SANTIAGO

Fue probablemente el medio hermano de Jesús. Recordó a los creyentes que debían hacer mucho más que sólo decir que pertenecían a Cristo, debían vivir y actuar de acuerdo con su fe. La auténtica fe salvadora produce acciones cristianas.
La epístola de Santiago es uno de los escritos más instructivos del Nuevo Testamento. Dirigida principalmente contra errores particulares de la época producidos entre los cristianos judíos, no contiene las mismas declaraciones doctrinales completas de las otras epístolas, pero presenta un admirable resumen de los deberes prácticos de todos los creyentes.
Aquí están manifestadas las verdades principales del cristianismo, y al considerárselas con atención, se verá que coinciden por entero con las declaraciones de San Pablo acerca de la gracia y la justificación, abundando al mismo tiempo en serias exhortaciones a la paciencia de la esperanza y la obediencia de la fe y el amor, mezcladas con advertencias, reprensiones y exhortaciones conforme a los caracteres tratados. Las verdades aquí expuestas son muy serias y es necesario que se sostengan y se observen en todo tiempo las reglas para su práctica.
En Cristo no hay ramas muertas o sin savia, la fe no es una gracia ociosa; dondequiera que esté, lleva fruto en obras.
BOSQUEJO SUGERIDO DE SANTIAGO
I. El creyente perfecto y el sufrimiento (1)
A. La obra perfecta: El propósito de Dios (1.1–12)
B. El don perfecto: La bondad de Dios (1.13–20)
C. La ley perfecta: La Palabra de Dios (1.21–27)
II. El creyente perfecto y el servicio (2)
A. La fe demostrada por el amor (2.1–13)
B. La fe demostrada por las obras (2.14–26)
III. El creyente perfecto y su hablar (3)
A. La exhortación (3.1–2)
B. Las ilustraciones (3.3–12)
C. La aplicación: verdadera sabiduría (3.13–18)
IV. El creyente perfecto y la separación (4)
A. Los enemigos contra los que debemos luchar (4.1–7)
1. La carne (vv. 1–3)
2. El mundo (vv. 4–5)
3. El diablo (vv. 6–7)
B. Las amonestaciones que debemos atender (4.8–17)
1. Advertencia contra el orgullo (vv. 8–10)
2. Advertencia contra la crítica (vv. 11–12)
3. Advertencia contra la confianza en uno mismo (vv. 13–17)
V. El creyente perfecto y la Segunda Venida (5)
A. Paciente cuando sufre daño (5.1–11)
B. Puro en su hablar (5.12)
C. Ora en sus pruebas (5.13–18)
D. Persistente en ganar almas (5.19–20)
NOTAS PRELIMINARES A SANTIAGO
I. EL ESCRITOR
Tres hombres del NT se llaman Jacobo [Santiago quiere decir San Jacobo (nota del editor)]:
(1) el hijo de Zebedeo y hermano de Juan (Mc 1.19);
(2) el hijo de Alfeo, uno de los apóstoles (Mt 10.3); y
(3) el hermano de nuestro Señor (Mt 13.55).
Al parecer el hermano de nuestro Señor escribió esta epístola. Durante el ministerio de Cristo, Santiago y sus hermanos no eran creyentes (Mc 3.21; Jn 7.1–10). Santiago recibió una visita especial del Señor después que Él resucitó (1 Co 15.7), lo que indudablemente le trajo a la salvación. Le vemos con los creyentes en el aposento alto (Hch 1.14).
Después que Pedro salió de la escena como líder de la iglesia de Jerusalén (Hch 12.17), Santiago ocupó su lugar. Fue quien dirigió la conferencia de Hechos 15 y el que pronunció la decisión final. En Gálatas 2.9–10 Pablo reconoció su liderazgo, pero en Gálatas 2.11–14 parece criticarle por su influencia legalista. Hechos 21.17–26 menciona que Santiago se inclinaba fuertemente hacia la ley judía.
II. LA CARTA
Este énfasis judío se ve claramente en la epístola de Santiago. Dirigió su carta a los cristianos judíos (1.1, 2) «que están en la dispersión». Véanse también 1 Pedro 1.1 y Juan 7.35. La dispersión consistía de judíos que habían salido de Palestina, pero que continuaban en contacto con su «tierra natal», regresando a ella para las festividades cuando les era posible. Nótese en Hechos 2 que había en Jerusalén multitudes de judíos devotos procedentes de otras naciones del mundo. Algunas de estas comunidades judías eran el resultado de las diversas persecuciones y deportaciones que sufrió Israel.
Otras se formaron voluntariamente por razones de negocios. Por supuesto, Hechos 11.19 nos informa que muchos cristianos judíos fueron esparcidos por todas partes debido a la persecución en Jerusalén.
Estos mantenían comunidades separadas y continuaban su estilo de vida en esas tierras foráneas. Fue a los cristianos judíos esparcidos por todo el Imperio Romano (posiblemente Siria en particular) que Santiago dirigió su carta. La escribió alrededor del año 50 d.C.
El énfasis judío en Santiago se ve de varias maneras. Por un lado, «congregación» en 2.2 es la palabra sinagogué (a pesar de que la palabra «iglesia» se usa en 5.14). El nombre de Cristo se menciona dos veces (1.1 y 2.1). Todas las ilustraciones son del AT, o de la naturaleza. Hay una fuerte correspondencia entre Santiago y el Sermón del Monte, que es la explicación espiritual que Cristo da de la ley. Hay también muchas similitudes entre Santiago y 1 Pedro (que también se escribió a los judíos de la dispersión). Estos cristianos judíos eran verdaderos creyentes, pero todavía mantenían su estilo de vida en sus comunidades judías. Habían nacido de nuevo (1.18) y esperaban la venida del Señor (5.7). No espere hallar en esta epístola las bien desarrolladas doctrinas que hallamos en las cartas de Pablo. El templo todavía existe; muchas sinagogas judías eran cristianas; y el pleno entendimiento de «un cuerpo» todavía no había amanecido en todos los creyentes.
III. EL TEMA BÁSICO
Entretejidos por toda la carta hay dos temas: la persecución externa de la congregación y los problemas internos. Los creyentes experimentaban pruebas y Santiago procuró animarlos. Pero había también divisiones y pecados dentro de la iglesia y Santiago procuraba ayudarlos a que los confesaran y que se perdonaran sus pecados. Uno de los pensamientos clave es la perfección o madurez espiritual (Véanse el bosquejo). Estas personas necesitaban crecer en el Señor y las pruebas podrían ayudarles a madurar si obedecían a Dios.
IV. SANTIAGO Y PABLO
No hay conflictos entre Santiago y Pablo en cuanto a la justificación por fe. ¡Santiago no podía contradecir a Gálatas porque Gálatas todavía no se había escrito! Pablo explica que los pecadores son justificados por la fe (Ro 3–4); Santiago explica que la fe es muerta a menos que se demuestre por obras. No somos salvos por obras, pero la fe que nos salva nos conduce a las buenas obras. Pablo escribió acerca de nuestra posición ante Dios; Santiago escribió acerca de nuestro testimonio ante el mundo.
AUTOR Y FECHA
Esta carta no recibió la aceptación de las iglesias sino hasta el siglo IV. La reserva se debía a la incertidumbre acerca de la identidad de su autor, que se describe (Stg 1.1) meramente como «Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo». Reconociendo que Jacobo, hijo de Zebedeo, murió prematuramente para ser autor de epístola alguna, la iglesia atribuyó la Epístola de Santiago a Jacobo de Jerusalén, el hermano del Señor.
Aparentemente llevaba el título de Apóstol (Gl 1.19) y así se satisfizo el requisito de paternidad apostólica que era imprescindible para la aceptación de cualquier escrito en el Canon.
Hay varios factores que apoyan a Jacobo de Jerusalén como autor. Uno es la sencillez con que el autor se designa a sí mismo (1.1), lo que hace pensar que sus lectores lo conocían muy bien. No hay en el Nuevo Testamento un Jacobo (o Santiago) mejor conocido ni más prominente que el hermano de Jesús y líder de la congregación en Jerusalén. Otro factor que nos inclina a aceptar a Jacobo como autor es el tono de autoridad con que escribe, el carácter homilético de la epístola, su sabor judeocristiano y sus ecos de la literatura sapiencial (sobre la palabra clave «sabiduría», cf. 1.5; 3.17) y de los dichos de Jesús consagrados en el SERMÓN DEL MONTE (por ejemplo, cf. 2.13 con Mt 5.7; 3.12 con Mt 7.16; 3.18 con Mt 7.20; 5.2 con Mt 6.19), señalan a la persona que tuvo una relación singular con Jesús, especialmente después de su resurrección, con Pablo y los demás apóstoles como líder de la iglesia en Jerusalén, y que jugó un papel protagónico en el concilio de Jerusalén.
Un tercer factor que apoya a Jacobo de Jerusalén es que a pesar de ciertas frases de corte helenista (1.17, 23; 3.6), la epístola muestra rasgos hebraicos y usa preguntas retóricas, símiles vívidos, diálogos imaginarios y aforismos didácticos que tienden a señalar como autor a Jacobo, judío cristiano bilingüe. Además, hay ciertas semejanzas lingüísticas entre el discurso de Jacobo en el CONCILIO DE JERUSALÉN (cf. 1.1 con Hch 15.23; 1.27 con Hch 15.14; 2.5 con Hch 15.13; 2.7 con Hch 15.17) la carta que contenía sus resoluciones y la carta de Santiago (Hch 15.23 y Stg 1.1; Hch 15.14 y Stg 1.27; Hch 15.13 y Stg 2.5).
El autor residió continuamente (se supone) en Jerusalén, desde el día de Pentecostés hasta su martirio treinta y dos años después, según lo relata el historiador Josefo. Jacobo tuvo contactos, gracias a su posición de liderazgo, con judíos y cristianos de todas partes del mundo.
Por otra parte, hay varios factores que han convencido a algunos eruditos para que le atribuyan una paternidad diferente: la falta casi completa de doctrinas específicamente cristianas y del nombre de Jesucristo (aparece únicamente en 1.1; 2.1), el lenguaje elegante que indicaría un autor cuyo idioma materno quizá fuese el griego, y la demora en la aceptación de la epístola en el canon. Según esta teoría, «Santiago» es un Jacobo desconocido o un escritor que procura dar autoridad a su carta (una homilía judía cristianizada por ciertos retoques) utilizando el nombre del primer obispo de Jerusalén.
En tal caso, la fecha de composición no sería 40–60, sino 70–110.
A pesar de estos criterios, la paternidad literaria tradicional de Jacobo el hermano de Jesús sigue en pie como la más probable.
NOMBRE COMO PRESENTA A JESÚS: San. 4: 6-8; 5: 7, 8; 5: 15. Dios Siempre Presente, Gran Sanador Y El Ha De Venir.

