MARCOS

(gr., Markos, del lat. Marcus, un martillo grande, gr., Ioannes, del heb., Yohanan, Jehovah es bondadoso).

El Evangelio más breve, fue escrito por Juan *Marcos para lectores *gentiles, e incluye material recibido de *Pedro. Este Evangelio es un informe vívido y lleno de acción sobre el ministerio de Jesús desde su *bautismo hasta su *resurrección. Enfatiza las acciones de Jesús en lugar de sus enseñanzas.
Marcos era hijo de una hermana de Bernabé, Colosenses 4: 10; Hechos 12: 12 muestra que era hijo de María, una mujer piadosa de Jerusalén, en cuya casa se reunían los apóstoles y los primeros cristianos. Se supone que el evangelista se convirtió por testimonio del apóstol Pedro, porque lo trata de hijo suyo, 1 Pedro 5: 13. Así, pues, Marcos estaba muy unido a los seguidores de nuestro Señor, si es que él mismo no era uno del grupo.
Marcos escribió en Roma; algunos suponen que Pedro le dictaba, aunque el testimonio general dice que, habiendo predicado el apóstol en Roma, Marcos que era el compañero del apóstol, y que comprendía claramente lo que predicó Pedro, tuvo el deseo para poner por escrito los detalles. Podemos comentar que la gran humildad de Pedro es muy evidente en donde quiera se hable de él. Apenas si se menciona una acción u obra de Cristo en que este apóstol no estuviera presente y la minuciosidad demuestra que los hechos fueron relatados por un testigo ocular.
Este evangelio registra más los milagros que los sermones de nuestro Señor, y aunque en muchos aspectos relata las mismas cosas que el evangelio según San Mateo, podemos cosechar ventajas del repaso de los mismos sucesos, enmarcados por cada evangelista en el punto de vista que más afectara su propia mente.
BOSQUEJO SUGERIDO DE MARCOS
INTRODUCCIÓN (1.1-13)
I. El ministerio del Siervo en Galilea (1.14–9.50)
A. Éxito inicial (1.14–6.29)
B. Retiro personal (6.30–9.32)
C. Ministerio final en Galilea (9.33–50)
II. El viaje del Siervo a Jerusalén (10)
III. La última semana de ministerio del Siervo (11–15)
IV. La victoria del Siervo (16)
Características. Marcos registra casi la mitad de los milagros de Cristo. La sanidad de un ciego y mudo (7.31–37) y la curación del ciego (8.22–26) se hallan sólo en Marcos. De las dieciocho parábolas que registra solamente dos son peculiares en el Evangelio de Marcos (4.26–29; 13.34–37). Se incluye nada más que un discurso largo (cap. 13), porque Marcos enfoca la acción y no los discursos. A menudo menciona las acciones de nuestro Señor, tales como que «Él miró alrededor», y sus expresiones de emoción. Su Evangelio es en verdad un recuento emocionante de la vida y obras de Jesucristo, el Siervo de Dios.
NOTAS PRELIMINARES A MARCOS
I. AUTOR
Juan Marcos vivía en Jerusalén con su madre María (Hch 12.12), quien fue líder en la iglesia de Jerusalén. Algunos eruditos piensan que fue el joven que huyó del jardín cuando arrestaron a Jesús (Mt 14.51–52), pero esto es sólo una conjetura. Juan Marcos acompañó a su primo Bernabé (Col 4.10) y a Pablo en su «ministerio de la hambruna» (Hch 11.27–30), y en su primer viaje misionero (Hch 13.5), pero los dejó en Perge y volvió a casa (Hch 13.13). Esto causó más tarde la división entre Bernabé y Pablo, e hizo que Bernabé tomara a Marcos bajo su protección (Hch 15.36–41). Sin embargo, Pablo antes de morir reconoció el ministerio de Marcos y lo elogió (Col 4.10; 2 Ti 4.11). Pedro llamó a Marcos «mi hijo» (1 P 5.13), lo cual puede indicar que fue Pedro quien trajo a Juan Marcos a la fe en Cristo. La tradición llama a Marcos «el intérprete de Pedro», lo cual sugiere que el Evangelio de Marcos es el informe de Pedro acerca de las palabras y obras de Jesús. (Véanse 2 P 1.15.)
II. TEMA
Marcos escribió primordialmente para lectores romanos, y su énfasis está en Jesucristo como el Siervo de Dios (Mc 10.44–45). Una de sus palabras clave es «inmediatamente», que se usa cuarenta y una veces en el libro. Muy a menudo, y sobre la marcha, Marcos describe a Jesús como el Siervo de Dios que suple las necesidades de toda clase de gente. El hecho de que explica costumbres judías y traduce palabras arameas indica que tenía en mente a lectores gentiles. Marcos también tiene un énfasis en el discipulado y la persecución. Es indudable que el Evangelio fue un gran estímulo para los cristianos que sufrían durante la persecución bajo Nerón (64–67 d.C.).
AUTOR Y FECHA
Aunque el Evangelio es anónimo, a su autor se le llama Marcos; y desde el siglo IV se le ha identificado con el Marcos mencionado en el Nuevo Testamento, que por cierto no era apóstol como Mateo o Juan. Varios cristianos antiguos se refieren a este Evangelio y a las circunstancias en que este fue escrito. El testimonio más antiguo (Papías, 110 d.C.) dice así: «Marcos, quien fue intérprete de Pedro, escribió exactamente, aunque sin orden, todo lo que recordaba, tanto las palabras como las acciones del Señor». De este y otros documentos se desprenden varios datos que concuerdan con los estudios modernos. En una época cuando la tradición cristiana tendía a atribuir la redacción de los Evangelios a los apóstoles, es improbable que Marcos haya sido designado como autor sin razones históricas fehacientes.
Si bien Marcos no siguió a Jesús en su vida terrestre, como «intérprete de Pedro» pudo transcribir con fidelidad las enseñanzas del Maestro. Su dependencia de Pedro se recalcó tanto en la tradición eclesiástica que el segundo Evangelio llegó a considerarse una simple transcripción de las memorias de Pedro. La realidad es más compleja, como veremos.
Desde fecha muy temprana, el Evangelio recibió críticas por su falta de orden y por incompleto (posiblemente por los círculos en que se escribieron Mateo y Juan). Sufrió en particular la comparación con Mateo, ya que este Evangelio se atribuía a un apóstol, era más extenso y ordenado, y retrataba a Cristo en forma más comprensible y atractiva. De ahí el escaso interés de los comentaristas en Marcos hasta el siglo pasado.
Para determinar cuándo se redactó este Evangelio, existen varios testimonios antiguos. Los mejores (por ejemplo, Papías, allá por el 110 d.C. e Ireneo, allá por el 180) afirman que Marcos escribió después de la muerte de PEDRO, ocurrida entre 64–68 d.C.
Además, el discurso escatológico de Marcos 13 refleja probablemente una situación anterior a la destrucción de Jerusalén por los romanos en el 70 (Mc 13.14; cf. Lc 21.20). Así que podemos fechar la composición de Marcos entre el 65 y el 70 d.C. Otros lo datan diez años antes.
EL COMO PRESENTA A JESÚS: Mar. 9: 35; 10: 43-44. El Siervo Dios.

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La palabra evangelio significa «buenas nuevas» (1.14–15; 8.35; 10.29; 13.10; 14.9; 16.15). En el AT se usaba para las «buenas nuevas de victoria» (1 R 1.42; Is 40.9; 41.27; 52.7; 61.1); y en el NT designa el mensaje de Jesucristo, el Hijo de Dios, quien murió por los pecados del mundo (1 Co 15.1–8; Gl 1.6–17). Marcos procede a darnos las «credenciales» personales de Jesucristo, el Siervo de Dios.

I. ANUNCIO (1.1-8)

Marcos declara desde el principio que Jesús es el Hijo de Dios; y repite este testimonio a través de todo el libro (1.11; 3.11; 5.7; 9.7; 12.6; 13.32; 14.61–62; 15.39). Marcos cita a Malaquías 3.1 en el versículo 2, e Isaías 40.3 en el versículo 3, y ambas referencias aluden a Juan el Bautista, quien preparó el camino del Señor. Siempre que personas notables iban a venir a una ciudad, se reparaban los caminos para que su viaje fuera más fácil. El pueblo de Israel estaba, en ese tiempo, en un «desierto espiritual», y Juan tenía que alistarlos para la llegada del Hijo de Dios, el Siervo (Lc 1.13–17, 67–79).
Quería sacarlos de su esclavitud espiritual en un «segundo éxodo» que les traería salvación. El ministerio de Juan fue eficaz, y el pueblo respondió con entusiasmo. Sin embargo, los líderes espirituales no se arrepintieron ni creyeron en el Salvador, y con el correr del tiempo permitieron que mataran a Juan (11.27–33). Juan fue el último de los profetas del AT y presentó al Mesías a la nación (Mt 11.1–19).

II. RECONOCIMIENTO (1.9-13)

Jesús no se bautizó debido a que fuera un pecador arrepentido, puesto que es el Hijo de Dios y nunca cometió pecado. Su bautismo en agua fue un cuadro de su bautismo de sufrimiento en la cruz (Lc 12.50), cuando las «ondas y olas» del juicio de Dios cayeron sobre Él (Sal 42.7; Jon 2.3). Él «cumplió toda justicia» mediante su muerte, sepultura y resurrección (Mt 3.15). Tanto la voz del Padre como la presencia del Espíritu en forma de paloma reconocían la deidad del Siervo. Su victoria sobre Satanás es prueba adicional de su condición divina de Hijo. El primer Adán falló la prueba en un jardín hermoso (Gn 3; 1 Co 15.45), mientras que el postrer Adán venció al enemigo en un desierto terrible.

III. AUTORIDAD (1.14-25)

Jesús llegó a Galilea como predicador, anunciando las buenas nuevas de que el reino de Dios había venido a los seres humanos en la persona del Siervo de Dios. Aun cuando todavía no había revelado los hechos acerca de su muerte en la cruz, sin embargo, podía invitar a la gente a confiar en Él y ser salvos.
A. AUTORIDAD SOBRE EL DESTINO (VV. 16-20).
Varios meses antes, Pedro, Andrés, Jacobo y Juan encontraron a Jesús y confiaron en Él (Jn 1.35–49), pero este fue su llamamiento a un ministerio a tiempo completo como discípulos. Zebedeo debe haber tenido un negocio floreciente para poder contratar trabajadores, de modo que la partida de sus hijos no lo dejó en la pobreza. Por lo menos siete de los discípulos de nuestro Señor fueron pescadores profesionales (Jn 21.1–2). Los pescadores tienen valor y tenacidad, están dispuestos a trabajar duro y saben cómo trabajar juntos. Estas son buenas cualidades para ser «pescadores de hombres».
B. AUTORIDAD SOBRE LOS DEMONIOS (VV. 21-28).
Jesús hizo de Capernaum su «cuartel general» (2.1; 9.33) y salió de allí a las varias regiones del país a ministrar. A menudo enseñaba en las sinagogas locales, y en este sabbat en particular libró a un hombre del poder de un demonio. Inclusive, los demonios tuvieron que confesar que Jesús es el Hijo de Dios, pero su confesión no los salva (Stg 2.19). Marcos con frecuencia informa el asombro de la gente (1.22, 27; 2.12; 5.20, 42; 6.2, 51; 7.37; 10.26; 11.18). Esta obra poderosa difundió la fama de Jesús a otros lugares.
C. AUTORIDAD SOBRE LA ENFERMEDAD (VV. 29-34; 40-45).
La casa de Pedro se convirtió en un lugar de sanidad ¡para toda la ciudad! Qué importante es que «llevemos a Jesús a casa con nosotros» después que hemos adorado. El Señor suplió la necesidad en la casa y luego usó la casa para suplir la necesidad de otros. Las muchedumbres no vinieron sino cuando el sabbat había concluido, debido a que las tradiciones religiosas decían que sanar era trabajo y que no debía hacerse en el sabbat. Pero Jesús deliberadamente ya había quebrantado esa tradición (1.21–28) y lo haría de nuevo (3.1–5; Jn 5; 9). Marcos hace una distinción entre los que tenían enfermedades y los que estaban poseídos por demonios (1.32). Aun cuando algunas aflicciones físicas las pueden causar los demonios (Lc 13.10–17), no toda enfermedad es de origen demoníaco.
Era ilegal que los leprosos se acercaran a otros; tenían que mantener su distancia y gritar: «Inmundo, inmundo» (Véanse Lv 13.44–46). Pero este hombre había oído acerca de Jesús y estaba seguro de que podría sanarlo (1 Ti 2.4; 2 P 3.9). Técnicamente Jesús se hizo «inmundo» cuando tocó al hombre, pero su toque trajo sanidad inmediata. Para ver el ritual de restauración que debía cumplir el leproso Véanse Levítico 14; y nótese que el ritual es un cuadro de la obra redentora de Cristo. La compasión de Jesús se menciona tres veces en Marcos (6.34; 8.2; 9.22).
D. AUTORIDAD EN LA ORACIÓN (VV. 35-39).
Sin importar cuánto trabajaba el Siervo para ayudar a otros, todavía dedicó tiempo, temprano en la madrugada, para encontrarse con su Padre (Is 50.4). Esta fue la fuente de su poder, porque Jesús sirvió en la tierra exactamente como usted y yo servimos: por fe, dependiendo del poder del Espíritu. Los obreros que están demasiado ocupados como para orar están demasiado ocupados, y Dios no bendecirá sus esfuerzos (Jn 15.5). Si el Hijo de Dios tenía que pasar tiempo en oración mientras ministraba sobre la tierra, ¡cuánto más nosotros lo necesitamos!

