CAMBIAR CORAZONES (VV. 9–10).
Día tras día los sacerdotes ofrecían los mismos sacrificios. La sangre cubría el pecado, pero nunca lo limpiaba. Ni tampoco la sangre de animales podía cambiar los corazones y las conciencias de los adoradores. Estas eran «ordenanzas acerca de la carne», o sea, ceremonias relacionadas con lo externo, no con la persona interior. Eran actos temporales, esperando la completa revelación de la gracia de Dios en Cristo Jesús en la cruz.

II. EL SANTUARIO SUPERIOR BAJO EL NUEVO PACTO (9.11–28)

En el versículo 11 cambia el cuadro y el escritor explica por qué el santuario del nuevo pacto es superior al del antiguo y por qué el sacerdocio de Cristo es superior al de Aarón.
A. ES UN SANTUARIO CELESTIAL (V. 11).
Cristo es un sumo Sacerdote de los «bienes venideros». Su santuario celestial es mucho más grande y perfecto porque no fue hecho de manos humanas. Se recalca que no es «de esta creación», puesto que pertenece a la nueva creación. El tabernáculo terrenal pertenecía al antiguo pacto, la vieja creación, pero el santuario de Cristo es del nuevo pacto, la nueva creación. Véanse también el versículo 24.
B. ES EFICAZ PARA CAMBIAR VIDAS (VV. 12–23).
¡Qué contraste! El sumo sacerdote llevaba la sangre de otra criatura al Lugar Santísimo muchas veces durante su vida; pero Jesús llevó su propia sangre a la presencia de Dios una sola vez y por todas.
Los sacrificios del AT limpiaban ceremonialmente al cuerpo (v. 13), pero no podía alcanzar al corazón ni a la conciencia. Pero la sangre de Cristo, vertida de una vez por todas, purifica la conciencia y da al creyente una posición inmutable y perfecta ante Dios. Todas las ceremonias judías eran «obras muertas» en comparación con la relación viva con Dios bajo el nuevo pacto.
Los versículos 15–23 usan la ilustración de un testamento. La persona hace su testamento y determina cómo distribuir su legado. Pero la herencia no pasa a nadie sino cuando la persona muere.
Cristo tenía una herencia eterna que dar a su Iglesia y esta herencia queda descrita en el nuevo pacto, que es «el testamento de Cristo». Para que el testamento cobrara efecto Él tenía que morir. Pero lo sorprendente es esto: ¡Cristo murió para que el testamento surta efecto y luego regresó de entre los muertos para administrar personalmente su legado! Incluso el primer pacto, bajo Moisés, se selló con sangre (Éx 24.6–8). Cuando se erigió el santuario terrenal también se dedicó con sangre. Pero esta sangre de animales sólo podía producir limpieza ceremonial, nunca limpieza interior.
El versículo 23 indica que la muerte de Cristo purificó incluso las cosas celestiales. Estas cosas tal vez sean el pueblo de Dios (véanse 12.22; Ef 2.22) el cual ha sido purificado por la sangre de Cristo; o tal vez sugiera que la presencia de Satanás en el cielo (Ap 12.3) exigía una limpieza especial del santuario celestial.
C. ES EL CUMPLIMIENTO Y NO LA SOMBRA (V. 24).
Los sacerdotes aarónicos ministraban en un tabernáculo temporal; apuntaba a un Cristo que todavía no había venido. Cristo no ministra en un tabernáculo hecho por hombres, lleno de imitaciones terrenales; ministra en un santuario celestial que es el cumplimiento de estas prácticas del AT. El sumo sacerdote rociaba la sangre sobre el propiciatorio y por el pueblo, pero Cristo nos representa ante la misma presencia de Dios. Qué tragedia cuando la gente se aferra a las ceremonias religiosas que agradan a los sentidos y no logran aferrarse, por fe, al gran ministerio celestial de Cristo.
D. SE BASA EN UN SACRIFICIO COMPLETO (VV. 25–28).
La superioridad del sacrificio de Cristo es el tema del capítulo 10, pero también se menciona aquí.
El trabajo del sacerdote nunca se acababa porque los sacrificios tampoco se acababan. La muerte de Cristo fue definitiva. Apareció «en la consumación de los siglos» para quitar el pecado, no simplemente para cubrirlo. El velo se rompió y el camino a la presencia de Dios se abrió. Cristo aparece en el cielo por nosotros; podemos entrar a la presencia de Dios. El judío del AT no tenía acceso a la presencia inmediata de Dios; jamás se hubiera atrevido siquiera a entrar al Lugar Santísimo. Pero debido a la obra completa de Cristo en la cruz («Consumado es») tenemos un camino abierto a Dios a través de Él.
Nótese que en los versículos 24–28 se usa tres veces la expresión «presentarse» o «aparecer».
Vemos que Cristo se presentó en el pasado para quitar el pecado (v. 26), en la actualidad se presenta en el cielo por nosotros (v. 24) y aparecerá en el futuro para llevarnos a la gloria (v. 28). Cuando el sumo sacerdote desaparecía en el interior del tabernáculo en el Día de Expiación, el pueblo esperaba fuera con expectación hasta que volvía a aparecer. Tal vez Dios rechazaba la sangre y mataba al sumo sacerdote. ¡Qué gozo había cuando este salía de nuevo! ¡Y qué gozo tendremos cuando nuestro sumo Sacerdote aparezca para llevarnos a nuestro Lugar Santísimo celestial, para vivir con Él para siempre!