1

Una de las mejores pruebas de la madurez cristiana es la tribulación. Cuando el pueblo de Dios atraviesa pruebas personales, descubre qué clase de fe realmente posee. Las pruebas no sólo la revela; también desarrollan nuestra fe y carácter cristiano. Los judíos a los que Santiago escribía estaban atravesando pruebas y él quería animarles. ¡Lo extraño es que les dice que se regocijen! La palabra «Salud» en el versículo 1 significa «¡regocíjense!» ¿Cómo puede el cristiano tener gozo en medio de los problemas? Santiago da la respuesta en este primer capítulo mostrando las evidencias que los cristianos tienen en tiempos de tribulación.

I. PODEMOS ESTAR SEGUROS DEL PROPÓSITO DE DIOS (1.1–12)

Las experiencias que les vienen a los hijos de Dios no son por accidente (Ro 8.28). Tenemos un amante Padre celestial que controla los asuntos de este mundo y que tiene un propósito detrás de cada acontecimiento. Los cristianos deben esperar que las pruebas vengan; Santiago no dice «si», sino «cuando». (La palabra griega para «tentación» en 1.2 significa «pruebas o tribulaciones»; mientras que la palabra griega para «tentar» en 1.13 significa «incitación a hacer el mal».) ¿Cuál es el propósito de Dios en las pruebas? Es la perfección del carácter cristiano de sus hijos. Él quiere que sus hijos sean maduros (perfectos) y la madurez se desarrolla sólo en el laboratorio de la vida.
Las pruebas pueden producir paciencia (Véanse Ro 5.3), lo cual significa «resistencia»; y la resistencia a su vez conduce al creyente a una madurez más profunda en Cristo. ¡Dios permitió que el joven José atravesara trece años en la escuela de la prueba para transformarlo de arena a roca! Pablo atravesó muchas pruebas y cada una le ayudó a madurar su carácter. Confiar en Dios durante las pruebas, por supuesto, exige fe del cristiano, pero saber que Dios tiene un propósito divino en mente nos ayuda a someternos a Él.
En los versículos 5–8 Santiago analiza esta cuestión de fe, según se expresa en la oración. No siempre entendemos los propósitos de Dios y a menudo Satanás nos tienta a preguntar: «¿Se preocupa realmente Dios?» Aquí es donde viene la oración; podemos pedirle a nuestro Padre sabiduría y Él nos la dará. Pero no debemos ser de doble ánimo. La palabra sugiere vacilación, duda; literalmente significa «tener dos almas». Los creyentes de doble ánimo no son estables durante las pruebas. Sus emociones y decisiones fluctúan. En un minuto confían en Dios; al siguiente minuto dudan de Él. La fe en Dios durante las pruebas siempre guía a la estabilidad; Véanse 1 Pedro 5.10.
Tanto el rico como el pobre adoraban en las iglesias a las cuales Santiago escribió (2.1–9; 5.1) y recalcó que las pruebas benefician a ambos grupos. Las pruebas harán que el pobre recuerde que es rico en el Señor y que por consiguiente no puede perder nada; las pruebas le recuerdan al rico que no se atreva a vivir por sus riquezas o a confiar en ellas. El versículo 12 es una hermosa bienaventuranza y promesa para que la reclamemos en tiempos de pruebas y tribulación.