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Jesús se había convertido en una persona «popular», porque la gente quería estar con Él y ver sus milagros. Es desafortunado que la mayoría estaba tan entusiasmada por sus milagros que pasaba por alto su mensaje. Marcos a menudo menciona que grandes muchedumbres seguían al Señor (2.2, 13; 3.7–9, 20, 32; 4.1, 36; 5.31; 7.33; 8.1–2; 9.14–17). La popularidad de nuestro Señor atrajo la atención de los líderes religiosos judíos, y esto algunas veces provocó desacuerdos y preguntas. Marcos describe cuatro de tales desacuerdos.

I. DESACUERDO ACERCA DEL PERDÓN (2.1-12)

«La casa» bien podía haber sido la de Pedro, porque la ciudad entera sabía donde estaba (1 29.32).
Fue fácil para los cuatro amigos romper el techo, porque estaba hecho de vigas, ramas de árboles cubiertas de barro mezclado con paja; y los hombres llegaron al techo mediante una escalera externa.
Debemos elogiarlos porque amaban al amigo, se preocuparon por llevarlo ante Jesús y tenían fe de que Jesús le curaría (v. 5). Los escribas deben haber llegado más temprano, porque estaban lo suficientemente cerca de Jesús como para ver y oír todo lo que ocurría (v. 6). Por supuesto, hubiera sido mucho más fácil que Jesús dijera: «Tus pecados te son perdonados», porque nadie hubiera podido probar si los pecados del hombre fueron o no en realidad perdonados. Por eso Jesús respaldó su palabra de perdón con una de sanidad y el hombre se fue sano. Los escribas sabían que Jesús afirmaba ser Dios, y este fue el principio de oposición a su mensaje y ministerio; oposición que finalmente condujo al arresto y crucifixión de Cristo.

II. DESACUERDO ACERCA DE LA COMUNIÓN (2.13-17)

El llamamiento de Leví (Mateo significa «don de Dios») dejó perplejos a los líderes religiosos oficiales, pues, ¿qué rabí hubiera querido tener a un cobrador de impuestos como discípulo? A los judíos que trabajaban para Roma se les miraba como traidores tanto a Dios como a Israel, y sin embargo Jesús les dio la bienvenida y nueva vida (Lc 15.1–2). Pero Jesús avanzó aún más y tuvo compañerismo con Mateo y sus amigos «pecadores». («Pecadores» en el v. 15 quiere decir judíos que no guardaban la ley y vivían como los gentiles. Para los judíos religiosos eran como proscritos.) Jesús ve a los pecadores como enfermos que necesitan un médico y Él es ese médico (Sal 107.20).

III. DESACUERDO ACERCA DEL AYUNO (2.18-22)

Jesús respondió a su pregunta acerca de sus invitados, y ¡ahora tenía que defender el banquete! En esa época, en tierras orientales, comer con una persona quería decir un lazo solemne de amistad.
¿Cómo podía Jesús y sus discípulos disfrutar de banquetes mientras que otros religiosos ayunaban? (El único ayuno requerido para los judíos era el Día de la Expiación; Véanse Lv 16.) Jesús se había comparado a un médico; ahora se describe como el Esposo (Jn 3.29; Ef 5.32). La vida cristiana es un banquete; ¡no un funeral!
Ahora que Jesús ya no está en la tierra su pueblo puede ayunar si lo desea (Mt 6.16–18; Hch 13.2–3; 2 Co 6.5; 11.27). La frase: «les será quitado» en el versículo 20 es una indicación de su muerte futura (Is 53.7). Los líderes religiosos querían que Jesús hiciera una componenda y «mezclara» su mensaje y ministerio al de ellos, pero Él rehusó hacer tal cosa. Él no vino a remendar lo viejo, sino a traer lo nuevo.

IV. DESACUERDO ACERCA DE LA LIBERTAD (2.23-28)

Para entonces los líderes religiosos vigilaban todo lo que Jesús hacía. Estaban reuniendo evidencia que pudieran usar para desacreditarlo ante la gente, y posiblemente acusarlo ante las autoridades. La tradición judía decía que había treinta y nueve actos que no debían realizarse en el día de reposo, entre ellos estaba cosechar granos. Era legal recogerlo en el sembrado del prójimo para comer (Dt 23.25), pero no en el sabbat. Jesús se defendió, y también a sus discípulos, refiriéndose a la experiencia de David (1 S 21.1–6) y afirmando que Él era Señor del día de reposo. ¡Esto era lo mismo que afirmar ser Dios!
En el relato de Mateo (12.1–8) aparecen tres argumentos que usó Jesús: lo que hizo David, lo que los sacerdotes tenían que hacer y lo que dijo el profeta (Os 6.6). Escrito para lectores gentiles, Marcos dejó el material respecto a los sacerdotes y los profetas, y lo enfocó a quien les hubiera interesado: un rey. El pan de la proposición era solamente para los sacerdotes (Lv 24.5–9), de modo que David «quebrantó la ley» cuando comió de él y lo dio a sus hombres. Pero la satisfacción de una necesidad humana (el hambre) es más importante que proteger una práctica religiosa, incluso una dada por Dios.
Más tarde, Jesús usaría esta misma defensa (3.1–15). Marcos identificó al sumo sacerdote como Abiatar (v. 26), mientras que 1 Samuel 21.1 menciona a Abimelec como el sumo sacerdote. Este era el padre de Abiatar (1 S 22.20). Es posible que padre e hijo hayan tenido el mismo nombre. (Véanse 1 Cr 18.16 y 24.6.) Con toda seguridad el Hijo de Dios no cometería equivocaciones en cuanto a un dato de historia registrado en las Sagradas Escrituras.

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Las multitudes continúan siguiendo a Jesús (vv. 7, 20, 32) y ahora tenían que tomar decisiones personales respecto a Él. Marcos registra cinco de tales decisiones.

I. «ES UNO QUE QUEBRANTA LA LEY» (3.1-6)

Por tercera vez Jesús a propósito viola las tradiciones judías respecto al sabbat. El hombre de la mano seca no tenía idea de que Jesús vendría a la sinagoga para curarle, de modo que esperar un día más no lo hubiera enfadado. Pero Jesús quería hacer más que simplemente sanar a un hombre; quería enseñarles a los fariseos (Lc 6.7) que Dios quiere que su pueblo disfrute libertad y no sufra en esclavitud religiosa (Véanse Hch 15.10). Siempre es correcto hacer el bien; y si no hacemos el bien, hacemos el mal (Stg 4.17). Jesús sabía lo que sus críticos estaban pensando y se entristeció por el endurecimiento de sus corazones. Vio la malignidad que se gestaba en ellos y sabía dónde terminaría.
¡Estos religiosos en realidad se convertirían en asesinos de su propio Mesías!

II. «ES UNO QUE HACE MILAGROS» (3.7-12)

Grandes multitudes de toda la región siguieron a Jesús, de modo que no podía tener ni un momento a solas. Miles de personas venían de todas partes, o para ser sanados, o para ver sanar a otros. Cuando estaba en las cercanías del mar de Galilea, los discípulos tenían a mano una barca para que Él pudiera predicar desde allí (Lc 5.3). Es desafortunado que estas personas vinieran solamente en busca de ayuda física, y no la bendición espiritual. Las multitudes le creaban problemas a Jesús, porque los romanos podían pensar que estaba dirigiendo un levantamiento popular y eso podría interferir con su ministerio.

III. «ES NUESTRO MAESTRO» (3.13-19)

La respuesta de nuestro Señor fue retirarse solo al monte y pasar la noche en oración (Lc 6.12).
Cuando descendió a la mañana siguiente, seleccionó a doce hombres y los llamó «apóstoles». La palabra significa «uno que es enviado con una comisión». Jesús tuvo muchos seguidores, pocos discípulos verdaderos, pero sólo doce apóstoles. Aunque la palabra «apóstol» algunas veces se usa en el NT para generalizar a «uno enviado» (Hch 14.14; Ro 16.7), significa específicamente los doce y Pablo. Diez veces en su Evangelio, Marcos se refiere a «los doce» (3.14; 4.10; 6.7; 9.35; 10.32; 11.11; 14.10, 17, 20, 43). Estos hombres vivirían con Jesús, aprenderían de Él y saldrían y servirían bajo su autoridad. Las calificaciones dadas en Hechos 1.21–22 indican que hoy no podría haber apóstoles en el sentido estricto de la palabra.
A estos hombres se les menciona también en Mateo 10.2–4, Lucas 6.14–16 y Hechos 1.13. Tres de ellos tenían sobrenombres: Simón Pedro («piedra»), y Jacobo y Juan («hijos del trueno», Véanse Lc 9.54–55). A Bartolomé se le identifica con Natanael (Jn 1.45) y Tadeo con Judas, hijo de Jacobo (no el Iscariote) (Jn 14.22; Lc 6.16). La palabra «cananista» (o cananita) del versículo 18 procede del hebreo y significa «celoso». Antes de su conversión Simón pertenecía al grupo «clandestino» judío, los zelotes, que trataban de derrocar a Roma (Lc 6.15). Después de nombrar a sus ayudantes, Jesús predicó el Sermón del Monte (Mt 5–7). Fue su «sermón de ordenación» para hacerles saber lo que Dios esperaba de ellos como siervos de Cristo.

IV. «ESTA FUERA DE SÍ» (3.20-21,31-35)

Los propios amigos y familia de nuestro Señor, no lo comprendían. Sus amigos vinieron «para apoderarse de Él» porque pensaban que era un fanático (véanse Hch 26.24–25; 2 Co 5.13), y su familia estaba muy preocupada por Él. Las enormes multitudes, los milagros y los informes ampliamente difundidos respecto a Jesús les convencieron de que tenían que hacer algo. El versículo 31 es la única mención a María en el Evangelio de Marcos. Después de todo, ¡quién se preocupa por la madre de un Siervo! Nuestro Señor no fue rudo con su familia; simplemente usó su preocupación como una oportunidad para explicar lo que significa pertenecer a la familia de Dios. Los hijos de Dios están más cerca de Jesús que incluso su propia familia terrenal, porque «somos huesos de sus huesos y carne de su carne» (Véanse Ef 5.30).

V. «ESTÁ ALIADO A SATANÁS» (3.22-30)

Sin estar dispuestos a someterse a la autoridad del Señor los líderes religiosos tenían que explicar de alguna manera sus milagros; de modo que dijeron que era el diablo el que le daba el poder. Jesús destacó la insensatez del argumento; porque si Él echaba fuera a los demonios por el poder de Satanás, ¡entonces Satanás estaría luchando consigo mismo! ¡El reino y la casa de Satanás estarían divididos!
(Nótese que Satanás no tiene un reino, porque es «el príncipe de este mundo». Véanse Jn 12.31; Ef 6.10–20 y Col 1.13.) El hecho de que Jesús echara fuera a los demonios es prueba de que es más fuerte que «el hombre fuerte» y capaz de librar a los que el diablo ha atado.
¿Cuál es el «pecado imperdonable»? (vv. 28–30) Es mucho más que un pecado de palabras (v. 30); porque las palabras proceden del corazón y allí es donde yace el pecado (Mt 12.34–37). Si es tan solo un pecado de palabras, ¿por qué se puede perdonar la blasfemia contra Jesús (Mt 12.32) pero no la blasfemia contra el Espíritu Santo? ¿Es el Espíritu Santo más grande que el Hijo de Dios?
Jesús dejó en claro que Dios puede perdonar, y perdonará, todo pecado (v. 28). El único «pecado imperdonable» es rehusar confiar en Jesucristo (Jn 3.16–18, 36). Cuando Jesús les advirtió a los líderes judíos, en realidad lo estaba haciendo a la nación judía. Podía rechazar al Hijo de Dios mientras Él estuviera en la tierra y Dios no los juzgaría inmediatamente. (Lc 23.34: «Padre, perdónalos».) Pero cuando el Espíritu vino en Pentecostés y los creyentes hicieron muchas obras maravillosas, los líderes seguían negándose a creer. Esa fue su última oportunidad; rechazaron la evidencia y murieron en incredulidad. Pecaron contra el testimonio del Espíritu y no pudieron ser perdonados.
En el sentido más estricto, hoy no puede haber «pecado imperdonable»; porque nunca hemos visto a Jesús en la carne y en la tierra. Pero el pecador que resiste el testimonio del Espíritu y rechaza a Cristo comete el pecado que Dios no puede perdonar. Satanás usa pasajes tales como Hebreos 6.1–8 y 10.26–31 para acusar y atacar al pueblo de Dios, tratando de convencerlo de que está perdido; pero es imposible que un verdadero cristiano cometa un «pecado imperdonable». Todos nuestros pecados han sido perdonados (Ef 1.7; Col 2.13); y si pecamos contra Dios, podemos confesarlo y Él nos perdonará (1 Jn 1.5–2.2).