10

Este capítulo cierra la sección sobre «el sacerdocio superior» (7–10) explicando que el sacerdocio de Jesucristo se basa en un sacrificio superior: el sacrificio de Cristo mismo. El escritor da tres razones por las cuales el sacrificio de Cristo es superior a los descritos en el AT.

I. EL SACRIFICIO DE CRISTO QUITA EL PECADO (10.1–10)

A. LOS SACRIFICIOS DEL AT ERAN INEFICACES (VV. 1–4).
Por un lado, pertenecían a la edad de los tipos y las sombras, y por consiguiente jamás podían cambiar el corazón. Se repetían «cada año» (v. 1) y «día tras día» (v. 11), demostrando así que no podían quitar el pecado. De otra manera el sumo sacerdote y sus ayudantes no hubieran tenido que repetir estas acciones. Como lo explica Hebreos 9.10–14, los rituales del AT se referían sólo a cosas externas e impureza ceremonial. Los sacrificios eran una «recordación de pecados», pero no una remisión de pecados (Véanse 9.22). En la Cena del Señor recordamos a Cristo, no a nuestros pecados (1 Co 11.24; Lc 22.19), porque Él los ha olvidado (8.12).
B. EL SACRIFICIO DE CRISTO ES EFICAZ (VV. 5–20).
Aquí el escritor cita el Salmo 40.6–8. El Espíritu Santo ha cambiado de: «Has abierto mis oídos», a: «Mas me preparaste un cuerpo». La referencia puede ser a Éxodo 21.1–6. En el año del jubileo se ordenaba a los judíos que dejaran en libertad a sus siervos hebreos. Pero si el criado quería a su amo y deseaba permanecer con él, se le marcaba perforando su oreja. Desde ese momento su cuerpo le pertenecía al amo de por vida. Cuando Cristo vino al mundo el Espíritu le preparó un cuerpo y Él se dedicó por entero a la voluntad de Dios y dependía de ella.
Ese cuerpo sería sacrificado en la cruz por los pecados del mundo. Pasajes tales como el Salmo 51.10, 16, 1 Samuel 15.22 e Isaías 1.11 dejan en claro que Dios no vio ninguna salvación completamente terminada en la sangre de los animales; quería el corazón del creyente. En los versículos 8–9 el escritor usa las palabras de Cristo para mostrar que Dios, a través de Cristo, dejó a un lado el primer pacto con sus sacrificios de animales y estableció uno nuevo con su propia sangre. Debido al sometimiento de Cristo a la voluntad de Dios hemos sido apartados para Él (santificados) de una vez y para siempre.

II. EL SACRIFICIO DE CRISTO NO NECESITA REPETIRSE (10.11–18)

Nótense los contrastes: los sacerdotes del AT se ponían de pie diariamente, pero Cristo se sentó; el sacerdote del AT ofrecía los mismos sacrificios con frecuencia; Cristo ofreció un solo sacrificio (Él mismo) una sola vez. Por una sola ofrenda Dios ha otorgado la posición correcta, o sea, perfecta, cabal, para siempre, a los que se han apartado mediante la fe en Cristo. (En el v. 10 somos santificados de una vez por todas; en el v. 14 somos santificados diariamente. Esta santificación es posicional y progresiva.)
Los sacrificios del AT recordaban los pecados, pero el sacrificio de Cristo hace posible la remisión de los pecados (v. 18). Remisión quiere decir: «enviar lejos». Nuestros pecados han sido perdonados y enviados lejos para siempre (Sal 103.12; Miq 7.19). En el Día de Expiación (Lv 16) el sumo sacerdote confesaba los pecados de la nación sobre la cabeza del chivo expiatorio y luego el macho cabrío era llevado al desierto y dejado allí en libertad. Esto fue lo que Cristo hizo con nuestros pecados. Ya no hay más sufrimiento por el pecado porque no hay más recordación del pecado. El Espíritu Santo testifica a nuestros corazones y tenemos la bendición de ese nuevo pacto prometido (vv. 14–17; Jer 31.33).