II. PODEMOS ESTAR SEGUROS DE LA BONDAD DE DIOS (1.13–20)

Muchas personas parecen tener la idea de que debido a que Dios es bueno, no debería permitir que su pueblo sufra o sea tentado. Se olvidan que Él quiere que sus hijos crezcan y experimenten nuevas bendiciones de su gracia; y una manera en que pueden madurar es atravesando pruebas y tentaciones.
En este pasaje Santiago enfatiza la bondad de Dios y advierte a los cristianos respecto a rebelarse en contra de Él en tiempos de pruebas (1.13, 20).
Primero, hace una cuidadosa distinción entre las pruebas y las tentaciones. Dios envía pruebas para sacar lo mejor de nosotros (Véanse Abraham, Gn 22.1), pero Satanás envía tentaciones para sacar lo peor de nosotros. Los creyentes no deben decir que Dios los tienta, porque las tentaciones brotan de nuestra misma naturaleza. Describe el «nacimiento» del pecado: la incitación de afuera genera el deseo lujurioso por dentro; la concupiscencia concibe y da a luz al pecado; ¡y el pecado trae muerte! Las palabras, «atraído» y «seducido» (v. 14) son términos de cacería; forman una imagen del cazador o pescador que usan la carnada para atraer a su presa.
Luego Santiago recuerda a estos creyentes que Dios sólo da buenas dádivas y estas proceden del cielo. Dios es luz; su bondad no parpadea como alguna estrella distante. Somos los hijos de Dios. Él nos engendró mediante su Palabra y somos las primicias de sus criaturas, la «muestra» de lo que seguirá a la venida de Cristo (Ro 8.23). Por consiguiente, los cristianos no deben apresurarse a hablar ni a quejarse cuando vengan las pruebas. Más bien deben ser prontos para oír la Palabra, confiar en ella y obedecerla. Después de todo, Él obra su voluntad en nuestras vidas cuando somos pacientes, no cuando nos enfurecemos.

III. PODEMOS ESTAR SEGUROS DE LA PALABRA DE DIOS (1.21–27)

La frase «pronto para oír» (v. 19) nos recuerda cómo el cristiano debería oír y obedecer la Palabra de Dios, el tema de esta sección. En el versículo 21 Santiago usa una ilustración de la agricultura, al hablar de «primicias» y de «la palabra implantada [injertada]». Santiago tal vez esté refiriéndose a la parábola del sembrador (Mt 13.1–9, 18–23) en la cual se compara al corazón con el suelo y a la Palabra con la semilla. Si los creyentes van a recibir la Palabra y obtener de ella fortaleza en las tribulaciones, ¡deben arrancar las malas hierbas! «Abundancia de malicia» puede traducirse también como «exuberante crecimiento de maldad», o sea, ¡hierbas malas! El terreno del corazón debe prepararse para recibir la Palabra. Si tenemos en nuestros corazones pecados no confesados y amargura en contra de Dios debido a nuestras pruebas, no podemos recibir la Palabra y ser bendecidos por ella.
En los versículos 22–25, Santiago cambia el cuadro y compara la Palabra a un espejo. La Palabra de Dios revela lo que hay por dentro, así como el espejo revela lo que aparece por fuera. Cuando los cristianos miran en la Palabra se ven como Dios los ve y así pueden examinar sus corazones y confesar sus pecados. Pero no basta con una simple mirada y lectura de la Palabra; debemos obedecer lo que leemos. Una persona que sólo oye la Palabra, pero no la obedece, es como alguien que echa un vistazo casual al espejo, ve que su cara está sucia y sigue su camino sin hacer nada al respecto. Tal persona piensa que se ha mejorado espiritualmente cuando en realidad se ha hecho más daño.
El versículo 25 nos dice que debemos observar la Palabra con atención (no un vistazo casual) y a través de ella vernos nosotros mismos. Debemos entonces obedecer lo que la Palabra dice. Si lo hacemos, seremos bienaventurados (bendecidos). Lo que hace feliz a una persona no es la lectura de la Palabra, sino su obediencia. Santiago la llama «la perfecta ley, la de la libertad», porque la obediencia a la Palabra produce libertad espiritual (Jn 8.30–32). Disfrutar la vida cristiana no es esclavitud, ¡es libertad maravillosa!
Los versículos 22–25 hablan de la vida privada de los creyentes cuando miran en la Palabra; los versículos 26–27 describen su vida pública, su práctica de la Palabra. La palabra griega para «religioso» (v. 26) significa «la práctica externa de la religión». En ninguna parte la Biblia llama «una religión» a la fe cristiana; es un milagro, un nuevo nacimiento, una vida divina. «Si alguno se cree religioso», dice Santiago, «que lo demuestre con su vida».
 ¿Cuáles son las características de la religión pura? Son:
(1) dominio propio, es decir, refrenar la lengua (Véanse 3.2);
(2) amor por otros; y:
(3) una vida limpia.
La palabra «visitar» (v. 27) significa «cuidar de»; sugiere el cuidado sacrificial hacia los que tienen necesidad. La verdadera religión no es cuestión de formas o ceremonias; es asunto de controlar la lengua, servicio sacrificial y un corazón limpio.
Santiago usa varias veces en este capítulo la palabra «perfecto». En los versículos 1–2 tenemos la obra perfecta de Dios; en versículos 13–20 vemos la dádiva perfecta de Dios; y en versículos 21–27, la ley perfecta de Dios. La obra perfecta de Dios en su propósito nos hace madurar; su dádiva perfecta es su bondad hacia nosotros en tiempos de pruebas; y su ley perfecta es la Palabra que nos fortalece y nos sostiene.

2

En Gálatas 5.6 Pablo describe a la vida cristiana como «la fe que obra por el amor». En este capítulo se analizan estos dos aspectos. La idea básica es que la verdadera fe bíblica no está muerta; se revela en amor (vv. 1–13) y en obras (vv. 14–26). Demasiadas personas tienen una creencia intelectual en Cristo, pero no una de corazón. Creen en los hechos del cristianismo histórico, pero no tienen la fe salvadora en Cristo.