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Marcos introduce la palabra «parábola» en 3.23 y la usa siete veces en este capítulo (4.2, 10–11, 13, 33–34). La palabra significa «lanzar a la par de algo». Jesús usó imágenes familiares para ayudar a explicar las verdades espirituales acerca del «reino» (vv. 11, 26, 30). Usó esta analogía para alertar al descuidado e instruir al interesado y, no obstante, ocultar la verdad que podrían usar en su contra los enemigos (vv. 10–12). El capítulo presenta cuatro responsabilidades del pueblo de Dios.

I. SEMBRAR (4.1-20,30-34)

Jesús explicó la parábola y enfatizó que conocerla era básico para comprender las demás parábolas (v. 13; y Véanse Mt 13.1–23). A menos que nuestros corazones estén preparados para recibir la semilla de la Palabra, no creceremos en gracia o conocimiento (2 P 3.18). El sembrador originalmente fue Jesús, quien vino enseñando la Palabra de Dios (la semilla) y buscando una cosecha. Hoy, cualquiera que habla a otros de la Palabra de Dios está sembrando la semilla. Como semilla, la Palabra de Dios «es viva y eficaz» (Heb 4.12) y, cuando se cultiva, puede producir fruto. Sin embargo, hay fuerzas que batallan en contra de que la semilla lleve fruto; el diablo arrebata la semilla de los corazones endurecidos (vv. 4, 15); la carne produce una respuesta temporal en los corazones superficiales (vv. 5–6, 16–17); y el mundo ahoga el crecimiento en los corazones atiborrados (vv. 7, 18–19). El buen terreno representa el corazón preparado que recibe la semilla y produce una cosecha en varios grados («fruto, más fruto, mucho fruto», Jn 15.1–8).
Es significativo que tres cuartas partes de los corazones no produjeron fruto (nunca nacieron realmente de nuevo), y no todos los corazones que fructificaron produjeron a «ciento por uno». A medida que sembramos la semilla con nuestra predicación, enseñanza o testimonio, no debemos desanimarnos (Gl 6.9; Sal 126.5–6), porque Dios usará su Palabra como crea conveniente y nunca se desperdiciará (Is 55.8–11). Tampoco debemos entusiasmarnos por el crecimiento falso (vv. 30–34).
Una semilla de mostaza es pequeña, pero cuando crece, produce una planta grande, no un árbol. Aquí se sugiere que Satanás (las aves en el árbol, v. 15) promoverá un falso crecimiento que dará la oportunidad al enemigo para que trabaje. En las Escrituras un árbol grande simboliza un reino mundanal considerable (Ez 17.22–24; 31.3–9; Dn 4.20–22). El verdadero pueblo de Dios siempre ha sido una minoría (Lc 12.32), pero la iglesia profesante es muy parecida a un árbol grande con muchas ramas.

II. BRILLAR (4.21-25)

La palabra «oír» se usa trece veces en este capítulo, y se refiere a una persona que recibe internamente la verdad de Dios, así como el suelo recibe la semilla. Debemos tener cuidado de cómo oímos (Lc 8.18) y de lo que oímos (Mc 4.24); porque esto determina lo que diremos a otros. No recibimos la Palabra para que la disfrutemos solos. La recibimos para darla, así como una lámpara da de sí misma para proveer luz a la casa. Véanse Mateo 5.15–16 y Lucas 11.33–36.

III. COSECHAR (4.26-29)

Esta parábola puede resumirse en cuatro palabras: sembrar (v. 26), dormir (v. 27), crecer (v. 28), cosechar (v. 29). Todo lo que podemos hacer es sembrar la semilla; el único que da el crecimiento es Dios (1 Co 3.6–7). Nosotros no podemos hacer crecer a la semilla; es más, ni siquiera comprendemos por completo cómo crece la semilla. Nuestra tarea es sembrar la semilla y vigilar para cuando la siega esté lista (Jn 4.35–38). Aunque a veces dormir es cuadro del pecado (Ro 13.11–14; 1 Ts 5.1–11), aquí simplemente nos recuerda que las personas que trabajan duro necesitan descansar (Véanse Mc 6.31). Si los trabajadores no se cuidan, no podrán hacer la obra que Dios les ha llamado a hacer.

IV. CONFIAR (4.35-41)

Jesús completó la lección y luego ¡les hizo a los discípulos un examen inesperado! Habían escuchado la Palabra de Dios y esa Palabra debía incrementar su fe (Ro 10.17). ¡Qué cosa, fallaron el examen! No es desusado que tormentas terribles caigan de repente en el mar de Galilea, aun cuando esta pudo haber sido de origen satánico. La palabra «reprendió» en el versículo 39 es la misma que Jesús usó cuando se enfrentó a los demonios (1.25). Tal vez el enemigo estaba tratando de evitar que Cristo llegara a Gadara, donde liberaría a dos endemoniados del poder de Satanás. «Con Cristo en su barca, puede sonreír en la tormenta», si su fe está en Él y sólo en Él.

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Marcos nos presenta a tres personas que tienen una cosa en común: todas estuvieron a los pies de Jesús (vv. 6, 15, 22, 33).

I. UN ENDEMONIADO (5.1-20)

Mateo nos informa que dos endemoniados le salieron al encuentro a Jesús (8.28), pero Marcos y Lucas enfocan en el más vocinglero, el hombre que quería ir con Jesús y ser su discípulo. La narración describe el horrible aprieto de estos hombres que se acercaron a Jesús y sin embargo, debido a los demonios, le temían (vv. 6–7). Una legión romana podía tener casi seis mil hombres. En ninguna parte de las Escrituras se explica ni la fisiología ni la sicología de la posesión demoníaca, pero sí deja en claro el poder superior del Salvador. Todo inconverso está controlado hasta cierto punto por Satanás (Ef 2.1–3; Col 1.13), aunque a lo mejor en su vida no haya evidencia de las terribles cosas que se describen aquí (vv. 3–5). Satanás es a la vez un ángel de luz (2 Co 11.14) y un león rugiente (1 P 5.8).
Los demonios temían que Jesús les enviaría al abismo (Lc 8.31; Ap 9.1–2, 11; 20.1–3), lo que para ellos hubiera significado tormento eterno y el final de su libertad para servir a Satanás sobre la tierra.
Sabía quién era Jesús y lo que podía hacerles. Algunas personas han criticado a Jesús por destruir dos mil cerdos, pero sus acusaciones son insensatas. Jesús podía haber enviado a los demonios a cualquier parte; pero cuando decidió enviarlos a los cerdos, logró varios propósitos.
Primero, demostró que los demonios eran reales y que la liberación fue genuina. Segundo, dio una prueba vívida de que Satanás es un destructor (Ap 9.11; Jn 10.10) y que para el diablo, un cerdo es tan bueno como cualquier hombre. Si usted le rinde su vida a Satanás y al pecado, terminará viviendo y muriendo como un animal. Qué advertencia fue esta para los que lo vieron; pero al parecer no la captaron en su corazón, porque le pidieron a Jesús que se fuera de ellos. Como Creador Jesús posee todas las cosas (Sal 50.10) y puede disponer de ellas como le plazca. Por último, la destrucción de los cerdos reveló la condición espiritual de la gente de ese distrito: ¡preferían tener sus cerdos antes que al Salvador! El dinero era más importante que la sanidad de dos hombres o la salvación de sus almas.
Uno de los hombres sanados apreció tanto lo que Jesús hizo, que quiso ir con Él y servirle, pero Jesús le envió a su cada para que contara a los gentiles de esa área. Es interesante que Jesús respondió a las peticiones de los demonios y de los ciudadanos, pero no estuvo de acuerdo con la petición del hombre que quería ser su discípulo. Esto nos dice que antes de que usted salga para servir a Jesús en otras partes, asegúrese de que le ha servido fielmente en su casa.

II. EL PRINCIPAL DE UNA SINAGOGA (5.21-23,35-43)

Jairo mostró una gran valentía cuando vino a Jesús, porque muchos de los líderes religiosos ya estaban empeñados en destruirle. Mas su amor por su hija moribunda le obligó a obviar sus prejuicios e ir a Jesús. El suelo está a nivel de los pies de Jesús, porque todos los que tienen cargas están allí. Jesús pudo haber sanado a la muchacha a distancia (Jn 4.46–54; Mt 8.5–13), pero prefirió ir con el preocupado padre.
El retraso que causó la mujer anónima quizás irritó a Jairo, porque cuando Jesús terminó de ayudarla, llegó la noticia de que la hija de Jairo había muerto. Los amigos de Jairo estaban seguros de que Jesús ya no podía hacer nada (Jn 11.37), pero Él es el único que puede vencer la muerte (Heb 2.14–15). Jesús animó a Jairo con: «No temas, cree solamente» (v. 36). Cuando todo parece desbaratarse a nuestro alrededor, e incluso los amigos nos desaniman, todo lo que podemos hacer es aferrarnos por fe a las promesas de Dios.
Pedro, Jacobo y Juan fueron al parecer el «círculo íntimo» en el grupo de discípulos, porque Jesús les invitó sólo a ellos a que participaran de tres experiencias especiales con Él: la resurrección de la hija de Jairo, la transfiguración (9.1–8) y su oración en el Getsemaní (14.33). Cada una de estas experiencias les enseñó una lección sobre la muerte: Cristo es victorioso sobre la muerte, glorificado en la muerte y sometido a la muerte.
Esta muchacha estaba muerta de verdad y los que se lamentaban lo sabían. Pero para el creyente la muerte es sólo sueño: el espíritu deja el cuerpo (Stg 2.26) y el cuerpo duerme (1 Ts 4.13–18). El espíritu no duerme, sino que a la muerte se va con el Señor (Flp 1.20–23). Vea la ternura y la acción práctica de Jesús: ¡les dijo que le dieran algo de comer!

III. UNA MUJER SUFRIENTE (5.24-34)

La aflicción de esta mujer no sólo le produjo incomodidad y desaliento, sino que le impedía adorar en el templo (Lv 15.19) y le costó todo lo que tenía, pues lo había gastado en remedios inútiles. (Lucas, un médico, escribió que «por ninguno había podido ser curada» [Lc 8.43]. Marcos no fue tan cortés con los doctores, porque escribió que «había sufrido mucho de muchos médicos» [v. 26].)
Debemos admirar la fe de esta mujer, porque se abrió paso en la densa multitud para poder llegar a Jesús. La gente le daría paso a un hombre importante, como Jairo, pero, ¿quién se apartaría para dejar pasar a una mujer necesitada? El texto griego del versículo 28 dice: «Porque ella decía continuamente».
Fue como si se animara a sí misma al abrirse paso hasta Jesús. ¡Su fe fue recompensada! Pero Jesús no estaba dispuesto a que ella experimentara un milagro y no tuviera la oportunidad de dar gloria a Dios (Sal 107.2, 20–21). Con ternura la animó a que dijera lo que le había ocurrido; y entonces la envío en paz (v. 34). Esto sugiere que experimentó mucho más que la sanidad física: conoció a Jesús como su Señor y Salvador (Véanse Lc 7.40–50). Su testimonio del poder de Cristo debe haber animado a Jairo, que estaba esperando, pero al parecer no captó el mensaje.
Estas son sólo tres de las personas que vinieron a los pies de Jesús mientras Él ministraba aquí en la tierra. Lea los cuatro Evangelios y busque a esas personas. Serán de bendición para usted cuando le muestren el amor y el poder de Jesús.

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Este es un capítulo lleno de oportunidades, algunas de ellas se perdieron debido a la incredulidad y otras se disfrutaron debido a la fe.

I. OPORTUNIDAD DE CONOCER AL SIERVO (6.1-6)

Un año antes la gente del pueblo de Jesús intentaron matarlo (Lv 4.29), pero Él con su gracia regresó y les dio otra oportunidad de que lo conocieran. Pensaron que realmente le conocían porque creció en su ciudad y vivió allí por treinta años. Sin embargo, le veían sólo como «el carpintero» (v. 3) y no como el Hijo de Dios, y se asombraban de su sabiduría y obras. La familiaridad equivocada promovió la incredulidad, y la incredulidad les robó la bendición. Así como Jesús se maravilló de la fe (Mt 8.10), ahora se quedó maravillado de la incredulidad.

II. OPORTUNIDAD DE ENSEÑAR LA PALABRA (6.7-13)

Los doce eran embajadores de Cristo, comisionados y autorizados por Él para servir dondequiera que les enviara. Si usted compara los relatos de Marcos con Mateo (10.1–42), verá que Marcos ha omitido la mención del ministerio a los judíos, porque escribió para lectores gentiles. Había una urgencia respecto a esta obra, y Jesús les dijo a los hombres que no adquirieran nuevo equipo ni se preocuparan por cosas que no necesitaban. No debemos tomar estas órdenes como apropiadas para cualquier ministerio, porque Dios espera que usemos el sentido común para planear nuestros viajes.
Jesús les animó a vivir por fe, una lección que el pueblo de Dios necesita aprender siempre. Su principal tarea era predicar la Palabra y guiar a la gente a que confiaran en el Salvador.