III. EL SACRIFICIO DE CRISTO ABRE EL CAMINO HACIA DIOS (10.19–39)

A. EXPLICACIÓN (VV. 19–21).
El escritor repasa las bendiciones que los creyentes tienen por la muerte de Cristo que ocurrió una vez y para siempre. Debido a que en Cristo tenemos una posición perfecta, podemos tener confianza (literalmente «libertad de palabra») para acercarnos a su presencia. Ningún velo se interpone entre nosotros y Dios. Ese velo del tabernáculo simbolizaba el cuerpo humano de Cristo, porque cubría la gloria de Dios (Jn 1.14). Cuando su cuerpo fue ofrecido, el velo se rompió. Tenemos un nuevo camino basado en el nuevo pacto; tenemos un camino de vida, debido a que tenemos un sumo Sacerdote viviente (7.25). La familia de Dios (la Iglesia) tiene un gran sumo Sacerdote en gloria.
B. INVITACIÓN (VV. 22–25).
Hay tres afirmaciones de invitación aquí (Véanse también 6.1):
(1) «Acerquémonos» en lugar de alejarnos o deslizarnos;
(2) «mantengamos firme» nuestra profesión (testimonio) de fe (o esperanza, como dicen algunas traducciones), sin vacilar debido a las pruebas;
(3) «considerémonos» unos a otros y, con nuestro ejemplo, estimulando a otros creyentes a ser fieles a Cristo.
Debemos estimularnos al amor (Véanse 1 Co 13.5). La confianza que tenemos en el cielo debe guiarnos al crecimiento y a la dedicación espiritual en la tierra. Parece que estos creyentes, debido a las pruebas, estaban descuidando el compañerismo cristiano y el estímulo mutuo que los creyentes necesitan el uno del otro. Puesto que Cristo es nuestro sumo Sacerdote y porque somos un reino de sacerdotes (1 P 2.9), debemos congregarnos para la adoración, la enseñanza y para rendir culto y servicio. El judío del AT no podía entrar en el tabernáculo y el sumo sacerdote no podía entrar en el Lugar Santísimo cuando quería. Pero, mediante el sacrificio de Cristo, tenemos un camino vivo al cielo. Podemos llegarnos a Dios en cualquier momento. ¿Aprovechamos este privilegio?
C. EXHORTACIÓN (VV. 26–39).
Esta es la cuarta de las cinco exhortaciones (Véanse el bosquejo). Advierte en contra del pecado voluntario. Por favor, recuerde que esta exhortación es para los creyentes, no para los inconversos, y se relaciona a las otras tres exhortaciones anteriores. Los cristianos indiferentes empiezan a alejarse debido a la negligencia; luego dudan de la Palabra; después se endurecen contra la Palabra; y el siguiente paso es el pecado deliberado y el rechazo de la herencia espiritual. Nótense los hechos importantes de este pecado en particular. No es uno que se comete una sola vez; «si pecáremos voluntariamente» en el versículo 26 debe entenderse como «voluntariamente queremos seguir pecando».
Es el mismo tiempo gramatical continuo como en 1 Juan 3.4–10: «El que peca continua y habitualmente no ha nacido de Dios». Así, este pasaje no se refiere al «pecado imperdonable», sino de una actitud hacia la Palabra, actitud a la cual Dios llama rebelión voluntaria. En el AT no había sacrificios para los pecados deliberados, con presunción (véanse Éx 21.14; Nm 15.30). Los pecados de ignorancia (Lv 4) y los que resultaban de los arranques de pasión estaban cubiertos; pero los pecados voluntarios merecían sólo el castigo.
El versículo 29 nos recuerda que Dios tiene en alta estima nuestra salvación (y el derramamiento de la sangre que la compró). El Padre valora a su Hijo; el Hijo vertió su sangre; el Espíritu aplica al creyente los méritos de la cruz. Para nosotros, el pecado voluntario es pecar contra el Padre y el Hijo y el Espíritu. El escritor cita a Deuteronomio 32.35, 36 para mostrar que Dios, en el AT, tuvo el cuidado de que su pueblo (no los inconversos) cosechara lo que sembraba y fuera juzgado cuando desobedeciera voluntariamente. El hecho de que era su pueblo del pacto hacía que sus obligaciones fueran mucho mayores (Am 3.2). Dios juzga a su pueblo; véanse Romanos 2.16; 1 Corintios 11.31, 32 y 1 Pedro 1.17. Por supuesto, esto no es el juicio eterno, sino más bien su castigo en esta vida y la pérdida de recompensa en la venidera. Nótense los versículos 34–35, en donde el escritor enfatiza la recompensa por la fidelidad, no por la salvación. Véanse también 1 Corintios 3.14, 15; 5.5; 9.27 y 11.30.
En los versículos 32–39 (como en 6.9–12) da una seguridad maravillosa a estos creyentes de que sus vidas habían demostrado que verdaderamente habían nacido de nuevo. Estaban entre los que habían puesto su fe en Cristo (Hab 2.3, 4) y por consiguiente no podían «salir» como lo hicieron los que en realidad no eran salvos (1 Jn 2.19). Su destino es la perfección, no la perdición, debido a que tienen a Cristo en sus corazones y esperan su venida.

11

Este capítulo ilustra la lección de 10.32–39 y muestra que a través de toda la historia hombres y mujeres han hecho lo imposible por la fe. «El justo vivirá por fe» afirma 10.38. Este capítulo muestra que la fe puede conquistar en cualquier circunstancia.