I. LA FE SE DEMUESTRA POR EL AMOR (2.1–13)

Al decir «que vuestra fe, sea sin» realmente significa «practíquenla sin». No sólo debemos tener fe; debemos practicarla en nuestras vidas diarias. No debemos creer a «Dios» de una manera vaga, general, como lo hacen muchos miembros de las iglesias (incluso Satanás: v. 19); debemos tener una fe personal en Jesucristo específicamente. No es una fe en Dios de «así lo espero» lo que salva el alma; es una entrega definitiva a Jesucristo, el Hijo de Dios. Aquí a Cristo se le llama «glorioso» (omítase «el Señor de»), puesto que Él es la misma gloria de Dios (Heb 1.3). Para los judíos que leían esta carta «la gloria» identificaba a Cristo con la shekiná del AT, la gloria de Dios que moraba en el tabernáculo y en el templo. Esa gloria ahora mora en el creyente y en la Iglesia (Col 1.27; 3.4; Ro 8.30; Jn 17.22).
¿Cómo mostramos amor por otros? Al aceptarlos por lo que son y al verlos como personas por las cuales Cristo murió. No debemos juzgar o condenar a otros. Preferir al rico más que al pobre es un pecado terrible, porque Cristo se hizo pobre para que nosotros fuésemos enriquecidos en Él. Véanse Romanos 2.11 y 1 Timoteo 5.21. Santiago afirma de forma contundente que cuando un pobre entra en una asamblea cristiana (aquí la palabra es «sinagoga»), debe recibírsele en amor y mostrarle tanta cortesía como si fuera un rico. Muchos tal vez miran la apariencia externa; Dios ve el corazón (1 S 16.7).
El «hombre con anillo de oro» (sugiere que usa muchos anillos «ostentosos») no es mejor a los ojos de Dios que el que viste humildemente («andrajoso»). A algunos judíos les encantaban los lugares de honor (Lc 14.7–11) y la admiración de los hombres (Mt 23.5–12). Desafortunadamente, a muchos cristianos también.
¿Qué es tan pecaminoso en cuanto a mostrar respeto por las personas acomodadas? Por un lado, nos convierte en jueces y Dios es el único que puede juzgar honestamente a una persona (v. 4). La palabra «distinciones» significa aquí «dividido» y nos lleva de nuevo a la persona de doble ánimo que se menciona en 1.8. Esta clase de juicio muestra valores falsos (vv. 5–6), porque Cristo claramente afirmó que los pobres heredarán el reino (véanse Lc 6.20; Mt 5.3). Santiago les recuerda que los ricos oprimen a los santos y hasta los arrastran a las cortes. Al rehusar recibir al pobre estos creyentes han deshonrado al pobre al cual Dios ama (Véanse Pr 14.31).
En el versículo 7 Santiago nos recuerda que los ricos incluso blasfeman el nombre de Cristo «que fue invocado» sobre ellos (refiriéndose quizás a su bautismo; Mt 28.19, 20). Aún más, la «ley real» para el creyente es la del amor. Cita Levítico 19.18, 34; pero también se refiere a las palabras de Cristo en Mateo 22.34–40. Véanse además Romanos 13.8–10 y Gálatas 5.14. Es pecado mostrar favoritismo; ¡quebrantar un mandamiento es ser culpable de quebrantar la ley entera! Dios mismo dio todos los mandamientos y todos deben obedecerse y practicarse. Por supuesto que Santiago no pone al cristiano bajo la Ley Mosaica; se está refiriendo a la ley moral que sigue vigente bajo el nuevo pacto. Debemos hablar y actuar como quienes seremos juzgados, no por la ley de Moisés, sino por la más severa «ley de la libertad», la del amor escrita en nuestros corazones por el Espíritu Santo.

II. LA FE SE DEMUESTRA POR OBRAS (2.14–26)

En estos versículos Santiago no contradice a Pablo. En Romanos 4.1–5 y Gálatas 3 Pablo explica cómo el pecador es justificado, cómo se le da una posición correcta delante de Dios; Santiago, por otro lado, escribe cómo una persona salva demuestra a otros esa salvación. Las personas no tienen por qué creer que somos salvos si no ven un cambio en nuestras vidas. Un pecador se salva por la fe, sin obras (Ef 2.8, 9), pero la verdadera fe que salva conduce a las obras (Ef 2.10). Ser cristiano no es asunto de lo que decimos con los labios, involucra lo que hacemos con la vida. (Nótese que la declaración del versículo 14: «¿Podrá la fe salvarle»? debe leerse: «¿Podrá esa clase de fe salvarle?», en referencia a la primera frase del versículo.)
No mostramos nuestra fe en Cristo sólo por grandes proezas, tales como las que se mencionan en Hebreos 11, sino por lo que decimos y hacemos día tras día. Léase 1 Juan 3.16–18 junto con los versículos 14–16. La fe sin obras es una fe muerta (vv. 17, 26), no es viva. Hay un reto en el versículo 18: «Muéstrame tu fe sin tus obras». ¡Esto es imposible! La única forma que puede ser expresada la fe en la vida del cristiano es a través de la obediencia amorosa y práctica a la Palabra de Dios. ¡Incluso el diablo tiene una fe muerta! (v. 19). Léanse Mateo 8.29 y Hechos 16.17 para ver cómo los demonios reconocieron a Cristo. Sin embargo, esta clase de fe no los salvará.
Santiago retrocede al Antiguo Testamento en pos de dos ejemplos de fe que condujeron a las obras.
El primero es Abraham (Gn 22.1–19). Abraham anhelaba tener un hijo y Dios le prometió uno.
Abraham creyó en la promesa de Dios y esta fe le dio la justicia que necesitaba para la salvación (Gn 15.1–6; Ro 4.1–5). Dios le prometió que a través de Isaac su descendencia sería más numerosa que la arena del mar y las estrellas de los cielos. ¡Luego Dios le pidió a Abraham que sacrificara a ese hijo sobre el altar! Abraham tenía fe en Dios y por consiguiente no tuvo temor de obedecerle. Hebreos 11.17–19 indica que Abraham creía que Dios podía incluso levantar a Isaac de los muertos. En resumen, Abraham demostró su fe por sus obras. Su obediencia a la Palabra fue evidencia de su fe en la Palabra. Su fe se perfeccionó (maduró) en su acto de obediencia. Véanse en 2 Crónicas 20.7 e Isaías 41.8 la expresión «amigo de Dios».
La segunda ilustración que usa Santiago es Rahab (Jos 2; 6.17–27). Esta mujer era pecadora; sin embargo, ¡su nombre se incluye en la familia de Cristo! (Mt 1.5). Hebreos 11.31 indica que era una mujer de fe. Vivía en la ciudad condenada de Jericó y oyó que Dios había juzgado a los enemigos de Israel. Creyó en el informe respecto a Dios que había oído (Jos 2.10, 11), porque «la fe viene por el oír» (Ro 10.17). Nótese que también tenía seguridad (Jos 2.9, 21). Téngase en mente que Rahab era una creyente en el Dios de Israel antes de que los dos espías llegaran a su casa. Fue su recepción y protección hacia los dos espías lo que demostró su fe en Dios. Arriesgó su vida para identificarse con Israel. Debido a su fe, demostrada por sus obras, ella y su familia (quienes también creyeron) se libraron del juicio que vino sobre toda la población de Jericó.
El versículo 24 resume todo el asunto: la fe sin obras no es una fe que salva. Triste es decirlo, pero hay multitudes de cristianos profesantes y miembros de las iglesias que tienen esta «fe muerta».
Profesan fe con sus labios (v. 14), pero sus vidas niegan lo que profesan. Esta es la misma verdad que Pablo explicó cuando le escribió a Tito. «Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan» (Tit 1.16). Los verdaderos cristianos son «un pueblo propio, celoso de buenas obras» (Tit 2.14). Por eso Pablo advierte: «Examinaos a vosotros mismos si están en la fe; probaos a vosotros mismos» (2 Co 13.5). Esto no significa que un verdadero cristiano nunca peca (1 Jn 1.5–10). Pero sí significa que un verdadero cristiano no hace del pecado el hábito de su vida. Un verdadero cristiano lleva fruto para la gloria de Dios y anda de manera que le agrade.
Toda la cuestión de la fe y las obras se resume en Efesios 2.8–10: (1) la obra que Dios hace por nosotros (salvación): «Porque por gracia habéis sido salvados[...] no por obras»; (2) la obra que Dios hace en nosotros (santificación): «porque somos hechura suya»; (3) la obra que Dios hace mediante nosotros (servicio): «creados[...] para buenas obras».