III. OPORTUNIDAD PARA ARREPENTIRSE DEL PECADO (6.14-29)

Herodes Antipas era sólo tetrarca de Galilea y Perea, pero le gustaba que le consideraran rey. Se casó con su sobrina Herodías, quien había dejado a su esposo Herodes Felipe para formar esta alianza diabólica; y Juan el Bautista le reprendía (Lv 18.16). Herodías quería que su esposo matara a Juan, pero Herodes se las arregló para poner a Juan en la cárcel, y a veces lo escuchaba predicar. Herodes oyó al más grande profeta que Dios jamás envió, y sin embargo rehusó someterse a la Palabra de Dios. La frase «se quedaba muy perplejo» (v. 20) indica la reacción de Herodes a la predicación de Juan.
La indecisión de Herodes lo convirtió en homicida, porque en lugar de hacer caso a la Palabra, trató de silenciarla matando a Juan el Bautista. Un año más tarde, cuando Jesús estuvo frente a Herodes Antipas (Lc 23.6–12), el Hijo de Dios se negó a hablarle, porque Herodes había silenciado de una vez por todas, la voz de Dios. Herodes desperdició todas las oportunidades que Dios le dio.

IV. OPORTUNIDAD PARA MOSTRAR COMPASIÓN (6.30-44)

Jesús envió a los doce, de modo que regresaron para informarle y contarle lo que Dios había hecho a través de ellos. Después de un intenso tiempo de ministerio, necesitaban descansar; así que Jesús y los apóstoles se retiraron aparte. Es bueno ministrar las necesidades de la gente, pero también es bueno cuidar de uno mismo para poder estar lo suficientemente fuerte como para volver a ministrar. El Dr. Vance Havner solía decir: «¡Si uno no se retira y descansa, uno se desbarata!»
Jesús intentó apartarse de las multitudes, pero no tuvo éxito (Véanse 7.24). El Siervo de Dios no puede ni siquiera tener tiempo para descansar. Las personas le seguían y Él tuvo compasión de ellas y les enseñaba y les alimentaba. La alimentación de los cinco mil se registra en los cuatro Evangelios, de modo que es un milagro importante. La solución de los discípulos al problema fue: «que vayan y compren» (v. 37); pero la de Jesús fue: «Id y vedlo» (v. 38). Siempre empiece con lo que tiene antes de pedirle a Dios que le dé más. El milagro de la multiplicación ocurrió en las manos de Jesús: Él era el manufacturero; los discípulos sólo los distribuidores. Qué maravilloso tener un Maestro que puede resolver cualquier problema, suplir cada necesidad y capacitarnos para ministrar a otros.

V. OPORTUNIDAD PARA CRECER EN LA FE (6.45-52)

Juan nos dice que la multitud, asombrada por la capacidad de Jesús para alimentar a tanta gente, quería hacerle rey (Jn 6.15). Los doce, en esta etapa de su fe, quizás hubieran estado de acuerdo con la muchedumbre; de modo que Jesús los envió en una barca mientras Él despedía a la gente y luego se fue al monte a orar (Véanse 1.35). Estaba probando la fe de los apóstoles, porque sabía que la tormenta se avecinaba. Jonás se vio en medio de una tormenta porque desobedeció a Dios, pero los doce se vieron en una tormenta debido a que obedecieron al Señor. Los hombres no querían dejarle; Él tuvo que «obligarlos» a que se fueran.
En la tormenta anterior (4.35–41) Jesús estaba con los hombres en el barco; pero ahora estaba ausente. Cuando la situación estaba en su peor punto Jesús vino a ellos, les habló y trajo paz y seguridad. Marcos no menciona la caminata de Pedro sobre el agua (Mt 14.22–32); pero si fue el portavoz de Pedro en su Evangelio, esa omisión es comprensible. Sin embargo, Marcos registra el fracaso de los discípulos al no entender el poder de Jesús y aprender las verdades espirituales que quería enseñarles (v. 52).

VI. OPORTUNIDAD PARA RECIBIR LA AYUDA DEL SEÑOR (6.53-56)

Su barca atracó al sur de Capernaum. La gente reconoció a Jesús, y corrieron a traerle a los enfermos y afligidos. No lo habían esperado; pero ahora que estaba allí, no querían desperdiciar la oportunidad. No sólo le trajeron enfermos, sino que esparcieron las buenas nuevas a otras aldeas, de modo que dondequiera que Jesús iba, la gente necesitada le esperaba. El Siervo estaba a las órdenes y a disposición de toda clase de gente, y con su gracia suplió sus necesidades.
Fue al día siguiente que Jesús dio su sermón sobre el «Pan de vida» y perdió a su multitud (Jn 6.22–71). Querían pan, pero no querían la verdad. Cuán parecido a muchas personas hoy que quieren que Jesús les ayude y les sane, pero no que las salve y las libre de sus pecados.

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Este capítulo podría ser de especial interés para los lectores de Marcos, debido a que Jesús responde dos preguntas importantes respecto a los gentiles.

I. ¿CONTAMINAN LOS GENTILES A LOS JUDÍOS? (7.1-13)

La visita de los escribas y fariseos fue evidentemente una indagación oficial de parte del sanedrín, el concilio religioso gobernante de los judíos. Jesús había violado las tradiciones del sabbat (2.15–28; 3.22–30), y ahora estaban vigilándole de cerca para ver qué más pudiera hacer. En este caso, fue una violación de su tradición respecto al lavamiento ceremonial de las manos. Este ritual no tenía nada que ver con higiene; era puramente ceremonial, para limpiarse de cualquier contaminación que los judíos pudieran por accidente haber recibido de los gentiles o samaritanos.
La tradición no es necesariamente una cosa mala, pero cuando tiene más autoridad que la Palabra de Dios, es un error. Colosenses 2.8 nos advierte en contra de las tradiciones hechas por los hombres, pero debemos prestar atención a las que Dios hace y entrega a su pueblo (1 Co 11.2; 2 Ts 2.15; 2 Ti 2.2). Jesús recalcó que el gran peligro era la hipocresía: obedecemos las tradiciones con palabras y hechos, pero no servimos a Dios de corazón (Is 29.13). Nótese los pasos descendentes: primero echamos a un lado la Palabra de Dios (v. 8), luego la rechazamos (v. 9) y por último le quitamos cualquier poder en nuestras vidas (v. 13). Las tradiciones de los hombres, no la verdad de Dios, controlan nuestra vida. ¡Los fariseos podían privarles a sus padres de toda ayuda escudándose en sus tradiciones! («Corbán» en el v. 11 significa «una dádiva [a Dios]» y tenía que ver con las leyes en Nm 20.)
Pero Jesús no se detuvo con exponer la hipocresía de los judíos; también dejó al descubierto sus corazones (vv. 14–23). Los judíos no se contaminaban externamente por entrar en contacto con los gentiles, sino internamente debido a sus corazones pecaminosos. Y ninguna cantidad de lavamiento externo eliminaría la contaminación interior (Sal 51.6–10). Los discípulos estaban en tanta oscuridad en cuanto a esto como la gente común, y Jesús tuvo que explicarles en privado la verdad. ¡Qué difícil es que la gente se desprenda de las tradiciones religiosas que han sido una parte significativa de sus vidas! Al mismo tiempo Jesús obvió las leyes dietéticas judías (Lv 11), aunque a los creyentes judíos les llevó largo tiempo acostumbrarse a su nueva libertad <%-2>(Hch 10–11; Ro 14–15; Gl 2.11–17; Col 2.20–22; 1 Ti 4.4–5). La frase «haciendo limpios todos los alimentos» (v. 19) es igualmente significativa. Estas fueron las palabras de Marcos y deben considerarse como un comentario sobre la enseñanza de nuestro Señor.
La lista en los versículos 21–22 debe convencer a cualquier persona sincera que el corazón humano es «engañoso más que todas las cosas, y perverso» (Jer 17.9). Véanse también la lista en Romanos 1.29–32; Gálatas 5.19–21; 1 Timoteo 1.9–10; y 2 Timoteo 3.2–5. Únicamente la sangre de Cristo puede limpiar de pecado el corazón y hacernos nuevas criaturas.

II. ¿SON LOS GENTILES MENOS IMPORTANTES QUE LOS JUDÍOS? (7.24-37)

Jesús visitó dos regiones en que predominaban los gentiles: Tiro y Sidón (vv. 24–30) y Decápolis («Diez ciudades», vv. 31–37), y ministró a una mujer y a un hombre. La ley judía separaba a los judíos de los gentiles, no porque los judíos fueran mejores, sino porque eran diferentes en su relación de pacto con Dios. Una muralla en el templo evitaba, bajo pena de muerte, que los gentiles entraran en los atrios judíos. Dios quería que los judíos testificaran a los gentiles acerca del Dios vivo y verdadero; pero su pueblo falló en su tarea. Jesús rompería la pared de separación y eliminaría la «distancia espiritual», para que de esta manera los gentiles y judíos creyentes fueran uno en Cristo (Ef 2.11–22). Nótese que Jesús sanó a la hija de la mujer a distancia, y sanó al sordo mudo lejos de la multitud.
La mujer, siendo gentil, no tenía ningún derecho de pacto para venir a Jesús y llamarle «Hijo de David» (Mt 15.22); pero podía llamarle «Señor», y su oración fue contestada. Jesús no fue rudo con ella; sólo estaba probando y fortaleciendo su fe. La palabra «perrillos» en el versículo 27 quiere decir «cachorros». Jesús no la llamó «perro» de la manera en que algunos de los judíos se dirigían a los gentiles; ¡ella fue rápida en atrapar esta palabra y discutir con ella! Dos veces Jesús se maravilló de una gran fe; y en ambas tuvo que ver con gentiles (Mt 8.10; y 15.28).
El hombre (vv. 31–37) no podía oír ni hablar, pero la gente estaba segura de que Jesús podría curarle (Is 35.6). Puesto que el hombre no podía oír la Palabra, y así tener su fe fortalecida, y tampoco podía orar verbalmente, el Señor usó saliva y el toque para estimularle. El «gemido» de nuestro Señor (Véanse 8.12) nos recuerda el de 2 Corintios 5.2 y Romanos 8.22. ¡Cómo debe haber sufrido su santa alma por las tristes consecuencias del pecado en el mundo! Jesús llevó al hombre lejos de la multitud curiosa y no hizo espectáculo de él. Jesús no quería que la gente le siguiera debido a sus milagros; pero mientras más repetía que no lo dijera a nadie, ¡más hablaban! Por otro lado, nos dice que le digamos a todo el mundo las Buenas Nuevas, ¡y nosotros nos quedamos callados!

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Decápolis (griego para «diez ciudades») era una liga de diez ciudades que era como un país dentro de un país. Tenían su propio ejército, sistema judicial y moneda, y disfrutaban de un alto nivel de cultura gentil. Los sucesos descritos en este capítulo tuvieron lugar en el área de Decápolis mientras Jesús ministraba entre los gentiles.

I. COMPASIÓN (8.1-9)

Siempre que Jesús veía a las multitudes necesitadas, sentía compasión y quería ayudarlas (Mt 9.36; 14.14; Mc 6.34). Este milagro no debe confundirse con el registrado en 6.32–44, porque cada uno tiene sus características distintivas.
Marcos 6.32–44 Marcos 8.1–9
Más de cinco mil personas, la mayoría judías
Más de cuatro mil personas, la mayoría gentiles
Un día con Jesús (6.35) Tres días con Jesús (8.2)
Sucedió en Galilea sucedió cerca de Decápolis
Cinco panes, dos peces Siete panes, unos pocos pescados
Sobraron doce cestas (pequeñas canastillas)
Sobraron siete canastas (canastas grandes)
Por qué los doce quedaron perplejos con la alimentación de la multitud, es difícil de entender, especialmente cuando Jesús ya había alimentado a una multitud mucho más grande. Pero, como nosotros, ¡eran proclives a olvidarse de sus beneficios! (Sal 103.1–2).

II. PREOCUPACIÓN (8.10-21)

Jesús y sus discípulos regresaron a Galilea, sólo para que los recibieran los fariseos que querían una señal del cielo. La alimentación de los cinco mil no fue un milagro lo suficientemente grande para ellos, porque Moisés había traído pan del cielo. (Véanse Jn 6.30–33.) De nuevo vemos a Jesús gimiendo (v. 12; 7.34), y su única respuesta fue salir de nuevo e irse a la orilla oriental del mar. Jesús no creía en la fe de la gente que dependía de señales y maravillas (Jn 2.23–25).
Jesús les ordenó tan rápido a los discípulos que se fueran, que no tuvieron tiempo para empacar el almuerzo, y esto provocó una discusión acerca de quién tenía la culpa. Jesús usó la discusión acerca del pan para advertir a sus discípulos a que evitaran las enseñanzas falsas. Comparó las enseñanzas falsas a la levadura: es pequeña, pero poderosa y puede esparcirse rápidamente. Como judíos, los doce estaban familiarizados con el simbolismo de la levadura en la Pascua (Éx 12.18–20), de modo que la imagen no era nueva para ellos. (Véanse Mt 16.11; Gl 5.1–9; 1 Co 5.) La hipocresía es la levadura de los fariseos y las componendas con el mundo la levadura de Herodes.
¡Sorpresa! Los doce todavía carecían de entendimiento espiritual. ¡Eran como el sordo que Jesús curó y el ciego que estaba a punto de curar!