I. LA FE DESCRITA (11.1–3)

La fe bíblica verdadera no es una clase emocional de anhelos ensoñadores; es una convicción interna basada en la Palabra de Dios (Ro 10.17). En el versículo 1 el término certeza (sustancia, en la versión de 1909) significa «seguridad» y convicción significa «prueba», «demostración». Así, cuando el Espíritu Santo nos da fe por medio de la Palabra, ¡la misma presencia de esa fe en nuestros corazones es toda la seguridad y evidencia que necesitamos!
El Dr. J. Oswald Sanders dice: «La fe capacita al alma creyente a enfrentar el futuro como presente y lo invisible como visto». Por medio de la fe podemos ver lo que otros no pueden ver (nótense los vv. 1, 3, 7, 13 y 27). Cuando hay verdadera fe en el corazón Dios da testimonio a ese corazón por su Espíritu (nótense los vv. 2, 4, 5 y 39). Por fe Noé vio el juicio que venía, Abraham vio una ciudad futura, José vio el éxodo de Egipto y Moisés vio a Dios.
La fe consigue cosas debido a que hay poder en la Palabra de Dios, como se ilustra por la creación, conforme al versículo 3. ¡Dios habló y fue hecho! Dios todavía nos habla hoy. Cuando creemos lo que Él dice, el poder de la Palabra logra maravillas en nuestras vidas. La misma Palabra que actuó en la vieja creación actúa en la nueva creación.

II. LA FE DEMOSTRADA (11. 4–40)

A. ABEL (V. 4; GN 4.3).
Dios pidió un sacrificio de sangre (Heb 9.22) y Abel tuvo fe en esa palabra. Sin embargo, Caín no mostró fe y fue rechazado. Dios testificó de la fe de Abel al aceptar su sacrificio; y por este testimonio Abel todavía nos habla hoy.
B. ENOC (VV. 5–6; GN 5.21–24).
En una época impía Enoc vivió una vida consagrada; lo hizo al confiar en la Palabra de Dios. Véanse Judas 14. Creyó que Dios le recompensaría por su fe y Dios lo hizo así al llevarle al cielo sin que viera muerte. La recompensa de la fe es importante en Hebreos (10.35; 11.26; 12.11).
C. NOÉ (V. 7; GN 6–9).
Nadie había visto, ni esperaba, juicio mediante un diluvio; Noé lo vio por fe. La fe conduce a las obras. La actitud y acciones de Noé condenaron al mundo incrédulo y perverso que lo rodeaba.
D. ABRAHAM (VV. 8–19; GN 12–25).
Aquí tenemos al gran «padre de los creyentes» que es uno de los más grandes ejemplos de fe en el AT. Abraham creyó a Dios sin saber dónde (vv. 8–10), sin saber cómo (vv. 11–12), sin saber cuándo (vv. 13–16) y sin saber por qué (vv. 17–19). Fue la fe en la Palabra de Dios lo que le hizo dejar su casa, vivir como peregrino y seguir a dondequiera que Dios le guiaba. La fe le dio a Abraham y a Sara el poder para tener un hijo cuando estaba «ya casi muerto». Abraham y sus descendientes peregrinos no retrocedieron, como los líderes hebreos se vieron tentados a hacerlo, sino que mantuvieron sus ojos en Dios y persistieron en avanzar hasta la victoria (vv. 13–16; 10.38, 39).
E. ISAAC (V. 20; GN 27).
Creyó la Palabra que le había trasmitido Abraham y confirió la bendición a Jacob.
F. JACOB (V. 21; GN 48).
A pesar de sus fracasos Jacob tenía fe en la Palabra de Dios y bendijo a Efraín y Manasés antes de morir.
G. JOSÉ (V. 22; GN 50:24; ÉX 13.19; JOS 24.32).
José sabía que Israel un día sería libertado de Egipto, porque eso es lo que Dios le prometió a Abraham (Gn 15.13–16). Es asombroso que José incluso tuviera fe después de atravesar tantas pruebas y de haber vivido en Egipto casi toda su vida.
H. MOISÉS (VV. 23–29; ÉX 1–15).
Los padres de Moisés tuvieron fe para esconderlo puesto que Dios les había dicho (de alguna manera) que era un niño especial (Hch 7.20). La fe de Moisés le llevó a rehusar la posición en Egipto y a identificarse con Israel. De nuevo vemos la recompensa de la fe (v. 26) en contraste con los placeres temporales del pecado. La fe en la Palabra condujo a la liberación en la Pascua (¡cómo deben haberse mofado los egipcios al ver la sangre en los postes de las puertas!) y a cruzar el Mar Rojo.
I. JOSUÉ (V. 30; JOS 1–6).
Dios prometió a Josué entregarle a Jericó y la fe en esa promesa lo llevó a la victoria. Israel marchó alrededor de la ciudad durante siete días y deben haberles parecido ridículos a los habitantes de Jericó, pero la fe de los judíos fue recompensada.
J. RAHAB (V. 31; JOS 2; 6.22–27).
Su confesión de fe está en Josué 2.11. Su fe la llevó a obrar (Stg 2.25) al arriesgar su vida para salvar a los espías. A pesar de que era una prostituta fue salva por fe y fue hasta incluida entre los antepasados humanos de Cristo (Mt 1.5). Su fe fue contagiosa porque también ganó a su familia (Jos 6.23).
K. «OTROS» (VV. 32–40).
Algunas personas se mencionan por nombre, otras no. Todos estos hombres y mujeres, no obstante, están entre los gigantes de la fe. El escritor ve la historia entera del AT como un registro de victorias de fe. Algunas victorias fueron públicas y milagrosas, tales como la liberación de la muerte; otras fueron privadas y más bien ordinarias, tales como «sacaron fuerzas de debilidad» e «hicieron justicia».
Algunos fueron librados por fe; otros no escaparon, pero por fe recibieron fe para soportar el sufrimiento. El mundo incrédulo miraba a estos creyentes como basura, «excéntricos» y «pestes». Dios, sin embargo, dice de ellos: «de los cuales el mundo no era digno» (v. 38). Cada uno de ellos recibió de Dios ese testimonio de fe (v. 39).
Aunque la fe los capacitó a recibir las promesas (plural), no recibieron la promesa (v. 39); pero ahora, en Cristo, esa promesa se ha cumplido. Nótense tanto el versículo 13 como 1 Pedro 1.11, 12. El versículo 40 indica que el plan de Dios para estos santos del AT también incluye a los cristianos del NT que hoy participan en ese nuevo pacto a través de Cristo. Esa «cosa mejor» se ha descrito en Hebreos: el mejor sacerdote, el mejor sacrificio, santuario y pacto. En un sentido muy real los cristianos de hoy son herederos de la promesa (6.17, 18) por la fe en Cristo, puesto que todas nuestras bendiciones espirituales son debido a las promesas que Dios le hizo a Abraham y a David (Ro 11.13–29). Por supuesto, aunque estas promesas se han cumplido espiritualmente en Cristo (Gl 3), también se cumplirán literalmente en Israel en «el siglo venidero» (Heb 2.5–9).
Las lecciones de este capítulo son muchas, pero tal vez sería provechoso mencionar unas pocas.
(1) Dios obra mediante la fe y sólo por la fe. Ejercer fe es la única manera de agradarle y recibir su bendición.
(2) La fe es un don de Dios por medio de la Palabra y del Espíritu. No es algo que «desarrollamos» por nosotros mismos.
(3) La fe siempre es sometida a prueba; a veces parece que confiar en Dios es algo absurdo, pero la fe al final siempre triunfa.