3

Podemos identificar a los cristianos maduros por su actitud hacia el sufrimiento (cap. 1) y por su obediencia a la Palabra de Dios (cap. 2). Ahora Santiago nos dice que el hablar del cristiano es otra prueba de madurez. ¡Leemos y oímos muchas palabras todos los días y nos olvidamos de lo maravilloso que es una palabra! Cuando Dios nos facultó para hablar, nos dio una herramienta con la cual edificar; pero también puede convertirse en un arma de destrucción.

I. LA EXHORTACIÓN (3.1–2)

Por lo visto había una rivalidad entre las iglesias respecto a quién enseñaría, porque Santiago les advierte: «No os hagáis maestros muchos de vosotros». ¿La razón? Los que enseñaban serían juzgados más estrictamente que los que escuchaban. Es muy triste que cristianos inmaduros traten de convertirse en maestros antes de estar listos. Piensan que han alcanzado un gran lugar de honor, cuando en realidad lo que han buscado es un juicio más severo de Dios.
Santiago prontamente concuerda en que todos tropezamos de muchas maneras, en especial en lo que decimos. Es más, el que puede controlar la lengua demuestra que tiene control sobre el cuerpo entero. Lea 1.26 de nuevo y note también las muchas referencias a la lengua en el libro de Proverbios.
Pedro es una buena ilustración de esta verdad. En los Evangelios, mientras era todavía un discípulo inmaduro, a menudo perdía el control de su lengua y el Señor tenía que reprenderle o enseñarle. Pero después de Pentecostés su disciplina espiritual fue evidente en su hablar bajo control.

II. LAS ILUSTRACIONES (3.3–12)

Santiago usa tres ilustraciones en pares para describir el poder de la lengua.
A. PODER DE DIRIGIR: EL FRENO Y EL TIMÓN (VV. 3–4).
La palabra «timón» en el versículo 4 es la parte de la nave que la dirige en el agua. A menudo pensamos que nuestras palabras no tienen importancia, pero la palabra equivocada puede llevar al oyente en la senda equivocada. Una palabra ociosa, un cuento cuestionable, una verdad a medias, o una mentira deliberada puede cambiar el curso de una vida y conducirla a la destrucción. Por otro lado, la palabra correcta usada por el Espíritu puede guiar a un alma a salir del pecado e ir a la salvación. Así como el caballo necesita un guía y el timón necesita un piloto, nuestra lengua necesita al Señor para que la controle.
B. PODER PARA DESTRUIR: EL FUEGO Y EL ANIMAL (VV. 5–8).
El tamaño de una cosa no determina su valor ni su poder. La lengua es un pequeño miembro del cuerpo, pero puede causar gran destrucción. ¡Cómo le gusta a la lengua jactarse! (Por supuesto, lo que la lengua dice sale del corazón: Mt 12.34–35.) «¡Cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!» (v. 5). Cada año muchas hectáreas de madera se pierden debido a acampantes o fumadores descuidados.
Una pequeña llama puede incendiar un bosque entero. La lengua es una llama: puede, mediante mentiras, chismes y palabras acaloradas, incendiar por completo a una familia o a una iglesia. Véanse Proverbios 16.27. Y el «hollín» del fuego puede contaminar a todo el mundo involucrado. Cuando el Espíritu vino en Pentecostés, hubo lenguas de fuego del cielo que capacitaron a los cristianos para testificar; pero también es posible que la lengua sea «inflamada por el infierno» (v. 6). Santiago además compara la lengua a una bestia feroz y venenosa que no se puede domar. Ningún hombre puede domar la lengua; sólo Dios puede controlarla mediante su Espíritu. La lengua es inquieta, ingobernable (o sea, indomable). ¡Cuánto veneno esparce! Una lengua espiritual es medicina (Pr 12.18).
C. PODER PARA DELEITAR: LA FUENTE Y EL ÁRBOL (VV. 9–12).
Es imposible que una fuente produzca a la vez agua dulce y amarga; y es imposible que la lengua hable a la vez bendición y maldición. Cuán a menudo «bendecimos a Dios» en nuestra oración y canto y luego «maldecimos a los hombres» en nuestra cólera e impaciencia. Véanse Proverbios 18.4. Los cristianos deben permitir que el Espíritu haga brotar «aguas vivas» de la Palabra mediante sus lenguas.
Algo anda mal en el corazón, cuando la lengua no lo respalda. De la misma manera, un árbol no puede llevar dos clases de fruto. Véanse Proverbios 13.2 y 18.20–21. El «fruto de labios» (Véanse Heb 13.15) debe ser siempre espiritual.
Después de considerar estos seis ejemplos, los creyentes deben darse cuenta de que no pueden permitir que Satanás use sus lenguas. La palabra indebida dicha en el momento indebido puede dañar un corazón o hacer que una persona se descarríe. Necesitamos hacer del Salmo 141.1–4 nuestra oración constante.