III. CONDENACIÓN (8.22-26)

Este es el segundo de los dos milagros que sólo Marcos registra; el otro es la curación del sordomudo (7.31–37). En ambos casos Jesús llevó a la persona aparte de la multitud; aquí, ¡le lleva fuera del pueblo! ¿Por qué? Para evitar la publicidad, por una parte, y para que el pueblo supiera que estaba bajo el juicio de Dios (Mt 11.21–24). Este es el único milagro «gradual» de los que registran los cuatro Evangelios.
De acuerdo al registro de los Evangelios, Jesús sanó por lo menos a siete ciegos; y cada vez la manera de hacerlo fue diferente. ¿Estorbó alguna atmósfera de incredulidad del pueblo el milagro? (6.5)

IV. CRUCIFIXIÓN (8.27-33)

Aunque Él ya había hecho alusiones a su muerte (Jn 2.19; 3.14), esta es la primera vez que Jesús enseñó claramente a sus discípulos que iba a morir y resucitar de los muertos. (Véanse 9.30–32; 10.32–34.) Como la mayoría de los judíos ortodoxos, los doce creían que su Mesías vendría en poder y gloria y derrotaría a sus enemigos, no para que sus enemigos lo derrotaran. La confesión de fe de Pedro vino del Padre (Mt 16.17), no del chisme de la multitud; pero la confusión de Pedro la originó el diablo, quien no quiere que comprendamos la doctrina de la cruz. ¡Pedro quería la gloria, pero no el sufrimiento que conduce a la gloria! Lea las dos epístolas de Pedro y vea cuánto nos dicen acerca del sufrimiento y la gloria.

V. CONSAGRACIÓN (8.34-38)

Nos convertimos en hijos de Dios al confiar en Cristo y confesar que es el Hijo de Dios (1 Jn 4.1–3) que murió en la cruz por nosotros y resucitó (Ro 10.9–10). Nos convertimos en discípulos de Jesucristo al rendirnos completamente a Él, tomar nuestra cruz y seguirle. Si vivimos para nosotros mismos, perdemos nuestras vidas y Él se avergüenza de nosotros; pero si vivimos por Cristo, salvamos nuestras vidas y le glorificamos (Jn 12.23–28). El discipulado nos libra de la tragedia de una vida desperdiciada.
Sí, hay sufrimiento al tomar una cruz y seguir a Jesús; pero ese sufrimiento siempre conduce a la gloria.

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Jesús se encaminaba a Jerusalén para morir. Mientras los doce iban con Él, tuvieron una diversidad de experiencias en preparación para el ministerio que tenían por delante. La comprensión de esas experiencias registradas en este capítulo nos ayudará en nuestro ministerio hoy.

I. UNA CONFIRMACIÓN DE ESPERANZA (9.1-13)

El versículo 1 debe se debe colocar en el capítulo 8, porque es el clímax de las palabras de nuestro Señor acerca del discipulado y donde promete su regreso en gloria. Él confirmó estas palabras al mostrarle a Pedro, Jacobo y Juan esa gloria prometida (Jn 1.14; 2 P 1.16–18). Esta es la única ocasión que se registra, durante el ministerio de nuestro Señor, en que Él reveló su gloria interna para que otros la vean. Fue en realidad una confirmación del reino que Dios había prometido a su pueblo Israel (Mt 16.28).
Moisés representaba la ley y Elías los profetas, y ambas cosas se cumplieron en Jesucristo (Heb 1.1–2 y véanse Mal 4.4–5; Lc 24.25–27). Ellos hablaban con nuestro Señor sobre su muerte («partida» o «éxodo»: Véanse Lc 9.31) que se cumpliría en Jerusalén. La cruz es el tema de las conversaciones celestiales y de la alabanza en el cielo (Ap 5).
Los discípulos se quedaron dormidos (Lc 9.32), de modo que las palabras de Pedro brotaron de la confusión y del temor. (Cuando uno está confundido y con temor ¡es mejor quedarse callado! Véanse Pr 18.13.) Al sugerir que se quedaran en el monte en la gloria, Pedro estaba estorbando de nuevo los planes de nuestro Señor de ir a la cruz (8.32–33). Mientras que una nube de gloria cubría la escena, la voz del Padre interrumpió a Pedro y con suavidad lo reprendió. «¡Oiganle!», es una orden que debemos obedecer hoy. Podemos confiar en la Palabra de Dios.
Imagínese tener esta gran experiencia, ¡y no poder contarla a nadie! (v. 9). Sin duda que los otros nueve discípulos les preguntaron lo que había ocurrido en la montaña, pero tuvieron que permanecer en silencio. Vieron la gloria del Hijo y se les recordó la confiabilidad de las Escrituras y la realidad del reino. También sus preguntas recibieron respuesta. En un sentido espiritual Juan el Bautista era «el Elías» prometido a Israel (Mal 3.1; 4.5–6; Lc 1.16–17; Jn 1.21; Mt 17.13).

II. UNA DEMOSTRACIÓN DE FE (9.14-29)

Entre tanto que Pedro, Jacobo y Juan estaban experimentando la gloria de Dios en la montaña, los otros nueve discípulos estaban metidos en una situación bochornosa en el valle. Un padre afligido había traído a su hijo endemoniado, sordo y mudo (v. 25), a los discípulos para que lo sanaran, pero ellos no habían podido echar fuera al demonio. Jesús les había dado este poder (3.15; 6.7, 13), pero ellos no pudieron librar al muchacho. Por supuesto, los líderes religiosos estaban divirtiéndose de lo lindo discutiendo con los discípulos (v. 14) y tratando de desacreditarlos ante la gente.
Jesús libró al muchacho, pero el demonio hizo un último intento de destruirle (v. 26; Lc 9.42). A menudo, justo ante de la liberación, el diablo parece obtener una gran victoria, pero el Señor al final gana la batalla. ¿Por qué fallaron los discípulos? Debido a su incredulidad (vv. 19, 23; Mt 17.20) y su falta de oración y disciplina (v. 29). Al parecer, durante la ausencia del Señor, los hombres se habían descuidado en su andar espiritual. Cuán importante es estar con vigor espiritual; uno nunca sabe cuándo alguien necesitará ayuda. La falta de fe de los discípulos fue una gran preocupación del Señor (4.40; 6.50–52; 8.17–21).

III. UNA AFIRMACIÓN DE AMOR (9.30-50)

A. EL AMOR DE CRISTO POR LOS PECADORES (VV. 30-32).
Esta es la segunda vez (Véanse 8.31) que Jesús les habló abiertamente a los doce respecto a su cercana muerte y resurrección, pero ellos todavía no podía captar lo que les estaba diciendo. El Verbo «será entregado» indica que su muerte no era un accidente o asesinato; fue el resultado de un plan divino (Ro 4.25; 8.32).
B. AMARNOS UNOS A OTROS (VV. 33-37).
Jesús habló sobre el sufrimiento y la muerte, ¡pero los doce arguían sobre quién sería el más grande! Entendieron mal la enseñanza de Jesús. Vivían en una sociedad en la cual la posición y el poder eran importantes, y pensaron que el compañerismo cristiano funcionaba de la misma manera.
Incluso en el aposento alto, antes de que Jesús fuera a la cruz, los doce todavía debatían sobre cuál de ellos era el número uno (Lc 22.24–30). Dios quiere que seamos como niños, pero no con niñerías. En el arameo, que Jesús habló «niño» y «siervo» en la misma palabra. La verdadera grandeza se halla, no en el rango o posesiones, sino en el carácter y el servicio (Flp 2.1–13).
C. AMAR A LOS QUE ESTÁN FUERA DE NUESTRO CÍRCULO (VV. 38-41).
Juan pensó que impresionaría a Jesús con su celo, pero el Señor cariñosamente le reprendió por su falta de amor y discernimiento. ¿Por qué los doce pensaban que eran los únicos que servían a Jesús? Y los nueve que habían quedado abajo, ¿se habían olvidado de su fracaso al no poder echar al demonio fuera del muchacho? ¡Cuán a menudo criticamos a otros por los éxitos que no podemos conseguir nosotros mismos! El versículo 40 y Mateo 12.30 juntos nos enseñan de la imposibilidad de la neutralidad con respecto a Jesús. Si no estamos con Él, estamos contra Él; y si no estamos contra Él, estamos con Él. Es peligroso hacerse la idea de que nuestra comunión es la única que es correcta y la única que Dios bendice y usa.
D. AMAR AL PERDIDO (VV. 42-50).
Esta es la más larga y la más asombrosa advertencia que da nuestro Señor sobre el castigo futuro. Si no estamos sirviendo a otros (v. 35), podemos hacer que otros tropiecen (v. 42); y esto puede llevarlos a condenación eterna. Debemos tratar drásticamente con el pecado en nuestras vidas, tanto por causa nuestra como por causa de otros, porque el fuego del infierno es real y eterno. Jesús comparó al infierno con un horno (Mt 13.42) y con fuego que no se apaga. La imagen aquí es el valle del hijo de Hinón, en las afueras de Jerusalén, donde se echaban las inmundicias de la ciudad (2 R 23.10; Is 66.24), se quemaban y comían los gusanos. La palabra griega para infierno (gehena) procede del hebreo ge Hinón, o sea «el valle de Hinón». El infierno es un lugar real y las almas perdidas sufrirán allí para siempre. ¿Amamos a los perdidos o sólo estamos preocupados por ser «el mayor»?
El pueblo de Dios en verdad será «salado con fuego» (sufrirán persecución, v. 49), y es importante que nosotros «nos salemos nosotros mismos» (mantengamos verdadero carácter cristiano e integridad, Mt 5.13). Los creyentes que leían el Evangelio de Marcos durante «la feroz tribulación» bajo Nerón deben haberse sentido estimulados por lo que Jesús dijo aquí (1 P 4.12).

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El capítulo presenta cinco peticiones que la gente le trajo al Siervo.

I. UN PEDIDO DE INTERPRETACIÓN (10.1-12)

Los rabíes no concordaban en sus interpretaciones de Deuteronomio 24.1–4, de modo que persistían en preguntar (v. 2) lo que Jesús pensaba que el pasaje enseñaba. No cuestionaban la legalidad del divorcio o del nuevo matrimonio, por cuanto Moisés dejó en claro que Dios los permitía. La gran pregunta era: «¿Por qué causa puede un hombre divorciarse de su mujer y casarse con otra?» Por supuesto, su motivo no era aprender la verdad sino tratar de que Jesús se metiera en problemas. Los discípulos del rabí Shamai sostenían una interpretación estricta (divorcio únicamente por infidelidad), en tanto que los discípulos de Jilel sostenían una interpretación más amplia (divorcio por casi cualquier razón). La ley ordenaba que los que cometían adulterio fueran apedreados (Dt 22.22; Lv 20.10); pero en los días de Jesús esta ley casi nunca se obedecía (Mt 1.18–25).
En lugar de tomar partido entre Shamai o Jilel, Jesús retornó a Moisés y al primer matrimonio (Gn 1.27; 2.21–25). Desde el principio el matrimonio tenía la intención de que un hombre y una mujer llegaran a ser una sola carne para toda la vida. El mandamiento de Moisés en Deuteronomio 24.1–4 fue una concesión para los judíos debido a la dureza de su corazón. No representaba el ideal de Dios para el matrimonio. El pasaje paralelo (Mt 19.1–12) indica que Jesús permitía el divorcio sobre la base de la inmoralidad sexual (Mt 12.9). El divorcio por cualquier otra razón, si bien las cortes lo permiten, conducía al adulterio si las partes volvían a casarse (vv. 11–12).
El matrimonio es en lo fundamental una relación física («una carne») y puede romperse únicamente por una causa física, bien sea por muerte (Ro 7.1–3) o adulterio (Mt 19.9). En el AT se apedreaba hasta la muerte al culpable, dejando así al otro libre para volverse a casar. Hoy la Iglesia no tiene ninguna autoridad para matar a la gente, de modo que el divorcio es el equivalente a la muerte en el NT, dando la oportunidad para volver a casarse. Por supuesto, antes de divorciarse, el esposo y la esposa deben hacer todo lo posible para rescatar el matrimonio y reconstruir la relación. Dios estableció el matrimonio y Él es el Único que puede regularlo (v. 9). El hombre no puede dividir lo que Dios dice que es «una carne», pero Dios sí puede hacerlo.

II. UN PEDIDO DE BENDICIÓN (10.13-16)

El matrimonio produce niños que se deben traer al Señor para dedicarlos a Él. Era costumbre de los rabíes bendecir a los niños, y los padres traían a los pequeños a Jesús para que los bendijera. (El pronombre en tercera persona del plural «los» del versículo 13 es masculino, de modo que los padres también estaban allí.) Esto no era cuestión de bautismo, por cuanto Jesús no bautizó ni siquiera adultos (Jn 4.1–2), y los discípulos no hubieran estorbado a los candidatos al bautismo. Los padres pedían su bendición especial para sus pequeños, y Él estuvo gustoso de concederles su petición. Los niños son modelos ideales para todos los que pertenecen a Jesús: son humildes, receptivos, dependientes de otros y llenos de vitalidad.