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La palabra clave en este capítulo es «soportar» o «resistir»; se la encuentra en los versículos 1 (traducida «paciencia»), 2, 3, 7 (traducida «sufrir») y 20. La palabra significa «soportar bajo prueba, continuar cuando es difícil avanzar». Estos cristianos estaban atravesando un tiempo de prueba (10.32–39) y estaban tentados a darse por vencidos (12.3). Ninguno había sido llamado todavía a morir por Cristo (12.4), pero la situación no se mejoraba en ninguna manera. Para animarles a confiar en Cristo el escritor les estimula a recordar (nótese el v. 5) tres aspectos que les ayudarían a continuar avanzando y creciendo.

I. EL EJEMPLO DEL HIJO DE DIOS (12.1–4)

En el capítulo 11 sus lectores miraban hacia atrás y veían cómo los grandes santos del AT ganaron por fe la carrera de la vida. Ahora el escritor les insta a «mirar a Jesús» y así ver fortalecida su fe y esperanza. El cuadro aquí es el de una arena, o estadio; los espectadores son los héroes de la fe mencionados en el capítulo anterior; los corredores son los creyentes que atraviesan pruebas. (Esta imagen no necesariamente implica que las personas que están en el cielo nos observan o saben lo que ocurre aquí en la tierra. Es una ilustración, no una revelación.) Para que los cristianos ganen la carrera deben despojarse de todos los pesos y pecados que les dificultan correr. Sobre todo, ¡deben mantener sus ojos en Cristo como la meta! Compárese con Filipenses 3.12–16. ¡Cristo ya ha corrido esta carrera de fe y la ha conquistado por nosotros! Él es el Autor (Pionero, Explorador) y Consumador de nuestra fe; Él es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Lo que Él empieza, lo termina; Él puede llevarnos a la victoria.
Nuestro Señor atravesó muchas pruebas mientras estaba en la tierra. ¿Qué le ayudó a lograr la victoria? «El gozo puesto delante de Él» (v. 2). Esta era su meta: el gozo de presentar su Iglesia ante el Padre en el cielo un día (Jud 24). Nótense también Juan 15.11; 16.20–24 y 17.13. Su batalla contra el pecado le llevó a la cruz y le costó la vida. La mayoría de nosotros no correrá en esa pista; tal vez nuestra tarea será vivir por Él, no morir por Él. «¡Considerad a aquel!» «¡Mire a Jesús!» Estas palabras son el secreto del aliento y la fuerza cuando la carrera se pone difícil. Necesitamos apartar los ojos de nosotros mismos, de otras personas, de las circunstancias y ponerlos en Cristo solamente.