III. LA APLICACIÓN (3.13–18)

Uno de los temas clave en el libro de Santiago es la sabiduría, o la vida práctica dirigida por la Palabra de Dios (Véanse 1.5). Es trágico cuando a los cristianos les falta la sabiduría práctica para dirigir sus asuntos, tanto los personales como los de la iglesia. Demasiadas personas tienen la idea de que ser «espiritual» es sinónimo de no ser práctico; ¡y nada está más lejos de la verdad! Cuando el Espíritu Santo nos guía, usa nuestras mentes y espera que hallemos primero los hechos y pesemos las cuestiones a la luz de la Palabra de Dios. Santiago indica que hay dos fuentes de sabiduría y que el creyente debe usar de discernimiento. La lengua del creyente puede estar llena de la verdadera sabiduría de lo alto o de la falsa sabiduría de abajo.
A. LA SABIDURÍA FALSA DE ABAJO (VV. 14–16).
Cuando hay amargura y envidia en el corazón, nuestra lengua expresará tales cosas. No importa cuán espiritual pudiera ser nuestra enseñanza: si la lengua no está bajo el control del Espíritu de un corazón amante, impartimos falsa sabiduría. Para su vergüenza, ¡los cristianos a menudo creen en esta falsa sabiduría y hasta se glorían de ella! Saben que esta «sabiduría» contradice la Biblia, de modo que mienten incluso en contra de la verdad de la Palabra de Dios. La sabiduría falsa pertenece al mundo (terrenal), la carne (sensual) y al diablo (diabólica): los tres grandes enemigos del creyente (Ef 2.1–3).
Uno siempre puede decir cuándo una iglesia o una familia sigue a la falsa sabiduría: encontramos allí celos, división y confusión. En lugar de humilde dependencia en el Espíritu y la Palabra, buscan en el mundo ideas y en la carne fortaleza, y al hacerlo así caen derecho en las manos del diablo.
B. LA SABIDURÍA VERDADERA DE LO ALTO (VV. 17–18).
Los creyentes verdaderamente sabios no necesitan pregonar que son sabios; se ve en su vida diaria (conversación edificante y buena conducta) y actitud (mansedumbre). El conocimiento envanece (1 Co 8.1), pero la sabiduría espiritual nos hace humildes y evita que seamos arrogantes. En tanto que la falsa sabiduría tiene su origen en el mundo, la carne y el diablo, la verdadera sabiduría «es de lo alto» (Véanse 1.17). Viene de Dios, por el Espíritu; no la inventa la mente del hombre.
Esta verdadera sabiduría es pura; no hay error en la Palabra de Dios. Es pacífica: conduce a la paz y a la armonía, no a la discordia (Véanse 4.1–10). Los métodos humanos para alcanzar la paz es mediante el sacrificio de la armonía, pero Dios no obra así. En donde la gente se somete a la Palabra pura de Dios, siempre habrá paz.
La sabiduría de lo alto es también amable; la amabilidad incluye paciencia y dominio propio.
Cuando la carne controla la lengua, desata un aluvión de palabras sin control o sin una disposición para escuchar a otros. «El necio da rienda suelta a toda su ira», dice Proverbios 29.11. La persona sabia es amable y persuade con paciencia; no amenaza ni acusa. «Benigna» (v. 17) sugiere una disposición a ceder, a ser razonable. Las personas sabias están llenas de misericordia, no se apresuran a juzgar ni condenar; sus vidas están llenas de buenos frutos. No hay fluctuación («parcialidad», 1.6 y 2.4); aunque están dispuestas a ceder no están dispuestas a comprometer la verdad. Por último, la verdadera sabiduría no permite la hipocresía; la verdad se habla y se respalda con un motivo limpio.

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Este capítulo deja en claro que había divisiones y disputas carnales entre estos creyentes. Una causa era el deseo egoísta de muchos que querían ser maestros (3.1), pero la causa básica era la desobediencia.
Había una falta de verdadera separación en las vidas de las personas. Es una tragedia cuando los hermanos viven en discordia en lugar de vivir en unidad (Sal 133). «¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?» (Am 3.3).

I. LOS ENEMIGOS QUE DEBEMOS ENFRENTAR (4.1–7)

Notamos en 3.15 que el cristiano lucha contra el mundo, la carne y el diablo. La misma lista se halla en Efesios 2.1–3, donde se describe la vida del pecador no salvo. La persona no salva vive para el mundo y la carne y está bajo el control del diablo. Los que confían en Cristo reciben el Espíritu Santo y tienen una nueva naturaleza. Sin embargo, todavía batallan contra estos enemigos.
A. LA CARNE (VV. 1–3).
La palabra «pasiones» no significa necesariamente pasiones sensuales. Significa simplemente deseos. Estos deseos obran en los miembros del cuerpo y estimulan a la carne y crean problemas. Por favor, tenga presente que el cuerpo en sí mismo no es pecaminoso; es la naturaleza caída la que controla el cuerpo la que es pecaminosa. La carne es la naturaleza humana separada de Dios, así como el mundo es la sociedad humana separada de Dios. Es por eso que Romanos 6 nos exhorta a someter los miembros de nuestro cuerpo al Espíritu; véanse también el énfasis en Romanos 8 y Gálatas 5.
Nótese también lo que dice Santiago en 1.5 respecto a nuestros deseos.
En el versículo 2 Santiago describe las acciones pecaminosas de estos creyentes: codician, matan para obtener (Véanse Gl 5.15) y no se detienen a orar respecto a sus deseos. Y, cuando en efecto oran, lo hacen egoístamente para aumentar sus placeres, no para glorificar a Dios. ¡La carne hasta puede estimular a una persona a orar! Por supuesto, cuando un creyente está en guerra consigo mismo no es muy probable que puede tener paz con otros.
B. EL MUNDO (VV. 4–5).
Adulterio espiritual es estar casado con Cristo (Ro 7.4) y sin embargo amar el mundo (2 Co 11.2, 3). En el AT Dios llama «adulterio» a la idolatría de Israel debido a que los ídolos le habían robado la devoción de su pueblo. ¿Cómo pueden los cristianos tener amistad con el mundo cuando han sido llamados a salir de él? (Jn 15.18, 19). Hemos sido crucificados al mundo y este a nosotros (Gl 6.14).
Hay cuatro pasos peligrosos que da el creyente para entrar en una relación errada con el mundo:
(1) amistad con el mundo, Santiago 4.4;
(2) contaminarse con el mundo, Santiago 1.27;
(3) amar al mundo (1 Jn 2.15–17;
(4) conformarse al mundo, Romanos 12.1, 2.
El resultado es que el creyente en componenda es juzgado con el mundo (1 Co 11.32). Lot ilustra esta necedad; véanse Génesis 13.10–13 y el capítulo 19. Los creyentes amigos del mundo son enemigos de Dios. Entristecen al Espíritu, quienes anhelan celosamente su amor.
C. EL DIABLO (VV. 6–7).
Los cristianos que viven para el mundo y la carne se tornan orgullosos y el diablo se aprovecha de esta situación, porque el orgullo es una de sus armas principales. Dios quiere darnos más gracia, ¡más que cualquier cosa que Satanás puede dar! El cristiano debe usar la Palabra para resistir a Satanás (Lc 4.1–13) y el Espíritu lo capacitará para hacerlo. Pero Dios no puede ayudar al cristiano orgulloso, que rehúsa arrepentirse del pecado y humillarse. La gracia es para el humilde, no para el arrogante.
Debemos primero someternos a Dios; luego podemos resistir eficazmente al diablo. Es importante que los cristianos se auto-examinen para ver si alguno de esos enemigos están derrotándolos.