III. UN PEDIDO DE INFORMACIÓN (10.17-31)

Este hombre era rico (Lc 18.23), joven (Mt 19.20, 22), un principal (Lc 18.18) y tenía todo menos la salvación. Los judíos no hubieran usado la palabra «bueno» al dirigirse a un rabí, de modo que Jesús tenía todo el derecho de preguntarle al hombre por qué lo había usado. ¿Creía realmente que Jesús era Dios? Si era así, ¿obedecería lo que Jesús le diría?
Nadie se salva por guardar la ley (Gl 3.21). Jesús sostuvo frente al joven el espejo de la ley para que pudiera ver cuán pecador era (Stg 1.22–25; Ro 3.20). El joven había puesto atención a la ley desde su juventud, y la ley le había traído a Cristo (Gl 3.24); pero todavía no se había humillado como un pecador perdido. ¡Quería tener lo mejor de ambos mundos!
Nadie se salva por vender todo lo que posee y dar el dinero a los pobres. Somos salvos al confiar en el Hijo de Dios que dio todo para enriquecernos (2 Co 8.9). Jesús puso «el dedo en la llaga» de la vida del joven, porque el amor al dinero era el gran pecado que le mantenía fuera del reino (vv. 23–27). Hay un principio aquí que debe se debe recordar mientras procuramos guiar a los perdidos a Jesús: los pecadores no pueden aferrarse a sus pecados y al mismo tiempo tratar de aferrarse a Jesús. Debe haber arrepentimiento sincero antes de que los pecadores puedan volverse a Dios y ser salvos por su gracia.
Como muchos judíos, los discípulos pensaban que la riqueza era prueba de la bendición de Dios, pero Jesús corrigió su idea equivocada. Pedro estaba seguro de que él y sus amigos recibirían una recompensa especial por hacer lo que el joven rico no hizo. Dios en efecto recompensa la fidelidad, pero nuestro motivo debe ser el amor por Cristo y no el deseo de ganancia. Como el industrial R.G. LeTorneau solía decir: «¡Si das solamente para recibir, no recibirás!» (Véanse en Mt 20.1–16 la parábola de Cristo respecto a las malas actitudes en el servicio cristiano.) Muchos que son primeros a sus propios ojos, serán los últimos a los ojos de Dios.

IV. UN PEDIDO DE CORONACIÓN (10.32-45)

Por tercera vez el Señor les instruye a los discípulos sobre Su muerte que se avecinaba; ahora les dice que lo iban a crucificar en Jerusalén (Mt 20.19). Uno pensaría que este tercer anuncio propiciaría la humillación de los doce; pero en lugar de eso Jacobo y Juan y su madre (Mt 20.20) ¡se acercaron a Jesús a pedirle tronos! Todavía no habían aprendido la lección de que la cruz debe venir antes de la corona y que el sufrimiento viene antes de la gloria.
El «vaso» se refiere a la sumisión de Jesús a la voluntad del Padre al convertirse en pecado por nosotros (14.36; Jn 18.11), y el «bautismo» se refiere a su sufrimiento en la cruz por los pecados del mundo (Lc 12.50; Sal 41.7; 69.2, 15). ¡Qué vanidad que Jacobo y Juan pensaran que podían beber del vaso y experimentar el bautismo de Jesús!
Jacobo sería el primero de los doce en morir como mártir (Hch 12.2), y Juan experimentaría la persecución romana al final de su larga vida (Ap 1.9). ¡Tenga cuidado sobre cómo ora; Dios puede concederle lo que pide!
Jesús usó este bochornoso incidente como una oportunidad para enseñar de nuevo a sus discípulos la importancia del servicio humilde en el nombre de Jesús. El versículo 45 es un versículo clave en el Evangelio de Marcos, y resume el libro: Cristo vino (cap. 1), ministró (caps. 2–13) y dio su vida en rescate (caps. 14–16).

V. UN PEDIDO DE ILUMINACIÓN (10.46-52)

Seguido de una gran multitud Jesús iba camino a Jerusalén para esa Pascua final. Habían dos ciudades que se llamaban Jericó: las ruinas de la antigua ciudad y la nueva ciudad que se levantaba como a un kilómetro y medio de distancia, construida por Herodes. Esto ayuda a explicar cómo pudo Él salir de Jericó (Mt 20.29), acercarse a Jericó (Lc 18.35) y entrar y salir de Jericó al mismo tiempo, y aun encontrar a los dos ciegos (Mt 20.30). Marcos describe la sanidad de Bartimeo, el más vocinglero de los dos, así como lo hizo respecto a uno de los endemoniados gadarenos (5.2).
Bartimeo (arameo para «hijo de Timeo») oyó la multitud y reconoció que había algo diferente en ella, de modo que preguntó quién pasaba. Cuando supo que era Jesús, inmediatamente empezó a gritar clamando misericordia. Había oído acerca de las sanidades milagrosas que Jesús había realizado, y quería la ayuda del Maestro. ¡Nada pudo impedirle llegar a Jesús!

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I. EL TRIUNFO (11.1-11)

Quizás esta descripción de la «entrada triunfal» de nuestro Señor sorprendió a los lectores romanos de Marcos, quienes estaban acostumbrados a la gloria del «triunfo romano». Este era el desfile oficial de bienvenida a un general romano victorioso que había matado por lo menos cinco mil soldados enemigos, ganado nuevo territorio para Roma y traído consigo ricos trofeos e importantes prisioneros.
El general montaba en un carruaje dorado rodeado de sus oficiales; y en el desfile exhibía sus tesoros y prisioneros. Los sacerdotes romanos estaban allí ofreciendo incienso a sus dioses. Pablo alude al triunfo romano en 2 Corintios 2.14–17.
Pero la entrada de nuestro Señor a Jerusalén incluyó un asno, algunos vestidos, ramas tendidas en el suelo y las alabanzas de algunos peregrinos que habían venido a la Pascua y de los cuales no se da ninguna descripción en particular. Fue la única ocasión que Jesús permitió una demostración pública a su favor, y lo hizo para obligar a los líderes judíos a que actuaran durante la Pascua, según estaba decidido que Él había de morir (Mt 26.3–5).
Marcos no cita a Zacarías 9.9, sino al Salmo 118.25–26 (vv. 9–10), un salmo mesiánico. Hosanna significa: «¡Salve ahora!» («¡Salve al rey!») Cuando Jesús entró en la ciudad, proclamó su calidad de Rey, pero también firmó su sentencia de muerte.

II. LA HIGUERA (11.12-14,20-26)

A primera vista este es un milagro que deja perplejo. La Pascua no era temporada de higos y sin embargo el Hijo de Dios esperaba hallar fruto en la higuera. Cuando no halló ninguno, usó su divino poder para destruir la planta en lugar de ayudarla a que fuera más fructífera. La higuera representa a la nación de Israel (Os 9.10, 16; Nah 3.12), la cual no estaba produciendo ningún fruto para la gloria de Dios. Sus raíces espirituales estaban muertas (v. 20; Mt 3.10) y no podía producir fruto.
Pero Jesús también usó el milagro para enseñar a sus discípulos algunas lecciones prácticas respecto a la fe y a la oración. Los montes representan grandes dificultades que se deben vencer (Zac. 4.7) y es nuestra fe en Dios lo que nos permite vencerlas. Pero la fe en Dios no es suficiente; también debemos perdonar a otros (vv. 25–26). No nos ganamos el perdón de Dios al perdonar a otros, sino que el perdón a otros muestra que tenemos un corazón humilde delante de Dios.

III. EL TEMPLO (11.11, 15-19)

Jesús examinó el templo y luego regresó al día siguiente para limpiarlo. Había limpiado el templo a inicios de su ministerio (Jn 2.13–22), pero los mercaderes de la religión habían retornado. La reformación solamente externa no dura a menos que el corazón cambie. Lo que empezó como un servicio a los judíos extranjeros (que necesitaban cambiar la moneda o comprar sacrificios), se convirtió en un negocio que no debía hacerse en la casa de Dios. La gente usaba el templo como un atajo entre el Monte de los Olivos (v. 16) y los puestos de venta, donde las mesas llenaban el atrio de los gentiles en el cual los judíos debían haber estado testificando acerca del Dios verdadero a sus prójimos gentiles.
En su acusación contra los líderes (v. 17) Jesús citó a Isaías (Is 56.7) y a Jeremías (Jer 7.11), los cuales habían condenado a la nación por sus pecados en el templo (Is 1; Jer 7). Una «cueva de ladrones» es el lugar donde los ladrones se esconden cuando han cometido un crimen. ¡Los líderes religiosos estaban usando la adoración a Dios como cobertura para sus pecados!

IV. LA PRUEBA (11.27-33)

Los líderes religiosos se enfurecieron por lo que Jesús hizo y estaban decididos a destruirle (v. 18); pero primero tenía que reunir suficiente evidencia para acusarle. Era cuestión de autoridad (vv. 28–29, 33): ¿Qué derecho tenía Él para limpiar el templo y llamarlo su casa? ¡Estaba afirmando que era Dios! Jesús les hizo retroceder tres años, cuando Juan el Bautista ministraba a la gente. «El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres?», preguntó Jesús (v. 30). Esto puso a los escribas, ancianos y principales sacerdotes en un dilema. Sin importar cómo contestaran, ¡estaban en problemas! Estos líderes tal vez habían olvidado su decisión respecto a Juan el Bautista, pero su decisión no los había olvidado a ellos.
Finalmente los alcanzó y los condenó. No se habían sometido al ministerio de Juan (Lc 7.29–30); por consiguiente, no estaban listos para recibir a Jesús y confiar en Él. En su incredulidad y cobardía, habían permitido que Herodes Antipas matara a Juan; y pronto le pedirían a Pilato que crucificara a Jesús.

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Los líderes judíos estaban «examinando» al Cordero Pascual de Dios (Jn 1.29), y Él demostraría su perfección (1 P 1.18–19), a pesar de que no lo aceptaron. Qué trágico es cuando la gente religiosa se aferra a sus tradiciones y rechaza la verdad viviente que es tan clara ante sus propios ojos. Al responder a sus muchas preguntas, el Señor Jesús estaba realmente revelando los pecados de sus corazones.

I. EGOÍSMO (12.1-12)

Jesús sabía que querían matarlo; y mediante esta parábola reveló el pecaminoso deseo de sus enemigos de destruirle y reclamar la herencia (Jn 11.45–53). Es evidente que la figura de la viña identifica a la nación de Israel (Is 5.1–7; Sal 80.8–16; Jer 2.21) y los arrendatarios son los líderes de la nación (v. 10; Hch 4.11).
Véanse Levítico 19.23–25 con respecto a las regulaciones sobre la cosecha. El propietario debía recibir cierta cantidad como «pago simbólico» para mantener sus derechos sobre la tierra. Al rehusar pagarle, los labradores le despojaron de sus derechos sobre la tierra. Si el heredero moría, la tierra pasaría a los residentes. Fue una trama egoísta que ponía a las posesiones por sobre la gente.
Jesús citó el Salmo 118, un salmo mesiánico (Sal 118.22–23; compárese Mc 11.9 con Sal 118.25–26); y permitió que sus oyentes pronunciaran su propia sentencia (Mt 21.41). Al aplicarse a Sí mismo la imagen de la piedra angular, Jesús afirmaba que era en verdad el Mesías (Hch 4.11; 1 P 2.7). Para los líderes religiosos esto fue una blasfemia y de no ser porque le temían a la gente, lo hubieran arrestado allí mismo.

II. HIPOCRESÍA (12.13-17)

Los fariseos se oponían a Roma, en tanto que los herodianos (un partido político) cooperaban con ella. Lo único que los unió fue su enemigo común: Jesucristo (Véanse Lc 23.12).
En el versículo 13 la palabra griega para «sorprendiesen» lleva la idea de una trampa en una cacería. El comité de los fariseos y herodianos pensaron que podían atrapar a Jesús con una pregunta que tenía connotaciones políticas y religiosas.
Considerándose como el pueblo escogido de Dios, los judíos ortodoxos detestaban tener que pagar impuestos a Roma. Significa reconocer tanto el poder de Roma sobre su nación, algo que era demasiado para que orgullo lo admitiera (Jn 8.33), como respaldar la idolatría pagana. Si Jesús aprobaba que se pagaran los impuestos a Roma, se metería en problemas con su propio pueblo; pero si se oponía, se metería en problemas con Roma.
Conociendo su hipocresía, nuestro Señor replicó en una manera que no sólo evadió lo espinoso del dilema, sino que inculcó en sus cuestionadores su responsabilidad hacia el estado. Puesto que usaban monedas de César, estaban admitiendo la autoridad que César tenía sobre ellos; y cuando pagaban sus impuestos, estaban devolviéndole al César sólo lo que él había puesto primero a su disposición. Los impuestos no son un regalo al gobierno; son una deuda que pagamos por los servicios prestados (policía, protección de los bomberos, agencias sociales, defensa, etc.). Pero al mismo tiempo la imagen de Dios está estampada en cada ser humano; y debemos devolverle a Dios lo que es de Dios. Puesto que es Dios el que estableció el gobierno humano para bien de nosotros, estamos obligados a respetar a las autoridades y obedecer la ley (Ro 13; 1 Ti 2.1–6; 1 P 2.13–17). Daniel Webster dijo: «Lo que hace a los hombres buenos cristianos los hace buenos ciudadanos».