II. LA SEGURIDAD DEL AMOR DE DIOS (12.5–13)

Estos cristianos se habían olvidado de las verdades básicas de la Palabra (5.12); y el versículo 5 nos dice que hasta habían olvidado lo que Dios dice respecto a la disciplina. El escritor citó Proverbios 3.11 y les recordó que el sufrimiento en la vida del cristiano no es un castigo, sino disciplina. La palabra «disciplina» significa literalmente la «disciplina de criar o educar a un niño». Eran bebés espirituales; una manera en que Dios los hacía madurar era permitir que atravesaran pruebas. El castigo es obra de un juez; la disciplina es la obra de un padre. El castigo se aplica para confirmar la ley; la disciplina se aplica como prueba de amor, para el bien del niño. Demasiado a menudo nos rebelamos contra la mano amorosa de Dios que aplica la disciplina; en lugar de eso debemos someternos y crecer.
Satanás nos dice que nuestras pruebas son evidencia de que Dios no nos ama; ¡pero la Palabra de Dios nos dice que los sufrimientos son la mejor prueba de que Él en realidad nos ama!
Cuando el sufrimiento viene sobre los creyentes, estos pueden responder de diferentes maneras.
Pueden resistir las circunstancias y luchar contra la voluntad de Dios, amargarse en lugar de mejorarse.
«¿Por qué tiene que ocurrirme esto a mí? ¡A Dios ya no le interesa! ¡De nada sirve ser cristiano!» Esta actitud no producirá sino tristeza y amargura del alma. El escritor argumenta: «Tuvimos padres terrenales que nos disciplinaban, y los respetábamos. ¿No deberíamos, entonces, respetar a nuestro Padre celestial que nos ama y desea hacernos madurar?» Después de todo, la mejor prueba de que somos hijos de Dios, y no hijos ilegítimos, es que Dios nos disciplina. Lo que el versículo 9 sugiere es que si no nos sometemos a Dios, podemos morir. Dios no tendrá hijos rebeldes y, si tiene que hacerlo, puede quitarles la vida.
Luego, además, el cristiano puede también darse por vencido y dejarse derrotar. Esta es una actitud incorrecta (véanse vv. 3, 12, 13). La disciplina de Dios tiene el propósito de ayudarnos a crecer, no a destrozarnos. La actitud correcta es que soportamos por fe (v. 7), permitiendo que Dios realice su perfecto plan. Es ese «después» del versículo 11 lo que nos mantiene avanzando. La disciplina es para nuestro provecho, para que podamos ser partícipes de su santidad y nuestra sumisión trae mayor gloria a su nombre.

III. EL PODER DE LA GRACIA DE DIOS (12.14–29)

Esta es la quinta de las exhortaciones en Hebreos y el pensamiento clave es la gracia (véanse vv. 15, 28). Se hace un contraste entre Moisés y Cristo, el monte Sinaí y el de Sion, el pacto antiguo y el nuevo. Cuando se dio la ley en el Sinaí, regían el temor y el terror, y la montaña estaba cubierta de humo y fuego. Cuando Dios hablaba, la gente temblaba. Pero hoy, tenemos una experiencia más grande que la de Israel en el Sinaí, porque tenemos un sacerdote celestial, un hogar celestial, una comunión celestial y una voz que habla desde lo alto y que da un mensaje de gracia y amor.
En los versículos 22–24 se da una descripción de las bendiciones del nuevo pacto en Cristo. El monte de Sion es la ciudad celestial (13.14; Gl 4.26), en contraste con la Jerusalén terrenal, la cual estaba a punto de ser destruida.
Hay tres grupos de personas en la ciudad celestial:
(1) las huestes de los ángeles que ministran a los santos;
(2) la Iglesia del primogénito (Véanse 1.6); y:
(3) los santos del AT.
«Hechos perfectos» (v. 23) no significa que los creyentes en gloria están ahora en sus cuerpos perfectos de resurrección. Se refiere más bien a los santos del AT que tiene ahora una posición perfecta ante Dios debido a la muerte y resurrección de Cristo (10.14; 11.40). Cualquiera que cree en la Palabra de Dios (como lo hicieron los santos del AT) va al cielo; pero la perfección de la obra de Dios no llegó sino hasta la muerte de Cristo en la cruz.
A la cabeza de la lista está Jesús, el Mediador del nuevo pacto. ¿Cómo podrían estas personas volver a una ciudad terrenal (a punto de ser destruida) y a un templo terrenal (que también sería destruido), sacerdotes terrenales y sacrificios terrenales? ¡La sangre de Cristo ha resuelto todo! La sangre de Abel clama venganza desde la tierra (Gn 4.10), pero la sangre de Cristo habla desde el cielo para salvación y perdón. ¡Esto es gracia! Cristo es un ministro de gracia. El nuevo pacto es uno de gracia. La gracia de Dios nunca falla, aun cuando no la alcancemos (v. 15) debido a que no llegamos a apropiarnos de ella. Esaú es la ilustración de uno que menospreció las cosas espirituales y perdió la bendición. («Profano» significa «fuera del templo» o «mundano, común».) Esaú fracasó con la gracia de Dios porque no quiso arrepentirse (nótese 6.6).
«¡Dios está conmoviendo las cosas!» es el tema de los versículos finales. A ninguno de nosotros nos gusta la remoción; nos encanta la estabilidad y la seguridad. Pero Dios ya estaba removiendo la economía judía y estaba a punto de destruir el templo en Jerusalén. La cosas materiales desaparecerían para que las realidades espirituales ocuparan su lugar. Dios edificaba un nuevo templo: Su Iglesia; y el viejo templo sería quitado. El escritor cita a Hageo 2.6 para mostrar que un día Dios removerá al mundo mismo y traerá un nuevo cielo y una nueva tierra.
«Así que» (v. 28) introduce la aplicación práctica: «Tengamos gratitud» o «tengamos gracia».
¿Cómo recibimos gracia? Ante el trono de la gracia, donde nuestro sumo Sacerdote eterno intercede por nosotros. Debemos servir a Dios, no las viejas leyes o costumbres. Somos parte de un reino que nunca será removido o quitado. Edificamos nuestras vidas sobre las realidades eternas e inmutables que tenemos en Cristo. Por consiguiente, sirvamos a Dios con reverencia. Prestemos atención a su Palabra y no rehusemos escuchar, por cuanto en su Palabra está la gracia y la vida que necesitamos. La amonestación del versículo 25 no se refiere a nuestro destino eterno. Como las demás exhortaciones en Hebreos, esta se refiere al castigo que Dios aplica en esta vida y no con el juicio en la venidera.