II. LAS EXHORTACIONES QUE DEBEMOS ATENDER (4.8–17)

Santiago ahora se vuelve a tres advertencias importantes y llama a los cristianos a arrepentirse de sus pecados. A menos que los individuos en las iglesias estén a bien con Dios, no puede haber paz.
A. ADVERTENCIA CONTRA EL ORGULLO (VV. 8–10).
Las guerras y las contiendas se originan en el orgullo; el cristiano sabio siembra semillas de paz (3.13–18). El orgullo nos aleja de Dios; mancha nuestros corazones y obras. De nuevo es el pecado de doble ánimo y esto es básicamente la falta de sumisión. La expresión «purificad vuestros corazones» (v. 8) lleva la idea de tener un corazón casto y fiel, sin amar al mundo ni entristecer al Espíritu. Estos creyentes vivían en placeres, rodeados de risa y gozo mundanos. Necesitaban ser sobrios y serios, quitando el pecado de sus vidas. Santiago promete que si se humillan, Dios les ensalzará. Véanse Mateo 23.12; Lucas 14.11; 1 Pedro 5.6 y Proverbios 29.23.
B. ADVERTENCIA CONTRA LA CRÍTICA (VV. 11–12).
Cuando las personas tienen una mente mundana y llena de orgullo a menudo son dadas a criticar a otros con prontitud. Los conflictos entre estos cristianos tenían su origen en que se juzgaban y hablaban mal los unos de los otros. ¡Aquí tenemos de nuevo a la lengua! (1.19, 20, 26 y 3.5, 6). ¡Cuántas iglesias se han dividido y caído en desgracia debido a lenguas que odian y critican! La Biblia nos enseña que debemos tener discernimiento cristiano (1 Ts 5.21, 22; 1 Jn 4.1–6), pero esto no significa que podemos juzgar los corazones y los motivos de otros.
En Mateo 7.1–5 Jesús enseña que los creyentes tienen el derecho de ayudar a otros a vencer sus pecados, pero que primero deben juzgar su propia pecaminosidad. Si tengo una viga en mi ojo, ¿qué derecho tengo de criticar al que tiene una pizca de polvo en el suyo? No puedo ver con suficiente claridad como para ayudarle mientras no haya primero atendido mis propias necesidades. Cuando juzgamos a otros cristianos sin amor y misericordia, nos convertimos en legisladores; y Dios es el único que dicta la ley. Si todos nos dedicáramos a obedecer la Palabra y no a investigar para ver cuán bien otros la obedecen, nuestras iglesias tendrían armonía y paz.
Santiago sugiere en el versículo 12 que el único con derecho a juzgar es el que tiene el poder para castigar; o sea, Dios.
C. ADVERTENCIA CONTRA LA SOBERBIA ARROGANTE (VV. 13–17).
El orgullo, la crítica y la soberbia van juntas. Los humildes oran para que Dios ayude a los cristianos desobedientes y tratan de amarlos al punto de procurar que regresen a la comunión con Cristo. Los humildes saben cómo decir «si el Señor quiere» al hacer sus planes cada día. Pero estos creyentes se jactaban de sus planes y se regocijaban por anticipado en el éxito. ¡Iban a ir a la gran ciudad, establecer grandes negocios y regresar ricos! Les advierte que esta jactancia carnal y soberbia es peligrosa. Para empezar, no sabemos nada respecto al mañana; sólo Dios lo sabe. ¡El que se jacta del mañana está afirmando ser Dios! Es más, la vida en sí misma es incierta, una nube que viene de pronto y se va (Job 7.7; Sal 102.3).
No sabemos ni siquiera cómo terminará la vida, de modo que, ¿cómo podemos estar tan confiados? Debemos decir: «Si el Señor quiere, viviremos». Cada creyente necesita estar bien consciente de la brevedad de la vida. «Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría» (Sal 90.12). Jactarse respecto a un futuro desconocido es pecado. Sin embargo, muchas personas planean sin orar ni buscar la dirección de Dios. Viven como el pecador mundano que piensa que tiene seguridad para el futuro, pero descubre que lo ha perdido todo (Lc 12.15–21).
El versículo 17 resume el capítulo y recalca que podemos tanto pecar por negligencia como por acción deliberada. No es simplemente lo que hacemos, sino también lo que no hacemos, lo que es pecaminoso. Es por eso que los puritanos solían hablar de los «pecados de comisión» y los «pecados de omisión». La vida es tan breve que no podemos darnos el lujo de desperdiciarla. Debemos lograr que nuestras vidas sean de valor para la causa de Cristo antes que Él vuelva.

5

Hay diversas cuestiones en este último capítulo, pero el pensamiento clave parece ser la Segunda Venida de Cristo (vv. 7–9). Cuando los cristianos sinceramente esperan el regreso de Cristo, las evidencias de esta esperanza se muestran en sus vidas.