III. IGNORANCIA (12.18-27)

Este es el único lugar del Evangelio donde Marcos menciona a los saduceos. Ellos sólo aceptaban la autoridad de los cinco libros de Moisés, y no creían en la resurrección del cuerpo o la existencia de ángeles (Hch 23.8). Basados en Deuteronomio 25.7–10, su pregunta era hipotética, preparada únicamente con el propósito de tenderle una trampa a Jesús. Pero en lugar de eso, todo lo que consiguió fue revelar la ignorancia de ellos respecto a la Palabra y el poder de Dios.
Para Jesús, la respuesta a cualquier pregunta estaba en las Escrituras y no en el pensamiento de ningún hombre (Is 8.20; véanse Mc 10.19; 12.10).
Los refirió a Éxodo 3.1–12 y trazó la conclusión lógica de que puesto que Jehová es Dios de vivos, Abraham, Isaac y Jacob estaba vivos. Hay vida después de la muerte y por consiguiente una esperanza de resurrección futura. Pero la resurrección no es la reconstrucción y la continuación de la vida como es ahora. Los hijos de Dios no se convertirán en ángeles, sino que serán como Cristo (1 Jn 3.1–3); pero seremos como los ángeles en que no nos casaremos ni tendremos familias. Será una clase de vida completamente nueva.

IV. SUPERFICIALIDAD (12.28-40)

Los fariseos probaron con una pregunta más, una que los rabíes habían estado debatiendo por largo tiempo. De los 613 mandamientos que se hallan en la ley (365 negativos, 248 positivos), ¿cuál era el más importante? Jesús replicó con la «declaración de fe» tradicional judía (la shemá) que se encuentra en Deuteronomio 6.4. Los judíos piadosos la recitaban en la mañana y en la tarde. Luego añadió Levítico 19.18; porque si amamos a Dios, lo mostraremos amando a nuestro prójimo (Lc 10.25–37).
Uno de los escribas captó el mensaje claramente, y con intrepidez expresó su acuerdo con Jesús, pero los demás no captaron nada del punto. Tenían una perspectiva superficial del significado real de la ley, y no comprendieron la importancia de obedecerla de corazón.
Jesús hizo la pregunta final, y la más importante, y los calló (Mt 22.46; Ro 3.19). Cuando entró en la ciudad las multitudes le llamaron «el Hijo de David» (Mt 21.9), y los niños se hicieron eco de este clamor en el templo (Mt 21.15). Este era, por supuesto, un título mesiánico que explica por qué los fariseos querían silenciar a la gente (Lc 19.39–40). Citando el Salmo 110 Jesús les pidió que explicaran cómo el Señor de David podía también llamarse el hijo de David; y ellos no pudieron contestarle. La respuesta es que el Señor de David tenía que hacerse hombre, pero los «teólogos» rehusaron encarar las implicaciones tanto de la pregunta como de la respuesta. Su conocimiento de la Palabra era superficial y su sumisión a ella insincera.
Jesús cerró este «debate» con una advertencia (vv. 38–40) y un ejemplo (vv. 41–44), los cuales exhibieron la hipocresía de los líderes religiosos. Cuando usted contrasta la conducta de la viuda y la de los escribas, verá lo que Dios valora en mayor grado. Para una exposición en detalle respecto a los fariseos, Véanse Mateo 23.

13

Los primeros creyentes que leyeron el Evangelio de Marcos estaban sufriendo persecución y se sentían tentados a darse por vencidos o a comprometer su testimonio. Esta versión del discurso del Monte de los Olivos (Mt 24–25) fue justo el estímulo que necesitaban para permanecer fieles al Señor. El sermón se enfoca sobre los últimos días y describe la parte inicial (13.5–13), central (13.14–18) y final de la tribulación, que conduce al regreso del Señor a la tierra (13.19–27). Pero el sermón también nos da principios que se aplican a los santos sufrientes en cada edad. Jesús dio cuatro advertencias para que su pueblo atienda en tiempos de persecución y oposición.

I. NO ENGAÑARSE (13.1-8)

El hermoso templo estaba desolado (Mt 23.38) y sería destruido (v. 2). Cuatro de los discípulos preguntaron cuándo sería destruido y qué señal anunciaría este desastroso acontecimiento. Pensaban que la destrucción del templo, el fin de la edad y la venida del reino ocurrirían al mismo tiempo; de modo que Jesús les explicó el curso general de los últimos días. Pero su gran preocupación era que su pueblo no se dejara engañar por los falsos Cristos que aparecerían y prometerían llevarlos a la victoria y gloria. También destacó las «falsas señales» que los podrían descarriar (vv. 7–8). Esta admonición se relaciona principalmente a los judíos, porque la Iglesia debe estar alerta en cuanto a los falsos maestros, no los falsos Cristos (2 P 2); y nosotros esperamos al Salvador y no señales (Flp 3.20–21).

II. NO TEMER (13.9-13)

Los tiempos de persecución son tiempos de proclamación, y no debemos temer declarar el Evangelio y reconocer a Jesucristo como nuestro Salvador y Señor. El Espíritu Santo ayuda a quienes andan con el Señor y sinceramente quieren glorificarle. Esto se ve muchas veces en el libro de los Hechos.
El versículo 10 no es un requisito para la venida del Señor. Jesús estaba indicando una determinación y seguridad divinas: a pesar de todo lo que Satanás haga durante el «tiempo de la tribulación de Jacob», la Palabra de Dios será proclamada y su voluntad cumplida. ¡Tampoco el versículo 11 es excusa para un ministerio mediocre! Los predicadores y maestros deben estudiar, meditar y orar, y no «confiar» en que el Espíritu les dará su mensaje a último minuto. Jesús nos da la fortaleza para los tiempos difíciles cuando enfrentamos peligro y no sabemos qué decir.
La promesa en el versículo 13 no es una condición para la salvación, porque se aplica fundamentalmente a los creyentes durante la tribulación. «El fin» en el versículo 7 se refiere al fin de la edad, no al de la vida de uno; y el significado en el versículo 13 es el mismo. En cada edad de la Iglesia siempre la verdadera fe se demuestra mediante la fidelidad.

III. NO IGNORAR (13.14-27)

El énfasis aquí está en saber lo que enseñan las Escrituras (vv. 14, 23). La «abominación desoladora» se refiere a la imagen que el anticristo («la bestia» de Ap 13) pondrá en el templo judío (Dn 9.27; 2 Ts 2.3–10) y obligará a que los impíos la adoren. Eso ocurrirá a mitad del período de siete años de tribulación, y será una advertencia especial para que los de Judea ¡huyan! Esta advertencia no tiene que ver con la venida de Cristo por su Iglesia (1 Ts 4.13–18), porque no tenemos ni idea de cuándo ocurrirá tal suceso. ¡Cuán importante es que estudiemos y conozcamos las Escrituras proféticas para no «estar en tinieblas» y descarriados (2 P 1.12–21).
Los versículos 24–27 describen el fin de la tribulación y la venida de Cristo a la tierra para derrotar a sus enemigos y establecer su reino (Ap 19.11–20.5). De nuevo el énfasis está en las señales; porque «los judíos piden señales» (1 Co 1.22). Véanse Isaías 13.10; 34.4; Joel 2.10, 31 y 3.15. La nación judía esparcida será reunida (Dt 30.3–6; Is 43.6) y la nación restaurada.

IV. NO DESCUIDARSE (13.28-37)

El énfasis está en saber (vv. 28–29) y en vigilar (vv. 33–35, 37). La parábola de la higuera recalca lo que sabemos (Su venida está cerca) y la parábola de los siervos enfatiza lo que no sabemos (cuándo vendrá). «Los acontecimientos que se avecinan arrojan hacia delante su sombra»; de modo que cuando vemos que comienzan algunas de estas «señales de tribulación» en nuestros días, sabemos que el tiempo es corto (Lc 21.28). Pero lo importante no es vigilar el calendario, sino edificar nuestro carácter.
Debemos estar alertas («velar») y que nos encuentre haciendo su obra cuando Él venga. Véanse 1 Tesalonicenses 5.1–11.
«Esta generación» en el versículo 30 tal vez se refiere a la generación que esté viviendo cuando todas estas cosas tengan lugar. Nótese cómo Jesús usó la palabra «generación» en 8.12, 38 y 9.19. A pesar de la maldad del hombre y de los programas antisemíticos de Satanás, la nación de Israel no será destruida.

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Los principales sacerdotes y escribas ya habían determinado matar a Jesús, pero querían hacerlo después de la Pascua. Puesto que Jesús era una persona popular y Jerusalén estaba llena de judíos enardecidos, parecía lo más sensato esperar hasta después de la festividad; pero Dios tenía otros planes.
Judas haría posible que los líderes lo arrestaran durante la fiesta (vv. 10, 11; Mt 26.14–16). El Cordero de Dios debía morir en la Pascua. En este capítulo Marcos presenta a Jesús en cuatro papeles diferentes.

I. JESÚS, EL INVITADO DE HONOR (14.1-11)

Este hecho (Mt 26.6–13; Jn 12.2–11) sucedió antes de la entrada triunfal, pero Marcos lo colocó aquí sin dar tiempo de referencia como lo hizo Juan (Jn 12.1). No sabemos quién era Simón el leproso.
Tal vez alguien en Betania a quien Jesús había curado de la lepra y cuya casa estaba abierta para el Maestro, como lo estaba la casa de María, Marta y Lázaro.
Jesús aceptó el acto de amor de María, Judas y los demás discípulos lo criticaron (Jn 12.4–6), y lo informaron en la Iglesia de todo el mundo (v. 9). Durante la Pascua los judíos trataban especialmente de ayudar a los pobres y Jesús no se opuso a esta buena costumbre. El costo del ungüento era equivalente al salario de un año de un trabajador promedio, de modo que si lo hubieran vendido el dinero hubiera dado de comer a mucha gente pobre. Pero María quería ungir a Jesús en preparación de su muerte y sepultura, y eso era más importante que dar de comer a los pobres.
Su buena obra glorificó a Dios y fue una bendición para todo el mundo (vv. 6, 9; Mt 5.14–16). La palabra «desperdicio» en el versículo 4 es, en griego, la misma para «perdición» que se usa en relación a Judas en Juan 17.12. Judas era el «desperdiciador», ¡no María! Él desperdició las oportunidades que Dios le dio y con el andar de los días desperdició su vida, acabándola al suicidarse. ¡Qué contraste entre María la adoradora y Judas el traidor!

II. JESÚS, EL ANFITRIÓN LLENO DE GRACIA (14.12-26)

Jesús envió a Pedro y a Juan (Lc 22.8) a preparar el aposento alto para la última cena que celebraría con sus discípulos. Era inusual que un hombre llevara un cántaro de agua, porque esta era tarea de las mujeres. A lo mejor este hombre, el propietario de la casa, era uno de los discípulos. Para que otros no quedaran implicados, Jesús tenía que hacer las cosas con precaución debido a que sus enemigos lo estaban vigilando.
Jesús hizo dos revelaciones sorprendentes esa noche. En primer lugar, reveló que uno de los doce era un traidor (vv. 17–21). La forma de la pregunta indica que nadie en la mesa se creyó culpable: «¡De seguro que no soy yo!» Jesús protegió a Judas hasta el mismo fin y le dio toda oportunidad de arrepentirse. No debemos pensar de Judas como un robot, destinado a cumplir la profecía (Sal 41.9; 55.12–14), sino como un hombre que con su pecado desperdició sus oportunidades.
La segunda revelación fue que Pedro le traicionaría. Esto fue lo primero que reveló Jesús después que Judas salió de la habitación (Jn 13.31–38; Lc 22.31–38), y luego lo repitió cuando Él y los discípulos llegaron al Getsemaní (vv. 26–31; Mt 26.30–35). Por supuesto, en su confianza carnal Pedro negó que tal cosa podría ocurrir; pero de todas maneras sucedió.
Al concluir la cena pascual Jesús tomó el pan y el vino y les dio nuevos significados al instituir la Comunión (Cena del Señor, Eucaristía [«dar gracias»]). Recordamos a las personas por sus vidas, pero Jesús quiere que le recordemos por su muerte; las bendiciones espirituales que tenemos como hijos de Dios vienen por medio de su muerte. El himno que cantaron procedía de los Salmos 115–118. ¡Imagínese a Jesús cantando un himno justo antes de ser arrestado y crucificado!

III. JESÚS, EL HIJO SUMISO (14.27-42)

Cuando llegaron a Getsemaní (que significa «prensa de aceite»), Jesús citó Zacarías 13.7 para advertirles a los discípulos a que no se quedaran cerca ni a seguirle después de su arresto. Les dio una palabra de ánimo: se levantaría de los muertos y los encontraría en Galilea. Esta era la quinta mención de su resurrección (8.31; 9.9, 31; 10.34), pero los discípulos simplemente no captaron el mensaje.
Las expresiones «entristecerse», «angustiarse» y «muy triste», revelan el sufrimiento humano de nuestro Señor en el jardín (Heb 5.7, 8). Estuvo bajo el peso de la angustia al contemplar el hecho de beber «el vaso»: ser hecho pecado en la cruz y la separación del Padre. La presencia y las oraciones de sus amigos hubieran significado mucho para Él, ¡pero ellos se quedaron dormidos! «La hora ha llegado» (Jn 2.4; 7.30; 8.20; 12.23; 13.1; 17.1), y Él estaba listo para hacer la voluntad del Padre.