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Aquí tenemos la apelación final de esta epístola. El escritor ha explicado las verdades doctrinales; ahora cierra con amonestaciones prácticas para todos los creyentes. Sus enemigos estaban diciendo: «Si permanecen leales a Cristo, perderán todo: Sus amigos, sus bienes materiales, su herencia religiosa en el templo, los sacrificios y el sacerdocio». Pero aquí el escritor destaca que el creyente no pierde nada al confiar en Cristo. Por fe los cristianos dan las espaldas al «sistema religioso» de este mundo (en este caso, el judaísmo) y fijan sus ojos y corazones en la adoración espiritual verdadera a Dios en Cristo.
Nótese en este capítulo las bendiciones espirituales que tienen los cristianos, aun cuando puedan perder todo en este mundo.

I. UNA COMUNIÓN ESPIRITUAL DE AMOR (13.1–4)

El amor por el pueblo de Dios es una de las características de un verdadero creyente en Cristo (Jn 13.35; 1 Jn 3.16; 1 Ts 4.9; etc.). El mundo aborrece a los cristianos (Jn 15.17–27) y estos necesitan del mutuo amor de los santos para aliento y fortaleza. Este amor se expresa de maneras prácticas, tales como simpatía por los que atraviesan tribulaciones (v. 3, Véanse 1 Co 12.26) y ser hospitalarios. Se refiere a las visitas de los ángeles en el Antiguo Testamento, como a Abraham (Gn 18), Gedeón (Jud 6.11) y Manoa (Jud 13). Por supuesto, el verdadero amor cristiano debe verse primero en el hogar y en la familia, de modo que advierte en contra de los pecados sexuales que pueden destruir el matrimonio. Es esta época cuando se toman tan a la ligera los votos matrimoniales, necesitamos recordar que Dios juzga a toda persona inmoral, sea creyente o incrédula.

II. TESOROS ESPIRITUALES (13.5–6)

Costaba algo ser cristiano en el primer siglo. Estas personas habían sufrido el saqueo de sus bienes (10.34) y estaban pagando un precio por su testimonio. ¡Qué fácil es que los cristianos codicien y deseen las cosas del mundo (1 Ti 6.6; Lc 12.15). Es fácil leer: «Contentos con lo que tenéis ahora!», pero difícil de practicar. El verdadero contentamiento nunca viene al poseer muchas cosas; viene cuando nos apoyamos por completo en Cristo.
El escritor cita la promesa del AT que Dios le dio a Moisés (Dt 31.6–8) y a Josué (Jos 1.5) y la aplica al pueblo de Dios hoy. Puesto que Cristo siempre está con nosotros, ¡tenemos todo lo que necesitamos! Nunca necesitamos desear alguna otra cosa material (Flp 4.19); nunca necesitamos temer los ataques de la gente. Cristo es nuestro Ayudador; nunca debemos temer (Sal 118.6). Cuando los hijos de Dios están en la voluntad de Dios, obedeciendo su Palabra, nunca les faltará nada y nunca se les puede hacer daño. Esta es una promesa con la cual podemos contar.