I. SON PACIENTES CUANDO SUFREN DAÑO (5.1–11).

En aquellos días existía un gran abismo entre el rico y el pobre; la «clase media», como se conoce hoy en día, no era representativa en la sociedad. Parece que el evangelio apelaba a las masas pobres, mientras que los ricos rechazaban a Cristo (con algunas excepciones) y oprimían a los cristianos pobres.
A. LOS PECADOS DEL RICO (VV. 1–6).
Santiago hace una lista de pecados y muestra que el rico sólo se preparaba para el juicio venidero.
Primero menciona la avaricia (vv. 1–3). Proclama que los ricos habían amasado su riqueza únicamente para verla desaparecer. Su oro, plata y ropas (Véanse Mt 6.19, 20) se enmohecerían y la comerían las polillas. Esas mismas riquezas, al esfumarse, testificarían en contra de su presente egoísmo y de nuevo en contra de ellos en el juicio. Habían acumulado tesoros, pero se habían olvidado que el «día postrero» estaba a las puertas y que el juicio se avecinaba. Santiago quizás se refería a la inminente caída de Jerusalén.
El segundo pecado que menciona es robar la paga del pobre (v. 4); habían retenido la paga honesta del pobre (Véanse Lv 19.13). Usaban del fraude para robarse estos jornales y sus pecados los alcanzarían. A menudo oímos la frase «el dinero habla». En este caso los salarios robados clamaban a Dios por justicia y los trabajadores necesitados clamaban a Dios también. «Señor de los ejércitos» (v. 4) es el «nombre de batalla» de Dios. Véanse Isaías 1.9 y Romanos 9.29. ¡Dios vendría con sus ejércitos y juzgaría a esos ladrones!
El tercer pecado mencionado es la vida disoluta (v. 5). Es cierto que Dios quiere que disfrutemos de las bendiciones de la vida (Véanse 1 Ti 6.17), pero no quiere que tal vida sea de desperdicio y lujos mientras se roba a otros en necesidad. Estos hombres vivían con lujo innecesario y gastaban con desenfreno el dinero que no les pertenecía lícitamente. Santiago los compara a ganado torpe que engorda sin moderación, ¡que no se dan cuenta de que sólo los engordan para la matanza! Véanse Amós 4.1–3. El pecado final que menciona es la injusticia (v. 6). Los ricos se aprovechaban de su poder para maltratar y matar al pobre. Estos cristianos no hicieron resistencia; dejaron su caso en manos del Juez Justo (Ro 12.17–21).
B. LA PACIENCIA DEL POBRE (VV. 7–11).
Santiago anima a estos cristianos que sufrían a poner sus ojos en la promesa de la venida de Cristo.
La palabra «paciencia» (v. 8) no significa que debían sentarse ociosos, sin hacer nada. Antes bien, la palabra implica resistencia, soportar, sobrellevando las cargas y librando las batallas hasta que el Señor venga.
Usa varias ilustraciones para reafirmar esta lección de paciencia.
(1) El agricultor (vv. 7–8). Este siembra la semilla y prepara el suelo, pero no recoge la cosecha de inmediato. Dios envía la lluvia para regar la tierra y luego viene la cosecha. (La lluvia temprana venía en octubre y noviembre, y la tardía en abril y mayo.) Asimismo, el cristiano debe ser paciente, sabiendo que «a su tiempo segaremos, si no desmayamos» (Gl 6.9).
(2) El juez (v. 9). Por lo visto, sus pruebas habían convertido a algunos cristianos en criticones y los quejosos emergieron en la iglesia. Santiago les recuerda que no deben juzgar; Cristo, el Juez, ¡está a la puerta! Él oye lo que se dice y vendrá pronto y arreglará todas las cosas. Murmurar y quejarse es un pecado serio en el pueblo de Dios. Si todos recordáramos que Cristo viene, no nos quejaríamos ni criticaríamos tanto.
(3) Los profetas (vv. 10–11). Santiago les menciona a estos cristianos los creyentes del AT, quienes sufrieron a manos de pecadores y sin embargo dejaron sus aflicciones a Dios y obtuvieron la victoria.
Job es un ejemplo clásico. Dios tenía en mente un propósito y resultado maravillosos al permitir que probaran a Job, aun cuando este no comprendía lo que Dios estaba haciendo. Sin importar qué pruebas pudieran venir a nuestras vidas, sabemos que Dios está lleno de amor y misericordia y que todas las cosas ayudan a bien.

II. SON PUROS EN SU HABLAR (5.12)

Santiago no prohíbe los juramentos legales, porque incluso Jesús pronunció su juramento durante su juicio (Mt 26.63, 64). Nos dice que tengamos una palabra tan honesta y sincera que no necesitemos «respaldarla» con promesas y juramentos. Los ricos no guardaban sus promesas; pero el cristiano siempre debe guardar su palabra, incluso cuando le haga daño personalmente.

III. ORAN EN SUS PRUEBAS (5.13–18)

En ninguna parte la Biblia le promete a los cristianos que tendrán una vida fácil, pero sí nos dice qué hacer cuando vienen las pruebas. Algunos cristianos tendrán aflicción, o sea, atravesarán una prueba específicamente planeada por Dios. ¿Qué deben hacer? ¡Orar! Santiago no promete que Dios quitará la aflicción, pero sí sugiere que Dios dará la gracia necesaria para soportarla. Véanse 2 Corintios 12. Otros cristianos se enfermarán y la sugerencia en el versículo 15 es que esta enfermedad es el resultado del pecado (Véanse 1 Co 11.30).
¿Qué debían hacer? Llamar a los líderes de la iglesia y pedir oración. Esto no es un rito de la iglesia para preparar a la persona para morir, porque Santiago dice que resultará en la curación del cuerpo de la persona. «Ungir» (v. 14) es una palabra común para «masaje»; se la usa en Marcos 16.1, donde las mujeres querían preparar el cuerpo de Cristo para la sepultura. El aceite era una medicina común en esos días; los médicos a menudo ungían al enfermo con aceite (Lc 10.34). El cuadro aquí es el de los santos que no sólo oran los unos por los otros, sino que también usan los medios que Dios ha provisto para la salud. En el versículo 16 Santiago resume la lección: los cristianos deben confesar sus pecados (cuando han pecado el uno contra el otro) y orar los unos por los otros.
Santiago creía en la oración. Es más, la tradición nos dice que pasaba tanto tiempo en oración que sus rodillas se habían endurecido y encallecido. Dios obra eficazmente mediante la oración, pero esta debe proceder de un corazón limpio y consagrado. Santiago usa a Elías como el ejemplo del poder de la oración; Véanse 1 Reyes 17. «Pasiones semejantes» (v. 17) quiere decir: «con una naturaleza como la de otros hombres»; Véanse Hechos 14.15. No fueron los dones naturales de Elías lo que lo hicieron un gran hombre de oración; fue su consagración y fe.

IV. SON PERSISTENTES EN GANAR ALMAS (5.19, 20)

Podemos ensimismarnos tanto en nuestras pruebas que nos olvidamos de las necesidades de los perdidos y de los creyentes que se han descarriado. El significado básico de estos versículos es que los santos deben procurar traer a los hermanos descarriados de regreso al Señor. «Hacerle volver» simplemente significa «hacerle regresar» (Lc 22.32). Cuán fácil es para un santo ser seducido a apartarse de la verdad. Los cristianos desobedientes están en peligro de seria disciplina, incluso de muerte (1 Co 11.30). Debemos buscarlos con amor y ayudarles en la restauración (Gl 6.1). Cuando lo hacemos así, los rescatamos de la muerte (la disciplina de Dios) y, en amor, vemos sus pecados cubiertos (Véanse 1 P 4.8).

Pero también podemos aplicar estos versículos a los perdidos. Conforme vemos que el regreso de Cristo se acerca, ¡cuánto necesitamos dedicarnos a testificar! El cristiano que realmente cree en la venida de Cristo no puede evitar anhelar ganar a otros.