IV. JESÚS, EL PRISIONERO OBEDIENTE (14.43-72)

Tan ignorante era Judas respecto al corazón de Jesús, ¡que vino con una «multitud» de soldados romanos armados para arrestarlo! Tan hipócrita fue Judas que usó besos, una señal de afecto, para traicionar a Jesús. Tan desprevenido espiritualmente estaba Pedro, ¡que trató de defender a Jesús con su espada! Si Pedro hubiera estado despierto, hubiera oído las oraciones de su Maestro y sabido que Él estaba listo para morir. Jesús tenía el vaso en su mano e hizo la voluntad del Padre, «para que se cumplan las Escrituras». Pedro tenía una espada en su mano y se opuso a la voluntad del Padre, y Jesús tuvo que reparar el daño que la espada le hizo a Malco (Lc 22.49–51).
¿Quién era el joven en el Getsemaní? (vv. 51–52). Algunos piensan que era Juan Marcos, puesto que es el único que lo menciona en su Evangelio. ¿Estaba el aposento alto cerca de la casa de Juan Marcos y Judas y su cuadrilla fueron allí primero? ¿Acaso Marcos apresuradamente se envolvió en una sábana y les siguió? Nunca lo sabremos a menos que el Señor nos lo explique en el cielo.
Primero, conducieron a Jesús ante Anás, suegro de Caifás, el sumo sacerdote oficial (Jn 18.13–24).
Luego lo llevaron a Caifás y al concilio judío donde hubo algunos que testificaron contra Jesús, pero sus testimonios no concordaban. Cuando Jesús hizo la afirmación mesiánica del versículo 62, fue más de lo que el sumo sacerdote pudo aguantar; y le declaró culpable.
Pedro huyó de la escena como los otros discípulos (v. 50); pero luego él y Juan desobedecieron la orden del Señor (v. 27) y empezaron a seguirle. Esto llevó a Pedro a las mismas fauces de la tentación y negó al Señor tres veces. La predicción del Señor resultó cierta (v. 30), pero el canto del gallo trajo a
Pedro al arrepentimiento (Lc 22.62). Si un apóstol que vivió con Jesús pudo caer en el pecado, ¡cuánto más nosotros necesitamos prestar atención, velar y orar! Juan 21.15–19 nos asegura que Pedro fue perdonado y restaurado al ministerio apostólico.

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Seis veces en este capítulo a Jesús se le llama «el rey» (vv. 2, 9, 12, 18, 26, 32). Los líderes judíos sabían que una acusación religiosa no lograría que Pilato condenara a Jesús, de modo que inventaron una acusación política: Jesús decía ser rey y por consiguiente era una amenaza para la paz de la tierra y para la autoridad de Roma.

I. EL REY SOMETIDO A JUICIO (15.1-15)

Temprano en la mañana el sanedrín se reunió por segunda vez y declaró a Jesús culpable de blasfemia y por consiguiente digno de muerte (Lv 24.16). Pero sólo Roma podía ajusticiar a un criminal, de modo que el concilio necesitaba la cooperación del gobernador, Poncio Pilato. Los principales sacerdotes repetidamente acusaron a Jesús ante Pilato, pero Jesús no respondió palabra.
¡Era Pilato, no Jesús, a quien estaban sometiendo a juicio! Véanse Isaías 53.7 y 1 Pedro 2.13–25.
Como defensor de los derechos del pueblo, Pilato debía haber examinado los hechos y tomado una decisión basada en la verdad. Pero estaba más interesado en la paz que en la verdad, así que le ofreció a la multitud un atractivo compromiso: ¿Jesús o Barrabás? Por derecho, Barrabás debía morir porque era un asesino convicto (Nm 35.16–21). Si Pilato pensó que la multitud escogería a Jesús, ¡ciertamente ignoraba lo que es el corazón humano!

II. EL REY SOMETIDO A BURLA (15.16-20)

Jesús les había dicho a los discípulos que los gentiles se mofarían de Él (10.34), y sus palabras resultaron ciertas. Si a un prisionero lo trataran de esa manera hoy, ¿cuáles serían las consecuencias oficiales? ¡Los soldados romanos no pudieron hacer otra cosa que divertirse ante el pensamiento de un Rey judío! De nuevo, la profecía se cumplió (Is 50.6; 52.14; 53.5; Sal 69.7).

III. EL REY CRUCIFICADO (15.21-41)

Jesús empezó el recorrido hacia el Gólgota llevando su cruz (Jn 19.17), pero en el camino los soldados romanos se la quitaron y exigieron que Simón se la llevara. La palabra «obligaron» en el versículo 21 significa «exigir que alguien realice un servicio público», y los soldados tenían el derecho legal de hacerlo (Mt 5.41). Cuando Marcos escribió su Evangelio los lectores conocían a Simón como «el padre de Alejandro y de Rufo» (v. 21), hombres bien conocidos en la iglesia (Ro 16.13). La experiencia humillante de Simón le llevó a su propia conversión y a la de su familia. ¡Vino a Jerusalén para la Pascua y encontró al Cordero de Dios!
La bebida narcótica que se les daba a los condenados amortiguaba el dolor, pero Jesús la rechazó.
Llevó por completo los sufrimientos por nuestros pecados. También, les había prometido a sus discípulos que no bebería del fruto de la vid sino hasta que festejara con ellos en el reino (Mt 26.29).
Crucificaron a Jesús alrededor de las nueve de la mañana (v. 25) junto a dos ladrones (Is 53.12; Lc 22.37). Cuando los soldados echaron suertes sobre sus vestidos, sin saberlo cumplieron el Salmo 22.18.
Cuando el hombre estaba haciendo lo peor, Dios estaba todavía en control y logrando sus propósitos.
Uno pensaría que la gente hubiera callado y guardado reverencia en lugares como el Calvario, pero no fue así; la mofa continuó. «¡Sálvate a ti mismo!», ha sido siempre el grito del mundo, pero «¡entrégate tú mismo!», es la orden de nuestro Señor (Jn 12.23–28). También los que pasaban se burlaban de Jesús (v. 29), así como los líderes (vv. 31–32), los ladrones (v. 32) y los soldados (Lc 23.36–37). Sin embargo, uno de los ladrones confió en Cristo y entró en su reino (Lc 23.39–43).
Marcos registra los milagros de las tinieblas (v. 33) y el velo que se rasgó (v. 38). La oscuridad nos recuerda de los juicios de Dios sobre Egipto (Éx 10.22) y el velo rasgado anuncia que el camino a la presencia de Dios ha quedado abierto por la muerte de Cristo (Heb 10.1–25). A Jesús no lo asesinaron; voluntariamente entregó su espíritu (Jn 10.11, 15). Su clamor (v. 34) hace eco del Salmo 22.1; es más, el Salmo 22.1–21 es un cuadro profético de la muerte de nuestro Señor en la cruz. El Padre abandonó a Jesús para que nosotros nunca pudiéramos ser abandonados.

IV. EL REY SEPULTADO (15.42-47)

Mujeres fieles fueron las últimas que se hallaban junto a la cruz y las primeras que encontramos frente a la tumba (16.1). La madre de nuestro Señor estuvo junto a la cruz hasta que Juan la llevó consigo (Jn 19.25–27). Pero fue a José de Arimatea y Nicodemo (Jn 19.38–42) a los que Dios había preparado para proteger el cuerpo de Jesús y sepultarlo (Is 53.9; Mt 27.57). Nicodemo fue a Jesús de noche (Jn 3), pero ahora salió a la luz y adoptó una posición por Cristo. Si estos dos hombres valientes no hubieran sepultado el cuerpo de Jesús, se hubiera dispuesto de Él de alguna manera humillante. Es importante para la legitimidad del mensaje del evangelio que la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo estén autenticados como datos históricos (1 Co 15.1–4).

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I. UN MILAGRO INESPERADO (16.1-8)

Las mujeres vinieron a preparar debidamente el cuerpo de Jesús para la sepultura permanente, y aunque admiramos su devoción, nos preguntamos si se olvidaron de las muchas promesas de la resurrección. Ahora que el sabbat había terminado, las lugares de venta estaban abiertos y podían comprar la gran cantidad de especias que se necesitaban. El mayor problema era llegar a la tumba, por cuanto una enorme piedra bloqueaba la entrada. Lo que hallaron en el jardín fue completamente inesperado: ¡la piedra rodada, el cuerpo desaparecido y un mensajero esperándolas para darles las buenas noticias de la resurrección del Señor!
No fue suficiente ser espectadoras; tenían que llegar a ser embajadoras y llevar la palabra a otros.
«¡Vengan y vean! ¡Vayan y digan!», es la responsabilidad de la resurrección (Mt 28.6–7). Nótese que el ángel tiene una palabra especial de estímulo para Pedro y una palabra de dirección para todos los discípulos (v. 7). Como las mujeres, los hombres se habían olvidado de Sus promesas e instrucciones (14.28). ¿Fueron las mujeres emocionalmente capaces de llevar tal mensaje? ¡Ellas temieron, quedaron perplejas y salieron huyendo del lugar! Mateo nos dice que sus corazones se llenaron «de temor y gran gozo» (Mt 28.8) ¡debido a que las noticias eran sencillamente demasiado buenas como para ser verdad!
Se las dijeron a los discípulos, quienes dudaron de lo que oían, pero Pedro y Juan se fueron a investigar la tumba abierta (Jn 20.1–10; Lc 24.12).

II. UN MENSAJE INCREÍBLE (16.9-14)

El énfasis de esta sección está en la incredulidad de los propios discípulos de Cristo, cuando enfrentaron el hecho de su resurrección. Los discípulos «se lamentaron y lloraron» cuando deberían haber estado regocijándose y alabando a Dios. La aparición a los dos hombres en el camino a Emaús se explica en detalles en Lucas (Lc 24.13–32) y la del aposento alto en Juan 20.19–25. Era una iglesia llorando en lugar de ser una testificando debido a que realmente no creían que su Maestro estaba vivo.
El milagro de su resurrección corporal es importante para el mensaje del evangelio y para la motivación del pueblo de Dios al testimonio y al servicio (Hch 1.21–22; 2.32; 4.10, 33).

III. UN MANDATO ILIMITADO (16.15-18)

Cada uno de los cuatro Evangelios concluye con una comisión de Cristo a su Iglesia, para que lleve el mensaje del evangelio hasta los fines de la tierra (Mt 28.18–20; Lc 24.46–49; Jn 20.21–31; y Véanse Hch 1.8). El énfasis del versículo 16 no es sobre el bautismo, sino referente a creer. En la iglesia primitiva creer en Jesús conducía a una pública declaración de fe en la ordenanza del bautismo en agua (Hch 8.36–38; 10.47–48), y ser bautizado algunas veces le costaba a la gente su familia, amigos y trabajo. Si el bautismo en agua fuera esencial para la salvación, nadie del AT sería salvo; Hebreos 11 nos dice que los santos del AT fueron salvos por fe.
Las señales especiales que se describen en los versículos 17–18 se aplicaban principalmente a la edad apostólica (Heb 2.3–4; 2 Co 12.12) y se registran en el libro de los Hechos: hablar en lenguas (Hch 2.1–4; 10.44–46), echar fuera demonios (Hch 8.5–7; 19.12), tomar serpientes en las manos (Hch 28.3–6) y sanar enfermos (Hch 3.1–10; 5.15–16). Pero no hay referencias de alguna persona que haya sobrevivido después de ingerir veneno, pero no todos los milagro se mencionan en Hechos. Nos dieron estos milagros de «señales» para animarnos a confiar en Dios y no tentarlo con experimentos insensatos. Estas señales fueron las credenciales de los apóstoles (v. 20), pero no es necesario realizar milagros para poder servir al Señor (Jn 10.39–42).
El mandato ilimitado a la Iglesia sigue siendo llevar el evangelio a todo el mundo, ¡y tenemos todavía mucho camino que recorrer!

IV. UN MINISTERIO INCAMBIABLE (16.19-20)

Después de completar su obra en la tierra, Jesús regresó al Padre en el cielo; y allí nos representa como nuestro sumo Sacerdote (Heb 4.14–16) y Abogado (1 Jn 2.1–2). Pero hace más que representarnos; también obra en nosotros y a través de nosotros para cumplir el mandato que dejó a su Iglesia. Puesto que el Evangelio de Marcos hace hincapié en Cristo el Siervo, es más que justo que el libro cierre con este recordatorio de que ¡el Siervo de Dios obra todavía! Obra en nosotros (Heb 13.20–21; Flp 2.12–13), con nosotros (v. 20) y por nosotros (Ro 8.28) si le permitimos que obre a través de nosotros por el poder del Espíritu Santo.

A. UNA NOTA ESPECIAL RESPECTO A MARCOS 16.9-20.

Algunos eruditos piadosos y evangélicos no concuerdan respecto a la autenticidad de los versículos finales del Evangelio de Marcos. Algunos creen que son una parte del texto original, mientras que otros piensan que fueron añadidos por algún otro autor, como «resumen», debido a que el texto original se perdió. (Es difícil creer que una parte de las Escrituras inspiradas pudieran perderse.) Debe admitirse que el vocabulario y estilo no son los de Marcos y que el pasaje no aparece en los dos manuscritos más antiguos.

Algunos de los padres de la iglesia primitiva citaron este pasaje, mostrando que conocían que existía y que confiaban en él. Si estos versículos no constituyeran el final del Evangelio de Marcos, debemos aceptar la terminación abrupta en el versículo 8, y con esto, un registro incompleto. Puesto que no hay nada en estos versículos que sea contrario a alguna otra cosa en las Escrituras, parece ser razonable aceptarlos como históricamente auténticos y vivir con los «misterios» que los rodean.