III. ALIMENTO ESPIRITUAL EN LA PALABRA (13.7–10)

En este capítulo hay tres mandamientos que se refieren a la iglesia local y al lugar del pastor y las personas:
A. «ACORDAOS DE VUESTROS PASTORES» (V. 7).
Tal vez el escritor se refiere a los pastores que les habían guiado pero que ya se habían ido. Tal vez habían sido martirizados. Se espera que el pastor sea el líder espiritual del rebaño. ¿Cómo dirige?
Mediante la Palabra de Dios, la cual es el alimento espiritual para las ovejas de Dios. Los creyentes deben seguir el ejemplo de fe de esos pastores, pero se espera que los líderes sigan a Cristo. Los versículos 7–8 deberían decir: «Considerad el fin [propósito] de su conducta, que es en Cristo Jesús».
Los pastores vienen y se van, pero Cristo sigue siendo el mismo.
B. «OBEDECED A VUESTROS PASTORES» (V. 17).
Los cristianos deben someterse a la Palabra de Dios conforme la enseñan y viven sus líderes espirituales. Es algo solemne ser un pastor encargado de cuidar almas. El pastor debe rendir cuentas a Dios de su ministerio; si su rebaño desobedece la Palabra, la tristeza no será de él sino del rebaño. Qué importante es respetar el liderazgo pastoral y someterse a la Palabra de Dios.
C. «SALUDAD A TODOS VUESTROS PASTORES» (V. 24).
El pueblo debe comunicarse con sus líderes y estar en «buenos términos» con ellos. Es una tragedia cuando los cristianos se enojan y rehúsan hablar con su pastor. Esto es desobediencia a la Palabra de Dios.
Los creyentes que no se alimentan de la Palabra se alimentarán de «doctrinas diversas y extrañas» (v. 9) y se «enfermarán espiritualmente». La única manera de crecer hacia la madurez y afirmarse es a través de la Palabra de Dios (Ef 4.14; Véanse Heb 5.11–14). Nuestros corazones se afirman por gracia, no por ley ni sistemas religiosos terrenales. El «altar» del cristiano es Cristo, el sacrificio por el pecado ofrecido de una vez por todas; nos alimentamos de Él al alimentarnos de su Palabra. Así como los sacerdotes del AT comían de la carne y del grano de los sacrificios, nosotros nos alimentamos de Cristo, el sacrificio viviente.

IV. SACRIFICIOS ESPIRITUALES (13.11–16).

Al volverse a Cristo estos hebreos perdieron el templo y su sacerdocio y sacrificios; pero ganaron en Cristo mucho más de lo que perdieron. Cristo rechazó el templo y lo llamó «cueva de ladrones»; y rechazó la ciudad de Jerusalén al ser crucificado fuera de la puerta (Jn 19.20). El escritor compara la muerte de Cristo con los sacrificios que se quemaban el Día de Expiación (Lv 16.27), puesto que ambos sufrieron «fuera del campamento». Los lectores estaban tentados a volver al judaísmo. «No», amonesta el escritor. «En lugar de regresar, ¡salgan del campamento y lleven el vituperio con Cristo!»
Se puede resumir el doble mensaje de Hebreos con las frases «dentro del velo» (comunión con Cristo) y «fuera del campamento» (testimonio por Cristo). Los creyentes no miran la ciudad terrenal; tienen una ciudad celestial esperándolos, así como los héroes de la fe de antaño (v. 14; Heb 11; 10; 12.27).
Como reino de sacerdotes los cristianos deben ofrecer sacrificios espirituales (1 P 2.5). Un sacrificio espiritual es algo que se hace o se da en el nombre de Cristo y para su gloria. En el versículo 15 el escritor afirma que la alabanza es tal sacrificio; véanse Efesios 5.18, 19; Salmos 27.6; y 69.30–31). Las buenas obras y el compartir las bendiciones materiales también son sacrificios espirituales (v. 16). Otros sacrificios espirituales incluyen el cuerpo del creyente (Ro 12.1, 2); ofrendas (Flp 4.18); oración (Sal 141.2); un corazón quebrantado (Sal 51.17); y almas ganadas para Cristo (Ro 15.16).

V. PODER ESPIRITUAL (13.17–24)

La bendición de los versículos 20–21 explica cómo se capacita al cristiano para vivir por Cristo en este mundo impío: Cristo obra en nosotros desde su trono en el cielo.
Hay tres títulos distintos que se han dado a Cristo: El pastor:
(1) el Buen Pastor, que muere por las ovejas (Jn 10.11; Sal 22);
(2) El Gran Pastor, que perfecciona a las ovejas (Heb 13.20, 21; Sal 23); y:
(3) el Príncipe de los Pastores que vendrá por sus ovejas (1 P 5.4; Sal 24).
Nuestro sumo Sacerdote es nuestro Pastor y Ayudador; Él obra en nosotros y nos da la gracia y el poder de vivir por Él y servirle.
«Os haga aptos» es el tema de Hebreos: «Vamos adelante a la perfección [madurez]» (6.1). La madurez no viene al esforzarnos con nuestra fuerza; viene conforme le permitimos a Cristo que obre en nosotros mediante la Palabra de Dios. Esto se encuentra en paralelo a Filipenses 2.12–16 y Efesios 3.20, 21. Dios no puede obrar a través de nosotros si no obra primero en nosotros, y Él lo hace mediante su Palabra (1 Ts 2.13).

El saludo de clausura muestra el amor que unía a los creyentes de la iglesia primitiva. La bendición final de gracia identifica a Pablo como el escritor (compárese 2 Ts 3.17, 18).